IX: Slow motion.

El ritual de apareamiento del pavo real incluye sus característicos cantos, que pueden ser de varios tipos.


—Vamos, Syl. ¡Quítale el seguro a la puerta! —a Emeraude no le molestaba estar sola con Sam, pero no quería que fuera de esa forma. Detestaba forzar las cosas, y Sylvain no estaba ayudando mucho. Al bartender se le sumó Alex, y Emeraude reconoció su risa de inmediato.

—Ems, nos vamos. Y ustedes dos no salen de ahí hasta que algo suceda.

—Alex, vuelve... eres el cuerdo de la banda, ¡no hagas esto!

—Disfruten el sushi de Harriet, el tequila y el iPod de Lyle. ¡Adiós!

Emeraude giró la cerradura de la puerta, intentando abrirla sin éxito.

—Syl... ¡Alex! —ya no había respuesta del otro lado de la puerta, pero la cantante sabía que los dos seguían ahí—. Veo la sombra de sus pies bajo la puerta. ¡Déjennos salir! —silencio sepulcral. Emeraude suspiró con resignación. Sam sonreía divertido mientras se tomaba un vaso de tequila y mordía un pedazo de limón.

—Sammy, lo siento... Alex y Syl están mal de la cabeza hoy. —Sam movió la cabeza con tranquilidad. Se lo estaba tomando mejor de lo que Emeraude habría imaginado.

—No te preocupes. Podemos conversar como lo dijiste, ven. —el chico palmeó el sitio del sofá junto a él. La cantante se sentó, y cuando lo hizo una de sus marcas de entrenamiento se asomó por debajo de su falda: un moretón en un costado de la pierna, un poco más arriba de la rodilla. Sam no pudo pasar eso por alto.

—Oye, ¿qué es eso? —en la piel blanca de la cantante los violetas y verdes de los golpes se veían más vivos, así como el rojo intenso que invadió sus mejillas. Avergonzada, se cubrió la rodilla con la falda.

—No es nada, Sammy... no te preocupes. —el chico tatuado la miró sin creerle una sola palabra.

—Háblame de eso. Un golpe así no sale de la nada. Y sabes que soy insistente, así que, si no me dices, lo averiguaré de cualquier manera. Soy fan de Sherlock Holmes y los juegos de Phoenix Wright, aprendí a deducir lo que pasa. —Emeraude se puso de pie frente a su cita y se levantó un poco la falda.

—Está bien, inténtalo. —Sam, sin tocarla y respetando su espacio personal, miró el moretón para sacar sus conclusiones.

—Veamos... hay un patrón nebuloso en los bordes y un color más oscuro en el centro. Es un golpe hecho por un objeto curvo y aplanado... hace más o menos dos semanas. —Emeraude levantó una ceja, impresionada.

—¿Diagnóstico?

—Un objeto como una vara metálica no puede haber hecho este hematoma. Veamos...

Mientras tomaba un rollo de sushi de la mesa con los dedos y se lo llevaba a la boca, la cantante se dio la vuelta y le mostró a Sam un moretón muy parecido en su pierna derecha.

—Tal vez esto te ayude. —asombrado, él la miró. Luego reparó en la nueva pista.

—Vaya, los tienes en las dos piernas y son muy parecidos. Están en una ubicación demasiado inusual como para decir que te golpeaste contra una mesa o una cama, así que me arriesgaré a decir que... son patadas de muay thai. Y no te pateó una chica, fue un hombre de tu misma estatura. Esa sesión de sparring debió doler mucho. —ella sonrió, sorprendida por la exactitud de la deducción.

—Sammy... de verdad conoces tus videojuegos. —Emeraude dio unos cuantos pasos alrededor de la habitación mientras Sam la miraba. Los dos se olvidaron del iPod, que había dejado de reproducir "Closer", para hacer que sonara "Let's Get it On", de Marvin Gaye.

—¿En serio?

—Sí. Lyle adora esa canción.

—No, no hablo de la canción. ¿De verdad practicas muay thai?

—Bueno, no sólo muay thai. El karate es mi favorito, pero también hago JJB, lucha, capoeira... un poco de todo. ¿Recuerdas al grandote de Seguridad en la puerta? Él es mi entrenador.

—No puedo creerlo —Sam sonrió—. ¡Eres peleadora de artes marciales mixtas!

—Sólo llevo dos meses, así que no soy muy buena.

—Eres valiente, ¿pero por qué eso y no yoga o gimnasia? —Emeraude se encogió de hombros.

