Capítulo 27
—¡De nada les servirá retenerme aquí! —gritó Verónica. Sus rodillas estaban sobre el suelo y sus manos atadas tras su espalda —. Estoy muy segura de que mis amigos vendrán a salvarme, no importa que tan lejos me lleven.
Parecía que no la escuchaban. Las palabras, entre gritos y amenazas, que salían de su boca, eran para los yocoima como el zumbido de un mosquito o el croar de un sapo, a nadie le importaban.
Los yocoima paseaban de lado a lado sin siquiera verla. Llevaban distintos animales a su lado que les ayudaban en sus tareas. Había desde gaviotas que pescaban en un lago cercano hasta búfalos que cargaban leña. Los animales sabían lo que hacían, no se chocaban unos con otros y actuaban con tanta precisión que parecían robots finamente ensamblados.
—¿Para esto me trajeron aquí? Para verlos mientras trabajan. Su jefe dijo que me iban a entrenar, ¡pues empiecen por desatarme! —chilló encolerizada.
Un yocoima que iba pasando se detuvo, volteó el rostro y la observo por un momento antes de que una gigante águila se posara en su hombro y la observara también.
—Debes hacer silencio. El cacique dice que tus gritos desestabilizan el enlace con los animales.
—No sé qué es el enlace con los animales, y tampoco me importa. —Jadeó en un intento más por zafarse de las ataduras —. Solo necesito que me suelten. Un amigo mío necesita ayuda y no tenemos tiempo para esto...
—Los seres de la tierra también necesitan tu ayuda. Por eso estás aquí. Cuando hayas cumplido tu entrenamiento serás libre de irte.
—¡Por las aguas de Uspiam, no hay tiempo! —exclamó —. ¡¿Saben qué?! Si no fuera por los animales ya hubiera acabado con todos aquí.
El yocoima se inclinó sobre Verónica, la detallo y se acercó, el águila iba prendida a su hombro, con los ojos fijos en la chica.
—Así que respetas a los animales...
—Claro que sí. Tengo las suficientes neuronas para saber que merecen más el planeta que los humanos. Aún no sé en qué grupo clasifican todos ustedes, los que recién despertaron.
—¿Qué son las neuronas, Verónica, tierra y esmeralda?
—Pues son... ¡La verdad no lo sé bien!
—¿Entonces por qué dices cosas que no sabes?
Los ojos de Verónica se pusieron en blanco. Pensó en no responder, pero se dijo así misma que aquello podría ser una buena oportunidad para escapar.
—Digo lo que quiero porque quiero y puedo.
—Yo también puedo decir lo que quiera... "Neuronas" —repitió el yocoima con interés, como si aquellas palabras fueran un conjuro que desataría algo impensable.
—No seas idiota. Si quieres y puedes decir lo que sea, debes decir algo más. Por ejemplo, dime por qué... ¿por qué mis gritos interrumpen el enlace con los animales?
—Eso es sencillo. Hay algunos yocoima primerizos que hasta ahora aprenden a enlazarse con su animal y cualquier distracción rompe ese enlace.
—¿Dices que ustedes, los yocoima, tienen alguna especie de conexión con los animales?
—¿Conexión?
—Eso dije. —El yocoima la miró confuso y ella comprendió que no sabía el significado de la palabra —. Sí, algo como una relación, un enlace como lo llaman ustedes. Explícame más sobre eso.
—Los yocoima tenemos una relación muy estrecha con los animales. Se dice que siempre que nace cualquier ser con habla también lo hace un animal en el mismo momento, y ambos estarán enlazados por el resto de la vida. Nosotros, los yocoima, conocemos esa relación muy bien, y la usamos para nuestro beneficio. La naturaleza nos permite enlazarnos con uno, dos, tres o rara vez más animales para toda nuestra vida. En mi caso es esta águila...
—Increíble —suspiró Verónica —. Así fue como lograron capturarnos con esos animales. ¿Desde hacía cuánto nos seguían para saber que éramos las gemas?
—Un mes a lo mucho. Es fácil rastrearlos, siempre hay problemas a dónde van.
—Ni que lo digas...
Una flecha apareció de entre los árboles y surcó el aire por unos segundos hasta romper, con la precisión perfecta, las ataduras de las manos de Verónica. El yocoima saltó de improvisto hacía atrás y cayó al piso, su águila, en cambio, tomó vuelo y se mantuvo a tres metros de la tierra.
Verónica buscó con su mirada la flecha que la había liberado. Estaba incrustada en el gran tronco de uno de los muchos árboles, pero eso no era lo impresionante. La flecha era hermosa, fina y delicada. Solo podía pertenecer a alguien en todo el mundo. Al girar la cabeza hacía el lado contrario, de dónde había llegado la flecha, divisó a April corriendo. Iba a toda velocidad, rebasando a los yocoima con sus animales.
