Capítulo 12
La mañana del sábado estaba hermosa. La brisa oceánica llegaba suave y delicada y la temperatura no estaba ni tan fría ni tan caliente. April sabía que así eran las primaveras en otras ciudades y que aquellos días en Uspiam no eran muy comunes, predominaban, en cambio, los similares a los otoños suaves.
Tras el tronco de un framboyán, los chicos espiaban la casa de la familia Namir tratando de ocultarse de vistas ajenas, pero fracasando completamente en su intento. El tronco del hermoso árbol de follaje rojo era demasiado delgado y varias partes de su cuerpo se podían ver desde cualquier parte de la calle.
—Maldita mierda —refunfuñó Verónica —. Llevamos casi dos horas aquí parados y... ¡Quieto, Zeus! —exclamó cuando su perro intentó irse corriendo para asustar a un bello pájaro pequeño con un cuerpo muy redondeado y una pequeña cabeza con líneas negras y una tierna cresta —. ¡Copetones de mierda! Están por doquier y Zeus no puede aguantar sus ganas de perseguirlos para hacerlos volar.
—A mí me parecen hermosos. Una vez uno se estrelló contra mi ventana y lo sané...
—Hagan silencio las dos —ordenó Konrad —, y esconde a ese perro, Verónica, la idea es que nadie nos vea.
—Nunca he visto a un copetón —declaró una chica, dejando el escondite y pisando la calle para ir directo al pajarillo.
—¡Detente, Egea! —exclamó April, tomando a la sirena por la camiseta y devolviéndola tras del árbol.
—¡Onur está saliendo! —advirtió Konrad —. Ya sabes el plan, Verónica. Y recuerda mantenerlo alejado el mayor tiempo posible —agregó y empujó a su amiga y a su mascota a la mitad de la calle.
Onur Namir terminó de cerrar su puerta, pero todos descubrieron que no iba solo. Sostenía una correa que iba atada al cuello de una preciosa husky siberiana negra y plateada que saltaba de un lado a otro y que en lugar de ladrar aullaba emocionada por el inicio de su paseo diario.
—¿Onur tiene un perro? —preguntó April sin apartar la mirada —. ¿Por qué no lo sabíamos?
—No lo sé —respondió Konrad—, pero esperemos que no se pelee con Zeus o estamos perdidos.
—¡Conozco a ese animal! —exclamó Egea —. Lo vi hace muchos años a miles de kilómetros de aquí, muy al norte, en una zona helada. No entiendo como terminó acá.
—Los humanos adiestramos muchos perros para que vivieran con nosotros como mascotas —respondió Konrad.
Verónica había dado varios pasos y ver a la mascota de Onur la había puesto nerviosa. El plan era claro, alejar al chico de su casa para que sus amigos pudieran irrumpir en la playa de atrás, robar la lancha, examinar el brillo del agua e ir a buscar alguna prueba del monstruo, todo con la ayuda de Egea. Tomando aire e ignorando lo extraña que se veía con esa ropa prestada de April empezó a trotar como si estuviese paseando a su perro casualmente por Wanderlust en un día cualquiera.
Onur y su perra también salieron a la calle dejando la propiedad y ambos se vieron fijamente. Verónica levantó la mano en forma de saludo y él se dirigió hacia ella.
—¡Lazzari, que sorpresa! —gritó Onur.
—Hola, Onur. Veo que tienes un perro...
—Una perra, es hembra...
—Ya entiendo... Yo también tengo uno, se llama Zeus —dijo Verónica, alzando la correa y sintiéndose la persona más estúpida del mundo por tomar aquella actitud cordial y propia de April.
—Todos saben que tienes un terranova. Recuerdo que alguna vez lo vi orinar en un framboyán frente a mi casa.
—Sí —rio nerviosamente —. Mi bebe a veces es algo descontrolado.
—La mía también, Lazzari. No hay de que avergonzarse —dijo el chico, dándole una palmada en el hombro —. La semana pasada destruyó unas azaleas en Petram y la alcaldía mandó una factura a mi casa para que pagáramos por los daños.
Por alguna razón los chicos estaban tan centrados en su conversación, mirándose el uno al otro, que habían ignorado a sus mascotas. La husky sentía invadido su espacio por otro animal amenazante y no lo iba a permitir. Mostró sus filosos colmillos y adquirió una pose agresiva, en cambio, el terranova analizó curioso a su compañera de especie, muy inocente ante el peligro.
—¿Y por qué nunca te he visto paseando a tu perro, Lazzari?
—No me gusta llevarlo a los parques, hay demasiada gente y es incómodo, prefiero las calles de los barrios.
