V: El llamado de la jaula.

El pavo real figura en la mitología hindú como la montura de Skanda o Karttikeya, el dios de la guerra y las actividades bélicas.

—Ems, vamos. Eres capaz de ganarle a esa chica. —Laetitia estaba junto a Emeraude en el primer torneo de artes marciales mixtas para principiantes al que se había inscrito. Había pasado un poco más de un mes, y Braulio, al ver la constancia y rápido aprendizaje de su alumna al entrenar, le sugirió que intentara pasar de hacer sparring con hombres a las peleas reales con mujeres de su mismo tamaño.

—Lety, esa chica me lleva cinco meses de ventaja en entrenamiento. ¡No puedo contra ella!

—Sí que puedes. Aguantaste al desgraciado de George por años, y te dobla en tamaño. Un golpe de esta chica no debe ser gran cosa para ti.

—Pero lleva más tiempo entrenando.

—Ems, puedes ganarle. Te he visto patear como un caballo, y eso que sólo llevas mes y medio. Te apuesto lo que sea.

Laetitia creía en Emeraude cuando ni siquiera ella se tenía confianza. Eso era bueno, pero debía ser realista: sus probabilidades de ganar eran remotas.

—Acepto la apuesta.

—¿En serio? ¿Vas a apostar contra ti misma?

—Pues...

—Si pierdes, le hablarás de una vez al niñito lindo. Si ganas, le hablarás de una vez al niñito lindo. Me has dado excusa tras excusa durante el último mes, y creo que ya se te agotaron.

—Pero, Lety...

—Le hablarás y estaré presente cuando lo hagas —la chica de cabello violeta se cruzó de brazos—. He dicho. Ahora, ve a patearle el trasero a esa chica. No puedes vivir con miedo, Johnny Blaze.

Vaya condiciones las que había puesto Laetitia. Pero ella tenía razón, Emeraude no podía vivir siempre con temor de hablarle a alguien que le gustara por miedo al rechazo, y debía aceptar que cada excusa que sacaba para no hablarle a aquel chico era más tonta que la anterior.

—Está bien. Lo que digas, le hablaré después de esto. —Laetitia aplaudió emocionada.

—¡Sí! Ahora ve, pon tu puño en la cara de esa chica.

En el mes que Emeraude llevaba entrenando, sólo había hecho dos sesiones de combate real: en una sangró por la nariz. En la otra logró someter con una estrangulación de anaconda a Joshua, uno de sus compañeros de entrenamiento. Y ahí estaba él junto a ella, animándola mientras un cutman le vendaba las manos y le ponía un par de guantes negros.

—Vendada y con guantes, Ems. Estás lista.

—Gracias, Josh.

—Aún tienes moretones en las piernas. ¿Cómo vas con eso?

—No he podido usar vestidos en días. Pero ya me las arreglaré. Pateas fuerte.

—Siento mucho oír eso. Aunque debo decirte que me estaba conteniendo, si hubiera pateado con toda la fuerza, te habría roto una pierna. Ven, ponte el protector bucal.

Emeraude se puso una pieza de silicona que se amoldaba perfectamente a sus dientes superiores, y después de unas palabras de aliento de Braulio, salió caminando entre la gente mientras sonaba "Sidewinder", su canción favorita.

El torneo era en un coliseo pequeño, pero estaba tan lleno de gente que Emeraude se asustó un poco. Sólo se calmó cuando pudo reconocer a sus amigos entre la multitud, y Laetitia le puso una mano en el hombro para darle ánimo.

—Sigue caminando, Ems. Tienes un trasero por patear.

La cantante continuó caminando hasta una jaula hexagonal, y antes de entrar, otro cutman la revisó para ver que todo estuviera en orden y le aplicó vaselina en las cejas y los pómulos. Luego le indicó que entrara a la jaula donde su rival la esperaba.

