Capítulo 26

La camioneta arrancó y en unos minutos estuvo fuera del colegio. Tomó el Bulevar Komorebi a toda velocidad. El calor seguía presente, y las ventanas abajo no lograban diezmarlo del todo.

—No estoy segura de que sea inteligente escaparnos a la mitad de la jornada escolar.

—Debemos aprovechar la luz del sol, April. Si dejamos que anochezca será peor.

—Lo entiendo, Konrad. Solo digo que no va a ser difícil comprender que nos escapamos todos. La directora no va a creer que coincidencialmente faltaron Konrad Brunner, Ayulen Kuyentray, Belmont Storgard y April Crimson a las mismas horas de clase.

—Todo sea por Verónica —respondió Konrad, acelerando más, luego de que había girado para avanzar por la Avenida 27 de Junio. Iban hacia el norte.

Alfdis ya les había dado la ubicación de las criaturas que tenían a Verónica. Estaban en un lugar del bosque que jamás habían pisado. La parte de la reserva que quedaba al oeste de la carretera y terminaba con el océano. Belmont les había dicho que era una parte de la reserva mucho más bella que la oriental, cosa que contuvo su ansiedad de cierta manera.

El auto se detuvo a un lado de la carretera. Todos bajaron rápidamente. El elfo no demoró en golpear el suelo. Sus flechas y su arco salieron de la tierra y él los tomó con agilidad. La ropa que llevaban ese día no era especialmente apta para el bosque, pero igualmente debían aventurarse.

April llevaba un corto vestido azul cielo que combinaba con sus ojos. Konrad pantalones de mezclilla negros con un suéter del mismo color. Ayulen vestía una blusa holgada con unos shorts. Belmont era el único que parecía un poco listo para la naturaleza, tenía botines, un pantalón de dril y una camiseta roja, además del carcaj que iba en su espalda resguardando las flechas y el arco que llevaba en su mano.

—Los yocoima son pacíficos y civilizados. Jamás he escuchado de historias donde atacaran —contó Belmont mientras caminaban por el bosque que aún no tenía nada extraño respecto al bosque que conocían —. Adoran a la tierra. Es muy sagrada para ellos. Por eso no cultivan, solo cazan. Disponen de los animales a voluntad, sus habilidades les permiten controlarlos. He escuchado historias de un yocoima que podía controlar hasta 10 animales al mismo tiempo ¡Increíble!

—Con que por eso nos atacó todo lo que vivía en este bosque —suspiró April, avanzando. Iba tomada de la mano de Belmont, quien guiaba el camino.

—Son poderosos. El problema, como decía, es que jamás toman partido en la guerra. Además de controlar a los animales, son muy buenos en el combate con sus armas.

—Espero no decidan atacarnos a nosotros —dijo Konrad. Ya se le escapaba el aliento. Empezaba a estar cansado.

Un río se cruzó en su camino. Era caudaloso. Nadie lo reconoció. Seguramente desembocaba en el océano antes de llegar a Uspiam.

—He tenido experiencias bastante malas cruzando agua —dijo April.

—¿Puedes armar un camino? —preguntó Belmont. Era el único de los cuatro que no había sudado ni una gota. Se veía radiante.

—¿No hay otra forma de cruzar? —respondió ella —. La última vez que intenté hacer un camino con agua Vero terminó capturada.

—No veo otra forma de cruzar —dijo Konrad.

—Me sentaré mientras discuten —afirmó Ayulen. Se sentó bajo un árbol intentado encontrar algo de frescura.

—Yo sé que puedes, April —dijo Belmont, sonriéndole.

"Ojalá yo supiera que puedo" pensó ella. Su concentración se enfocó en el agua. Sus manos se elevaron, y con ellas una gran proporción de agua. Para April fue fácil darle forma al agua. La convirtió en un puente angosto que iba de orilla a orilla. Esta agua era mucho más pura que la del pantano, lo que facilitó las cosas. El problema llegó cuando tuvo que darle solidez para que pudieran pasar sin caer.

Belmont se acercó al inicio del puente de agua. Alargó su pierna y piso. El agua se deshizo y todo el pie se mojó. No estaba suficientemente sólida. Debía esforzarse más.

—¡Escúchenme! —gritó —. ¡Tienen que pasar corriendo al tiempo! —Los tres asintieron.

April tensó más sus manos y sus dedos. Hizo tanta fuerza como pudo y se quedó inmóvil. Si fallaba, sus amigos serían historia.

—¡Ahora!

Belmont corrió. No dudo un momento. Confiaba tanto en April que no necesitaba comprobar nada. Por su parte, Ayulen y Konrad esperaron unos segundos hasta que Belmont había dado tres pasos sobre el puente. Necesitaban comprobar que era seguro.