—Es una larga historia, pero puedo resumirla un poco.

—Te escucho.

—Estaré preparada por si mi exnovio golpeador vuelve a buscarme algún día.

—Oh, lo siento. No quise...

Sam, nervioso, bebió un segundo vaso de tequila. Luego tomó un par de palillos y se comió otros dos rollos de sushi antes de acomodarse en el sofá y ver la forma en la que Emeraude movía los pies a través de la estancia, fascinado por lo que acababa de descubrir.

—No te preocupes, Sammy. Antes no podía defenderme, pero ahora puedo golpear de vuelta. ¡Es divertido!

—Es que no te imagino golpeando a otra persona. Te ves tan...

—¿Frágil? —la cantante ladeó un poco la cabeza al preguntar.

—No —replicó Sam—. Aun no sé qué palabra usar para describir eso.

—Algo se te ocurrirá. Mientras tanto cuéntame algo sobre ti.

—Veamos —el chico tatuado tomó un poco de aire—, tengo veintiún años, he vivido durante toda mi vida en Copper Grace, solía huir de los bravucones en la escuela y... ¡altiva! Esa era la palabra que buscaba.

—¿Soy altiva? —Emeraude entornó los ojos hacia su cita. Sam asintió.

—Bueno, que midas casi metro ochenta hace que te veas así.

—Mira quién lo dice, el que mide metro ochenta y...

—Ochenta y ocho. Y sí. Eres altiva, pero eso no es algo malo.

—Dile eso a la Emeraude de hace siete años. Ser la más alta de la escuela podía ser aterrador en Short Hand.

—¿Eres de Utah?

—Nací y crecí en el estado de la colmena.

—Debe ser genial crecer tan cerca del lago Teal Victory.

—Es divertido nadar en él. Dicen que hay tesoros en el fondo, pero yo no lo creo.

El iPod de Lyle reprodujo "Slow Motion", de Juvenile. Emeraude no podía creerlo. El genio maligno combinado de Sylvain y Alex y la lista extendida de los ligues que sonaba en el camerino estaban poniéndola incómoda, así que se acercó al origen de la música y presionó el botón de pausa.

—No sé por qué no se me ocurrió antes, a veces me falla el sent... —el iPod interrumpió a Emeraude y siguió sonando. Sylvain, detrás de la puerta, soltó una sonora risa.

—Cariño, tengo un control remoto. Lo usaré cada vez que toques ese botón. No se te ocurra sacar el iPod de su lugar, vas a perder el tiempo. ¡Que Krishna bendiga el Bluetooth! —el bartender seguía tras la puerta después de un buen rato y al parecer no tenía nada mejor por hacer que vigilar la cita.

Rindiéndose, Emeraude se sentó junto a Sam de nuevo y tomó otro rollo de sushi, mientras él se bebía otro vaso de tequila y jugaba con un pedazo de limón en la boca.

—Emeraude, mira esto —Sam se levantó y comenzó a hacer un moonwalk ligeramente torpe, pues ya llevaba tres vasos de tequila y apenas había tocado el sushi—. Uhhh, I like it like that, she working that back, I don't know how to act, slow motion for me, slow motion for me, slow motion for me, move in slow motion for me... —la joven no pudo contener la risa. El Sam ebrio era bastante gracioso y sabía rapear. ¿Quién creería que el chico tatuado se transformaba así con el alcohol?

Emeraude, después de acabarse su plato de sushi, le echó una mirada a la botella de tequila. Aparte del vodka y las cervezas no había bebido más alcohol antes de comer, pero ya tenía el estómago lleno así que podía hacerlo con más tranquilidad sin temor a embriagarse demasiado rápido. Se sirvió un vaso y lo pasó con pequeños sorbos mientras lamía un trozo de limón con sal.

Sam, un poco mareado por los tragos, se sentó junto a Emeraude después de dar unas cuantas vueltas. Luego sirvió otro vaso de tequila y se lo bebió.

—Creo que estoy ebrio. Debí comerme el sushi antes del tequila. —los dos se levantaron, él se tambaleó y tropezó. Ella trató de evitar que cayera, pero el peso de su cuerpo hizo que también tropezara, y en un instante, los dos estaban tocando el suelo alfombrado de negro. Rápidamente, la cantante se sentó en seiza[1] mientras Sam miraba hacia arriba.

