Capítulo 2

           

La casa de la familia Namir se ubicaba a unas pocas calles de la casa de los Brunner, también en el barrio Wanderlust, sin embargo, esa propiedad tenía una peculiaridad que la hacía muy diferente. El jardín con una profunda piscina alumbrada extravagantemente, las ipomeas azules y blancas, las palmeras de baja altura y la playa que estaba a unos tres metros y ofrecía una increíble vista al océano, daban el sentimiento de estar en un resort en medio de una isla perdida.

—Vaya jardín —suspiró Verónica —. Si viviera aquí no saldría de esta piscina jamás. ¿Te la imaginas en un día soleado?

—Me broncearía sin parar —respondió Sídney —. A veces me aburro de vivir en un edificio tan alto. Siento que todos me observan.

—Al menos tienes por donde caminar. Imagínate como estoy yo viviendo en una casa de dos habitaciones.

—¿Ponche de lijo o de cereza? —preguntó Marycella, acercándose a ambos y formando una sombra sobre el agua de la piscina.

—Yo creo que de ambos —dijo Verónica, retirando uno de cada sabor de la bandeja —. La noche está muy fría y necesito entrar en calor.

—Deberían entrar. La fiesta está allá dentro, no aquí afuera. Sobretodo tú, Sídney —dijo Marycella guiñando un ojo y tomándolo de la mano.

El chico no sabía si obedecer a Marycella, aunque lo deseara. No quería dejar a su amiga sola en la oscura noche.

—Lárgate. No hay problema —dijo Verónica y sus compañeros desaparecieron en un santiamén entre risas y coqueteos.

En soledad pudo escuchar el choque de las olas con la arena. Se sentó en el suelo y pensó por un momento en las aspiraciones que poseía. Le encantaría tener una casa así, con una gran piscina y junto a la playa. La preferiría en una ciudad paradisíaca y junto al océano como Miami, Casa Blanca o Valparaíso, aunque si tuviera que quedarse en Uspiam no estaría molesta.

Tomó un poco de tierra del suelo y la moldeó con sus poderes hasta convertirlo en una pequeña pelota que aplastaba y reconstruía continuamente buscando relajarse. Ciertas veces, cuando estaba sola y calmada, pensaba en el futuro. ¿A dónde los llevarían las gemas y qué ocasionarían?

—¿Reflexionando?

—Para nada —le mintió Verónica a April que acomodaba su vestido para sentarse junto a ella.

—He venido a varias fiestas en la casa de Onur y sé que este jardín tiene propiedades místicas para la reflexión. Tengo las hipótesis de que pueden ser las luces, el océano o simplemente la soledad —sostuvo April —. ¿En qué pensabas?

—En tonterías...

—Las quiero escuchar —interrumpió April —. Si pensabas en ellas tan concentrada seguramente no eran del todo tonterías.

—¿Tienes sueños, April?

—¡Por supuesto que sí! —exclamó —. No deberías tomar dos ponches seguidos —agregó arrebatándole un vaso a su amiga.

—¿Y con qué cosas puedes soñar tú?

—Pues... con muy pocas cosas la verdad. Tengo más de las cosas suficientes para vivir muy bien. Sueño más con momentos y logros que con cosas.

—¿Cómo cuáles?

—Por dónde empezar...    Quiero estudiar una carrera que me permita ayudar a los menos favorecidos, posiblemente medicina, en a una universidad con impacto en el mundo que me permita cambiar todo lo que me disgusta de él. Hace poco estuve buscando y me gustan los programas de La Universidad de Melbourne, El Instituto Karolinska y La Universidad de Toronto.

—Hasta ahora estamos en décimo grado, April —dijo Verónica tomando ponche —. Te estás precipitando bastante.

—Ya sabes que ser admitida en ese programa es bastante complejo, y prefiero hacer todo con tiempo de sobra. Volviendo al tema de los sueños, quiero hacer voluntariados internacionales con personas en lugares pobres.