Un aullido se escuchó y ambos chicos entraron en alerta mirando hacia abajo y recordando que tenían mascotas. La husky estaba lista para atacar y se lanzó en un brinco. Verónica, para evitar que hiriera a su perro, movió la tierra bajo los cuatro bruscamente, desestabilizando a Onur y causando que cayera al suelo y que de un tirón a la cuerda se llevara a su mascota con él.
—Cuidado, Namir —dijo Verónica con una sonrisa e imitando la extraña costumbre del chico de llamar a todos por sus apellidos —. Veo que te falta equilibrio o ¿es que eres de tobillos frágiles?
Onur se puso en pie de un brinco y se alejó para evitar otro ataque de su mascota.
—Ninguno de los dos, Lazzari. Puedo jurar que el suelo bajo de mí se movió...
—Sí, sí, sí, échale la culpa a la naturaleza.
—¡Lo juro!
La conversación no estaba tan mal como Verónica había presupuestado. Ambos tenían ciertas cosas en común, sus mascotas y el fútbol, y eso les permitía tener mucho hilo de donde cortar para llevar conversaciones con matices interesantes.
—¿Cómo se llama tu perra? No me has dicho.
—Lena, su nombre es Lena.
—Interesante. Adiós Lena y Namir —dijo Verónica, intentando que Onur fuera tras ella para así por fin moverse del frente de la casa y dejar a sus amigos continuar con el plan.
—Espera un momento, Lazzari. Podemos pasear juntos si quieres —propuso el chico rascando su cabello —. Solamente... si quieres.
—Puede ser...
—Te puedo contar por qué le puse Lena a mi perra.
—¿Tienes una historia para ello?
—Todos le ponemos el nombre a nuestra mascota por una razón ¿no?
—Yo no.
—Supongo que eso es un no quiero pasear contigo, Onur —dijo él, hundiendo los hombros —. Después será, Lazzari...
—¡Claro que quiero escuchar por qué le pusiste Lena! —exclamó, recordando que debía ceñirse al plan —. Digo... ¿a quién no le gustaría escuchar la razón del nombre de la perra?
—¡Perfecto! —dijo él, alcanzándola en la calle.
Para felicidad de Verónica al fin avanzaban y ya estaban cerca de la esquina donde doblarían y dejarían el camino libre a sus amigos para entrar a la playa.
—¿Y? —preguntó al doblar en la esquina —. Se llama Lena porque...
—Un río de Siberia se llama igual y es el undécimo más largo del mundo. Los huskys siberianos son de allá, por supuesto...
—Claro... siempre pensé que "siberiano" se refería a que provenían del Amazonas —dijo Verónica y ambos rieron sutilmente.
—Son perros muy peculiares. Por eso elegí a Lena de esa raza. Aúllan en lugar de ladrar y su pelo se adapta a la temperatura, así que soportan la mayoría de climas.
—Los terranovas son muy buenos nadadores, por eso su pelaje abundante... Espera un momento...
—¿Estás bien, Lazzari? —preguntó Onur al ver que su compañera se detenía.
—Ni de broma. Parezco Konrad o inclusive April diciendo estas cosas. ¡Por las aguas de Uspiam! ¿Qué me pasa?
—¿Acaso Konrad y April son tan ocurrentes con tú?
—No les diría ocurrentes, más bien sabelotodos.
Los framboyanes desaparecieron después de un largo tiempo de caminata y se convirtieron en arces cuando entraron al barrio Coelum, después aparecieron muchos tipos de árboles en Brouillard y su variedad terminó al entrar en , donde todas las palmas de cera, altas como un sueño imposible y a la misma vez frágiles como el cristal, se podían ver sobre los coloridos techos de las casas.
—Mi mamá ama a tu perro —dijo Onur, continuando con el tema de las mascotas que ya habían exprimido por horas pero que parecía ser infinito —. Dice que no hay mascota más linda en Uspiam. Siempre que lo llevas a la veterinaria llega a casa hablando de sus cualidades.
—¿Quién puede resistirse a mi bebe? Es simplemente imposible — dijo Verónica, acariciando a Zeus —. ¿Es buena con tus hermanos?
—Es la mejor —respondió Onur rapidísimo —. Se lo debemos todo a ella. Luego de que decidieran separase con mi padre, él tomó otro rumbo, dejó el pueblo y se mudó a Magna...
—Me refería a Lena...
—¡Por las aguas de Uspiam! Lo lamento, Lazzari... Que idiota... Supuse que te referías a mi madre...
—Pero no importa, puedes hablarme de lo que quieras, Namir, tenemos todo el tiempo del mundo —dijo, convencida de que así era, ya que no había recibido ningún mensaje de April diciéndole que podía separarse de Onur.
—No es nada, simples bobadas de un niño que todavía desprecia a su padre por dejarlo y continuar su camino...
—Debe doler, supongo. Tener algo y perderlo de repente. Yo nunca tuve a mi padre, ni conocí al maldito y mi madre no dice mucho, por eso quizá no me haga falta ni me duela.
