Capítulo 4


Las olas chocaban contra la arena de la costa suavemente y el sol recién había aparecido tras la Cordillera de Las Carolas. April había terminado su jornada de trote matutino y se preparaba para hacer los estiramientos correspondientes. Estiró su pie derecho con la punta elevada y dobló su cintura hasta llevar los brazos a su dedo gordo. Mantuvo la posición por unos largos segundos para luego cambiar de pierna.

Por un momento las olas del mar se dejaron de escuchar y la calma total se percibió en el lugar. La chica alzó su cabeza y, extrañada, dirigió su mirada hacia el océano. El agua había perdido bastante terreno y unas cuantas conchas, algas y cangrejos descubiertos intentaban volver a ella. Indudablemente algo andaba mal.

¿Sería ella? Al fin había logrado usar el agua a su gusto y enviarla fuera de su lugar. Si estaba en lo correcto en verdad había empezado con mucho más poder que Konrad con sus llamas y Sídney con sus vientos.

A lo lejos divisó una perturbación que avanzaba con velocidad hacía ella y producía mucho alboroto en el agua. Era distinto al brillo que vio en la fiesta en la casa de Onur. Lo que se acercaba era una gran ola que conllevaba varias sorpresas en su interior. April debió haber corrido, pero se bloqueó. El evento era peligroso y sin embargo tenía algo de majestuosidad que la incitó a quedarse detallando.

Al llegar a la costa, la ola golpeó con fuerza y mojó a la chica hasta dejarla escurriendo como una nube en tormenta. El cabello empapado cubrió sus ojos y cuando el agua se había desvanecido lo apartó para poder ver mejor. La costa estaba llena de cosas extrañas. Había algas, erizos, algunos peses que saltaron al agua temerosos e incluso una estrella de mar que April tomó en sus manos con delicadeza para devolverla a su hogar.

Un ruido peculiar se coló en sus oídos, parecía la cola de un pez que pegaba repetidamente contra la arena. Buscó entre todo lo que no pertenecía a la tierra y tras una roca vio una cola de pez del tamaño de unas piernas humanas que se batía como pidiendo auxilio.

A paso lento y cauteloso se acercó a lo que creía era un animal, solo para impresionarse al cruzar la roca y ver de qué se trataba.

—¡Por las aguas de Uspiam! —exclamó, llevando sus manos a la boca.

Lo que veía era más que fantástico y emocionante, inclusive para sus ojos que ya habían visto hadas, elfos, driders, heliópatas, aswangs, brujas y hasta un veneficus. Se trataba de una sirena. Esa misma criatura malévola que Alfdis había descrito y que en ese momento se veía más necesitada que nunca, recostada sobre la arena intentando lanzar algunas sílabas de su boca que eran inaudibles para April.

Pensó un momento. La sirena necesitaba ayuda y Alfdis había dicho que aquella criatura no les podía hacer nada a las mujeres, entonces podía y debía ayudarla sin correr peligro.

—¿Estás bien? —preguntó al llegar junto a la sirena y arrodillarse a su lado.

—Lejos... agua... lejos... agua...

—¿Necesitas agua? Puedo arrastrarte de vuelta al océano...

—Lejos del agua —articuló la sirena —, lejos del agua...

April entendió que decía, pero no el por qué deseaba alejarse del agua. ¿No se suponía debía estar allí? Ignorando sus planteamientos se acercó a la cola de la sirena y la detalló. Tenía pequeñas escamas de distintos tonos dorados que brillaban con el sol que alumbraba aún con pereza.

Tomó la cola con ambas manos y empezó a halar. Era demasiado liviana para ser cierto. No debía pesar ni la mitad de un humano promedio. Era como alzar a un niño de unos seis años.

Al llegar tras las lijas, soltó la cola de la sirena que tenía el torso desnudo y temblaba de frio. Corrió por la mochila donde guardaba un batido de lijos y fresas, una toallita para el sudor y una sudadera cuatro tallas más grandes que usaba en las mañanas más heladas y lluviosas. Tomó la prenda y cubrió a la sirena.

—Dime... por los siete mares... que eres... April Crimson... y que portas el... zafiro.

