Capítulo 10

Lola Gutiérrez

Voy en el colectivo cansada y parada la mayor parte del trayecto. Sé que mi trabajo ahora no es difícil y que, además, tengo conmigo una bolsa de La Porteña, una marca que por muy mencha que suena se volvió un empredimiento con estilo similar a Aurora, pero con telas francesas. Dios, ya siento la mirada de mis compañeros de viaje, notoriamente desentendidos de que yo esté acá. Nunca pude comprarme un auto... Pero no tengo que explicarle nada a nadie.

Suspiro abrumada cuando me toca bajar en frente de mi departamento. Me cansa estar cerca de Emanuel. Y, como si fuera poco, uno de mis vecinos, un zapatero viejo de mal carácter, se baja conmigo. También me cansa la gente de por acá, son amargados.

—No entiendo a las chicas como vos —su voz resentida no me sorprende, pero tampoco es como si me sintiera en confianza acá, ambos esperando a que los autos paren un segundo y nos dejen cruzar la calle.

—¿Por qué? —pregunto más por respeto que curiosidad.

—Porque sos joven y mediocre, Lola. Pudiendo aprovecharte del hombre del Toyota que vino acá hace una semana, seguís viniendo en cole.

—No me gusta aprovecharme de la gente —murmuro, un poco avergonzada por no saberme ni su nombre, siendo vecinos.

—Quizás por eso estás acá, muchacha. Hay que tener más valor, ser egoísta. Aunque puede que no escuches a un viejo cascarrabias como yo... Pero espero que aspires a algo.

Levanto la cabeza, viéndolo por primera vez, notando una especie de sonrisa cansada. Jamás veo la cara de mis vecinos, mucho menos la de los señores ya viejos, ignoro que pertenezcan a mi ambiente. Ignoro a todos. Pero esta vez tuve el valor de ver esos gestos ancianos, que son tan cercanos a mí a pesar de que tengo 0 conocimiento de este señor.

Y sus palabras... realmente me desaniman. No sé cuál fue la idea de ser reflexiva con alguien como yo, pero la verdad es que veo difícil aspirar a algo más que una asistenta. Nunca me sentí lo suficientemente preparada para tomar las riendas yo misma, siempre sigo a otros.

Cruzamos la calle, él me saluda con la mano y una sonrisa un tanto raro para su expresión de bulldog rabioso, pero yo le devuelvo el saludo y veo que va a su departamento. Pensé que era menos simpático. Aunque no tiene mucho tacto.

Cuando paso mi puerta, me voy directo a la heladera y saco un vino. No quiero comer. No me gusta comer sola. Así que simplemente tomo un poco de vino hasta caer dormida.

Es fea la soledad. Nunca me gustó la idea de vivir sola. Quizás por eso me aferré tanto a Joel, aún sabiendo que no me amaba en lo más mínimo, que me trataba mal; porque era mejor tener la sensación de que había alguien, que, de la ausencia de ruido, por más que a veces me abrumaba.

Tomo aire y bebo una segunda copa de vino. Odio ser adulta, tener que escuchar música nostálgica que pasa en la radio 94.3 y estar con solo mi velador prendido, procurando dormirme rápido por su calidez.

A la tercera copa siento que Flor me escribe. No necesito prender el celu para saberlo. Es la única que me habla a esta hora.

"Mañana salimos, ¿querés? Hay que ponernos al día" pero a pesar de que eso suena muy simpático, salir con Flor implica que ella se cruce a 20 personas y me deje tirada para dedicarle tiempo a cada una; es demasiado sociable y poco cuidadosa con amistades como la mía. Yo sé que no tengo ni la mitad de valor que sus otros amigos. Pero por lo menos algo me debe querer para proponer una salida, por más que sea a un bar de un estilo exótico, como le gusta.

"Sí, dale" respondo con los dedos resbalándose y dejando el celular en mi mesita de luz.

