XVIII: De la plaza de Trafalgar y otras bondades ocultas.

Septiembre, después de octubre, era el favorito de Emeraude, pues era su mes de cumpleaños. Ese año ella estaba particularmente feliz. En los últimos meses le habían sucedido cosas divertidas, y el día que despertó de veinte Laetitia la sorprendió en la mañana con un enorme retrato suyo al óleo, que logró ocultar por mucho tiempo con altísima pericia.

—¿Qué clase de cosa me acabas de regalar? ¡Voy a parecer una jefa de la mafia si cuelgo una pintura así aquí!

—Te iba a regalar la ropa de tu primera cita con Sam, pero esto es más divertido. ¡Feliz cumpleaños, anciana!

—Gracias, Lety —replicó la cantante luego de abrazar a su amiga—. Es hermosa.

—¿Eso que tienes en la frente es una cana?

—Necesitas ajustar tus anteojos, niña. ¡En mis tiempos no se irrespetaba a los mayores!

—Soy mayor que tú, Ems.

—Aun así, nos seguimos llamando "ancianas" cada vez que cumplimos años.

—Es tradición, ¿no?

—Claro que sí.

Después de un corto desayuno especial de waffles con un poco de helado y una diminuta vela de cumpleaños, las chicas pasaron la mañana entre mallas de serigrafía y emulsiones de estampado. En la hora de almuerzo, en lugar de comer en la cafetería del campus, fueron a "The Stockpile", pues Laetitia había preparado algo especial allí con ayuda de Ernie y Gretchen.

Carne asada a la parrilla, patatas al estilo argentino y una copa de vino tinto fueron el almuerzo de celebración de Emeraude junto a sus compañeros de banda y sus amigos. Sylvain estaba particularmente emocionado, pues era la primera vez que se metía a cocinar junto con su madre, y quería que todo saliera perfecto.

—¿Qué tal está de sal, preciosa?

—Perfecto, Syl. Dame un poco de pimienta, por favor...

—Ten —el muchacho le entregó el pimentero a Emeraude—, pon toda la que quieras.

—¿Qué preparaste para Lyle, diva? —preguntó Laetitia mientras se llevaba a la boca un trozo de carne medio cruda y miraba al bajista de reojo.

—Yo solamente hice la carne. Mamá se encargó de los pedidos de los microllorones.

—Ya dije que la carne me da náuseas y por eso soy vegano. —replicó un enfurruñado Lyle.

—Esa excusa es más tonta que Jessica Simpson. —al decir eso, Sylvain miró a Emeraude. Los dos compartieron una sonrisa burlona.

—Tu madre. —dijo Lyle.

—Lo sé, ella me adora. Salúdame a la tuya.

Lyle chocó su puño con el de Sylvain y sonrió. El bartender fue a la cocina por más platos de comida.

Un par de golpes en la puerta del bar sobresaltaron a Gretchen, que se levantó a abrir. En la entrada se encontraba Aura, que la saludó amistosamente.

—¿Cómo está la Harley Quinn más sensual de Copper Grace? —las dos mujeres se abrazaron.

—Bastante bien, Flama. ¿Qué te trae a mi humilde negocio? —la pelirroja tendió una pequeña bolsa de tela frente a Gretchen.

—Toma un papel y dime lo que dice, por favor. —la mujer obedeció.

—Libélula. ¿Qué es esto, linda? —Aura anotó algo en una pequeña libreta.

—Ya te lo diré —respondió la chica jugando con su bolígrafo—. ¿Puedo entrar? —Gretchen se quitó del camino para dejar que la chica revoloteara entre las mesas del bar. Ella pasó por cada puesto repitiendo aquello, y una vez terminó, se dispuso a explicar lo que significaba.