—¿Has pensado en las gemas? porque yo sí. Es algo con lo que tendremos que vivir el resto de la vida y no podemos simplemente ignorarlo.

—Soy consciente de ello —respondió April —, y por eso también las gemas me traen sueños. Quiero poder controlar el agua. Es muy frustrante verlos con sus poderes y como los perfeccionan cada día y yo solo me retrasó. Belmont decía que si queríamos proteger a Uspiam tendríamos que luchar los cuatro... y en este momento ustedes son los que luchan mientras yo observo. Soy un estorbo.

—Belmont decía y hacía muchas estupideces —dijo Verónica observando a su amiga —. Justo por eso ya no está con nosotros y todo mejoró desde entonces. Ya tienes que superarlo.

—No es sencillo... Lo intento, pero se me viene a la cabeza en todo momento. Siento que debí haber escuchado su explicación. Al día de hoy supongo que aún no sabe porque no le dirigí la palabra.

—Mira la bueno de que ya no esté. Eso te ayudará. El veneficus está perdido, nada nos ha atacado y tienes tiempo de sobra para estudiar e intentar controlar el agua.

—Llevamos tan solo dos semanas sin ataques y algo me dice que se acercan más. ¿Qué me dices de la amistad que perdimos con él, además de toda la protección que nos ofreció? Nos sacó bien librados de más de un problema.

April miró fijamente al océano buscando entre tanta agua alguna señal de algo que le diera un indicio de Belmont, pero solo sintió como unas pocas lágrimas escapaban de sus ojos.

—¡Por las aguas de Uspiam, April!, no llores por eso, ¡es una estupidez!

A Verónica no le cabía en la cabeza la posibilidad de llorar por un amor. Era demasiado intrascendental para ella, además de infructífero y tonto.

—Quisiera no hacerlo, pero me siento triste al respecto. Todos los días siento que tengo que encontrarlo y darle explicaciones...

—Belmont es el que te debe explicaciones, no al contrario...

—Intentó dármelas, pero... —April titubeó. No podía decir que todo era culpa de su amiga por haber echado a Belmont de la villa aquella noche — no me las dio.

—Por mi culpa ¿verdad?

—Por supuesto que no, Vero. Nada fue tu culpa. Hiciste lo que hiciste para protegerme...

—Hice lo que hice porque Belmont es un maldito idiota ¿Piensas que se besó con Marycella porque sí?

—Le pregunté a Alfdis al respecto y me dijo que los humanos eran de las pocas criaturas que hacían eso para representar su amor.

—¡Y las flores del cerezo vuelven a caer y yo termino siendo la mala como siempre! Tienes que entender que no dependes de los demás, April. No puedes llorar como las hojas de las glicinas cada vez que pierdes una amistad. ¡Mírate! Tienes miles de cosas por las que ser feliz.

—¿Cómo me pides que no llore por las personas que se van de mi vida? —preguntó April, sumiendo su cabeza en sus manos —. Si tú me dejaras de hablar me destruiría. Lloraría incluso más que las hojas de las glicinas. Sería perder a mi mejor amiga —explicó, tomando a Verónica de la mano —. Las personas que amamos, las personas que nos rodean, son las que nos hacen ser quien somos. Nuestras familias y amigos, ellos son los que nos impulsan a avanzar...

—¡Te equivocas! —exclamó Verónica —. Somos quien somos por nosotros, por lo que hacemos y por lo que queremos, por lo que luchamos por ser.

—¿Crees que podrías vivir sin tu madre?

—¡Claro que no, pero...!

—¿Entiendes mi punto? —preguntó April y luego fijó sus ojos de nuevo en el agua cuando una gran ola golpeó la orilla.

—Disculpen la interrupción, chicas —dijo Dasha a unos pasos de distancia —. Tenemos una reunión sobre Los Lobos.

—Ni hablar en paz nos deja —refunfuñó Verónica, poniéndose en pie y luego ayudándole a April a hacer lo mismo.