La chica quedó impactada e impresionada. Podría ser una trampa. Había sido muy tonta y descuidada. De un brinco se puso en pie y se alejó unos pasos ubicándose tras la lija más gruesa y robusta que encontró.

—¿Quién eres y qué quieres? —preguntó intentando verse amenazante, pero usando el tono de una madre que le hablaba a su bebé.

—No eres a mí a quien debes temer, April —dijo la sirena levemente más compuesta —. Vengo a buscar tu ayuda. Eres el zafiro y es tu deber proteger a todas las criaturas del agua.

—Las sirenas no tienen muy buena fama...

—No tenemos buena fama en ningún lugar y eso no significa que vayamos matando todo lo que se nos atraviesa. Además, obsérvame —dijo la sirena intentado levantar su torso del suelo —, no es que esté en condiciones para atacarte.

—¿Qué necesitas?

—Tu protección. Te ofrezco mi total lealtad y ayuda si prometes mantenerme a salvo de lo que se encuentra en el océano.

—¿Quieres mi... protección? —titubeó.

—Aquel monstruo devastó la aldea que estábamos construyendo las sirenas, a tan solo unos kilómetros de acá, en las profundidades del océano. No necesitó nada más que un rugido y algunos pisotones y éramos historia. Varias de mis compañeras, muchas de ellas mis amigas, murieron... Frisia, Coral, Hudson...

Aquel ser no se veía en absoluto peligroso ante los ojos de April y necesitaba su ayuda. Lo de la aldea se escuchaba veraz y ya que no tenía poderes para protegerla al menos podría ofrecerle refugio y comida. Se acercó para intentar ayudarla de alguna forma que aún no había descifrado.

—¿Cómo te llamas?

—Egea —dijo la sirena —, pero luego podemos hacer las presentaciones. Necesitamos apartarnos de la orilla lo antes posible.

April miró confundida a Egea, no esperaría que la alzara hasta su casa ¿o sí?

—Tranquila... puedo sacar piernas.

—Lo sé —aclaró April, acercándose —, solo hace falta secarte toda el agua de la cola —continuó mientras con la toallita para el sudor secaba gota por gota.

—Por lo que veo sabes de sirenas, pero apártate o no acabaremos nunca —dijo Egea y, cuando April estuvo a unos pasos, batió su cola tan rápido que miles de gotas salieron a volar quedando completamente seca y lo que antes era una cola, con delicadeza, se convirtió en dos sensuales y alargadas piernas que la ayudaron a ponerse en pie —. Hora de irnos —agregó.

—Nadie te puede ver así en mi casa. Yo podría decir que me di un chapuzón en el océano, pero no sé cómo explicar tu existencia.

—Cierto —concordó Egea —. Tu familia debe estar demasiado orgullosa de que la portadora del zafiro tenga su apellido como para que ayude a una sirena.

—Mi familia no sabe que soy la portadora del zafiro y tampoco sé cómo tú lo descubriste —dijo April, abriendo paso entre las lijas para ella y su acompañante.

—En el océano se habla bastante de ti. April Crimson, una joven de ojos azules y esbelto cuerpo. Y también de las demás gemas. Connor, el rubí, Victoria, la esmeralda y Sandy el diamante.

—¿Quiénes?

—Tus amigos. Los primeros en repartirse el poder de las gemas en cuatro cuerpos diferentes.

—Eso no son exactamente sus nombres. Sus nombres correctos son Konrad, Verónica y Sídney. Pero no importa. Después tendremos tiempo para explicar eso —dijo April y al apartar la hoja de una lija la villa se divisó, y como sucedía con todos los que la veían por primera vez, robó el aliento de Egea.

—¿Vives ahí? Pensé que la realeza estaba bastante disminuida. ¿Eres una princesa?

—Por supuesto que no —dijo April entre risitas cuando ambas pasaban junto a la restaurada fuente previa a la escalinata.

El cabello de Egea se había secado y lo que April había pensado era un tono negro se había transformado hasta adquirir un color morado oscuro y brillante.

—¿Qué le sucede a tu cabello? —preguntó, algo preocupada.

