Capítulo 4
Lola Guitierrez
Hasta hacía unos minutos, antes de que Matías —porque esa especie de ser cálido no era mi jefe— llegara, estaba en mi departamento Joel. Había venido a buscar un par de cosas, pero terminamos en una conversación horrible.
—¿Sabías que me encontré con Matías? —le pregunté, con la voz baja, viéndolo guardarse la remera que me había regalado de Babasónicos... Ni eso me quería dejar.
—¿Sí? —preguntó con cierto interés y me ilusioné vagamente al verlo acercarse, tirando la bolsa a un costado—. ¿Qué dice el cobarde?
Ambos le habíamos guardado resentimiento. Él porque me había dejado sola —creo, aunque probablemente no sea así de romántico como lo idealizo— y yo porque... me había dejado sola. Casi el mismo motivo. Por eso contesté con una risa sardónica.
—Me contrató como su asistente.
—¿Eh? ¿De qué labura?
Estaba fascinada por su interés, pensé que hablaríamos por horas y por esa razón me senté en uno de los sillones, aprovechando la lamparita que tenía prendida cerca de mí, y le conté que era mi jefe. Le expliqué la situación y él de inmediato se río.
—¡Es buenísimo, Lo! ¿Te tiene de asistente? ¿Qué sos ahora? ¿El perrito faldero?
Se me partió la ilusión de volver a ser los de antes. Él había vuelto a burlarse de mí... ¿Por qué me tomó desprevenida? Si lo llevaba haciendo durante años, riéndose, dejándome a un lado, arruinando nuestras citas con su humor y su forma de tratarme tan arrogante. Me palmeó la cabeza como siempre y se agachó para pasar su mano por mi cachete.
—¿Ahora sos la prostituta vip de Matías? El despecho te hace mal, Lolita.
Quise apartar la cara o cachetearlo, pero me sentía tan humillada, que solo dejé que siguiera siendo así. Hacía años me trataba de esa forma y esta era la última vez que nos íbamos a ver. ¿Qué más me daba? Si total era lo único entretenido que tenía en la vida, lo único que me sacaba de la monotonía. No me veía valor para hacer nada más que quedarme quieta, empezando a llorar y recibiendo sus risas.
Yo sabía que estaba de novia con un cínico, pero pasé casi la mitad de mi vida con él. ¿Qué iba a hacer? ¿Dejarlo de la nada? Yo no era capaz de eso, solo Joel podía y así lo hizo. Me dejó el día del aniversario de la muerte de mi viejo. No le importó una mierda. Y ahora venía acá para burlar de mí, decirme putita vip. Pero nada de eso me sorprendía. Ya lo había hecho antes. Me denigraba peor. Me hacía quedar mal delante de todos. Me humillaba. Se reía.
¿Y yo qué iba a hacer? Si no tenía a nadie. Cuando me endeudé, solo estuvo Joel. Cuando se murió mi viejo, no estuvo Matías, solo Joel. Cuando mi vieja se quedó ciega, estuvo él, preocupado, corriendo de un lado a otro.
No quiero que nadie me malinterprete. Él no cambió de la nada. Siempre fue así. Solo que yo podía dejarlo pasar por su cuidado en ciertas cosas; pero estaba claro que salía con una persona de mierda. Y lo aceptaba dentro mío, cuando llegaba a casa y me largaba a llorar, pidiéndole a Dios que cambie, que sea mejor persona, que, por favor, lo haga tener más valores.
¿Tenía que verme no afectada por su actitud cuando se exponía delante de mí como un monstro, riéndose, secándome la lágrima y después volviendo a decir algo desagradable? No lo sé. No estoy segura. Supongo que simplemente acepté todo porque era la última vez.
Pero cuando vi a Emanuel, ansiaba que fuera Joel, que se le hubiera ocurrido pedirme disculpas.
