Capítulo 28

           

Ni siquiera la voz de Milos Betancur, el locutor de la 102, pudo aligerar el ambiente y los nervios que April sentía. Iba conduciendo su auto, pero su mente estaba muy lejos de allí. Belmont había regresado, debía estar feliz, además el rescate de Verónica había salido de maravilla, pero algo la inquietaba, Sídney. Sabía que no podía descansar en paz hasta que todos sus seres queridos estuviesen reunidos en Uspiam y sanos y salvos.

Pero Sídney no era el único problema, también estaba Marycella. Por ella se dirigía hacia el Hospital General De Uspiam. Iba a visitarla.         Algo que aún no comprendían estaba acabando con dos de sus amigos. Tenía la esperanza latente de que todo saliera bien. Todos estaban dando lo mejor de sí para encontrar la causa de la enfermedad. Belmont y Egea estaban vigilando el hospital psiquiátrico para idear una forma de sacar a Sídney. Konrad estudiaba varios libros en busca de información y Verónica estaba adelantando ciertos asuntos como cuidar de su perro y su trabajo en Belle Orchidée.

Y señores y señoras, para nadie es un secreto que la construcción en medio de la Cordillera de las Carolas ha dado mucho de qué hablar, pero hasta el momento nadie sabe a quién pertenece. Lo único que les podemos decir aquí en la 102, es que el edificio avanza bastante y parece estar adquiriendo la forma de un palacio. Tiene varias torres, alamedas y azoteas. Estamos ansiosos por ver de qué se trata.

April frenó el auto y bajo, tomando su bolso en el acto, además de un ramo de hermosas flores. Entró en el hospital y se anunció aprisa en la recepción, donde le indicaron que Marycella Lacroix estaba en la habitación 308. Tomó el elevador y no tardó en llegar a su destino.

Marycella yacía acostada en la camilla. Su piel estaba pálida, sus mejillas hundidas y sus labios resecos. April no pudo evitar corrió hacia ella. Le dio un abrazo, donde le expresó todo lo que deseaba sin palabras, pero le causó un gemido de dolor.

—Discúlpame, Mary. No quise causarte daño.

—No hay problema, nena. Las cosas no siempre salen como queremos.

—Ni que lo digas. ¿Te han traído hartos regalos? Porque yo te traje esto —dijo, mostrándole el ramo que tenía en la mano y estaba lleno de girasoles, hortensias y lirios de agua.

—Muchas gracias, nena —respondió Marycella con voz débil —. Quisiera poder recibirlo con mis manos, pero no tengo energía ni para eso —aseguró.

—Lo dejaré por acá.

—Eso es. Las flores son para verlas, no para tocarlas.

—¿Y las visitas?

—Han venido varias personas, mi padre, Tamiko, Dasha, Wyatt. Pero te extrañé a ti, nena, pensé que serías de las primeras en venir...

—Discúlpame, Mary. Desearía haber podido visitarte antes, pero he estado demasiado ocupada. Sé que tu salud es muy importante, pero no debe ser nada muy malo. No te ves tan mal.

—No me mientas, nena —dijo Marycella, sonriendo con tristeza y desasosiego —. Estoy asquerosa, parezco un cadáver. —Una lágrima se dejó entrever —. Mi padre teme que se trate del mismo cáncer que se llevó a mi madre. Está muy preocupado. Me visita todos los días.

—¿Y los médicos no te han dado ningún diagnóstico?

—No encuentran nada, y aumentaron el temor de mi padre al decirle que podía ser un tumor muy oculto, inclusive barajaron el virus de la inmunodeficiencia humana. Me han hecho infinidad de pruebas, April.

—Mary... no debes preocuparte. —April se recostó junto a su amiga con cuidado para no causarle ningún dolor otra vez —. Vas a salir de esta, te lo prometo.

—No puedes prometer algo que no puedes cumplir.

—A Sídney lo están tratando por una enfermedad muy similar. Si sabemos que algo funcionó con él, lo traeremos a ti a vuelo de águila.

—Tengo miedo, April. No quiero morir.

April apretó la mano de su amiga y se acercó más a su cuerpo.

—Mira por la ventana. No puedes morir, Mary. Afuera te esperamos todos, incluido tu padre. Todavía te queda mucho por vivir. No perecerás aquí. Confía en mí.

La puerta de la habitación se abrió y Wyatt Wigton entró. Llevaba sus características cazadoras de cuero y su mirada penetrante. Al ver a April sus ojos de alguna forma parecieron encenderse.

—Wyatt —dijo la chica, poniéndose en pie.

—April.

—No deberías estar aquí. Si viniste a cuidar a Mary de la misma forma en que tu hermana cuidó a Sídney, es mejor que se mantengan lejos. Permitieron que se lo llevaran al hospital psiquiátrico...

—No fue culpa de Reese. Su padre entró ordenando. Nadie detiene a ese señor. Ya deberían saber eso.

—Nosotros podemos detener más que las personas del común. ¿Lo olvidas?

—Al fin muestras las garras, April Crimson.

—No son garras. Ustedes lo prometieron y Sídney terminó a cientos de kilómetros lejos de nosotros. Ni siquiera nos dejan visitarlo. Ni siquiera dejan que su propia madre lo vea.

Wyatt se acercó lentamente a la chica, hasta que quedaron muy juntos, y bajó su cabeza para susurrarle delicadamente al oído, además de tomarla por el antebrazo con firmeza.

—Pensé que ya empezaban a acostumbrarse a las pérdidas. Marycella Lacroix me agrada, pero si algo he aprendido en mi larga vida es que nada es eterno y todos terminamos por morir.

—Me rehusó a pensar así. No sé qué clase de persona eres si simplemente estás dispuesto a aceptar perder a las personas que amas.

—Se te olvida que no soy una persona en todo el sentido de la palabra —dijo Wyatt, con una sonrisa mórbida.


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