Egea hizo un gesto de confusión y observó sus abundantes bucles morados sin encontrar nada verdaderamente extraño.

—¡Está morado!

—¡Oh, sí! ... es mi color natural. Las sirenas tenemos tonos distintos a los humanos, no es nada de qué preocuparse —aclaró.

April observó cuidadosamente a Egea y descubrió que no solo su cabello era morado, también sus ojos que irradiaban profundamente. ¿Cómo iba a explicar aquello a su familia?

—Definitivamente mis papás no te pueden ver.

—¿Te castigarían terriblemente?

—No... Te bombardearían con preguntas mientras te embuten comida sin parar.

—Pero no puedo comer comida humana...

—Silencio —susurró April, empujando a su acompañante y escondiéndose en la pared de la escalinata.

Dorotea pasó frente a la puerta sin salir y siguió su camino hacia la cocina.

—¿Algún problema? —preguntó la sirena.

—Vas a correr tras de mi a toda prisa hasta que entremos en mi habitación —dijo April con una sonrisa tranquilizante que en el fondo estaba más dirigida a ella que a Egea.

Tomó a la sirena de la mano y la impulsó. Pasaron las escalinatas, la entrada que por supuesto estaba abierta, el vestíbulo con la ostentosa lámpara de araña y cuando iban en la mitad de la escalera todo falló.

—¡Corazón! —exclamó Daven que apareció en la segunda planta —. Veo que traes una invitada.

—Papi... buenos días... Es una amiga... de...

Desde atrás en la escalera llegó una armoniosa melodía que entró en los oídos de April como una caricia. Era el canto más hermoso e inhumano. Tenía notas nunca antes escuchadas y parecía que muchos instrumentos se coordinaban en la garganta de Egea para formar aquella orquesta angelical.

Daven Crimson cesó el habla y todos sus sentidos murieron, a excepción de la escucha que estaba más aguda que nunca. Sus ojos observaban al cielo y sus pupilas estaban perdidas. No tenía ni idea de a dónde dirigirse.

—¡Papá! —gritó April y corrió a él —. ¿Qué sucede?

Egea terminó por subir las escaleras e hizo un ademán para que April comprendiera que todo estaba bien. Juntas caminaron hasta la habitación y tras el golpetazo de la puerta Egea cerró su boca y el canto se detuvo.

—Estará bien. Confundido al principio, como si recién se levantara. Recordará todo difusamente, igual que un sueño.

—¡Tienes una voz preciosa! —exclamó April.

El celular que estaba sobre el tocador vibró y emitió un tono. Ella lo tomó y observó el mensaje que aparecía en la pantalla de bloqueo con el nombre: Las Gemas.

Konrad: Llevamos media hora esperándote en los aparcamientos de la villa ¿Vienes con nosotros? Si no sales ya llegaremos tarde al colegio.

Verónica: Por mí te puedes quedar todo el tiempo que quieras y creo que por Sídney también, está durmiendo como un bebé.

—¡Por las aguas de Uspiam! —exclamó April —. Voy tarde para el colegio. ¡No te muevas! —le ordenó a la sirena y entró al baño.

Tres minutos después salía veloz como un águila ya duchada y entró en su vestidor de proporciones desorbitantes con una toalla enredada alrededor de su cuerpo.

—Vas a tener que quedarte aquí bastantes horas hasta que pueda volver del colegio —dijo en voz alta para que Egea la escuchara mientras escogía un vestido holgado que le ayudó a ahorrar tiempo. Salió del vestidor y tomó su cepillo dorado —. No hagas mucho ruido porque mis padres pueden escucharte y la puerta debe permanecer abierta o sospecharán —agregó abriendo la puerta —. Mejor quédate en el baño —dijo mientras con una mano peinaba su cabello bruscamente y con la otra dirigía la sirena al baño.

—¿Y qué voy a hacer aquí todo ese tiempo?

No podía dejar a la pobre sirena más de cinco horas admirando el paisaje que se veía por la ventana que, aunque era digno de admirar, no la iba a entretener demasiado.

—¿Has visto una película? ... Ni siquiera debes saber que es una película.

