Capítulo 30
Me quedo petrificado al ver a Kat frente a la puerta. Por su cara puedo ver que se está imaginando lo peor y sé que se ve muy mal, pero, y aunque suene a cuento barato, esto no es lo que parece.
Las circunstancias que llevaron a que Rebecca estuviera en mi casa envuelta en una bata de baño comenzaron a unas semanas, cuando empezamos la planeación para la decoración del hotel.
Al día siguiente de haber hablado con Kat, Rebecca me llamó para reunirnos. Había concertado varias reuniones con distintos escultores y paisajistas que podrían ser capaces de realizar obras hermosas con el concepto que quiero para él hotel.
El primo era un chico joven de unos veinte minutos años más o menos. A pasar de su corta edad ya tenía una gran cantidad de clientes que demandaban sus esculturas. Mientras hablamos con el chico el teléfono de Rebecca sonó. Cuando lo sacó de su bolso para ver quién era se puso muy
nerviosa, rechazó la llamada y volvió a guardar el móvil.
Cuando vio que la miraba me sonrió, tal vez porque vio que me había preocupado. Yo me relajé al pensar que no era nada grave. La reunión continuó. El chico era arrogante con su trabajo. Primero nos mostró una escultura abstracta que representa el viento. Era muy interesante y novedosa e iba muy bien con mi concepto. Mientras hablaba el celular de Rebecca volvió a sonar.
—Lo siento. Esta vez contestaré.
Se alejó de nosotros para tomar la llamada, pero aún podía verla. Estaba discutiendo con la persona del otro lado del teléfono y de forma muy acalorada. Para ese punto ya no le estaba prestando atención al joven escultor.
—Definitivamente estoy impresionado. Ahora tenemos que irnos, pero pronto te llamaré —le dije y fui con Rebecca.
Cuando llegué hasta ella ya estaba colgando el teléfono. Llegué a ver que tenía los ojos rojos y que había algunas lágrimas en sus mejillas que intentó limpiar disimuladamente.
—¿Estás bien? ¿Pasó algo? —pregunté preocupado.
—Sí, todo está bien. Descuida —contestó sonriendo. No le cuestioné, pero tampoco le creí.
A lo largo de la semana las llamadas, las discusiones por teléfono y las lágrimas continuaron, pero ella continuaba insistiendo en que todo estaba bien. Ya habíamos ubicado todas las piezas que serían parte de la decoración del hotel, y el paisajista cuyo trabajo me había impresionado más estaba trabajando en el diseño del jardín.
Cuando nos reunimos en un restaurante francés hace unos días para hablar de algunos pormenores decidí que era el mejor momento para hablar con ella.
—Rebecca. Mira de verdad que estoy impresionado con tu trabajo, es en verdad impecable. —Empecé con halagos para que se sintiera más a gusto conmigo.
—Gracias Taylor.
—Pero es imposible no notar lo nerviosa e inestable que has estado últimamente. Dime que es lo que pasa por favor, quiero ayudarte. —Se quedó callada evitando mirarme a los ojos y yo tomé su mano esperando que eso la hiciera hablar.
—Es mi ex prometido. Su nombre es Roberto.
—¿A estado acosándote?
—Sí. Estuvimos juntos por tres años. Fue antes de decidirme a volver a Londres a estudiar diseño. Él no estuvo de acuerdo. quería que me quedara en Portugal con él, que nos casaremos y tuviéramos hijos y me di cuenta de que no estábamos en la misma página así que lo terminé. Nunca había sido violento conmigo hasta ese momento. —Un sollozo escapó de su garganta cuando pronunció esas palabras.
Si no lo hubiera visto yo mismo, si alguien me lo hubiera contado, jamás hubiera creído que esa chica rebelde e independiente de infancia y parte de mi juventud era la misma chica vulnerable y asustada que estaba frente a mí.
—¿Está en Londres ahora?
—Sí. Llegó hace unos días y desde entonces no ha parado de llamarme para insultarme.
Me llené de ira e impotencia en ese momento. Solo quería encontrar a ese desgraciado y romperle su cara.
—¿Dónde está? Voy a darle una lección a ese imbécil...