En el interior de la casa había gente en cada esquina. El calor que producían tantas personas sumado al estridente sonido de la música, hacían insoportable la atmósfera. En los largos sillones de la sala estaban sentados Sídney y Onur, discutiendo sobre las estrategias que usarían en el campo a futuro. Dasha y April se ubicaron junto a ellos, pero Verónica se mantuvo en la entrada. No quería ubicarse cerca de la pelirroja. Para su suerte, Elio apareció y tomo ese lugar y ella pudo acomodarse junto a él.

La reunión sobre la temporada futbolística que se avecinaba iba a dar inicio. La presidenta del consejo estudiantil no había podido escoger un momento menos oportuno, pero para ella era algo tan crucial que no se debía aplazar por ningún motivo.

Cuando se tomaban decisiones sobre Los Lobos de Uspiam tenían que estar presentes los dos capitanes: Verónica Lazzari y Sídney Rossell, un integrante adicional de cada equipo y, por último, la presidenta y el vicepresidente del consejo estudiantil: Dasha Kovac y Elio Zaccarello.

—¿Dónde mierda está metida Ayulen? —gruñó Verónica.

—La vi con Konrad en la segunda planta —aseguró Elio.

—Yo iré a buscarla —dijo April, poniéndose en pie y perdiéndose entre la multitud que bailaba descontrolada.

—¿A quién se le ocurre hacer una reunión en una fiesta? —se preguntó Verónica a sí misma, apartando el cabello de su frente —Elio —dijo segundos más tarde en un tono de voz bajo, llamando la atención del chico.

—¿Qué pasa?

—Necesito pedirte un favor...

Elio infló sus mejillas y escupió el ponche de vuelta en el vaso. No creía lo que sus oídos escuchaban.

—Verónica Lazzari pidiendo un favor ¡Increíble! —exclamó —. ¿Dónde pongo la línea?

—En tu cara quedaría bastante bien.

—Trátame con cuidado. Eres tú la que necesita el favor.

—Está bien —dijo Verónica poniendo sus ojos en blanco —. Quiero trabajar medio tiempo en Belle Orchidée. Necesito el dinero...

—Bueno.

—Prometo ser una buena mesera y... ¿Qué? ¿Así de fácil?

—Sí... Mis padres abrieron una nueva haldearía en Petram y varios de sus empleados fueron trasladados allí. Dicen que ha habido un increíble aumento de extrañas personas que desean helados. Así que hay vacantes en Belle Orchidée. Preséntate el próximo sábado a la una de la tarde. Yo me encargo de hablar con mis padres.

—Gracias —dijo Verónica casi vomitando las letras.

—No me vas a agradecer cuando estés trabajando ahí, créemelo.

April reapareció abriéndose paso entre la multitud y tras ella iban Ayulen y Konrad, quienes se habían refugiado en un calmado rincón de la segunda planta a charlar. Los tres tomaron asiento y la reunión dio inicio entre la bulla ensordecedora.

—Primero que todo, mis más sinceras felicitaciones a los nuevos capitanes...

—¡Ve al grano! —interrumpió Verónica a Dasha —. Ya me duele el trasero de estar acá sentada.

—Las formaciones para los tres primeros partidos contra los colegios de otras ciudades me deben ser entregadas a más tardar el viernes para que pueda solicitar el presupuesto necesario para trasladarlos allí.

Sídney asintió despreocupado. Eso ya estaba más que arreglado. Onur y él no habían tenido tema de conversación distinto en toda la tarde y lo que iba de la noche. En cambio, Verónica, no tenía ni idea de a cuáles chicas ubicar esa temporada. Había empleado demasiada atención en las gemas, los entrenamientos de la tierra y ayudando a Sídney, como para pensar en aquello. Sus mejores jugadoras se habían graduado al finalizar el año escolar previo y necesitaba renovar la plantilla con urgencia.

—Mierda —gruñó.

—También, me apena recordarles que no pueden reprobar el año escolar o serán revocados de la capitanía inmediatamente.

—No te apenes, ese es nuestro problema...