Emeraude se dio cuenta de lo mucho que le gustaba golpear. Y a pesar de haber recibido palizas terribles antes no tenía ningún problema en hacerlo de nuevo. La gran diferencia radicaba en la igualdad de condiciones que implicaba una pelea como la que iba a tener, y por primera vez en la vida creyó que no se sentiría miserable si recibía un golpe de aquella chica que la miraba desde el otro lado de la jaula con unos penetrantes ojos negros.

El anunciante de la pelea entró a la jaula con su micrófono, y el público hizo silencio de inmediato.

—Damas y caballeros, esta pelea irá a tres rounds en la división aficionada de peso gallo. Presentando primero, en la esquina azul, una judoka de cinta amarilla, con un récord de dos victorias, sin derrotas ni empates, peleando desde Nashville, Tennessee... ¡Trina Andrews! —la gente aplaudió. Los nervios de Emeraude aumentaron mientras el anunciante mencionaba su nulo historial de peleas.

—Y ahora su oponente, en la esquina roja, una karateka de cinta blanca, con un récord en ceros, originaria de Short Hand, Utah, pero peleando por Copper Grace, Nevada... ¡Emeraude Blanchard! —la joven levantó una mano y saludó al público, que estaba de parte de ella sin importar que tuviera menos experiencia que la otra chica.

El referí entró a la jaula e hizo una seña a las dos chicas para que se acercaran al centro de la jaula a recibir indicaciones.

—Chicas, hagan de esta una pelea limpia. Protéjanse todo el tiempo y sigan mis instrucciones. Toquen guantes si quieren. —Emeraude ofreció sus puños para tocar guantes con la otra, y soltó una pequeña risa nerviosa al ver que había sido ignorada. El referí respiró hondo.

—Vayan a sus esquinas. —la cantante obedeció. Sentía el latido de su corazón en las sienes, y cuando el referí dio la orden para empezar se dio cuenta de que no había vuelta atrás.

Braulio, aprovechando que Emeraude tenía conceptos avanzados de música, le enseñó una técnica para controlar su ritmo de combate: en cada entrenamiento de karate, hacía sonar un metrónomo, y cada golpe que ella lanzara, debía dar en su objetivo al mismo tiempo de cada clic. Así aprendió a no lanzar golpes innecesarios, a controlar su respiración y a predecir cuándo atacaría su rival.

Obviamente, eso fue algo que no le enseñaron a Trina Andrews en seis meses de entrenamiento.

Durante todo el primer asalto, Emeraude controló su aire y su ritmo de manera perfecta, siempre con un clic en la cabeza. Clic, clic, golpe. Clic, clic, finta. Clic, clic, patada. Clic, clic, esquivar. Clic, clic, anticipar. En la esquina de su oponente, el entrenador berreaba órdenes que no estaban siendo escuchadas, mientras la esquina de Emeraude, confiando plenamente en ella, se mantenía en silencio. Braulio, Joshua, Marshall y Laetitia no pronunciaban una palabra, pues veían a la chica con una fluidez complicada de seguir, movimientos difíciles de descifrar y una concentración excepcional. Básicamente, después de años de no saber defenderse, había aprendido a hacerlo de forma sencilla, y le estaba funcionando. En un abrir y cerrar de ojos el primer asalto se acabó y las dos chicas fueron a sus esquinas para descansar por un minuto.

Durante el minuto de descanso en el que Emeraude no escuchaba a la multitud que gritaba, pero sí lo que Braulio le decía, ella logró recuperar un poco el aliento. La otra chica no había logrado darle un solo golpe en la cara, y sin darse cuenta, la cantante había hecho sangrar a su oponente. La adrenalina que fluía por su cuerpo la tenía más despierta y activa que de costumbre, y con toda la energía que traía consigo, entró al segundo asalto con un poco más de aire.

Clic, clic, puñetazo. Clic, patada, clic. Clic, clic, intento de derribo. Derribo exitoso, clic, clic. Media guardia, clic, guardia completa.

