XXII: Golpéame.
Después de pasar un domingo complicado en el que se quedó en cama junto a un bote de helado viendo Scarface y las primeras tres películas de Star Wars, Emeraude madrugó el lunes a entrenar. Apenas entró al gimnasio se acercó a la clase de muay thai, donde se encontró a Trina Andrews entrenando junto a Jason.
Aquella era la chica que había perdido con Emeraude en su primer torneo aficionado de Artes Marciales Mixtas. Por lo que Jason había dicho estaba de visita desde Nashville y quería entrenar un poco con el equipo de Braulio.
—Mira quién llegó. La del cabello de marihuana. —Trina sonrió. Emeraude no estaba de humor para responderle, pero sí quería romperle la cara, así que entró a la jaula después de vendarse las manos y ponerse los guantes.
—Sparring, niña. Golpéame.
Los demás hombres del equipo se quedaron mirando el sparring entre el par de chicas, que se golpeaban como si de ello dependieran sus vidas. Después de un intercambio de codazos y rodillazos, la cantante logró hacer sangrar a la visitante de nuevo.
A pesar de que Emeraude estaba concentrada, su cuerpo aun guardaba vestigios de cansancio del fin de semana, así que empezó a perder el aire en cuestión de minutos. Era una fortuna que Trina no se hubiera dado cuenta de eso, pues ya le había dado suficiente castigo y también estaba cansada.
Antes de que pudiera hacer alguna otra cosa, Emeraude estaba tomando aire con muchísimo esfuerzo y no vio venir la serie de rodillazos al vientre que la tumbaron. Estaba tan mareada, que los demás tuvieron que detener la pelea para que Trina dejara de lanzar golpes, pues la cantante perdió el conocimiento de inmediato. Cuando despertó, escuchó a Braulio reprendiendo a su rival.
—Emeraude ya se había caído cuando le diste en el estómago. ¿Acaso no me escuchaste cuando dije que pararas?
—No escucho nada cuando voy a lo bestia. —Trina se cruzó de brazos y le dio la espalda al brasileño. Él la tomó del hombro con rudeza, obligándola a mirarlo de nuevo.
—¡A lo bestia mis bolas! ¡En mi gimnasio, cuando te ordeno que pares, LO HACES!
—Váyase al diablo. Fue mala idea de Jason el traerme aquí.
—Llévatelo contigo a Nashville si quieres. No voy a permitir que le hagas daño a uno de mis alumnos, y mucho menos si es Emeraude.
La cantante abrió los ojos y se encontró con Marshall sentado junto a ella en una de las camas de la enfermería.
—Buenos días, jovencita. Dormiste mucho menos de lo que todos creímos. —Emeraude se sentó en la cama. El estómago le dolía y quería vomitar. Al levantarse la camiseta, un pequeño recuerdo del pasado la invadió al ver un enorme moretón en su vientre, justo en una de las zonas que George masacraba sin piedad cuando ella se lo permitía.
—Ay, Marshall... esto no es nuevo para mí. —el médico le entregó una bolsa de hielo a la joven que se retorcía de dolor.
—¿Qué tanto te duele, linda?
—Como un rodillazo al vientre. No sé explicarlo —ella hizo una ligera arcada—. Dios, quiero vomitar.
—Tranquila, aquí hay una cubeta por si quieres hacerlo. También sabremos el origen del dolor apenas te haga un ultrasonido.
—¿Puedes hacerlo aquí?
—Claro que sí. Tenemos equipo básico en el gimnasio desde hace años, cuando le encontré cálculos vesiculares a Braulio. Creímos que era otra cosa y él siguió entrenando como si nada hasta que se cayó como un árbol. Eso lo asustó mucho así que ya somos precavidos. Ven, acuéstate en la camilla.
Emeraude obedeció. Mientras Marshall le ponía un gel helado en el vientre, ella cerró los ojos, esperando que no fuera algo grave.
Y en efecto, no lo era.
—Ems, ¿te parece bien si hago una pequeña prescripción para ti? Sólo un analgésico para reducir el dolor.
—Claro, lo que creas que esté bien.
—Bueno, voy a entregarte esto también —Marshall escribió algo en una hoja de papel, luego tomó otra cosa de la impresora y le entregó un sobre sellado a la cantante—, por acá sólo hay buenas noticias y eso me alegra mucho. No es nada grave, puedes irte a clase.
—Gracias, Marshall.
—Hazme un favor: apenas abras el sobre quiero que me cuentes si entiendes lo que dice. ¿Lo harás?
—Sí, señor.
—Bien, Ems. Esperaré tu respuesta. Nos veremos mañana, adiós.
Después del rápido ultrasonido, Braulio recibió a Emeraude en la entrada de la enfermería.
—¿Tudo bem, menina? —la joven sonrió.
—Tudo bem, cavalo. Obrigada. —el brasileño abrazó suavemente a su alumna para no lastimarla, pues tenía unos cuantos cortes pequeños en la cara que no dejaban de ser dolorosos.
—Es todo por hoy, pequeña. Ve y descansa, ya mandé a volar a la otra chica. —Emeraude se aferró con suavidad a la espalda de su entrenador mientras un leve mareo se le pasaba rápidamente.
—Gracias, Braulio. Iré a dormir un poco antes de clase.
Antes de irse, Emeraude se dirigió a la zona de hidratación, recogió sus cosas y las guardó en su mochila mientras Ernie la miraba fijamente, tumbado en el suelo.
—¿Todo bien, pequeña? —la cantante sonrió mientras asentía.