—No lo decía por ti, Verónica —dijo Dasha, harta de las interrupciones.

—¿Y quién diseñará los nuevos uniformes? —preguntó April bajándole las revoluciones a la conversación.

—Se decidirá por un concurso. Varios estudiantes ya han enviado sus propuestas. Los jueces seremos la directora Hui Ying Quan, Elio y yo.

—¡¿Y por qué Sídney y yo no?! —preguntó Verónica furiosa levantándose de su asiento y lanzando el vaso de su ponche por el aire.

—Así lo decidió la directora...

Ayulen no quería escuchar discusiones y se puso en pie para ir a buscar su sudoku de vuelta en la segunda planta.

—¡Ayulen! —exclamó Konrad alcanzándola en el camino —. ¿Quieres ir al jardín? Se ve bastante calmado.

La chica asintió y juntos salieron. Caminaron hasta la playa y se sentaron allí, mirando hacia la piscina y dándole la espalda al océano. La arena se sentía suave en las manos de Konrad y una brisa otoñal fría llegaba desde atrás.

—Recuerdo cuando los Namir fueron a comprar las ipomeas y las palmeras al vivero. Fueron bastante costosas.

—Ya sabes que nadie en Uspiam escatima en gastos cuando de jardines se trata. Bueno... a excepción de mis padres.

—Y tampoco lo hace mi abuela cuando asigna los precios a sus flores —aseguró Ayulen —. "La calidad cuesta" dice sin parar.

La abuela de Ayulen, la señora Nikte Kuyentray, regentaba el vivero Zahra, el más hermoso y elogiado de todo Uspiam. Si alguien deseaba un jardín respetable, aquel era el lugar perfecto para empezar la búsqueda. Había de todo, desde flores ornamentales hasta árboles frutales.

—Las ipomeas eran las flores favoritas de mi padre.

—¿Eran? —preguntó Konrad —. ¿Cuáles son ahora?

—Ningunas —respondió Ayulen —. Está muerto.

Las mejillas de Konrad se enrojecieron, pero para su suerte la oscuridad de la noche lo ocultaba. ¿El padre de Ayulen había muerto? ¿Por qué no lo recordaba?

—Discúlpame, en serio. No sabía...

—Es curioso que no lo sepas. Fue noticia en Uspiam. Él y mi madre. Igualmente, no los recuerdo bien. Solo tengo unas cuantas fotos.

—¡Miren! —gritó Danielle Ferraz que estaba junto a la piscina —. ¡El Océano brilla!

Los dos chicos se giraron y atónitos presenciaron el agua. Una ola que estaba todavía lejana brillaba con intensidad y hermosura. Tenía pequeños destellos azules muy juntos, como luces navideñas. La voz se corrió rápido y en unos minutos toda la fiesta estaba en el jardín presenciando tal acto insólito.

Konrad dejó a Ayulen y se sumió entre la gente. Había aprendido a no confiar en bellezas naturales. Esa ola no podía ser más curiosa y, dado su parecido con el peculiar brillo de las hadas, no dudaba de que se tratara de algo fantástico. Como no sabía si era peligroso o no debía impedir que sus ansiosos compañeros entraran en el agua.

—¡Onur! —gritó Konrad —¿Han visto a Onur? —le preguntó a Wyatt y a Marycella luego de interrumpirles un beso.

—No, nene.

—¡Onur! —repitió, pero su voz se perdió entre la muchedumbre.

Chocó con Verónica y le regó encima otro vaso de ponche que recién había servido.

—¡Imbécil! —exclamó lanzándole el vaso vacío al pecho —. ¿Se te olvidaron los ojos en esa luz brillante del océano?

—¡Hay que encontrar a Onur! No podemos permitir que la gente entre en el océano. Esas luces son demasiado sospechosas.

—Déjalos que entren, y ojalá que ese brillo sean hambrientas pirañas que se los traguen y los dejen en los huesos.

—¿Estás algo ...

—¡No! —exclamó Verónica —. Estoy en mis cinco sentidos y...