—Primero que todo, Ems... feliz cumpleaños. Disculpa que me hayan invitado y no pueda quedarme por mucho rato, pero es por una muy buena causa —Emeraude respondió con una sonrisa—. Segundo, a cada uno le correspondió un animal, y sé que estamos en septiembre, pero quiero que esto también salga perfecto. La mascarada de Halloween organizada por la Facultad de Diseño de la uni se hará en este bar, a menos que el señor Spencer o su esposa se opongan. —casi al unísono, Ernie y Gretchen levantaron el pulgar en signo de aprobación—. Perfecto. La temática será de zoológico, yo traeré las decoraciones, conseguiré un equipo para que haga sus trajes y ustedes harán lo suyo. ¿Les parece bien? —sin darles tiempo de negarse o aceptar, Aura se despidió con la mano y se acercó a la puerta del bar. Lyle la alcanzó antes de salir y le cerró el paso.

—Hola, nena.

—Guarda las garras, Logan —la pelirroja lo apartó poniendo la mano sobre el hombro del bajista—. Hoy tampoco vas a tener suerte.

—Me hiciste dormir en ropa interior a los pies de tu cama el día de la fiesta, Aura —Lyle pestañeó con lentitud—. No hago eso por cualquiera.

—No habría sido divertido si lo hicieras por todas, querido —la joven guiñó el ojo—. Pero me entretuve viéndote bailar como los de Full Monty. Lo mejor fue no haber gastado un solo billete para que te quitaras la ropa.

—Oye, yo...

—Cálmate y deja el drama. Todavía no has cobrado el café que te prometí por salvar mi fiesta, estás a tiempo antes de que cambie de opinión. Muévete, por favor...

Aura salió del bar y dio unos cuantos pasos en dirección a la calle.

—¡Flama! —al oír la voz de Lyle, la pelirroja se giró—. ¿Qué tal el sábado en la tarde? —la chica tecleó un par de cosas en su celular y se volvió hacia el bajista con una sonrisa discreta.

—A las tres en el Mokchai de la Avenida Platinum. Si llegas un minuto tarde, no volverás a verme en ese tipo de plan.

Tal vez era el cumpleaños de Emeraude, pero no por eso dejaría de trabajar ese día. La visita de Aura en la tarde la había entusiasmado, y esperaba con ansias que llegara Halloween, pues tenía un montón de planes por realizar.

—Cariño, ven acá —Sylvain se acercó a Emeraude en medio de un corto descanso antes de subirse al escenario—. Tengo que mostrarte una de las joyas de la Corona. Es maquilladora de efectos especiales y me acaba de contar un par de ideas geniales para la "Zoo Keeper's Masquerade". Ven, a Lety y a ti les conviene hablar con ella.

Emeraude se bajó del escenario y se acercó a la barra, donde el muchacho le señaló a una chica con el cabello peinado en un negrísimo rodete alto, un maquillaje impecable en tonos pasteles, pantalón negro, camisa azul de manga corta, stilettos de charol y unos suspensorios blancos que le daban un toque muy vintage a su apariencia.

—Galletita —prosiguió Sylvain—, te presento a esta hermosa y talentosa mujer. —la cantante le tendió la mano con una sonrisa.

—Es un gusto conocerte. Soy Emeraude Blanchard. —la joven atendió el saludo con delicadeza.

—Clementine Carragher —respondió con un marcado acento británico—. A tu servicio.

Luego de un rato, Laetitia se unió a la conversación que Emeraude y Sylvain habían entablado con Clementine, y la situación se había tornado divertida. La chica británica era inteligente, sofisticada, muy dulce y bastante talentosa, así que cayó bien en el pequeño grupo de divas. Luego de una ronda de martinis de manzana, Clementine resolvió ir afuera para tomar un poco de aire, pero su plan se vio frustrado al ver una pareja entrando al bar.

—Oh, pelotas de cerdo. —la incomodidad de la chica fue tan obvia, que Sylvain decidió averiguar.

—¿Cariño, pasa algo? —Clementine asintió y señaló a la pareja con disimulo.

—Es el exnovio que te mencioné hace un rato. Esa es la mujer con la que me engañó.

—Ay, querida... esa mujer tiene cara de ser una profesional en probar cada falo heterosexual en los Estados Unidos de América y Bolivia. Desde la Primera Guerra Mundial. —replicó Sylvain venenosamente.

—Él está haciendo pasar a su amante como la novia oficial. Su buen juicio y gusto definitivamente empezaron y terminaron conmigo.

