X: Una historia sucia.
En la mañana del viernes, Emeraude había tenido tiempo de entrenar y asistir a la primera clase del día antes de regresar a su habitación. Cuando lo hizo, sirvió una taza de café y se sentó en uno de los sillones mientras miraba fijamente su cama. Sammy Arden estaba ahí, durmiendo, sin nada más que una sábana lila cubriéndole el trasero, dándole a su cita una magnífica vista llena de tinta en la espalda y los brazos. Estaba más tatuado de lo que parecía cuando usaba ropa, y Emeraude estaba fascinada.
"Tomaste la mejor decisión de tu vida, Emeraude Blanchard. Ahora él sigue ahí, probablemente se levantará con resaca, y tendrás que hacerlo sentir mejor cuando despierte". El mensaje que Laetitia le envió al celular había sido leído cientos de veces, y a pesar de que Emeraude creía haber hecho una buena elección, no estaba convencida de eso al cien por ciento. Después de todo, había decidido algo que se prometió nunca hacer.
Laetitia, con todo y su resfriado, salió de la habitación en medio de la noche cuando Emeraude y Sam llegaron, rompiendo al menos cinco reglas impuestas en el edificio de dormitorios por una buena causa. Luego se fue a la habitación de Lyle a pasar la noche y dejó que ellos hicieran lo que quisieran. Pero no tardó en llamar a su amiga para pedirle detalles al día siguiente, así que antes de ir a entrenar, Emeraude tuvo que contestarle una videollamada a Laetitia en el baño para que Sam no la escuchara hablar.
—Emeraude Blanchard, habla ya. Dime que salí de MI habitación para que te sucediera algo bueno.
—De hecho, sí —la cantante asintió—. Sammy aun está durmiendo. Si las paredes pudieran hablar...
—¿Lo hicieron?
—Dos veces.
El grito ensordecedor de Laetitia despertó a Lyle, que rugió un par de groserías antes de volver a dormir.
—¡Seis de la mañana, Laetitia! —Emeraude pudo ver un cojín dirigido a su amiga viajando por el aire.
—¡Ems, eso es genial!
—Pues sí. Fue genial. Y es oficialmente el mejor sexo borracho que he tenido en mi vida.
—Estoy feliz por ti. Necesitabas algo así desde hace mucho tiempo.
—Sí. Lo necesitaba...
Emeraude no pudo ocultar su preocupación de Laetitia, quien de inmediato notó que algo extraño sucedía con su amiga.
—Jovencita, algo te pasa. Deberías estar bailando samba y no te veo tan bien.
—Debería, lo sé. Pero no estoy feliz del todo. Es algo complicado.
—Dímelo.
—¿Podemos hablar de eso después? Debo ir a entrenar, y si llegara tarde Braulio sería capaz de hacerme correr una maratón. —Laetitia suspiró, rindiéndose.
—Ah, está bien. Ya no me siento tan mal entonces podré ir a clase ahora. ¿Dejarás a Sam durmiendo allá?
—No quiero despertarlo. Necesita recuperar mucho sueño perdido.
—¡Loca pervertida!
—No hablo de eso, Lety. ¿Nos vemos ahora?
—Vale. Te veo en clase.
Cuando Emeraude entró al gimnasio, Ernie y Braulio la esperaban en la zona de hidratación. Y no pudo evitar que ellos preguntaran alguna cosa acerca de la noche anterior. El británico estaba particularmente curioso ese día, y no lo disimuló.
—Buenos días, pequeña. Dime que no dormiste anoche. —Emeraude se sonrojó mientras su entrenador y su jefe la miraban, esperando una respuesta.
—Apenas pude cerrar los ojos. Todo salió bastante bien. —Ernie suspiró y le tendió la mano a Braulio.
—Paga, caballo. —el brasileño miró a Emeraude, sacó un billete de diez dólares y lo puso en la mano de Ernie.
—Fue una apuesta inofensiva, pequeña. No nos prestes atención con eso. Ve a calentar. —la joven asintió, y sin decir una palabra salió a darle unas cuantas vueltas a la manzana.
Durante la clase de muay thai, Emeraude estuvo muy distraída. Tanto así que Zachary, uno de sus compañeros de entrenamiento, le dio un codazo en la cara que la hizo sangrar, y no estuvo consciente de eso hasta que Braulio se lo dijo.
—Blanchard, corte en la ceja. Ve donde Marshall, no puedes seguir entrenando así. Levine, acompáñala. —ella obedeció y fue a la enfermería escoltada por Zachary, quien se disculpó millones de veces.
—Emeraude, de verdad lo siento, ¡no quise hacerlo! —la cantante sacudió la cabeza.
—No te preocupes, Zack. Estábamos entrenando, algo así podía suceder.
—Pero, es que eres una chica, y no puedo golpear a las chicas. No está bien.