—¡Es hora de irnos! —gritó su amiga, batiendo sus manos sin cesar.
Verónica se puso en pie de un brinco y movió sus muñecas que estaban rojas debido a la fuerza con que las sogas la habían apretado. April se aproximó por completo.
—¡¿Por las aguas de Uspiam, qué están haciendo aquí?! Supuse que se habían olvidado de mí.
—Nunca —respondió April y le dio un abrazo rápido y sencillo.
—Estás mojada...
—Digamos que el camino no fue nada sencillo —sostuvo April —. Ahora debemos salir de aquí. Los demás están distrayendo a los yocoima.
—Los demás... Esa flecha... ¿Belmont está contigo?
—Sí —respondió April con una sonrisa —, y también Konrad y Ayulen —agregó.
Las chicas iban a iniciar su huida, pero se encontraron problemas tan pronto como intentaron dar el primer paso. Un toro, una anaconda, un leopardo y un lobo bloqueaban el camino.
—No los podemos dañar —se apresuró a decir Verónica y April asintió.
De la laguna cercana salieron grandes cantidades de agua. Parecían fuertes y sólidas, pero que en verdad eran débiles y no funcionaban como nada más que una distracción para los animales.
—Tienes que levantar un muro tras nosotras —dijo April y Verónica no tardó en golpear el piso y un muro fino de tres metros creció con rapidez.
Aún había dos lados que no estaban cubiertos y antes de que cualquier animal alcanzara a las chicas una barrera de fuego se creó a la derecha y Konrad la traspasó, quedando junto a ellas. Solo se había quemado un poco su ropa y tenía una llama en la bota del pantalón. April movió un poco su mano para apagar aquel pequeño problema.
La serpiente se escabulló a hurtadillas e iba a atacar a April por el único lugar que aún no tenía barrera, pero Belmont frustró sus planes cuando le disparó una flecha que le impidió cerrar la boca. Después de varios saltos, el elfo llegó junto a los demás y cerró el último flanco libre, apuntando con su arco.
—Deben dejar ir a Verónica. Los elfos ya la hemos apadrinado y le estamos enseñando lo que debe saber para conocer su elemento. Los elfos somos los verdaderos protectores de la tierra, no los yocoima.
El cacique Yana apareció tras varios yocoima, abriéndose paso con un gran oso pardo que lo seguía de cerca. Con seguridad era el animal que podía controlar.
—El cacique controla dos animales. Ese oso es uno de ellos, pero además tiene un halcón —explicó Belmont.
—¿O sea que estamos descubiertos por encima? —preguntó Verónica.
—No exactamente —respondió Konrad —. Ayulen se encarga de eso.
Ayulen Kuyentray se escondía entre los arbustos, y en sus manos tenía los binoculares, con los cuales vigilaba atenta la parte superior de la barrera hecha de agua, tierra y fuego, además del arco y la flecha de Belmont que no se veían tan imponente pero que sin duda eran peligrosos.
—Los elfos no han hecho bien su trabajo. Parece que quieren morir y los yocoima no estamos dispuestos a morir junto a ellos. Verónica, tierra y esmeralda, no se puede ir.
—¡Me largaré! —exclamó la chica, desafiando las palabras del cacique —. ¡Así quieran o no!
—Les advierto que no deben salir de la frontera del pueblo. Si lo hacen, Verónica, tierra y esmeralda, morirá.
—No permitiremos que le hagan daño —dijo April, temiendo estar siendo demasiado irrespetuosa con el cacique, quien le parecía era muy razonable.
—No morirá porque la dañemos, morirá porque el ritual para enlazarla con su animal ya ha empezado, y no lo podemos detener.
—¿De qué habla? —preguntó Verónica.
—Te pensábamos convertir en un yocoima, así controlarías la tierra y pertenecerías a nuestra especie.
—No mienta, cacique Yana. He leído sobre este ritual y no ha empezado.
—Yo no los estoy deteniendo. Todo este despliegue de poderes está de más. Bajen la guardia. Por mi oso juró que no les haré nada.
Belmont le asintió a los chicos y uno por uno bajaron sus barreras elementales, por supuesto bastante inseguros.
—Si quieren irse pueden hacerlo. Si Verónica quiere quedarse y convertirse, también puede hacerlo. Tan solo les advierto que si se va, morirá y si conseguimos una manera de que sobreviva y no está lista para luchar, no solo morirá ella, lo haremos todos.
—Dijo que si encontramos una forma, ¿quiere eso decir que existe una forma de que pueda salir con vida del pueblo? —preguntó Konrad. El cacique asintió.
—Hemos empezado el ritual para un humano, y alguien de su misma especie debe ser enlazado, si es que ella no acepta.