De piba pensaba que quería ser adulta, discutir más con mi papá, ganarle en argumentos a mamá, tener mi vivienda propia, ser autónoma, hacer lo que se me da la gana. Ahora soy adulta y miserable. Pienso en un mejor amigo que no veía hacía 10 años, recuerdo sus expresiones en el día y sollozo, porque es lo único que me duele: tenerlo en mente, como si hubiera desaparecido, como antes.

No quiero crecer más, deseo estancarme, pensar que esta vez mis sentimientos no se van a ir de mis manos, que voy a mantener distancia con Matías, porque él ya no es él. Es un ser burlesco apartado a mi presencia, un ser social, un líder, un rico. Es todo lo que alguna vez dijo odiar.

¿Por qué no puedo ser feliz? ¿Por qué ahora me empiezo a sentir ansiosa por mañana y me duele el pecho? Y ¿por qué mi tercera copa de vino ya está vacía de nuevo?

Me hago un bollito, intento respirar, clavo mis uñas en mis rodillas. Solo quisiera vivir en un k-drama, que las cosas me salieran bien románticamente, al menos por una vez. Meterme en la fantasía, dejar de ser yo.

A la mañana siguiente siento que mi cuello está todo tenso y que mis pasos se están volviendo robótico, al menos hasta que entro a la oficina de Emanuel y me siento deslumbrada por su calma. ¡Vas a tener una reunión con los ejecutivos de Nike y, además, sonreís como si fuera una gracia divina! Eso es completamente la definición de locura.

—Hoy no te ves muy alegre, Lo —dice risueño mientras teclea algo en su computadora. Siempre tan ocupado y molesto.

—No es nada, señor Aguirre. Solo me siento ansiosa.

—¿Ansiedad? ¿Hace cuánto que no siento eso?

Me pone los pelos de punta su tonito tan calmo, como si fuera la reencarnación de un ángel, y genera que suspire mientras le insisto en que voy a buscar el batido con brownie —no come brownie todos los días, solo cuando se ve así de contento, o eso creo a juzgar de cómo levanta el dedo pulgar y tararea alguna de sus canciones de trap que no conozco—.

Me encuentro con Humberto en el kiosko y me alegra ver a alguien que parece normal, ni muy contento ni muy desanimado. Siento que es el único con los pies en la tierra ahora mismo.

—¿Harta de las emociones contradictorias? —me pregunta con gracia, haciendo el pedido sin que se lo diga. Ya sabe muy bien lo que vengo a hacer.

—Sonás como un comercial en donde me vas a vender un producto que probablemente no me va a ayudar.

—Es correcto, no tengo la solución, al menos de que...

—Ni se te ocurra mencionar las drogas.

—Es marihuana, tranqui.

Sí, no estoy muy tranquilizada. Sé lo capaz que soy de generar dependencia y no necesito más líos en mi vida. Lo que me falta es ser de ese 1% que se vuelve adicta de la droga menos adictiva. Ya comprobé los males de la vida al lado de Joel, no necesito un pesar más.

—Disculpá si te molestó lo que te dije —dice en tono bajo mientras me da dos batidos. Uno para mí y otro para Emanuel—. Yo invito —insiste antes de que pueda reclamarla. Me pasa la bandeja con brownies y todo se siente tan cotidiano, que no parece que lo conozco hace tan poco.

Humberto tiene algo familiar en su forma de actuar, de sonreír gentilmente y de tocar mi mano cuando me quedo pensando en eso, con una calidez que me resulta ciertamente extraña, por más que estemos en verano... O será que estoy necesitada de amor. Sí, es más probable que sea la segunda.

Suspiro, vencida por la lástima que tengo hacia mí misma y siento la mirada amable de este chico.

—No te presionés mucho hoy... Consejo del pibe con nombre feo y que trabaja en el kiosko.

—Tengo que admitir que tu consejo no me sirve mucho —digo con gracia y él me palmea el hombro.

—¿Y si te doy un incentivo?