—No te sientas así. Yo decidí dejarme golpear, no es tu culpa. De verdad, no te preocupes.
—Dame un codazo. —Emeraude lo miró desconcertada.
—¿Qué?
—Golpéame. Por favor. —Zachary juntó las manos a manera de ruego. Su compañera de entrenamiento movió la cabeza en negación.
—Estás loco. Lo siento, no lo haré porque sí.
—¿Tal vez otro día?
—Está bien. Otro día.
—No me defenderé, para que me rompas la cara a tu gusto.
—Gracias, Zack.
Diez minutos después, Marshall estaba poniendo cinco puntos de sutura en la ceja de Emeraude.
—Seis días con esto. Nada de contacto, y mucho hielo.
—Está bien. —el médico le entregó un pequeño frasco a su paciente.
—Tómate estas pastillas. Te calmarán el dolor.
—Gracias.
—Ve a descansar, es todo por hoy.
Emeraude obedeció, y cuando llegó a la habitación le echó una mirada a Sam, que aun dormía como un bebé. Él no se movió de ahí, ni siquiera después de que Emeraude conversara con Laetitia en plena clase y regresara sola al edificio de dormitorios.
Ahí estaba ella después del mediodía, bebiendo café en el sillón mientras veía dormir a su tatuado revolcón de una noche y leía el mensaje de Laetitia sin terminar de creer lo que decía. Emeraude no se sentía del todo bien acerca de lo que había hecho, pero tampoco tenía razones para convertir eso en una tragedia. Después de todo, los dos habían acordado divertirse y nada más.
Emeraude, habiendo decidido no ir a clase por el resto del día, tuvo tiempo de limpiar un poco su habitación antes de que Sam despertara con el dolor de cabeza más fuerte que alguna vez había sentido. Una taza de café humeante y una rosquilla con queso crema le dieron las buenas tardes, pues despertó antes de la una.
—Buenas tardes, Sammy. ¿Cómo te va con esa resaca?
Sam se volteó en la cama, sin preocuparse por el hecho de estar completamente desnudo. Pero bueno, a ella no le molestaba.
—Oye... hola. —le dolían los ojos, pero los abrió lo suficiente como para darse cuenta de la hinchazón y los puntos en la ceja de Emeraude cuando ella se sentó en la cama junto a él.
—¿Qué demonios tienes en la ceja? —el chico trató de tocar, pero ella le apartó la mano con suavidad.
—Fue un golpe de entrenamiento, nada grave. —Emeraude se sentó junto a Sam en posición de loto mientras él se enrollaba en la sábana.
—¿Qué hora es?
—Casi la una.
—Oh. Ya me perdí dos clases hoy.
—Te perdiste las clases de toda la semana.
—Sólo las de la mañana.
—Sammy, creo que hay algo importante que debemos discutir.
—¿Quieres hacer eso ahora?
—Sí. Son cosas que ambos necesitamos saber.
Sam se acostó boca abajo y Emeraude pasó saliva. Para ella era imposible concentrarse en lo que quería decir si tenía junto a ella una perfecta escultura de piel blanca e infinidad de lunares salpicándole el cuerpo y abriéndose paso entre los grandes tatuajes.
—Sammy.
—¿Sí?
—Ponte algo encima, por favor.
—Oh, claro. Lo siento.
Emeraude metió la mano debajo de la cama y sacó los bóxers de Sam. Luego se los entregó para que se los pusiera.
—Listo. Ya no te distraigo.
—Bien, Sammy... anoche me dijiste cosas muy interesantes.
—Creo que recuerdo algo.
—Tal vez. Estabas bien ebrio.
—Lo siento. Dime que no te vomité la blusa.
—No, para nada. No hay vómito involucrado.
—Vale. ¿Qué cosas te dije?
—Supongo que recuerdas lo de "quiero divertirme y no puedo darte más que eso porque estoy en una etapa horrible de mi vida". —Emeraude hizo las comillas al aire con los dedos mientras hablaba.
—Luego salimos del camerino y te sentaste junto a mí en el parqueadero para seguir bebiendo.
—¿Nos detendremos ahí, te parece?
—¿Qué pasa con eso?
—Sammy —la cantante suspiró—, sé que no lo haces todo el tiempo, pero que hayas decidido ponerte ebrio para olvidar tus malos ratos no es saludable.
—¿Sugieres algo?
—Habla conmigo. Si no volveremos a salir, al menos merezco saber por qué decidiste beber tanto en nuestra cita. ¿Qué tan grandes son tus problemas?
Sam se levantó de la cama, buscó su pantalón y se lo puso. La cantante tenía razón. Lo mínimo que él podía hacer era explicarle lo que pasaba por su cabeza, tenía que justificar qué tan mal estaba como para haberle pedido a Emeraude, una completa extraña, que lo entretuviera.
—¿Has visto mi camiseta? —ella asintió.