Yo nunca entendí por qué las personas son tan malas con quienes son buenas. Jamás lo comprendí ni me atreví a preguntárselo a Joel. Yo no soy un pan de Dios, pero ¿qué le hice tan imperdonable como para que me trate como una basura durante años? Ciertamente me sentí estancada cuando vi a Emanuel y recordé lo cambiado que estaba, el hecho de que ya no era Matías.
Algo raro había hecho para lavar su imagen, pero ¿qué me importaba? Yo solo no quería mostrarme así de débil delante de él. No me gustó nunca ponerme de víctima. Aunque tampoco sabía cómo responderle bien, así que hice mi mejor esfuerzo por no demostrar que quería un abrazo en ese preciso momento, por más que lo detesto con todo el corazón, porque lo que me hizo no se lo deseo a nadie.
No está bien desaparecer de la vida de alguien diez años y planear aparecer de la nada, dándole una oportunidad a alguien que nunca creyó poder llegar lejos... una oportunidad falsa. ¡Me dejó cómo la pelotuda de la asistente y se hacía el que se preocupaba por mí!
¿Qué sentido tiene? No hay gracia en esto. No lo entiendo. Realmente intento no enrollarme, pero ¿se da cuenta de todo lo que perdí al estar tan lejos de él? ¿Al recordarlo? No, no se da ni la más re puta idea. Jamás se imagina lo que me pasó. No se le pasa ni por la cabeza.
Pudiendo encontrarme con toda la guita que tiene. Pudiendo volver un año o dos después de que se fue. Pudiendo contactarme... No hizo nada. Mi mejor amigo no es él. Mi mejor amigo murió en cuanto Emanuel tomó vida. Matías ya no existe. Solo es un recuerdo borroso que no sé cómo sacarme de encima y por eso mismo no duermo casi nada. Me la paso deprimida entre mis sábanas, cagada de calor porque no me funciona el aire y el ventilador recién me lo traen mañana.
Para cuando vuelvo a Aurora, imito mi mejor expresión de alegría. Porque debería estar contenta. Tengo un laburo estable, un contrato... Todo está a mi alcance. Pero ¿por qué cuanto entro acá dejo de estar impresionado y paso a sentir un dolor en el corazón? Los ojos se me ponen llorosos, yo tengo que tomar aire y es irónico. Me pasa recién en mi segundo día, teniendo el trabajo más sencillo del mundo. Soy una exagerada.
Entro rápido al baño, encontrándolo por pura casualidad en el primer piso y tomo aire. Dios, estoy turbada, no me deja de temblar la respiración. Y el agua no arregla nada.
Ojalá alguien me notara acá, mientras me lavo la cara. Pero ninguna chica hace más que la pregunta en voz baja de «¿qué le pasa?» y después siguen de largo. No escucho maldad en su tono. Solo escucho pena. Y odio que sientan pena por mí.
Suspiro abrumada, me vuelvo a lavar la cara como por séptima vez y después me seco con una toalla que traigo en mi bolsito; siempre llevo todo lo necesario para situaciones de pánico.
—Papá no te quiere ver así —me digo a mí misma, palmeando mis cachetes y limpiándome las últimas lágrimas—. Esto no es un infierno. Esto es tu laburo y es mejor que todos los demás.
Respiro más tranquila y salgo del baño, sintiéndome un poco tonta al pensar que alguien me iba a notar triste. Pero todos están muy ocupados. Incluso Flor, a quien le mandé un mensaje antes de salir de casa, explicándole lo que me pasaba, y ella aún no responde —y eso que aún no empezó su horario laboral—.
Llego al despacho de mi jefe y me lo encuentro sentado en esa cómoda silla suya, tocando con uno de sus dedos el reloj, enarcando una ceja. Jaja, qué divertido, ¿sabe la piña que le pegaría si no me fuera a cobrar una multa de miles de dólares por eso?
—¿Llegué muy tarde?
—Qué falta de protocolo.
Le quiero encajar un puñetazo, en serio, me pica el puño.
—Disculpáme —digo entre dientes y él suelta una risita. Como si ayer no hubiera estado temblado preguntándome boludeces.