—Me dijiste que era ingeniero mecánico, pero parece más un arqueólogo que colecciona reliquias del Lago Titicaca. —la británica rió con suavidad.

—Eres gracioso. Nunca había oído insultos tan creativos.

—Pues prepárate para un brote de creatividad, porque al parecer esa mujer no sabe que las Cheetah Girls ya pasaron de moda —Sylvain se llevó las manos a las caderas—. ¿Quién usa enterizos de estampado de tigre con una chaqueta neón en esta época?

—Tal vez en Perú siguen de moda —Clementine suspiró—. No debí hacer check-in en el bar, a veces olvido que Fletcher me acecha en Facebook.

—No te despeines, dulzura. Nada de lo que pasó fue culpa tuya. Si está con esa mujer y la trae aquí, es obvio que no tiene una sola gota de vergüenza en el cuerpo. ¿Cuánto tiempo estuviste con él?

—Cinco años. Pero decidió aceptar un trabajo temporal en Nicaragua y ya sabes el resto.

—¿Nicaragua? ¿Eso es un país?

—Claro que lo es.

Clementine le dio un sorbo a su copa y trató de no alterarse al ver que su exnovio se sentaba a un par de metros junto con su pareja de turno. Se vio obligada a mantener la compostura mientras la mujer pasaba caminando varias veces cerca de ella, como si tratara de provocarla de alguna manera. Luego de un rato, la británica se dio la vuelta y miró a la mujer a los ojos.

—¿Necesitas algo?

—¿Perdón?

—Llevas mucho tiempo rondándome, Bertha —la joven puso las manos sobre su regazo con delicadeza—. Nadie lo hace porque sí. Y dudo que quieras invitarme a un trago.

—Sólo estoy mirando. Ni siquiera sé quién eres.

—Por favor, no seas tan hipócrita —Clementine rió burlonamente—. Es imposible que no supieras quién soy, mis publicaciones en el Facebook de Fletcher cuando estábamos juntos eran demasiado obvias.

A propósito del exnovio, él estaba a metros de distancia, observando la escena fijamente sin mover un dedo. Sylvain se acercó al par de mujeres para cuidar la espalda de Clementine.

—¿Te están molestando, cariño? —preguntó el bartender.

—Todo está bien, Sylvain —replicó la británica—. Es una charla amistosa.

—Sí, Sylvain —habló Bertha—. No te metas donde no te llaman.

—No se meta usted en mi lugar de trabajo, señora —respondió el muchacho—. Aun podemos reservarnos el derecho de admisión a personas como usted.

Clementine dejó la copa sobre la barra y puso su mano en el brazo de Sylvain.

—Deja eso, Syl. No esperes nada más, incluso podría mover mi mano en círculos frente a ella y hacer que diga "estos no son los droides que buscamos", pero no hace falta.

—No lo entiendo. —respondió Bertha, cruzándose de brazos.

—No se supone que lo haga, señora —se adelantó el bartender—. Se le pasó la hora de tomar sus pastillas de calcio. Ya tiene suficiente con llevarse al tipo, ¿qué busca?

—Quiero pasar un buen rato, pero no creo encontrarlo aquí. Esto parece un lugar donde dejan desechos británicos, nada más decente que eso.

—Señora, no creo que a mi jefe le guste oír tal cosa. También es británico.

—Debí imaginarlo, esto se ve muy lamentable. Voy a decirle a MI hombre que vayamos a otro lugar, opino que...

—Solamente eres un agujero glorioso que fue promovido al puesto de novia —Clementine no lo soportó más y decidió responder con estilo—. No tienes opinión propia desde que no hayas aprendido a respetar a los hombres comprometidos. Y déjame darte un consejo amigable: una vez te conviertes en la novia, el puesto de la amante queda disponible. Si es que una muñeca inflable de Macchu Picchu puede considerarse como novia. Discúlpame, voy a tomar un poco de aire.