—Te la quitaste en el bar, dijiste que hacía mucho calor. La buscaré hoy y te la entregaré el martes. —Sam suspiró extrañado y se tiró de nuevo en la cama. No recordaba haber hecho eso.
—Emeraude, tal vez anoche te hablé de mi padre.
—Sí. Me dijiste que es abogado y detesta que no sigas sus pasos. Quise saber algo más y empezaste a besarme para que no hiciera preguntas.
—Lo siento.
—Descuida. Fue bueno que me callaras así.
—Lo que sucede es que le molestan mis decisiones. Van en una dirección completamente opuesta a las suyas. Y no ayuda el hecho de que mamá me apoye.
—Es comprensible. Una profesión tan tradicional suele ser muy restrictiva.
La taza de café que Emeraude había preparado para Sam se estaba empezando a enfriar, así que él se la bebió rápidamente. Se comió la rosquilla antes de seguir hablando.
—Mamá adora tatuar, papá está embebido en su firma de abogados, y yo sigo mis sueños. —Emeraude detectó un pequeñísimo brillo en los ojos de Sam cuando mencionó su carrera.
—Se nota que adoras lo que estudias. —él sonrió.
—Siempre quise hacer algo así. Desde niño me entretenían los videojuegos.
—Pero no querías quedarte frente a la pantalla nada más.
—Exacto. Siempre me pregunté qué pasaba debajo de las gráficas geniales y los títulos espectaculares.
—Tu padre no entiende eso.
—Es difícil hacérselo entender. Se está convirtiendo en un asunto muy agotador. Es algo que respiro y vivo, no puedo alejarme así como así.
—Lo mismo me sucede a mí con la música. El día que no pueda cantar o tocar un instrumento... creo que moriré.
Sam imitó la posición de Emeraude al sentarse frente a ella en la cama. Los dos tenían un semblante sombrío, algo irónico, sabiendo que doce horas antes habían estado ahí, en ese mismo sitio, haciendo cosas innombrables.
—Sammy, ¿qué haremos con todo esto? Digo, sé lo que quieres tú, pero...
—No quieres lo mismo —completó el chico tatuado—. No piensas decirlo, pero crees que soy un bastardo egoísta.
—No lo eres. Yo estuve de acuerdo con lo que propusiste y creo que deberíamos seguir en esa tónica. Poner tu cabeza y tus proyectos en orden es importante. Pero me preocupa que un día vuelvas a beber demasiado y te suceda algo.
—¿Estás segura de que eso es lo que te preocupa? —la cantante asintió.
—Completamente.
—Te creeré. Así como tú me escuchaste y comprendiste todo.
Emeraude tomó la mano de Sam, y los dos se miraron a los ojos. Ella sabía que él debía irse, pero no quería que fuera tan pronto. Su tacto iba a extrañar la suave piel llena de lunares y tatuajes, sus ojos echarían de menos aquella sonrisa, sus oídos iban a necesitar el sonido de su voz, su nariz buscaría sin éxito aquel indescifrable olor, y su boca nunca más probaría aquella lengua inquieta que el tequila hizo enloquecer.
—Sammy, de verdad espero que tus problemas se resuelvan. De todo corazón deseo que seas feliz.
—Ems, no seas tan tétrica. No es como si fuéramos a dejar de vernos por ahí. No te vas a morir, ni yo.
—Lo sé. Pero nos quedaremos con un recuerdo de lo de anoche y nada más.
—¿Va a ser un buen recuerdo, no crees?
—Sí. La historia sucia que no podremos contarle a nuestra futura pareja.
Sam se levantó de la cama y se puso los zapatos. Emeraude caminó hacia la puerta de la habitación y se recostó en ella.
—Nos vemos por ahí, Sammy Arden. —un último beso fue la despedida del chico de rojo, mientras Emeraude aprovechaba para acariciarle la espalda.
—Ten una maravillosa vida, Emeraude Blanchard. —Sam salió de la habitación y caminó por el corredor mientras ella lo veía alejarse con una sonrisa inolvidable, regalándole también una vista completa del tatuaje de Shen Long con las siete Esferas del Dragón que adornaba su espalda.
No hubo ninguna clase de poder que tranquilizara a Emeraude cuando Sam se fue. Al cerrar la puerta, abrió su armario, sacó una botella de vino y empezó a beber, entregándose a la resignación. Era una lástima que los dos se hubieran encontrado en épocas de sus vidas tan diferentes: Ella lo tenía todo y estaba dispuesta a compartirlo con agrado. Él no tenía nada y no quería ser una carga emocional para nadie. Ninguno de los dos lo puso en palabras, pero tanto Sam como Emeraude estaban seguros de que las cosas habrían sido distintas si los dos hubieran estado en el mismo punto emocional.
Tal vez en otra vida, en otra Tierra, o en otro universo, Sam no habría sido el chico que se le escapó a Emeraude.
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