En menos de dos minutos, Emeraude aprovechó un descuido de su rival y la sometió con una llave de kimura. Cuando Trina Andrews se rindió y el referí separó a las dos chicas, el público aplaudió y gritó el nombre de la ganadora mientras ella sonreía, aun incrédula por lo que había acabado de hacer.

Mientras el referí levantaba la mano de Emeraude y el anunciante la declaraba victoriosa, ella respiró aliviada. Ganó su primera pelea, salió con la cara y los brazos intactos, sus amigos estaban orgullosos de ella, había conseguido un poco más de coraje... y tendría que hablarle al chico de rojo.

¡El chico de rojo!

Había pasado más de un mes desde el inicio de clases en la universidad y la cantante no había logrado averiguar una sola cosa sobre aquel muchacho. Siempre sucedía algún impedimento para que ella escuchara su nombre, como si el Universo conspirara y eso no sucediera. Pero ya tendría que averiguarlo por su cuenta, sin excusas, sin miedo, sin dudar.

Apenas Emeraude salió de la jaula y pasó una revisión médica se unió a sus amigos y todos salieron a comer unas hamburguesas. Nunca estaban tan de malas como para rechazar una hamburguesa de Wendy's, y mucho menos si tenía queso y tocino.

Aquella tarde de sábado parecía tranquila y Emeraude estaba feliz. Su cabeza estaba llena de todo y de nada, y le agradaba haberse dado cuenta de lo fuerte que podía ser, pero no hubo guantes o vendajes que la prepararan para lo que vio mientras rellenaba su refresco: frente a ella, detrás del mostrador, junto a la freidora, estaba George, mirándola fijamente de forma amenazante.

—¿Emeraude? —el mostrador separaba a George de su exnovia, así que no podía tocarla. Pero no necesitaba ponerle un dedo encima para hacer que estuviera a punto de desmayarse de miedo.

—G... George... ¿qué? —la joven no era capaz de hablar más, pues el nudo que se le formó en la garganta amenazaba con dejarla sin respiración. Afortunadamente George no podría hacerle daño, pues se arriesgaba a perder su trabajo. Pero eso no impedía que la pobre chica se paralizara de nuevo.

Laetitia caminó hasta la fuente de refrescos al ver que su mejor amiga tenía el miedo en la cara, y sólo pudo ver la razón de eso cuando se asomó por detrás de ella y vio a George con una rejilla de freír patatas en la mano. De inmediato, la chica de cabello violeta arrastró a su amiga hasta la mesa donde todos estaban comiendo.

—Chicos, tenemos que irnos. ¡Ya, ya! —Arne chasqueó los dedos para que su novia lo mirara, y ella hizo la mímica de pasarse un cuchillo por el cuello, lo que él entendió perfectamente.

—Maldita sea. George está aquí. Salgamos. —mientras Emeraude trataba de no hiperventilar como la última vez que había visto a su mayor pesadilla, todos abandonaron Wendy's de inmediato, al tiempo que apuraban la comida y se pasaban los últimos bocados.

La cantante caminaba arrastrando los pies mientras oía hablar a sus amigos y trataba de descomprimirse de nuevo. No podía sentirse mal del todo por lo que había logrado horas antes, pero le molestaba que su día hubiera sido opacado por semejante idiota, que al parecer estaba en Copper Grace para quedarse. Afortunadamente nunca estaba sola, así que podía tranquilizarse un poco, y Sylvain trató de ayudar con un par de palabras de aliento.

—Mira, galletita de sangre... deberías ir a una de mis clases de yoga. Eso podría ser bueno para ti. —Emeraude se arrancó un pellejo del labio con los dientes, nerviosa y pensativa.

—No lo sé. ¿La harías en mi horario de entrenamiento? A otra hora es difícil.

—Oh, Emeraude Blanchard. Esta cara lisa y suave no es de madrugar, cariño.

—¿Ni siquiera para ver a los tipos lindos sin camisa?