—Sí, Ernie. No hay ningún problema con mi estómago. —el británico se sentó en posición de loto y le sonrió a la cantante de vuelta.
—Eso me alegra. ¿Nos vemos mañana? —ella asintió de nuevo.
—Sí, claro.
Ya estando en su habitación y después de clase, Emeraude jugueteaba con el sobre sin querer abrirlo. Temía que aquel pedazo de papel dijera algo horrible, pero Marshall se había puesto de tan buen humor al ver el ultrasonido que eso la calmó un poco. Cuando lo leyó, respiró hondo y decidió aceptar lo que el médico había escrito, así que lo guardó bajo su almohada y se fue a clase.
Durante todo el día Emeraude estuvo pensativa. Lo que decía el contenido del sobre indicaba que en efecto estaba sana, pero no dejaba de inquietarle. Laetitia no fue ajena a ese comportamiento, y al salir de clase para visitar a Arne no pudo quedarse callada.
—Ems, hoy has estado un poco más muda que un muerto sin lápida. ¿Qué te pasa? —la cantante sacudió la cabeza.
—Nada, Lety. Sólo estoy cansada. —Laetitia se cruzó de brazos y levantó una ceja, incrédula.
—He visto esa cara antes. La última vez que la vi tratabas de ocultarme que George te golpeaba. Emeraude Blanchard, ¿algo para decir?
—Relájate. Sólo necesito dormir un poco.
—Es por Sam, ¿verdad?
—Sí.
—Vaya, normalmente me toma más tiempo sacarte la verdad —la joven tomó su celular y envió un mensaje rápido a Sylvain—. En serio, estás muy rara.
—Estoy bien, no te preocupes.
—Vale. Hay pizza donde Arne, vamos antes de que los chicos se la coman toda.
—Voy a parar en la farmacia, necesito comprar analgésicos.
—Lo que digas. Yo no esperaré a que se acabe la napolitana.
Después de parar en la farmacia Emeraude llegó a casa de Arne, y luego de media pizza se encerró en el baño por lo que parecieron horas. Al cabo de un rato, Laetitia se acercó al baño y tocó la puerta.
—¿Ems, estás bien? —la joven salió del baño después de secarse las lágrimas.
—Sí, Lety. No te preocupes. —ella trató de escapar de Laetitia, pero su amiga la tomó del brazo, impidiéndoselo.
—Estuviste llorando. No me engañas. Probablemente a los otros sí, pero te conozco mejor que a mí misma, así que no puedes mentirme. Ems, por favor... si Sam te hizo daño el sábado necesito que lo digas. Iré a clavarle mis tacones en la frente si debo. —Emeraude negó con la cabeza.
—Él no me hizo nada. Yo soy la única responsable por todo esto.
Laetitia acarició la castigada mejilla de Emeraude. Le dolía verla triste de nuevo, y peor aun era verla así por un hombre.
—Ems, no quiero que te pongas como cuando estabas con George. Ni siquiera Sam merece que llores por él, por favor... —la cantante sonrió débilmente.
—Tranquilízate, Lety. Vamos a comer más pizza. —unos cuantos pedazos de napolitana después Laetitia ya no era la única que se había dado cuenta de que la pequeña del grupo estaba alterada, por más que insistiera en lo contrario. Lyle ya lo sabía, y se la llevó a la cocina para conversar con ella.
—Emi, no te voy a preguntar qué tienes. Debes haberlo oído mucho hoy. Pero necesito que me digas si hay algún problema. Estás rarita. —Emeraude se encogió de hombros.
—No tengo ningún problema, pero debo decirte algo, y sé que no le dirás a nadie antes de que yo lo diga ni armarás escándalo por eso, entonces... —la chica susurró al oído del bajista lo que había leído en el sobre que Marshall había escrito, y Lyle se limitó a sonreír de manera cómplice y discreta.
—¿Estás segura de eso, Emi? —ella asintió.
—Sí. Eso decía en el papel.
—Sal del edificio. Es algo grande.
—Lo es.
—Me alegra saber esta noticia antes que los demás —Lyle abrazó a su amiga—. Aunque no lo creas, soy feliz por ti.
—Creo que vas a ser el único. Yo aun no sé cómo sentirme. He estado pensando tanto en eso que me duele la cabeza.
—Oye, pero al menos estás bien.
—Ahora entiendo por qué Marshall reaccionó así con el ultrasonido.
—Tienes que contárselo al resto, todo el día estuvieron preguntándole a Lety por ti.
—Claro que sí. Estaba preparando algo aquí, pero ya les explicaré.
Emeraude y Lyle volvieron a la sala donde todos seguían comiendo pizza. No tenían la más mínima sospecha de que les caería una bomba de hidrógeno emocional en los próximos cinco minutos.
—Oigan, gente... Emi quiere contarnos algo. —la cantante sacó unas pequeñas cajas rectangulares y le entregó una a cada integrante de la banda, una para Sylvain, otra a Laetitia, y dejó una para ella.
—No es un regalo, pero quiero que sepan algo muy importante. Ábranlas, por favor.
Cuando todos destaparon lo que habían recibido, se quedaron sin habla: era una pequeña vara plástica con una tapa en la punta, y en la pequeña abertura de la mitad, dos rayas azules brillaban como un enorme aviso de neón. El grupo miró a Emeraude fijamente sin poder creer lo que veían. Finalmente, el único que decidió hablar fue Sylvain, y dijo exactamente lo que todos estaban pensando.
—¡Perra, esto no puede ser en serio!
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