Capítulo 30
—Debiste haberme dicho, Belmont. No sé cómo te permitiste eso. No sabes cómo me rompió el corazón saber que estuviste durmiendo en el bosque todas estas noches.
—No es tan grave. Soy mucho más resistente que los humanos. No siento el mismo frío y tampoco me incomoda dormir en la tierra.
—Eso no representa ningún consuelo para mí —aseguró April. Iba con la mano de Belmont entre la suya, estaba de alguna forma intentando proveerle el calor que había perdido en las noches. Últimamente siempre que iban juntos solían tomarse la mano —. ¿Y qué hacías en las noches lluviosas?
—Bueno, esas noches no me quedaba otra opción más que mojarme...
—Ay, Belmont, sabes que nosotros no dudarías en hospedarte.
—No quería causarles más problemas, ya tienen muchos.
—La verdad me sorprende. ¿Dónde te bañas, con qué te vistes? No lo entiendo.
—Me baño en los ríos y me visto con ropa que roba de algunas tiendas o de las casas de ciertas personas.
—Amor —dijo April, deteniéndose y observando al elfo a los ojos. Aún no se acostumbraba a llamarlo así, pero lo hacía porque a él le agradaba aquella palabra —. Eres increíble.
—No más que tú —dijo Belmont y April sonrió.
Caminaban por Wanderlust, en medio de los framboyanes y las alumbradas calles que estaban a rebosar de luces navideñas que colgaban de todo lado, las farolas, las casas, los jardines, los árboles. El último mes del año había llegado y con él toda la alegría y la emoción de las fiestas y celebraciones.
April había pasado un día entero tratando de explicarle a Belmont qué eran y por qué existían la navidad, el año nuevo, el día de las velitas y otras tantas tradiciones. Él había quedado impactado con tanta información y no podía esperar a la navidad para abrir los regalos y al año nuevo para ver los fuegos pirotécnicos.
—¿Crees que Konrad me recibirá en su casa?
—Estoy muy segura de ello. Yo desearía tenerte en la villa, pero mis padres sospechan que tenemos algo y no creo que te vayan a aceptar así de fácil. Además, Egea ya ocupa bastante atención, mentiras y espacio.
—Pero Verónica dijo que la madre de Konrad no era muy buena persona.
—Zelinda Brunner es algo... seria, pero no diría que mala persona. Verónica discute con todo el mundo, ya sabes. Cuando te diga que hay alguien buena persona, ahí es cuando debes creerle.
—Espero me reciban sin problema, de lo contrario me iré de vuelta al bosque.
—Lo harán. Necesitas un lugar para vivir, además de ropa nueva. De eso nos encargaremos después. Por el momento tendrás que usar la de Konrad. Te va a quedar un poco pequeña, pero servirá.
—Siento que ustedes me empiezan a dar demasiado. En este punto ya no estoy muy seguro sobre quién es el protector de quien. Hace dos noches Verónica logró aplastar a ese naga ella sola, y también protegió a Elio, y él ni siquiera se dio cuenta de lo que había pasado. Dentro de poco ustedes deberán protegerme a mí.
—Tonterías. Somos un grupo y todo nos complementamos de alguna forma. Así es como lo veo yo. Todos tenemos aptitudes y falencias, y cuando nos unimos se potencian las primeras y casi que desaparecen las últimas.
Unos pasos más y estuvieron frente a la casa de los Brunner que estaba oscura y parecía muerta y hasta embrujada. Todo alrededor brillaba con luces navideñas y miles de adornos, pero aquella casa no. Tan solo había una luz encendida, la del desván.
—¿Los Brunner no celebran las festividades de fin de año? —preguntó Belmont mientras se aproximaban a la puerta principal de la casa.
—Me gustaría decir que sí, pero la señora y el señor Brunner siempre viajan y desde que su hermana se fue a la universidad Konrad prefiera pasarlas en casa de su abuela.
April tocó el timbre y no tardaron en abrir la puerta, situación que le pareció extraña, ya que Konrad generalmente tardaba en abrir cuando alguien llegaba sin avisar.
—April Crimson y... a ti no te conozco... Un placer, María Antonia Brunner.
—¡Señora María Antonia, que sorpresa!
—Yo debo decir lo mismo. Konrad está encerrado en ese cucurucho donde lee día y noche. ¡Konrad! —gritó y ensordeció a April y Belmont —. ¡Baja, tus amigos vienen a visitarte! Sigan, sigan. Están como en casa.
La chica y el elfo entraron en la casa y adentro el ambiente cambió por completo. La chimenea estaba encendida y proporcionaba un acogedor calor hogareño, sobre ella había cinco botas marcadas con cada uno de los nombres de la familia. Los sofás y sillones tenían cojines con motivos de galletas de jengibre, bastones de dulce y papás y mamás Noel. Un gran árbol tan alto que se doblaba en la punta y estaba a reventar de decoraciones se erigía junto a un pesebre lleno de figuras que representaban la antigüedad en Jerusalén.