—Sé que es una película y nunca he visto una.

Esas palabras se le hicieron demasiado familiares a April y entendía por qué. Alguna vez Belmont había pronunciado algo similar.

—Una preguntita rápida —dijo April cuando su cabello estaba totalmente peinado —¿Cómo sabes tanto de la nueva sociedad?

—Ha pasado tiempo suficiente desde que desperté y a las sirenas nos encanta husmear a otras criaturas, sobre todo a los hombres humanos.

—¿Tanto se acercan a la orilla?

—Nuestra vista es mucho mejor que la de ustedes. Podemos ver desde kilómetros con claridad.

April cepilló sus dientes, se aplicó la cantidad exacta de perfume y de un claro brillo labial y ya estaba lista para irse, pero aún no resolvía cómo entretener a Egea.

—Mira —dijo tomando el celular y mostrándoselo a la sirena —. En esta aplicación podrás ver un montón de videos sobre cosas interesantes. Hay de todo lo que puedas imaginar, inclusive de sirenas. Y en esta otra podrás ver muchas películas también de todo lo que puedas imaginar. Espero que te diviertas y que no nos descubran. Usa esto para no causar tanto ruido —agregó, arrojándole unos auriculares e iniciando su camino para llegar al colegio a tiempo.

Las horas pasaron arrastrándose para Egea y minutos después de las cuatro de la tarde, Sídney, Verónica, Konrad y April entraban a la villa a hurtadillas y muy al tanto de su situación suponiendo que debía seguir en el baño de la habitación.

—¿Es tan mágica como dicen los cuentos? —preguntó Sídney cuando entraban en la habitación y Konrad cerraba la puerta.

—Mírala por ti mismo —dijo April y abrió la puerta del baño mientras Verónica se arrojaba a la cama como un costal de papas.

—Egea aquí están mis amigos...

El baño estaba vacío y el celular en el suelo con la pantalla apagada. April lo tomó e intentó encenderlo. Estaba descargado.

—Creo que tu amiga se aburrió y se fue —dijo Verónica —. Y todo para nuestro bien. No podemos ayudar a todo el que lo solicite. Tenemos nuestros propios problemas. En una hora tengo que estar en la cancha de fútbol para dirigir el entrenamiento y a las siete y media en el bosque para entrenar con esa elfa fastidiosa.

—He ahí una razón para extrañar a Belmont...

—Ni loca, April. Me quedo con la elfa fastidiosa.

Los entrenamientos de Verónica con la tierra le arrebataban mucho tiempo, igual que a Konrad, quien había empezado sus entrenamientos hacía una semana con Fuego y Fatuo.

Unos pasos se escucharon en el vestidor y Egea apareció con un vestido naranja, un abrigo caramelo, unas medias veladas, un tennis, una bota azul y una boina amarilla.

—Nos dijiste que era una sirena, no un payaso —dijo Verónica viendo de arriba abajo a la sirena, justo como lo hacían Konrad y Sídney.

—¿Te aburriste de ver películas y videos? —preguntó April.

—No... Vi varios y todo estaba muy interesante, pero el celular se apagó y no encendió de nuevo. ¡Había canciones horribles! Mis oídos casi sangran. También vi una película sobre sirenas, toda hecha con dibujos. Interesante como creen que somos en la actualidad.

Mientras Egea hablaba, April aprovechó para desvestirla todo lo que pudo, dejándola solo en vestido y medias veladas.

—Siéntate por acá —agregó ubicando a la sirena en una silla frente al tocador. —¿Qué vamos a hacer con ella?

—Devolvámosla al agua y que pase lo que tenga que pasar —respondió Verónica.

—¡No! —gritó la sirena sin previo aviso y todos brincaron —. ¡No pienso volver ahí! ¡April accedió a protegerme! No puedo volver... ¡Moriré!

—Tranquila. No volverás a ninguna parte —aseguró Konrad —. A Verónica le gusta hacer chistes más de lo que debería —agregó enviándole una mirada amenazante a su amiga.

—Discúlpenme. El solo hecho de pensar en tener que volver al océano me aterra.

