Capítulo 7

—¡Auch, eso duele!

—Ya cálmate, faltan pocas.

Esto es, por mucho y sin duda alguna, lo más horrible que me haya podido pasar en la vida. Estar recostada en las piernas del idiota más guapo del mundo, desnuda mientras él me quita un montón de asquerosas sanguijuelas del trasero.

«¿Por qué estas cosas horribles me tienen que pasar a mí?» Grito mentalmente la pregunta y casi dejo escapar un sollozo.

«No soy tan mala persona, bueno, es cierto que robaba las galletas de la alacena y luego fingía no saber nada al respecto; también es cierto que tomaba dinero de la billetera de papá para ir a la ciudad a comprar tarjetas de baseball y algunas otras cosas más, pero este castigo es más que excesivo.»

Mientas hago repaso mental de mis pecados, puedo sentir como las alimañas succionan la sangre de mis piernas y trasero, para luego detenerse y caer al suelo una a una.

Mi Amelia imaginaria está ataviada con un traje amarillo impermeable y marca su espacio con una línea amarilla de cuarentena como si así estuviera a salvo de cualquier tipo de contagio.

—Traidora —susurro.

—¿Dijiste algo?

—No, solo que te des prisa, esto duele.

—Ya va, ya va.

Continúa arrancando las sanguijuelas de mi trasero, poniéndoles la punta de una vara caliente encima hasta que las pequeñas bestias caen por sí mismas. Debe de estar disfrutándolo, incluso creo que en gran parte todo esto es su culpa.

Ay, ¿a quién quiero engañar? yo insistí en bañarme de este lado del río, él solo vino en mi ayuda cuando escuchó mi grito, que por cierto se debió de haber escuchado hasta en China, y fue mucho más inteligente que yo al ponerse un bañador para entrar al agua mientras yo lo hice totalmente desnuda. Bien hecho Kat, esas son las buenas ideas que te han traído hasta aquí, me reprocho a mí misma.

—Ya está, la última ha caído —anuncia Taylor con voz triunfante.

¿Qué?

Es cierto, estaba tan sumida en mis pensamientos que no noté que las alimañas habían desaparecido.

—Bueno, ahora...

Antes de que termine la frase me levanto de entre sus piernas y salgo corriendo del lugar totalmente avergonzada e incapaz de mirarlo a los ojos, ni siquiera para agradecerle.

—Espera, no te vayas.

Escucho a la distancia su voz intentando detenerme, pero es inútil. Continúo corriendo hasta llegar al avión, una vez dentro voy hasta el último asiento y en él me desplomo, con las lágrimas a punto de salir.

Estoy tan hundida en mi pena que casi olvido que aún estoy desnuda. Me acerco a la maleta de Taylor y tomo una de sus camisas, voy de nuevo al asiento, pensando en que es la segunda vez que me refiero a él como Taylor, claro que no estaría bien llamarlo idiota después de lo que hizo.

Como si lo hubiera convocado mentalmente, escucho sus pasos acercarse lentamente.

—Kat, ¿estás ahí? —pregunta desde la puerta del avión.

—¡Lárgate, no quiero hablar contigo! —le espeto.

Él ignora mis palabras y entra de todas formas al avión. Alzo mi cabeza por encima del asiento y lo veo inspeccionando cada asiento. El movimiento capta su atención y fija su mirada en mi dirección, con un respingo vuelvo a contraer la cabeza, pero ya es muy tarde, yo misma me he delatado. Camina despacio hacia mi posición y se sitúa en el asiento que está justo enfrente de mí.

—Creo haber dicho que te largaras, quiero estar sola.

—Mira ―empieza a decir él, ignorando mis protestas―, sé que estás avergonzada y triste por lo que pasó, pero te aseguro que no tienes que estarlo. —Hace una pausa, imagino que buscando las palabras correctas para continuar con su discurso.

Hago mi mayor esfuerzo por no sonreír, creo que es muy tierno que se preocupe lo suficiente como para venir hasta aquí para intentar hacerme sentir mejor.