La británica se apartó y se dirigió a la puerta del bar. Antes de lograr salir, sintió un cúmulo de uñas clavándose en su cráneo y cuello. Bertha, enfurecida, decidió atacar agarrándola del cabello, con lo que se formó un increíble alboroto. La gente comenzó a gritar, y antes de que cualquiera pudiera intervenir, la ordinaria mujer fue víctima de una estrangulación de anaconda perfectamente ejecutada por Clementine, para luego hacer una rápida transición a una barra de brazo que terminó en una dolorosa fractura.

—¡Por Dios, Clementine! ¿Estás bien? —Emeraude se acercó para auxiliar a la muchacha.

—Estoy bien, Ems —la británica se levantó del suelo y se sacudió la ropa—. Mis gatos me han hecho heridas peores. Gracias por preocuparte.

—Oye, lo que acabas de hacer necesita mucho entrenamiento —la cantante le dio una botella de agua a Clementine—. ¿Haces jiu jitsu brasileño?

—Un poco. Tal vez.

—¿Qué cinta tienes? Fue una transición hermosa.

—Eh... cinta negra. Tercer dan.

—Vaya —expresó Emeraude sorprendida—. No lo habría imaginado de alguien como tú.

—Soy toda una caja de sorpresas, señorita Blanchard.

—¿Haces algo de striking, o sólo JJB?

—Alguna vez tomé una clase de Krav Maga, pero no fue nada serio.

—¿Te interesa aprender algo de karate? Seríamos compañeras de entrenamiento.

—Tal vez —Clementine le dio un sorbo a la botella—. ¿Qué estilo?

Shotokan. El brasileño de la entrada es el sensei.

—Me gusta la idea. Hablaré con él.

Después de tranquilizarse, la muchacha salió del lugar y se sentó en el banco de piedra de la entrada. Fletcher la abordó unos instantes después.

—Le rompiste el brazo a Bertha. ¿Estás feliz ahora?

—Sólo me defendí, Fletcher —Clementine se cruzó de brazos—. Debiste avisarle que era capaz de hacer esas cosas.

—Esto no se va a quedar así.

—Claro que no, señor Vanderbilt. Se va a inflamar, dile a tu juguetito que va a necesitar cirugía.

—Eres una bruja.

—Te dije que era la novia perfecta. Me convertí en la exnovia más insoportable, ahora te aguantas. Y deja de acecharme en Facebook, no deberías estar pendiente de la plaza de Trafalgar y otras bondades ocultas si se supone que estás tan entretenido en la Isla de Pascua.

—Piensas que eres perfecta, ¿verdad?

—Voy a parafrasear algo que leí en Wattpad —Clementine respiró hondo y se levantó del banco de piedra—: no pretendo ser perfecta, será suficiente para mí con ser mejor persona que tú.

Un par de enfermeros entraron al bar y salieron llevando a Bertha en una camilla con rapidez. Sin mirar atrás, Fletcher se fue junto con la mujer en la ambulancia, dándole una pequeña satisfacción a Clementine, que se animó a tomar un par de cocteles más junto a sus recién adquiridos amigos.

En la noche de cumpleaños más feliz de su vida, Emeraude fue sorprendida por sus compañeros con un pastel de chocolate enorme, mientras todos a su alrededor cantaban "Feliz Cumpleaños". Era un delicioso remate para aquel divertido y loco día, pero la sorpresa más dulce apareció junto a la puerta de su habitación en el campus: una caja de dulces y una pequeña tarjeta roja marcada con la inconfundible letra de Sam.

"Siento que mi regalo para ti sea tan pequeño, pero no sabía que era hoy hasta que Flama me lo dijo. Me atrapaste con la guardia baja. Feliz cumpleaños, Ems. — Sammy"

La cantante tuvo que ahogar un grito de emoción. El chico de rojo se había tomado el trabajo de regalarle algo de cumpleaños y eso le alegraba mucho, pues nunca se lo imaginó. Ya era suficiente con que él le hubiera hablado de ella a Aura antes, y uno que otro regalo inesperado le parecía magnífico.

Después de tantas cosas geniales que habían sucedido ese día, Emeraude se fue a la cama con una sonrisa.

—Feliz cumpleaños a mí... ¡feliz cumpleaños a mí!    

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