—Debes quedarte en la tierra —ratificó Sídney convencido de que no debía haber criatura más peculiar y digna de admirar —. Te protegeremos, o al menos lo intentaremos, pero no puedes conservar ese color de cabello.

—Y mucho menos esos ojos —agregó Verónica dándole la razón.

—El cabello puede ser un tinte y los ojos unos lentes de contacto.

—Puede ser, Sid, pero la idea es que pase desapercibida, sobre todo si estará cerca de nosotros. Vino buscando protección y por ahora no hay una mejor que el camuflaje. Por eso nos detuvimos a comprar las tinturas.

Los oídos de Egea escuchaban a los chicos discutir sobre si esconder su cabello y ojos morados o dejarlos al natural y no entendía el verdadero problema.

—¿Alguien me juzgaría en Uspiam por ser diferente? —preguntó.

—Ese no es el problema —respondió Konrad —. Si alguien quiere encontrarte no tardará en hacerlo. Una chica de cabello y ojos morados es una descripción bastante exacta cuando vives entre humanos. No podemos permitir que más criaturas sospechen que tenemos las gemas.

—Podemos decirles a los elfos que le apliquen un hechizo, como el que Belmont utilizaba para que nadie viera sus orejas puntiagudas y ojos violetas.

—Al fin dices algo inteligente, Sídney

—Pero no muy útil, Vero —dijo April, intentando suavizar sus palabras con una sonrisa —. Los hechizos élficos de cambios físicos solo funcionan en esa especie. Belmont me lo explicó.

—Eso es lo menos importante ¿Qué más diremos de ella? —preguntó Konrad —. ¿De dónde salió y por qué está en Uspiam?

—Podemos decir que es tu prima —respondió Verónica observando a April —. ¿Tienes algún apellido?

—Dimitriadis. Cuando nací no se usaban apellidos, pero no me molestaría usar ese. Alguna vez se lo escuché a un marinero.

—Bueno, olvídalo —dijo Verónica —, serás Egea Crimson, hija de la hermana de Daven Crimson.

—Si soy hija de la hermana del señor Crimson no podría llevar ese apellido, tendría que tener el de mi padre...

—No en Uspiam —aseguró Sídney.

—Aquí se hereda y se adquiere por matrimonio el apellido más importante socialmente —explicó Konrad —. Yo por ejemplo llevo el de mi madre y mi padre tomó el de ella luego del casamiento. Los Brunner son mucho más reconocidos que los Oddsson.

—Yo llevo el de mi padre, obviamente —dijo Sídney —. Mis abuelos maternos, con el apellido Sáenz, solo poseían una pequeña panadería en la ciudad de Tantum antes de fallecer, y los Rossell prácticamente han construido todo en el pueblo con su empresa, Wolkenkratzer Builders.

—¿Y la historia de tu familia? —preguntó Egea a Verónica.

—No es de tu incumbencia. Basta con decir que no sé quién es mi padre y mucho menos conozco su apellido.

—¿Y si soy hija de la hermana de Daven Crimson por qué nadie sabe de mi existencia? —preguntó Egea para evitar enfurecer a Verónica. Se notaba incómoda y sabía que no podía darse el lujo de incomodar a su única oportunidad de seguir viva. Ahí afuera no solo la buscaría el monstruo del océano, también otras criaturas para aprovecharse de su cola con propiedades mágicas —. Por cierto ¿cómo se llama la mujer?

—Llamaba —corrigió Sídney —, se llamaba porque ya murió.

—Mi tía Elizabeth... la recuerdo bien —dijo April limpiándose unas minúsculas lágrimas que salieron de sus ojos y sentándose sobre el borde de su cama —. Viajaba por todo el mundo y adoraba escuchar sus historias sobre eso. Será bastante creíble decir que te concibió en un viaje a... ¿dónde naciste?

—Candía.

—No podemos decir que nació ahí. Ya no se llama de esa forma. A Candía ahora se le conoce como Creta y si naciste en la principal ciudad imagino que sería en Heraclión —afirmó Konrad, creyendo que se había hecho entender maravillosamente.

—Lo que tú digas —dijo Verónica, rodando sobre la cama.

