nuevo mundo
Desde hace meses, desperté en un mundo que solo podría haber soñado, un mundo hentai. No puedo negar que soy un pervertido y que amo el hentai con cada fibra de mi ser. Mi computadora está repleta de juegos de eroge y hentai, pero nunca imaginé que algún día despertaría en uno de esos mundos.
Lo primero que vi al abrir los ojos fue el borde de unas panties blancas, pertenecientes a una enfermera cuya falda era tan corta que apenas cubría lo esencial. Sus pezones, apenas contenidos por el uniforme, se insinuaban bajo la tela blanca, y sus labios rojos y sensuales me miraban con una sonrisa coqueta. Antes de poder procesar lo que estaba viendo, una belleza con un cuerpo voluptuoso se lanzó sobre mí, aplastando su generoso busto contra mi rostro. Su calor y suavidad me dejaron sin aliento, mientras inhalaba su dulce fragancia.
La enfermera, no queriendo quedarse atrás, la apartó suavemente y se inclinó hacia mí, sus pechos apenas sostenidos por el ajustado uniforme de enfermera, dejándome ver la línea de su escote que descendía hasta un abismo de tentación. La tensión creció mientras ambas mujeres intercambiaban palabras, con la recién llegada asegurando que era su "mejor amigo". Cada vez que ella se inclinaba hacia adelante, su trasero perfectamente redondeado se meneaba de manera provocadora frente a mis ojos, con esas panties blancas que parecían hechas para tentarme.
La discusión se volvió aún más intensa cuando la enfermera trató de recuperar el control, intercambiando posiciones con la otra, mientras cada una de ellas se aseguraba de mostrarme sus atributos, ya fuera sus curvas sensuales o sus delicadas panties. Cada movimiento era un regalo visual, con las panties blancas resaltando contra la piel suave, mientras las otras colores – rosa, verde, y más – aparecían en mi campo de visión.
Antes de poder saborear completamente la escena, otra belleza entró en la habitación, esta vez vestida con un micro vestido aún más corto y ajustado. Su figura era un espectáculo de curvas, y cada paso que daba hacía que la tela de su vestido se estirara sobre su trasero perfecto, mostrándome sus panties verdes que asomaban juguetonamente. Y entonces, una doctora entró en la escena, con un atuendo que debería haber sido profesional, pero que en cambio me dejó sin aliento cuando su vestido se alzó accidentalmente, revelando unas panties rosas que casi me hicieron caer de la cama.
Mientras todas discutían sobre mí, cambiando de posición para asegurarse de que pudiera admirar cada una de sus bellezas, yo simplemente me dejé llevar, deleitándome con la vista de esos traseros perfectamente formados y esas panties que parecían diseñadas para seducirme. Era un paraíso de tentación, un destino que parecía sacado directamente de mis fantasías más salvajes.
Estaba completamente absorto en aquel mundo de ensueño, donde cada uno de mis sentidos era acariciado por la vista de esas bellezas en micro vestidos, sus cuerpos apenas cubiertos y sus panties de colores que parecían invitaciones silenciosas a la tentación. Mi mente estaba tan inmersa en el deleite que apenas me di cuenta de la conversación que mantenían, hasta que de repente, un recuerdo perturbador atravesó mi mente como un relámpago: el ataque.
Fuimos atacados por los Reproductores, criaturas alienígenas cuya única misión era invadir y someter a cualquier ser viviente que se interpusiera en su camino. En medio del caos, uno de esos seres me lanzó por los aires como si fuera un muñeco de trapo. La fuerza del impacto fue brutal, y cuando recuperé la consciencia, todo estaba borroso. Ahora, solo fragmentos de ese fatídico día permanecen en mi mente, y para colmo, la amnesia me persigue como una sombra.
Mientras estaba atrapado en ese ciclo de confusión y deseo, algo más comenzó a cobrar sentido. La chica de las panties verdes, esa belleza curvilínea que se movía con una gracia felina, era nada menos que mi madrastra. ¿Cómo no lo había notado antes?Los recuerdos del usuario o persona original eran de odio, la mujer que se casó con su padre y luego su padre murió hace años en un ataque.
Era Helena sus movimientos seguros, su mirada protectora, todo cuadraba. Y la chica de las panties blancas, la que había meneado su trasero de manera tan provocadora frente a mí, era mi mejor amiga de toda la vida, Alice.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad de admirar el repertorio de panties que me rodeaba, logré llegar a casa. Mi cuerpo estaba en un estado deplorable. Una pierna rota, una clavícula dislocada, y mi cuerpo cubierto de vendas y moretones. Aquellos meses en recuperación fueron un infierno, pero al mismo tiempo, era como si hubiera estado en el cielo, rodeado de aquellas mujeres que cuidaban de mí con tanta devoción, aunque en mi estado.
Recuerdo aquellos días en los que, atrapado en mi cama de hospital, lo único que podía hacer era admirar las hermosas panties que se mostraban ante mis ojos. Mi mejor amiga, Alice, siempre estaba a mi lado, cuidando de mí con ternura. Cada vez que se inclinaba para ajustar algo en la cama o acomodar las almohadas, sus panties blancas quedaban al descubierto, y aunque intentaba no ser tan obvio, mi mirada se perdía en la delicadeza de su ropa interior. Sus panties eran simples, pero había algo increíblemente encantador en esa simplicidad, algo que hacía que mi corazón latiera más rápido cada vez que las veía.