—Disculpada. ¿Qué tal si me recompensás haciendo algo?
Lo miro asqueada y él rápido se retracta de sus palabras con tono perverso.
—Hablaba de que me hicieras un café, no entiendo qué tanto drama.
—Por un momento te vi como un hombre desalmado.
—¿No me veías desde ayer así?
—No, te veía como un hombre estúpido.
Enarca una ceja y me doy cuenta que es suficiente. No puedo decirle eso. Tengo que ser más cordial y lo peor de todo es que me lo recuerda al acercarse a mí, poniéndome una mano en el hombro. Que me quite su sucia mano de tipo forrado en guita de encima.
—Haceme un café que yo me voy a buscar un par de trabajitos de los diseñadores. Ey, que tenga forma de cisne. Gracias, Lola, vengo en cinco minutos.
Descarado total. ¿Qué sé yo de cafés con forma de cisnes? ¡Además mirá esa máquina para moler granos! Yo nunca usé una así. ¿Qué tengo que hacer? ¡Ah, la web! Fácil, seguro me aprendo el tutorial rápido, porque mi jefe seguro que se me va reír y me va a mirar desde arriba. Ya voy conociendo un poco de esta nueva cara de Emanuel.
Lo malo de todo este nuevo mundo completamente en mi contra es que... no tengo la clave de Wifi y acá adentro no me funcionan los datos. Me quiero ir. Necesito llegar a mi casa, llamar a Flor y lloriquear mientras me dice sus palabras que no me calman en lo absoluto. Pero bueno, es mejor que no tener ninguna amiga.
¿Y si le pregunto a ese chico del bar? Humberto creo que era su nombre. Parecía simpático, por ahí me ayuda.
Me alegro de que la sala de los diseñadores no esté en este primer piso y voy rápido para el bar, adelantándome a la gente que estaba haciendo fila. Sí, ya sé, yo no me les quiero colar por gusto. Si total no me esperaba hacerme amigo de nadie acá.
Humberto me mira con una sonrisita simpática y mira de nuevo a la fila. Me está dando una señal, pero no le voy a hacer caso.
—Por favor, decime cómo usar la máquina de café del jefe —pido, olvidando por completo mis modales—. ¡Y hola! Perdón, estoy apurada y vos parecías simpático.
—No hace falta el chamuyo —dice entre risas y sigue preparando los pedidos mientras habla alto—. No conozco el despacho del jefe.
Me siento totalmente tonta teniéndole que explicar la máquina, que él evidentemente no tiene a mano, y peor aún cuando me da las instrucciones. No se me ocurre anotarlas en ningún lado hasta que termina de decirlas y pienso por qué no las anota en el celu. Todo sería mucho mejor si hubiera hecho eso, pero por ahí puedo retener lo que me dice en el medio de tantas voces. Al fin y al cabo, fui camarera, sé lo que es intentar comprender la lengua rápida de algunas personas.
El problema es que cuando vuelvo al despacho, me siento al borde de la desesperación. Dijo muchos nombres técnicos, no tengo idea de ninguno y, además, hay una playlist horrible reproduciéndose acá. Es como si estuviera en un boliche escuchando "Si te sentís sola" de Duki. ¡No tengo nada en contra de su música, pero sí cuando no puedo hacer nada para nivelar esa canción! Si este hombre tiene un mar de cosas por acá, qué se yo si pone la música por la tablet, compu, celu u otra tablet que se llevó con él.
Intento como puedo poner los granos, molerlos, preparar el agua caliente, la taza y la leche para la figura estúpida que él quiere. Pero ¿por qué pensé que podría contra una máquina de café de granos? ¡Nunca fui barista, los cursos eran caros! Y quizás sea esa la razón por la que mi mano se encuentra quemada; sumándole a mi torpeza, heredada de mamá.
Pero por suerte el tema este de mierda cambió y ahora suena Airbag... Aunque eso no quita el ardor que tengo en la mano y las lágrimas que se me acumulan en los ojos.
Odio estas máquinas pretenciosas.
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