—Diremos que mi tía, Elizabeth Crimson, te concibió en su viaje a Creta y te mantuvo en secreto por alguna razón que no sabemos —continuó April —. Por eso fuiste criada por tu padre, pero murió hace unos días y ahora vienes a buscar refugio en la única familia que te queda, tu familia materna.

—¿Están seguros de que estamos intentando no llamar la atención? Porque la hija perdida de Elizabeth Crimson y una desafortunada historia de orfandad sin duda será todo un escándalo.

—¿Tienes una mejor idea, Konrad?

—No, Verónica, pero...

—Que no se diga más. Serás Egea Crimson, hija de Elizabeth Crimson, sobrina de Daven Crimson y prima de April Crimson.

La sirena asintió aún con bastantes preguntas en su cabeza, suponiendo que con el tiempo entendería más de aquella tan pequeña como compleja sociedad que habitaba Uspiam.

—¿Y qué haremos con mi cabello y mis ojos?

—Sin duda, tintura — respondió Sídney —. Necesitas tener el tono castaño claro de los Crimson en el cabello.

—Para los ojos podríamos ponerle un par de parches y decir que es ciega —propuso Verónica, viéndola por el reflejo del espejo.

—O mejor unos lentes de contacto —sostuvo Sídney.

April abrió su bolso y extrajo las tinturas de varios tonos que había adquirido y eligió la que más creía que se asemejaba a su cabello.

—¿Estás segura de cómo tinturar el cabello, April?

—No del todo, Sid —respondió con una sonrisa nerviosa —, pero vi varios tutoriales.

—Por las aguas de Uspiam —suspiró Verónica.

Konrad no se quedó quieto. Su investigación sobre todo los sucesos fantásticos seguía en pie y la sirena tenía información de primera mano. Con bolígrafo y papel en mano, habló.

—Egea —dijo —, seguro sabes bastante sobre algunas cosas. Si no te molesta ¿podrías responderme algunas preguntas?

—¿Ahora eres periodista? —inquirió Verónica, poniendo los ojos en blanco.

—Pregunta lo que quieras —dijo la sirena mientras April aplicaba una viscosa crema blanca en su cabello.

—¿Cuántas sirenas vivían en tu aldea antes de que fuera destruida?

—Unas treinta.

—¿Tenían una presidenta, jefa, mandataria, figura de autoridad?

—Por supuesto que no. Las sirenas somos algo agresivas e intolerantes frente a las órdenes. Nos hemos ganado la mala fama, o al menos antes de dormirnos. Según esa película que vi ahora nos imaginan como bondadosas y amigables.

—¿Por qué vivían cerca de la costa de Uspiam?

—No vivíamos estrictamente cerca. Las aguas poco profundas de las costas son peligrosas. Demasiados ojos juntos. Escogimos asentarnos cerca de Uspiam por dos razones. Es uno de los pocos lugares del océano junto a la tierra que los humanos no han perturbado con barcos colosales y todos sus cochinos desperdicios y porque estaríamos más cerca de las gemas por si alguna guerra estallaba. Menos mal tomamos esa precaución, de lo contrario, frente a ese monstruo, yo ya no sería más que espuma marina.

—Ese monstruo... ¿sabes de qué especie era? —preguntó Konrad, anotando cada palabra.

—No, nunca había visto nada igual. Era enorme, más que una ballena azul o un leviatán, pero menos que un akkorokamui, quizá igual de grande a un kraken, pero mucho más agresivo y feroz. Andaba en cuatro patas y tenía dos gigantes cuernos.

—¿Era un toro?

—¿Qué es un akkorokamui? —preguntó Verónica.

—No, Sídney, no era un toro, pero sí era similar a un animal terrestre, más bien la combinación de varios. A Ross la atravesó con un cuerno, a Chukotka la aplastó con su gran pata y a Frisia y a Coral las engulló.

—Y si era un animal de tierra... ¿No creen que pueda salir y acabar con el pueblo? —preguntó Sídney a punto de temblar.

—Eso no lo sé —dijo Egea —. Esperemos que no. Escapé del océano buscando alejarme, pero no debemos bajar la guardia. Si sale del océano necesitaremos más de mil espadas y varios ejércitos para acabar con él.