Un vomito salió despedido y se coló entre los zapatos de Konrad y Veronica, quienes se alejaron y empujaron a unos tantos en su accionar.

—¡Verónica!

—Yo no fui...

—Perdón, nenes —dijo Marycella que se enderezaba limpiando el vómito de sus labios con las manos —. Mi estómago ha estado revuelto estos días.

—Por cosas como estas detesto las fiestas —gruñó Verónica

—¡Por las aguas de Uspiam! —exclamó Konrad y echó a andar a toda prisa retomando su misión de encontrar a Onur.

Pasó del jardín al interior de la casa y allí estaba su objetivo sobre el sofá, junto a Sídney. Ambos dormidos y ajenos a la realidad. Habían terminado de esa manera producto del cansancio del partido y la emoción de todo lo que siguió.

—¡Onur! —gritó Konrad sin que despertara.

Se dirigió a la cocina, tomó un vaso y lo lleno de agua que fue a dar a la cara de Onur. El chico despertó, soltó un grito y acabó por caer al suelo.

—¡¿Qué pasa?!

—Necesito que acabes con la fiesta ahora mismo —demandó Konrad mientras Sídney se incorporaba.

—¿Por qué? —preguntó Onur, poniéndose en pie.

¿Qué iba a decir? Algo creíble que se escuchara a la vez peligroso y no incluyera fantasía, poderes o magia.

—Hay algo en el océano. Vengan conmigo. Tienen que verlo —aseguró Konrad.

—Me siento... algo mal —jadeó Sídney —. Voy a ir al baño... Ya los alcanzo.

Onur y Konrad salieron al jardín, pasaron por entre sus compañeros y presenciaron el océano. La ola estaba a poco de alcanzar la orilla.

—¡No entren! —gritó Konrad abriendo sus brazos —. ¡Aléjense de la orilla!

—¡Cállate, Brunner! —exclamó Onur.

—No pueden entrar. Puede ser peligroso...

—¿Te refieres al brillo? —Konrad asintió y Onur estalló en carcajadas —. Ha sucedido todos los días a esta misma hora desde hace una semana.

—¿Estás seguro?

—Sí. Mis hermanos mellizos se escabullen en las noches para bañarse dentro de eso. Los observo desde la ventana. Es tan inofensivo como un colibrí.

—¿Sucedió algo malo? —preguntó April preocupada —. Después de escuchar tus gritos vine tan rápido como pude.

—Supuse que ese brillo podía ser peligroso, pero Onur dice que no.

—Las cosas bellas rara vez son peligrosas, Konrad.

—Pensamos muy distinto, April.

El brillo llegó a la orilla y los presentes aprovecharon para jugar con el agua, sacar fotos y entretenerse por un rato.

—Eso es demasiado extraño —susurró Konrad a los oídos de su amiga.

—Yo solo veo hermosura.

Quizá Konrad se había alertado demasiado y sin razón, ¿o quizá no? Podría sumarle al asunto el hecho de que la conversación con Ayulen se había tornado bastante incómoda y que había sido muy imprudente.

—¿Sabes algo de los padres de Ayulen?

—No es una historia muy linda... —respondió April.

—Ya sé que murieron. Lo que quiero saber es cómo.

—Te contaron mal la historia —dijo Tamiko que tomaba una foto al océano con una cámara profesional que sus padres usaban para tomar las imágenes del periódico Verum —. No murieron.

Konrad hizo una cara de confusión y April le dio la razón a Tamiko con la cabeza.

—La abandonaron —aseguró Onur —. Se fueron del pueblo y nunca volvieron.

—No puede ser... Ella me dijo que habían muerto.

—Te mintió —aseguró Tamiko, revisando las fotos que había tomado.

—O quizá se convenció de que habían muerto —agregó April —. Fue hace muchos año. La custodia de Ayulen la tomó su abuela.

—¿Por qué todos ustedes saben eso, menos yo?

—Porque también hay un mundo bastante interesante fuera de los libros —dijo April con una sonrisa.

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