Capítulo 42

La lluvia empezaba a mojar la arena y las lijas. Eran gotas pequeñas que simplemente acariciaban las superficies. No parecía que fuese a formarse una tormenta, cosa que no caería bien a ningún habitante en Uspiam. Era el día antes de año nuevo, y nadie deseaba que lloviese y la celebración con juegos pirotécnicos fuese irremediablemente cancelada.

—Aún tengo muchas preguntas sobre el Hospital Psiquiátrico Weltschmerz. Creía que aquel sótano donde estaban las criaturas era una invención de mi imaginación. No sé qué me hicieron allá abajo, Elio. Recuerdo tan poco y nada de ello es muy bueno.

—Tus días ahí no debieron haber sido nada gratos, Sídney. A veces no recordar es mejor. Si no te sientes lo suficientemente fuerte para saber lo que te sucedió allí, no debes forzarlo. Por ahora estás enfermo. Tenemos que concentrarnos en sanarte.

—Los chicos han intentado de todo y no han encontrado cura —dijo Sídney —. Si no lo detienen rápido mataré a alguien.

Sídney observó los ojos turquesa y el tupé de Elio que aquel día estaba caído y desordenado. Tenía miedo de enloquecer en cualquier momento y hacerle daño. No lo merecía. Nadie en el pueblo merecía la ira y el desenfreno que no podía controlar.

—Entonces no han intentado lo suficiente —aseguró Elio —. Debe haber algo más que podamos hacer.

—Creo que voy a optar por rendirme —suspiró Sídney, ubicando su cabeza en el hombro de su acompañante y contemplando el océano que se extendía hasta más allá del horizonte.

Estaban en las plantaciones de los señores Crimson, sobre la colina en la que solía estar con sus amigos. Deseaba contemplar el océano sereno. Le ofrecía la calma y la libertad de la que había sido despojado todo el tiempo que estuvo en el hospital psiquiátrico.

—No te puedes rendir, Sídney. No después de todo lo que ellos han hecho por ti. Tienes que ser fuerte y resistir. La cura debe estar en algún lugar, incluso quizá frente a nuestras narices. Solo falta encontrarla.

Sídney ubicó su cabeza frente a la de Elio y sus narices se rosaron. Subió su mano hasta posicionarla en la nuca del chico y lo observó profundamente a los ojos.

—Hay algo más que tengo frente a mi narices —dijo Sídney y se acercó para besar a Elio.

Aquello lo hizo sentir vivo de nuevo. Las dolencias en su cuerpo desaparecieron. No sintió más nauseas ni ganas de asesinar o atacar. La normalidad regresó a su cuerpo, algo que ya había olvidado. Sintió como la sangre de su cuerpo se enfriaba y como las ganas de correr colina abajo y atiborrarse de comida regresaban. Pero aparentemente se emocionó demasiado y Elio lo detuvo, apartándolo suavemente.

—No, Sídney —dijo —. Ya sabes que no soy Marycella y tampoco Reese. No seré uno más en tu lista. No de nuevo. Ya cometí ese error una vez.

—Aquello no fue un error —sostuvo Sídney, sintiendo como el bienestar que había sentido durante el beso abandonaba su cuerpo.

—Que para ti nadie sea un error no quiere decir que yo me sienta bien compartiendo la saliva de medio pueblo. Quizá no tenemos la misma definición de compromiso y fidelidad. Tú vas por ahí besando a cuantos se te cruzan en el camino y yo quiero más que eso.

—El beso —titubeó Sídney apretando la mano de Elio —, fue como estar sano de nuevo. La enfermedad se fue mientras nos besábamos. ¿Te puedo besar otra vez?

—¡Dije que no! —exclamó Elio, poniéndose en pie y apartando la mano de dentro de la de su acompañante.

—Por favor, Elio. No sabes lo que sentí...

—Por supuesto que no. Sé lo que yo sentí, y con eso me basta —aseguró Elio y se dispuso a bajar la colina de prisa, pero Sídney lo detuvo.

—¿Acaso ya no te gusto?

Elio se detuvo al escuchar las palabras del chico, se giró y lo observó por un momento antes de hablar.

—No sé si es tu falta de cerebro, pero a veces eres un completo idiota, Sídney. ¿Crees que te dejé entrar aquella lluviosa noche junto a tus amigos al Belle Orchidée sin motivo? ¿Crees que fui a buscarte a tu casa con Verónica para que ella te pudiese dar la tarea porque ya no siento nada por ti? ¡¿O de pronto piensas que recorrí la reserva, entré a ese tétrico hospital y arriesgué mi vida para rescatarte porque sí?! —exclamó, regresando y aproximándose a Sídney.