—Un intercambio —dijo April —. Y tiene que ser un humano...
—Yo me quedaré —aseguró Konrad, dando un paso adelante.
—No seas idiota —dijo Verónica —. Si no me puedo ir, está bien, pero no dejaré que ustedes paguen por mis problemas. Ya han hecho eso bastantes veces.
—Ya dije que yo me quedaré —reiteró Konrad —. No vinimos hasta tan lejos para irnos sin ti.
—Creo que vinieron hasta tan lejos para que pudiéramos irnos todos...
—No discutan más —dijo April —. Debe haber otra solución y si no la hallamos, yo me quedaré. Ustedes dos serían más útiles rescatando a Sídney que yo.
—No puede quedarse ninguno —aseguró Belmont. Todos giraron la cabeza para observarlo —. Son las gemas. No los puedo dejar aquí, y dado que por ser un elfo yo tampoco me puedo quedar, debemos hallar otra solución.
Los arbustos cercanos se bambolearon y de dentro salió Ayulen Kuyentray. Caminó hasta los chicos, viendo lentamente a los yocoima y sus animales. Al llegar junto a Konrad le pasó los binoculares y habló.
—Me quedaré. No soy una gema y sí soy humana. No hay candidato más idóneo que yo.
—Tú no tienes nada que ver en esto, Ayulen —dijo Konrad.
—Es cierto —concordó Verónica y April asintió.
—Estoy de acuerdo con Ayulen...
—No, Belmont.
—Sí, April. Es la única opción que tenemos, y no hay de qué preocuparse. Los yocoima son muy buenos anfitriones. Le harán el enlace y le enseñaran a usar a su animal y después la dejaran ir. ¿Cierto?
—El elfo tiene razón. Si Ayulen acepta quedarse, la trataremos como de la familia, haremos su enlace y cuando esté lista le permitiremos irse.
—¿Y cuándo estará lista?
—No lo sabemos, April, agua y zafiro. Algunos duran pocos meses y otros años. Depende de que tanta relación tenga con la tierra y los animales.
—¡¿Años?! —exclamó Ayulen, tentada a deshacer su decisión, pero consciente de que tenía que seguir adelante —. Igualmente no tiene importancia. Me quedaré.
—No puedes, Ayulen. Dijiste que tú eras lo único que tenía tu abuela. No puedes dejarla.
—Soy lo único que ustedes tienen ahora, Konrad. También hago esto por ella. Deben irse y salvar a Sídney. Así podrán proteger al pueblo de lo que sea que esté en el océano.
—Acuérdate cuando me dijiste que no querías salir herida por nuestra culpa.
—No saldré herida. Simplemente estaré fuera de Uspiam por un tiempo. Tan solo encárguense de apoyar a mi abuela y de inventar una buena excusa. No sé si pueda soportar otro abandono —dijo y las lágrimas emanaron de sus ojos oscuros.
April se aproximó a Ayulen y le dio un fuerte abrazo.
—Espero vuelvas muy pronto —dijo y también a ella se le escaparon las lágrimas —. Nunca te lo podremos pagar.
—Ayulen, no debes...
—Ya no más, Konrad, es mi decisión —aseguró y el chico le tomó la mano.
—Espero te enseñen muy bien y para cuando vuelvas ya no tengas excusa para no permanecer a nuestro lado, porque podrás luchar como un yocoima y estarás enlazada con un animal. —Ayulen asintió, limpiándose las lágrimas.
—De ahora en adelante eres mi heroína, Ayulen. Siempre creí que yo era la más valiente del grupo, pero acabas de ganarte ese honor —dijo Verónica, enviándole una sonrisa.
Konrad, Verónica y April se alejaron y empezaron a caminar taciturnos hacia el bosque, rumbo a Uspiam. Belmont, por su parte, se detuvo un momento para hablarle en voz baja a la chica.
—Te honraré, Ayulen Kuyentray. No importa que nos hayamos conocido hace tan poco. Tienes todo mi respeto. Me encargaré de que Verónica controle la tierra hasta tal punto que pueda derrotar a ese monstruo oceánico.
Ayulen asintió, y se giró para poder ver su futuro hogar por un tiempo indefinido. El pueblo yocoima estaba hecho por chozas hogareñas y varias fogatas a cada entrada, además de una más grande que las demás, cercana a la laguna y donde supuso se llevaría a cabo el ritual
—¡Ayulen! —gritaron desde atrás y ella no tardó en girarse. Era Konrad dirigiéndose a ella con paso ligero —. Los yocoima se caracterizan por sus habilidades de rastreo, sácale provecho. Nunca olvides que debemos encontrar a tus padres, porque yo no descansaré hasta encontrarlos.
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