—Oye, el techo parece una pintura de Jackson Pollock. —Emeraude alzó la mirada y sonrió. Un fondo azul oscuro con puntos blancos y amarillos simulaba el cielo estrellado.

—Es lindo, ¿verdad? Yo lo pinté. —asombrado, Sam levantó la cabeza.

—Sal del edificio. ¿De verdad lo hiciste tú? Es genial. —la joven asintió.

—Sí. Un poco de pintura en aerógrafo y ya, pan comido.

Sam, sintiéndose un poco ligero, volvió a poner la cabeza en el suelo.

—¿Emeraude, puedo tocar tu cabello? —su voz se convirtió en un irresistible ronroneo. Emeraude se acostó boca abajo en el suelo, tomó la mano de él y la puso en su hombro, dejando que tocara uno de los mechones que caían sobre su espalda como una cascada de esmeraldas.

—Tócalo cuanto quieras, Sammy Arden. —después de entrelazar sus dedos con aquel suave cabello, Sam se levantó y tomó a Emeraude de la mano para que hiciera lo mismo. Puso una mano con suavidad en su mejilla, mientras la rodeaba por la cintura con la mano que le quedaba libre.

El inoportuno iPod de Lyle hizo que "Have You Ever Really Loved a Woman" de Bryan Adams llenara la atmósfera de una inusual comodidad. El sonido de la guitarra flamenca hacía que la piel de Sam se erizara al tratar de mantener el equilibrio, a lo que Emeraude luchaba por evitar que sus rodillas se doblaran. Los dos se miraron a los ojos mientras ella se aferraba a su espalda y él le pasaba suavemente las yemas de los dedos por el cuello.

—Sammy, ese no es mi cabello. —él le puso ambas manos en la cara.

—Lo sé. Ya no es lo único que quiero tocar —Sam suspiró. El alcohol estaba hablando por él—. Frambuesa. Hueles a frambuesa y chocolate blanco. —Emeraude cerró los ojos y puso su cabeza en el hombro del Sam ebrio.

—Creí que no lo notarías.

—Reconocería ese olor hasta en medio de una cloaca. Amo el cheesecake de frambuesa.

—Sammy...

—No, Emeraude... no digas nada. Sé que estoy ebrio, pero esto me gusta. Me gusta estar aquí contigo. Tú me gustas.

—Oye, yo...

Sam tiró suavemente del cabello de Emeraude. Sus rostros quedaron a escasos centímetros de distancia, sus miradas se cruzaron en una mezcla de verde y marrón, y antes de que ella pudiera reaccionar de alguna forma, él la besó.

El estómago de la cantante era un pequeño hoyo negro que a duras penas podía controlar. Cuando el Sam ebrio decidió juntar sus labios con los de ella, un cosquilleo se apoderó de sus dedos, y solo pudo calmarlo acariciando la cara y la espalda del chico tatuado. Nunca, ni siquiera en sus sueños más disparatados, habría imaginado que aquella cita tomara aquel rumbo, ni que él fuera tan dulce con ella a pesar de las circunstancias en las que estaban reunidos. Pero sin importar lo que sucediera después de que la botella de tequila se terminara, Emeraude planeaba disfrutar cada contacto, cada sonrisa, cada mirada que Sam quisiera dedicarle antes de desmayarse por la borrachera.

El iPod de Lyle se detuvo súbitamente, y el sonido de una llave en la puerta hizo que los dos se sobresaltaran.

—Ahora sí me voy, Ems. ¡Buenas noches! —el sonido de las pisadas de Sylvain en el suelo de madera confirmaban que, finalmente, Emeraude Blanchard y Sammy Arden estaban completamente solos, y podían salir del camerino cuando quisieran. Emeraude se apartó de Sam con suavidad, a pesar de que no quería hacerlo.

—Sammy... ya podemos salir. —él no se movió de su lugar, y tomó la mano de su cita para que ella tampoco lo hiciera.

—¿Quieres salir para que todos te maten a preguntas como si fueran el FBI? —la cantante negó con la cabeza.

—Estoy bien aquí. Las preguntas pueden esperar hasta mañana. —los dos sonrieron y se besaron de nuevo.

A pesar de que Emeraude no estaba completamente sobria, estaba más en sus cabales que Sam, por lo que tuvo la sensatez suficiente para no obligarlo a hacer algo que él no quisiera, así que no dijo absolutamente nada cuando él se bebió otro vaso de tequila y puso su cabeza sobre aquel regazo enfundado en una falda roja, para sentir luego que le acariciaban el cabello con suavidad.