La respuesta a cada una de las preguntas fue obvia. Todos los que habían ido a rescatarlo lo habían hecho por sus sentimientos, pero a diferencia de los demás, los sentimiento de Elio eran más románticos. No sabía que él se sentía de aquella manera.

El romance que habían tenido había durado alrededor de medio año y terminó cuando empezó el verano en que encontraron las gemas. Elio dijo que no quería seguir con él, pero nunca mencionó la razón. Desde entonces Sídney se había alejado y habían mantenido la relación como amigos muy cercanos.

—Supuse que no querías estar más conmigo...

—No solo eres malo en la escuela, leyendo y pensando ¿sabes? También eres un asco con los sentimientos ajenos.

—Perdón, Elio —dijo Sídney, sosteniéndolo de la mano para que no se fuera —. Nunca pensé que pudiese gustarte tanto...

—No me gustas. ¡Estoy enamorado de ti!

Sídney quedó boquiabierto. Jamás nadie de las muchas personas a las que había besado le había dicho algo igual. Se había convencido de que todos lo querían para un rato porque... ¿quién querría a un soso que lo mejor que podía hacer era jugar fútbol?

—Vaya —dijo Elio —. Veo que los ratones te comieron la lengua. Es momento de que me vaya. Mantengamos esto como lo hicimos durante los últimos meses, solo amigos. Te lo agradecería mucho.

—Nunca nadie me había dicho que me amaba. Eres el primero, Elio.

—No mientas. Eres Sídney Rossell, el mundo entero te debe confesar su amor a diario.

—No miento —aseguró, tomando ambas manos del chico y aproximándolo para besarlo de nuevo.

El beso tuvo el mismo efecto que el anterior. Disipó todo lo malo. Sídney ya no quiso rendirse. Ahora quería luchar. De pronto cayó en cuenta de algo más. Por su mente jamás había pasado un solo pensamiento sobre atacar a Elio. No importaba cuan enfermo o en descontrol se hubiese sentido, nunca lo odio. Pero rápidamente se dio cuenta que también había alguien más a quien nunca intentó si quiera insultar, Reese Wigton. Se apartó de Elio y lo que vio tras él le aceleró el corazón.

Reese y Wyatt Wigton estaban en medio de la colina, observándolo con esos ojos inhumanos y llenos de lujuria.

—Parece que nos descubriste —dijo Reese con una sensual sonrisa. Elio se giró para ver a los mellizos.

—¡Fuiste tú! —exclamó, sin apartar la mirada de la chica —. Todo este tiempo. Escabulléndote en mi habitación por las noches, visitándome en ambos hospitales, invitándome a salir.

¡Lo debió haber sabido mucho antes! Siempre tuvo la respuesta frente a su nariz y, algunas veces, mucho más cerca. Eran Reese y su hermano. Por eso tanto él como Marycella estaban enfermos.

—¡¿Qué me hicieron?! —gritó, encolerizado.

—Nada que tú no quisieses, chico sexy —respondió Reese, guiñando un ojo y aproximándose a él lenta y provocativamente —. Te di de lo que carecías y tanto anhelabas, aunque ni tú mismo lo supieses. Te di amor, Sídney Rossell, y a cambio tú me diste tu energía vital.

Sídney cayó al suelo de rodillas, abatido por la falta de energía. Elio corrió a auxiliarlo y los sostuvo para que no terminara por caer.

—Dijiste que mis besos te hacían sentir mejor ¿Cuántos crees que necesites para acabar con ese par? —preguntó, levantando a Sídney.

—No sabemos cuántos besos necesita él —dijo Reese —. Pero yo puedo darte los que quieras, Elio. Se ve que también necesitas amor.

—Y si los de ella no te gustan, podrías probar conmigo —aseguró Wyatt, relamiéndose los labios.

—No son vampiros, nos mintieron —dijo Sídney, sosteniéndose como podía con ayuda de Elio.

—Claro que no somos vampiros —concordó Wyatt —. Tú y tus amigos se tragaron ese cuento muy sencillo. Los vampiros no se pueden dar el sol. No hay hechizo que impida que mueran bajo la radiación solar. Y nosotros estamos aquí, dándonos el sol de la tarde.

—Yo soy una súcubo —dijo Reese.

—Y yo un íncubo —dijo Wyatt —. Nuestros poderes nos permiten robar la energía vital de los seres que caen en las garras de nuestra belleza. Tranquilo, Sídney, no eres el primero. Ni serás el último. Cuando Reese acabe contigo, será el nuevo diamante, y después iremos por tus amigos y obtendremos las demás gemas.

—No... —articuló Sídney y el vómito llegó directo desde su estómago hasta la tierra. Cayó sobre el suelo y ubico las manos rectas para no golpearse contra el suelo.


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