—No, dulzura. Vivo cerca a la estación de bomberos, puedo sacar la cabeza por la ventana y verlos sin levantarme de la cama. Duerme en mi casa un fin de semana y lo sabrás. Nos divertiríamos juntos entre tanta manguera.

—¿Estás seguro, Syl?

—Únete al lado oscuro, Ems. Sé que quieres. —Emeraude suspiró.

—Lo pensaré. Por ahora quiero apagarme un rato.

—Descansa, linda. Nos veremos más tarde.

Después de tomar un baño y dormir un rato, Emeraude debía trabajar. Laetitia y ella llegaron al bar antes de que cayera la noche, y aunque estaba cansada, junto a la banda tenía un poco más de energía, así que esa noche fue muy entretenida a pesar de los golpes que sentía por todo el cuerpo. Al final de la jornada, entró a su habitación y se tiró a la cama. Cuando abrió los ojos, era de día. Domingo.

—Ems, ven conmigo. Tengo que ir a la biblioteca. —Laetitia se había levantado inusualmente temprano, siendo el único día que no había clase y solía dormir hasta tarde.

—¿Lety, tengo que ir contigo? Es domingo. Es día de dormir.

—¿Puedes quedarte dormida en los próximos cinco minutos?

—Puedo intentarlo.

—No, no puedes, y lo sabes. Vamos, levántate.

—Por favor...

—Voy a hacer el trabajo sobre Basquiat hoy, y me vas a acompañar. Aprovecha y busca el libro de empaques que quieres leer, no tenemos otro día para hacer estas cosas.

—Está bien, ya voy.

Después de una rápida ducha Emeraude se vistió con una camiseta verde, jeans azules y tenis negros, y caminó con Laetitia a la biblioteca del campus, donde la agria bibliotecaria, Georgina Dornell, se sentaba en el mostrador de la entrada con su frecuente cara de aburrimiento.

—Buen día, señora Dornell. —la mujer miró a Emeraude con enojo.

—Buenos días, niña. Haz silencio. —la chica asintió y se fue caminando junto a su mejor amiga hasta los estantes donde reposaban los libros de diseño.

A Emeraude le encantaba leer. Si encontraba algún libro que le interesara, no importaba que se saliera de lo que necesitaba, iba a leerlo, así que pasaron varias horas para que ella por fin se sentara a ojear el libro que debía.

Mientras tanto, la señora Dornell estaba ordenando los ficheros una y otra vez, cuando un chico se acercó al mostrador.

—Disculpe, señora Dornell... quisiera tomar en préstamo este libro. —la mujer negó tajantemente con la cabeza.

—No, jovencito. Es un libro de referencia. No puede salir de la biblioteca —antes de que el chico pudiera protestar, la mujer le hizo una seña con la mano—. Hazle las copias que quieras, pero no puedes sacar el libro de aquí. O ve y léelo en alguna de las mesas. Ya, muévete. —el chico asintió y se llevó el libro, y otros más, a una mesa vacía cerca de la hemeroteca.

Laetitia siguió a aquel chico hasta el lugar donde estaba sentado, y antes de que él lo notara, se ocultó detrás de una columna para luego buscar a Emeraude.

—Ven acá. Necesito que veas esto. —ella tomó rápidamente los apuntes y libros que tenía en la mesa y obedeció a su amiga, que la hizo sentar en la mesa desocupada más cercana a la hemeroteca.

—Ems, mira al frente. Voy a estar en el mostrador. No saldrás de aquí hasta que hagas tu tarea.

Emeraude levantó la mirada después de acomodar sus cosas en la mesa, y no pudo creer lo que tenía frente a ella, en medio de una enorme pila de libros sobre videojuegos y animación. Una oportunidad que no podía dejar pasar más, después de tantas excusas idiotas.

—Oh... demonios. Laetitia Elena Seward, eres un genio maligno.

Solo, en una mesa, para que Emeraude hiciera lo que debía. Ahí estaba. En gris y negro, como un espejismo perfecto, el chico de rojo.


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