Ayulen tomó el segundo lugar y Konrad la siguió. El agua era sólida. Konrad algunas veces sintió algo parecido a pisar un charco, pero sus pies jamás se hundieron. April lo había sorprendido. Estaba avanzando rápido en sus entrenamientos con Alfdis. El elfo arribó a la otra orilla con agilidad. Les había tomado bastante ventaja a Konrad y a Ayulen, quienes hasta ahora rebasaban la mitad.

—¡Muy bien, April! —gritó al dar un aplauso —. ¡Vamos, amor! —agregó.

La palabra "amor" desconcentró a April. ¿Le había dicho "amor" a ella? Por las aguas de Uspiam. No esperaba eso, y menos en aquel momento.

—¡Concéntrate, April! —gritó Konrad, trayéndola a la realidad.

Su amigo estaba de rodillas sobre el puente. Se estaba levantando. El agua se había vuelto levemente más líquida y lo había hecho caer. Ayulen había corrido la misma suerte, pero se había levantado más rápido y estaba a punto de alcanzar la orilla.

—¡De prisa, Konrad! —gritó.

—¡Tú también tienes que pasar, April! —le recordó Belmont.

—Si lo hago el puente caerá —respondió, al ver que Ayulen ya estaba junto a Belmont.

Mantuvo las manos rectas y movió sus pies, ignorando el temblor que empezaba a sentir debido al miedo. El puente soltó varias gotas justo cuando Konrad alcanzó la orilla. Solo faltaba ella. Pisó el puente. El temblor ya había pasado de sus manos a todo su cuerpo, incluidas sus piernas. No sabía si correr o pensar cada uno de sus pasos, lo que si sabía con seguridad era que no tenía mucho tiempo para decidirlo. Su control sobre el agua flaqueaba.

Vio a Konrad susurrar algo, cosa que le bastó para perder el control. El puente se empezó a destruir, y ni siquiera había llegado a la mitad. En un acto de desesperación, optó por correr. Sus manos no se mantuvieron quietas y pedazos del puente se derrumbaron formando una especia de cascada. April corrió tan rápido como sus pies se lo permitieron, pero parecía que no sería suficiente. Su pie se hundió en el agua y la hizo tropezarse. Al caer una de sus manos se hundió también.

—¡April! —gritó Belmont y dejó su lugar para correr por ella.

No lo podía permitir. No pondría en riesgo a Belmont. Movió una de sus manos y el puente se desestabilizó aún más. Con la mano libre deshizo el final del puente y Belmont, aunque quisiese, no pudo regresar por ella.

Se levantó rápidamente y observó, implorando porque todavía le fuera posible cruzar. El puente estaba incompleto, pero lo lograría si saltaba de pedazo en pedazo. Su mano libre le permitió más equilibrio. La otra estaba ocupada sosteniendo las partes que quedaban del puente.

Dio un brinco y quedó colgando con una mano del borde del pedazo de agua al que saltó. En el fondo escuchó a sus amigos gritar cosas, pero no lograba distinguir qué. Su mente estaba concentrada en mantenerse con vida. Subió un pie y logró volver a arriba. Le faltaban otros tres pedazos de agua por saltar. Para su fortuna, esos estaban mucho más juntos.

Mientras los pedazos se deshacían poco a poco, llegó al último. Un saltó más y ya estaría a salvo. La emoción la hizo olvidarse de que su mano inmóvil era la que mantenía el agua sólida y la apartó. Toda el agua se vino abajo. Intentó evitarlo, pero no pudo. Ya no había nada que hacer.

Una centésima de segundo antes de caer, saltó. Dio un grito. No iba a llegar a la orilla. Cayó al agua producto de la gravedad. Se sintió muerta, pero también fresca. El agua estaba fría. En un momento sintió calor en una de sus manos que estaba sobre el agua. Algo la sacó del río. Era Belmont, quien de alguna forma había logrado tomarle la mano e impedir que la corriente la arrastrara.

Bastaron segundos para que April llegara a la orilla, empapada, fresca, y los más importante de todo, a salvo.

—¿Estás bien? —le preguntó Belmont, ayudándola a ponerse en pie.

—Totalmente —suspiró. El elfo se acercó y la detalló.

—¿Segura? —Ella asintió.

Al volver a retomar el camino en busca de Verónica, descubrió a que se refería Belmont con la parte del bosque hermosa. Allí los árboles eran muy altos, y sus copas formaban un cielo verde que permitía pasar solo la luz necesaria. Era como un refugio de hojas. Los troncos de los árboles eran tan gruesos que los cuatro se hubiesen podido esconder tras ellos sin siquiera tocarse. También había pequeñas lagunas a cada paso. Eran tan transparentes que se lograba ver el fondo lleno de algas y pececillos. Los arbustos eran tupidos y floreados. Jamás había visto nada igual.

—Falta poco —dijo Belmont.


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