—¿Sammy, estás bien? —él cerró los ojos y sonrió.

—Sí. Solo estoy un poco mareado. —Emeraude tomó el plato con la cena de Sam, sujetó un rollo de sushi con los palillos y lo puso cerca de él, asegurándose de que lo viera.

—Ven, cómete uno. No los has probado, y lo necesitas —él sonrió, dejando que ella pusiera el rollo de sushi en su boca—. Mucho mejor, ¿no crees? —Sam asintió mientras masticaba. Luego de un rato, ella había logrado que el chico de rojo se terminara el sushi. Un par de instantes después, él se sentó y recostó la cabeza en el hombro de su cita.

—Espera, no puedo hacer esto. —la cantante puso su mano en la mejilla de Sam.

—¿Qué quieres decir con eso? Ya te acabaste el sushi. —él se limpió la boca con una servilleta y se puso de pie.

—No hablo de eso. Ven acá. —Emeraude, curiosa, se levantó y abrazó a Sam.

—Sammy, ¿qué sucede?

—Es que no puedo hacer esto —Sam se cubrió la cara con las manos—. No puedo hacerte esto.

—¿Quisieras iluminarme?

—Complicado.

—No soy idiota. Hay una razón por la que decidiste ponerte ebrio esta noche. Algo te pasa.

—Es que... Emeraude...

Los dos se sentaron en el sofá por centésima vez. La mirada de Sam se había tornado sombría, como si tuviera malas noticias para Emeraude.

—Sammy, di alguna cosa. ¿Qué sucede?

—Escucha... he tenido una semana infernal, y realmente esperaba esta cita con ansias. Esperaba divertirme, y de hecho lo hice. Pero no puedo hacerte esto.

—¿Hacerme qué? ¡Por favor, dime qué demonios pasa!

Sam suspiró profundamente y fijó la mirada en el suelo. Emeraude temía escuchar algo horrible.

—Emeraude... eres una chica genial y de verdad me gustas.

—Pero...

—No hay pero. El problema es mío.

—Sammy, no te entiendo.

—Yo tuve una semana terrible. Y necesitaba relajarme un poco. Me divertiste. En serio.

—Oye, si la pasaste bien, ¿cuál es el problema? —respondió la cantante luego de cruzarse de brazos.

—Eres una chica muy... no sé cómo decirlo. No eres el tipo de chica con la que se tiene una sola cita. De verdad, eres grandiosa, inteligente, y muy interesante. Pero ahora estoy pasando por un mal rato, y...

—¿Quieres un rollo de una noche?

—Disculpa, no puedo hacerte eso. Lo siento.

Emeraude miró hacia el techo y suspiró. No podía culparlo por sentirse así, y apreciaba que hubiera dicho la verdad. Pero él tenía razón, ella no era el tipo de chica que alguien olvidaba después de una sola cita, y tenía demasiado amor propio como para acostarse con un hombre y no volverlo a ver después, así que no sabía qué hacer.

—Sammy, gracias por ser honesto conmigo. No todos hacen eso.

—Mereces que te diga la verdad. No puedo ofrecerte algo más ahora y de verdad lo siento.

—No te preocupes. Soy yo la que debe tomar una decisión. Y créeme, no tengo idea de lo que quiero hacer.

—Tómate tu tiempo, Ems. Decide lo que quieras.

—Está bien.

La cantante estaba confundida y con una tormenta en la cabeza. Sam le gustaba, y sabía que era algo recíproco. Nadie en sus cabales se habría avergonzado de tenerla como novia, o de decir que salía con ella, y él lo sabía. Pero a pesar de que tenía presente que ella podía ofrecerle algo más que un rollo de una noche, él no quería que la cantante lidiara con una carga que no le correspondía, y era consciente de que eso sucedería si los dos se involucraban de manera más profunda.

Emeraude se acostó en el sofá y miró al techo. Ella quería lo que Sam no podía darle, pero la oferta que él había hecho sonaba muy tentadora. Antes de que ella pudiera decidirse, Sam caminó hacia la puerta del camerino y la abrió. A punto de salir, cruzó una mirada cómplice con su cita, a la espera de lo que ella quisiera hacer por el resto de la noche.

—Hace mucho calor adentro. Estaré en la parte de atrás del bar con la botella de tequila esperándote.

[1] Seiza: Palabra japonesa para describir la forma de sentarse de rodillas apoyando los glúteos sobre los talones.

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