El muelle apareció frente a ellos sin que lo notaran y, andando sin ver ni esperando llegar allí, pisaron los tablones antiguos y ni siquiera el crujir de la madera pudo traerlos de vuelta a la realidad.
—Duele y de verdad. Mi padre ya tiene una nueva familia y es muy feliz. Sus redes sociales están llenas de fotos en muchas ciudades del mundo con su nueva y joven esposa que está más cerca de nuestra edad que de la suya.
—Es un maldito y no merece la preocupación de nadie aquí y mucho menos la tuya o la de tu madre. Si se fue sin mirar atrás probablemente estén mejor sin él. ¿Cómo lo tomaron los gemelos?
—Eran muy pequeños para procesarlo todo cuando sucedió. Mi madre nos compró a Lena para apaciguar su ausencia y fue una excelente decisión. Ayudó a mejorar el negocio. Una doctora veterinaria sin mascota no les parecía muy confiable a los habitantes del pueblo.
—Toda la vida he llevado a Zeus donde tu madre. Es buena en lo que hace.
—El muelle Eta —dijo Onur.
—¿Qué?
—Llegamos al muelle Eta. Eso significa que caminamos bastante, Lazzari.
—¡Es cierto! Pero la verdad no lo sentí como si hubiese sido tanto —aseguró Verónica, viendo el pasivo océano a su alrededor.
—Ni yo —agregó Onur, sonriendo.
—Y ahora que lo pienso, Lena estaba destinada a ser parte de tu familia...
—¿Por qué lo dices?
—¡Mírala! —ordenó Verónica, acuclillándose y tomando por la cara a la husky que ya se había acostumbrado a su presencia y a la de Zeus —. Tiene un montón de cabello negro y unos ojos azules que, si observas por mucho tiempo te intimidan, justo como tú.
—No sabía que tenía ojos intimidantes —resopló Onur.
—Los tienes. Todo tu físico es intimidante... Hasta que hablas profundamente y se nota que eres como un coco, fuerte por fuera y frágil por dentro, pero no te avergüences, yo lo noté hasta hoy.
—Estoy confundido. No sé si lo que me dijiste fue un cumplido o un insulto.
—Fue la completa verdad.
Onur percibió algo más adelante del muelle y se exaltó.
—¡Amarra a tu perro rápidamente! —le dijo a Verónica mientras amarraba a Lena a una de las barandas de madera del muelle.
Cuando estuvo listo, sin pedir permiso, tomó a Verónica de la mano y la haló hacia adelante a toda prisa.
—¿Qué haces? —preguntó ella entre jadeos.
—Desde hace unos meses algo sucede en el océano y creo que va a pasar ahora mismo —respondió sin detenerse.
—No me gusta que me tomen de la mano —refunfuñó Verónica, resistiéndose, pero sin lograr soltarse.
Onur se detuvo justo al fin del muelle y Verónica se sacudió para quedar libre y con una cara de enfado.
—¡Detesto que me toquen! ¡No lo vuelvas a hacer nunca ...
De repente, sintió como Onur la tomaba por el brazo y la empujaba directo al borde del muelle. Sus piernas no estaban preparadas para resistir y como una gelatina se deslizó y cayó al agua cristalina del océano. Su cuerpo se hundió y como pudo sacó su cabeza para respirar profundamente y ver que el chico ya no estaba en el muelle, había saltado también junto a ella.
—¡Imbécil! ¡Estúpido! ¡Idiota! ¡Pendejo! ¡Eres un ...
El agua que la rodeaba se movió sutilmente y ella bajó la mirada para descubrir que pasaba. Burbujas de muchos tamaños se esparcían por doquier y reventaban de forma peculiar, inmediatamente después, su cuerpo sintió como el agua se calentaba lentamente y sin ningún afán.
—Fantástico —dijo Onur.
—¿Qué es esta mierda? —preguntó ella cuando el burbujear era más intenso y de alguna forma relajante.
—No lo sé, pero a veces al agua de la playa frente a mi casa le sucede esto. Son como aguas termales momentáneas.
—¿Momentáneas?
—Sí, pueden durar minutos y de vez en cuando hasta horas.
—Debemos salir, Namir —aseguró Verónica, alzando sus brazos para tomar el borde del muelle —. Esto no es normal, algo raro le pasa al océano.
—No esperaba esa reacción de tu parte, pensé que te gustaba tomar riesgos y no le temías a nada.
—Yo también, hasta el verano pasado, y deberías evitar entrar en el agua cuando le pase esto —advirtió y se impulsó para subir al muelle —. Adiós, tengo flores más importantes que regar —agregó, antes de irse directo a donde Zeus para desamarrarlo y marcharse.
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