—Dijiste que no celebraban —murmuró Belmont.
—En mis 16 años de vida jamás había visto esta casa decorada.
Konrad hizo presencia. Iba bajando por las escaleras con un libro en la mano y una cara de soslayo.
—April, Belmont —dijo y besó la chica en cada mejilla y apretó la mano del elfo —. No es que me moleste su presencia, pero estas visitas inesperadas me ponen los nervios de punta. ¿Sucedió algo malo?
—De que hablas, Konrad —dijo María Antonia —. Es Diciembre y esto es Uspiam. Nada malo puede pasar aquí.
—Tienes razón, abuela —dijo Konrad, con una sonrisa incómoda y poco convincente.
—Siéntense los tres. April y...
—Soy Belmont Storgard, mucho gusto. —María Antonia asintió.
—April y Belmont, llegan justo a tiempo para la cena. Hoy preparé pavo relleno.
—Yo no puedo comer pavo relleno —susurró Belmont, pero la anciana lo escuchó.
—Esas dietas de los muchachos de ahora, que vegetariano, que vegano, que crudivegano. ¡Por las aguas de Uspiam! Si siguen así terminarán por solo tomar agua. Hoy tendrán que comer todo lo que sirva. Pasen al comedor, sin miedo. El pavo es el más delicioso que he hecho en años.
La anciana se retiró a la cocina mientras los tres chicos se sentaron en el comedor. Belmont no podía quitar el rostro de preocupación por la comida animal que se avecinaba, pero April y Konrad no parecían prestarle demasiada atención al asunto.
—Konrad, sucede algo y necesitamos que nos hagas un favor. Pero si no puedes, no hay ningún inconveniente.
—Díganme de qué se trata.
—Belmont no tiene donde vivir.
—¿Y qué pasó con el lugar donde estaba viviendo?
—Nunca existió. Como no podía volver a la aldea élfica decidió vivir en el bosque. Le dio vergüenza pedirnos posada. Yo lo dejaría vivir en la villa, pero...
—Claro que puedes quedarte aquí Belmont. El tiempo que sea necesario —dijo Konrad. Ya podía imaginar lo que le iba a preguntar día y noche sobre absolutamente todo —. Hay un cuarto de sobra.
—¿Tus padres no dirán nada?
—Lo dudo. Se fueron de viaje y si vuelven, les explicaré. Diremos que Belmont es un intercambio. Igual que como hiciste con tus padres, April. El único problema que veo es...
—¡Y aquí está el pavo! —dijo María Antonia, ubicando la comida en el centro de la mesa.
—Tendremos que decirle a mi abuela.
—Decirme qué —dijo la anciana, tomando asiento y deshaciéndose de los guantes de cocina.
—Belmont es un estudiante de intercambio, abuela. Estaba viviendo con los Rossell, pero Fernando se cansó de él y...
—¡Claro que puede vivir aquí! Nadie tiene que vivir con esa bestia de Fernando Rossell. Esta casa es muy grande. No hay problema. Y sería fantástico si te quedas durante todas las fiestas, Belmont. Necesitamos gente, dado que mi hija está muy ocupada trabajando como para dedicarle tiempo a la familia, igual que el soso de mi yerno, y Naomi aún no ha confirmado si piensa dejar la universidad unas semanas para venir hasta acá. Supongo que pasar las vacaciones con sus amigos universitarios es más divertido que estar en Uspiam. Pero bueno, Konrad, tú y yo somos más que suficientes. También te diría que pasaras la navidad con nosotros, April, pero los Crimson no lo permitirían. Te aman demasiado. Hablando de ellos, fui a visitarlos hace algunos días y me presentaron a tu prima Egea. Linda muchacha, pero había algo raro en ella. Quizá sea solo que no es de por aquí. Tú tía Elizabeth ni siquiera muerta deja de sorprender al pueblo. Una hija secreta... Vaya que se lo tenía muy bien guardado.
—Sí, señora María Antonia. Yo también me sorprendí bastante cuando llegó a la villa.
—¿Por qué no te comes el pavo, Belmont? Veo que solo te comes el relleno. No voy a aceptar un "no quiero" por respuesta.
—Es que...
—¡Abuela, faltan las bebidas! —exclamó Konrad, con falsedad —. Iré a la cocina a traerlas...
—¡No, no, no! Yo iré. Discúlpenme un momento.
—Pasa la comida a mi plato rápidamente —susurró April cuando la anciana había entrado en la cocina. Belmont obedeció rápidamente, valiéndose de sus habilidades de elfo para no regar ni una morona.
—El día de ir por Sídney se acerca —recordó Konrad, aprovechando la ausencia de su abuela —. No he podido dormir bien desde entonces.
—Esperemos todo salga bien —dijo April.
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