«—Yo... tú no eres la primera chica que he visto desnuda, he visto muchas y créeme que solo fuiste una más, en serio no tienes que preocuparte por mí porque no me importó en lo absoluto. Imagíname como un doctor que ve chicas desnudas todo el tiempo, solo te veo como un cuerpo más para operar o en este caso para quitar sanguijuelas. No tienes porqué sentirte incómoda conmigo, es más ni siquiera eres mi tipo, así que no hay nada de qué avergonzarse.»

Puedo sentir como la ira se desliza dentro de mi cuerpo como lava hirviendo, ¿cómo pude ser tan estúpida y pensar por un instante que él podía ser algo más que un maldito idiota, ególatra y mujeriego? ¡¿Qué ha visto a muchas más chicas desnudas, que no le importó verme, que no soy su tipo?! Tengo ganas de gritar.

—¡Eres un maldito idiota, degenerado! —Le grito mientras le lanzo desde el asiento cualquier cosa que tenga al alcance—. Lárgate de aquí, no quiero verte.

—Oye cálmate —me dice mientras esquiva los objetos que le lanzo—, solo quiero ayudar.

—No estás ayudando, ¡ahora vete!

—Está bien, como quieras —dice resignado mientras empieza a alejarse—. Estás bien loca, ¿sabes?

Con este último comentario sale del avión al mismo tiempo que una lágrima rueda por mi mejilla.

¿Qué me está pasando? Primero me pongo furiosa porque dijo que ha visto a otras chicas desnudas y ahora me pongo a llorar ¿qué esperaba, que se enamorara de mí al instante?

Claro que no soy su tipo, él es un empresario adinerado acostumbrado a salir con supermodelos y yo ni siquiera tengo pecho, solo una mala actitud y un cuerpo de niña con un enorme trasero.

¿Y por qué me importa tanto no ser su tipo? Él tampoco es mi tipo. Es un arrogante, ególatra, insensible, mujeriego, bueno para nada; la lista puede continuar por horas. Aunque si soy sincera conmigo misma, debo reconocer que es el hombre más guapo que he visto en mi vida, fuerte atlético y con una sonrisa...

«¡Basta! ¿Qué diablos me pasa?»

Sacudo mi cabeza para salir de mi trance y rápidamente invoco a mi Amelia imaginaria en busca de apoyo, pero la muy sinvergüenza está ensimismada admirando un poster gigante de Taylor sin camisa.

«No creo que ella sea de mucha ayuda.»

Me muevo incómoda en el asiento tratando de aclarar mis ideas.

¿Por qué estoy pensando en todas estas cosas? ¿No será que me...? ¡No! No lo digas, no lo pienses.

Me froto las sienes al mismo tiempo que borro la descabellada y aberrante idea de mi mente. Hay explicación mucho más razonable y lógica para todo esto, las sanguijuelas succionaron demasiada sangre de mi cuerpo y ahora estoy delirando. Sí, eso es exactamente lo que está ocurriendo.

Me acomodo en el asiento tratando de desviar mis pensamientos hacia cualquier cosa que pueda distraerme, como en mi padre gritándome por haber tomado su avión sin permiso o en la cara de reproche de mi madre mientras me pregunta cuándo aprenderé a comportarme como una dama.

Sé que no son exactamente pensamientos felices, pero en este momento cualquier cosa servirá.

Estoy tan metida en mis pensamientos que no me percato de la pequeña presencia pelusa que se me acerca lentamente, hasta que el contacto de su húmeda nariz me hace dar un respingo.

—Max, eres tú. —Extiendo la mano hacia el pequeño animal y le acarició la barbilla con el dedo—. Creí que nunca te volvería a ver.

Max olfatea mis dedos y trepa despacio por mi brazo hasta llegar a mi hombro y acurrucarse.

—Espero que no hayas tenido problemas con ese tonto de allá afuera. —Max hace un bufido como un gesto desaprobación—. Sí, yo también lo odio... o ¿no?

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