—Dijiste... Frisia... Coral... —repitió Konrad —... Chukotka... y Ross. Si no me equivoco son mares del mundo.

—Estás en lo correcto. Cuando una humana acepta volverse sirena se le asigna un nuevo nombre perteneciente al mar de su elección. Yo soy Egea, por el mar Egeo. Ahí pasé mi juventud hasta que fui obligada a convertirme en sirena.

—¿Obligada? —preguntó Sídney.

—Pero según un hada del agua, las mujeres deben aceptar su transformación o no surtirá efecto.

—El hada está en lo cierto, April, pero aceptar es muy distinto a querer. Las épocas pasadas no brillan por su tolerancia y ayuda al prójimo, estoy segura de ello. Cuando nací las cosas eran muy distintas. En aquel entonces los humanos no podían ser o hacer lo que quisiesen porque todo era terriblemente condenado. Cuando cumplí los 17 hubo una gran sequía en la ciudad donde había vivido toda mi vida, ahora llamada... Heraclión —Egea observó a Konrad para recibir su aceptación frente a la pronunciación del nombre y él asintió —, un lugar consagrado a una diosa de la belleza. Los habitantes supusieron que la escasez del agua se debía a la furia de aquella divinidad e intuyeron que mi atractivo era el motivo de aquel sentimiento que la insultaba. Tuve que elegir entre el asesinato o el destierro como sirena, asegurando que nunca volvería a poner un pie, o una aleta, en la ciudad y lo demás es historia.

—Que malditos compatriotas —gruñó Verónica —. Debiste haberles arrancado la cabeza a todos o escapar con tu familia...

—Mi familia —suspiró Egea —. Fueron los primeros en entregarme a los aldeanos. Ojalá hubiese vivido en un pintoresco pueblo como este —dijo Egea y hubo un silencio corto pero perceptible.

—Seguro después de tanto tiempo ya no queda nada para ti allá. De ahora en adelante Uspiam será tu hogar —dijo April poniéndose en pie y volviendo a la tarea con el cabello de la sirena.

—Puede parecerte algo aburrido —aseguró Verónica tomando un lijo de una canasta repleta de ellos que reposaba sobre el tocador —, pero el peor castigo que te pueden dar es escuchar un discurso del alcalde o enfrentarte al papá de Sídney, ese señor sí que está demasiado loco.

—Por ahora puede que viva acá, pero no pertenezco a Uspiam, no nací aquí.

—Puedo equivocarme, pero diría que no pertenecemos a donde nacemos, Egea —dijo April —. Pertenecemos a donde están quienes nos recuerdan, allí donde sabemos que podemos volver y nos recibirán de forma tan amena que nunca querremos irnos. En nuestro caso, o en el mío, al menos, pertenezco a Uspiam. Acá está todo lo que me hace feliz, y me compadezco de aquellas personas que no pertenecen a ningún lugar porque jamás tendrán a donde volver. Uspiam podría ser ese lugar para ti, o quizá no, solo el tiempo lo dirá, aunque recuerda que la villa de los Crimson tiene las puertas abiertas para cualquiera que busque una buena comida y una familia a la cual pertenecer.

—Me encargaré de hacer tu solicitud para que entres en el colegio —agregó Konrad buscando hacer sentir a Egea en confianza.

—¿Estudiará con nosotros?

—Supongo que sí, Sídney. No puede quedarse en la villa para siempre y cuando les digamos a los señores Crimson que es su sobrina querrán darle todo lo que puedan. Imagino que la educación estará en sus planes.

—Eso llamará bastante la atención de Dasha. Desde que dejaron de hablar —Verónica observó a Konrad —, parece ave de rapiña esperando que demos un paso en falso para saber más sobre todo este asunto.

—Dasha está de más —dijo Konrad —. Ahora debemos averiguar sobre ese monstruo oceánico. Si puede salir a la tierra y lo hace no nos puede tomar desprevenidos. Debemos empezar una investigación al respecto.

—Otra tarea más —refunfuñó Verónica —. ¿No basta con todo lo que tenemos?

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