—¿Un aumento de sueldo?

—Eso hablálo con el jefe, yo no tengo un mango.

Escucho un par de quejidos atrás mío y veo cómo Humberto me hace un gesto para que me acerque. Le hago caso y él murmura rápido, casi como un secreto, que si hoy todo sale bien y no termino siendo despedida —wow, cuánto tacto— me invitará a una cita en el Rocky Fellings. Me quedo en blanco cuando se aleja de mí y sonríe como si fuera una cliente usual a la que le acaba de compartir la formula del batido... ¡Pero es el mejor restaurante de todo Puerto Madero!

Me da unas palmaditas para que me mueva y me hago un lado, tambaleando un poco con la bandeja, pero manteniendo el equilibrio por obra de magia. ¡O por obra de que nunca fui a ese lugar tan top! Joel tenía la plata para invitar a una comida ahí, pero... no era suficiente para él, casi nunca me invitaba a nada y yo con mi sueldo mísero lo invitaba a él a los lugares que podía.

Es raro. ¿Tendría que aceptarlo o rechazarlo? Incluso si lo veo desde acá, no lo conozco mucho, parece tener una faceta agradable con todos, pero ¿cómo será al llegar a su casa?

Llego a la oficina rápido, sin darle respuesta, dejando la bandeja en la mesa del jefe con los dos batidos y escribiéndole rápido a Flor. Ella es la única que podría decir algo con sentido sobre esto. Y para estas cosas sus respuestas son rápidas.

"Ya fue, hermana, te quiere chamuyar. ¡Dejá de hacerte la difícil e ignorá al boludo de Joel!" me escribe con notoria euforia, aunque no podría saberlo, ya que casi nunca manda audios. Pero antes de que pueda responderle, me sorprende mandándome una foto de ella junto a... ¿Qué?

"Adiviná quién vino justo hoy a Rocky Fellings" por un momento había olvidado por completo su cara. Me perdí durante unos segundos y no reconocí su barba corta, su sonrisa arrogante, los lentes azules de lectura que usaba para verse intelectual, sus ojos miel, su cabello rapado a los costados de tono negruzco. Qué patética soy. Hace solo una semana que no nos vemos y estoy hipnotizada como si hubieran pasado años.

—¿Qué anda distrayendo a mi secretaria de su batido? —escucho la pregunta de Emanuel cerca de mí, mirando por encima de mi hombro la conversación y alzando las cejas—. Ah, ¿el pelotudo de Joel?

—¿Es mucho pedirle un poco de privacidad? —digo apagando el celular y notando que está tomando de su batido, como si le diera lo mismo.

—Estabas alzando el celular.

Noto que literalmente tenía los brazos estirados, mirándolo de lejos como una ilusa. Siempre tengo una forma de dejarme en vergüenza al lado de él.

Pero ¿qué acaba de decir al verlo? ¿El pelotudo? Si mal no estoy, Emanuel se cogió a mi novio... ¿Era gay? Ahora que lo pienso, nunca lo juzgué como nada. Quizás en su momento esperé que fuera heterosexual, aunque era más un capricho, o eso quiero pensar de ahora en más, mientras se pasea a mi alrededor con dudas en sus ojos.

—Lo mirabas como con... tristeza. ¿Se pelearon?

—Sí, algo así.

Me da vergüenza decirle que corté con él. Sé que se va a reír, que probablemente me haga burla porque ninguna relación funciona conmigo y supongo que tendría que darle la razón con la cabeza gacha. Está claro que soy el problema si a lo largo de estos diez años solo tuve una amiga a la que le importo tan poco que hasta me manda fotos con mi ex y un ex que me maltrataba.

—Yo siempre te dije que lo dejaras antes de que se vuelva una carga para vos.

Lo miro unos segundos, sorprendida por sus palabras.

¿A qué viene con eso? No podemos volver al pasado de todas formas.

Y supongo que no soy la única que se culpa de esto.


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