Por otro lado, estaba Helena, mi madrastra. Sus panties, en cambio, eran de un verde oscuro, casi provocativo, con encajes que sugerían intenciones mucho más lujuriosas. Helena siempre tenía un aire de misterio y peligro, y cuando se acercaba para cuidarme, su mirada sugería cosas que no podía evitar interpretar de una manera particular. Cuando la veía, no podía evitar pensar en lo prohibido, en lo que significaba ser tan cercana a ella y, al mismo tiempo, tan distante.
Esperaba con paciencia los momentos de mis baños, cuando alguna de las dos me ayudaba. No podía moverme mucho debido a mis heridas, y ellas, con una mezcla de profesionalismo y algo más, se encargaban de limpiarme con cuidado. Estos momentos, aunque incómodos por la situación, se convirtieron en algo que esperaba con cierta ansiedad. No por el baño en sí, sino por las inevitables visiones que venían con él.
Durante uno de esos días, conocí al padre de Alice. Era un hombre que podía haber salido directamente de uno de esos juegos que solía jugar: un "ugly bastard" en toda regla. Tenía una presencia dominante y una expresión que, sinceramente, me incomodaba. Cuando Helena le sonrió de una manera extraña, como si compartieran un secreto que solo ellos dos conocían, una sensación de inquietud se apoderó de mí. Algo en esa sonrisa me decía que había más en juego de lo que parecía.
Alice, por otro lado, era la hija perfecta. Dulce, cariñosa, siempre dispuesta a ayudarme. Su inocencia contrastaba tanto con las vibras lujuriosas de Helena que me hacía sentir como si estuviera atrapado entre dos mundos opuestos.
Mi vida había tomado un giro inesperado hacia la felicidad cuando finalmente salí del hospital. Después de meses atrapado en la cama, con mis únicos placeres siendo las atenciones de Alice y Helena, ahora estaba libre para disfrutar del mundo a mi alrededor. No podía evitar admirar cada trasero que pasaba por mi vista, cada par de panties que se mostraba de manera casi accidental. Era como si estuviera viviendo en un sueño donde cada detalle era perfecto, y cada momento estaba lleno de una felicidad embriagante.
Sin embargo, justo cuando pensaba que todo iba a mejor, algo absolutamente loco ocurrió. Una explosión sacudió el aire, rompiendo la tranquilidad de mi pequeña burbuja de placer. Fue un sonido ensordecedor que hizo temblar el suelo bajo mis pies y, en un instante, el caos se desató. Los Reproductores atacaron de nuevo, emergiendo de las sombras como una pesadilla viva. Eran seres humanoides, con grotescas jorobas cubiertas de una sustancia viscosa que goteaba a su paso. De sus cuerpos repugnantes salían tentáculos, algunos de ellos con formas que recordaban a penes, y otros que eran afilados como cuchillas.
Los soldados y policías que patrullaban la zona intentaron desesperadamente defendernos, pero estos seres eran implacables. Justo cuando parecía que todo estaba perdido, Helena, mi madrastra, hizo algo que jamás hubiera esperado. De la nada, sacó una espada que brillaba con un filo mortal y, sin dudarlo, se lanzó al ataque. Sus movimientos eran rápidos y precisos, cortando a esos monstruos en pedazos con una gracia que contrastaba brutalmente con la violencia de la escena.
Mientras tanto, Alice me agarró del brazo y me tiró hacia atrás, instándome a correr. Su rostro, generalmente dulce y sereno, estaba ahora marcado por el miedo. Sin embargo, incluso en medio del caos, no pude evitar notar el destello de sus panties mientras corríamos. Era un detalle que, a pesar del peligro, se quedaba grabado en mi mente.
Mientras escapábamos, la situación se volvió aún más desesperada. Insectos gigantes comenzaron a emerger de las grietas en el suelo, con cuerpos cubiertos de un exoesqueleto duro y patas afiladas como cuchillas. Pero Helena no retrocedió ni un paso. Con su espada en mano, se lanzó hacia adelante, desmembrando a los monstruos con una ferocidad que nunca hubiera imaginado en ella. Cada tajo era limpio y letal, y en cuestión de minutos, el área a nuestro alrededor estaba cubierta de los restos de esas abominaciones.
En medio de la batalla, un tentáculo espeluznante emergió del suelo, con una punta afilada y amenazante. Con una velocidad aterradora, se lanzó hacia Alice, cuyo grito de sorpresa se perdió en el caos. Instintivamente, me lancé hacia ella para empujarla fuera del camino, con la esperanza de protegerla.
El tentáculo, sin embargo, no se detuvo y se clavó en mi estómago, perforando mi piel y penetrando mis entrañas. El dolor fue inmediato y excruciante. La punta del tentáculo comenzó a liberar una sustancia viscosa y corrosiva directamente en mi cuerpo, y el ardor intenso se extendió rápidamente desde el punto de la herida. Cada respiración se convirtió en una lucha, y el dolor que sentía parecía consumir cada fibra de mi ser.
El calor interno era insoportable, como si el ácido del tentáculo estuviera derritiendo todo a su paso. Los gritos de angustia de Alice y las intensas luchas de Helena se desvanecieron a medida que la agonía me envolvía, y mi visión se tornó cada vez más borrosa. Con un último esfuerzo por mantenerme consciente, sentí cómo la oscuridad se apoderaba de mí, y finalmente, perdí el conocimiento, sumido en un dolor abrasador y un vacío interminable.
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