—¡No! Ya le puse una orden de alejamiento. Estoy segura que pronto dejará de molestar —dijo intentando sonar optimista—. Mejor hablemos de otra cosa. Dime ¿cómo te sientes al saber que pronto tendrás tu propio hotel que administrar?
—Bueno, sigue siendo el hotel de mi padre. Yo solo estoy feliz de demostrarle que no soy un parásito que solo sirve para vivir de su dinero.
—No te escuchas tan emocionado como deberías. —Eso me sorprendió, no era mi intención sonar desanimado.
—No... yo... sí lo estoy... mucho. —Debía de estarlo. Estaba sacrificando mucho por estar aquí.
—Bueno, tengo que irme. Nos vemos mañana.
Yo decidí quedarme a terminar el postre y pensar un poco en la que Rebecca acababa de decir. Me sentía feliz de que mi padre estuviera confiando en mí y a un más de que le gustara el trabajo que estaba haciendo. Su idea principal era hacer abrir una sucursal de los hoteles que tenía en el caribe con la misma temática, pero yo sabía que las personas que preferían pasar sus vacaciones en Europa buscan un ambiente distinto, más elegante y pragmático. Por eso lo convencí de abrir un hotel totalmente apartado de la marca, pero que estuviera respaldado por nuestro sello de calidad. La idea fue tan bien aceptada que antes de abrir ya teníamos todas las habitaciones reservadas. Esto no solo me sirvió para mostrar mi valor ante papá, si no para demostrarme a mí mismo de lo que soy capaz.
Terminé de comer y pedí la cuenta. Cuando estaba listo para retirarme después de pagar me di cuenta de que Rebecca había olvidado su teléfono sobre la mesa. Lo tomé y no dudé en llevárselo a su casa. Vivía en un apartamento de lujo cerca del rio Támesis. Al llegar a su piso noté la puerta entre abierta, pasé adelante y vi objetos rotos y cosas tiradas por todo el lugar; pronto un grito ahogado me alertó de que estaba en la habitación. Entré y descubrí a un hombre moreno y alto golpeándola salvajemente.
De inmediato corrí a quitárselo de encima y lo golpeé varias veces hasta dejarlo noqueado. Fui a ver a Rebeca que aún se encontraba en la misma posición.
—Rebecca mírame, soy yo, Taylor.
—¿T... Taylor? —Levantó la cabeza al escuchar mi nombre y pude ver que estaba sangrando.
Mientras tanto el maldito logró recobrar el conocimiento y salió huyendo como un cobarde.
—¿Ese era el tal Roberto? —pregunté enfurecido.
Ella asintió y empezó a llorar desconsoladamente, abrazándose a mí.
—Ya, tranquila. Todo va a estar bien —le dije acariciando su cabello—. Ahora vamos a tomar un poco de ropa para que te quedes en mi casa por unos días. No estas a salvo aquí. Pero antes tenemos que ir a denunciar a ese malnacido. —Ella asintió lentamente, aun sollozando.
Después de ir a la policía y poner la denuncia, llegamos a la casa que alquilábamos en Londres. Rebecca fue rápidamente a darse un baño y yo, después de me quitarme la camisa ensangrentada, empecé a guardar su ropa en uno de los closets de la habitación continua a la mía que estaba disponible. Mamá y papá no estaban, les explicaría todo cuando volvieran.
—Siempre supe que había sido una tonta por no haberte dicho que sí cuando me propusiste matrimonio. —Me comprendí cuando la vi parada en la puerta envuelta en la bata de baño. El golpe que le había dado su ex no fue tan fuerte gracias a Dios. Después de limpiarse toda la sangre a penas si se le veía un rasguño.
—Al contrario. Tú eras una chica con los pies en la tierra que sabía muy bien lo que quería y yo un niñato encaprichado —le respondí, guardando sus últimas piezas de ropa.
—¿Así que solo fui un capricho para ti? —Se acercó lentamente a mí.
—No, lo que sentí fue real. Mas bien me encapriché con la idea de atarte a mí, pero tú siempre has sido un espirito libre.
Sin previo aviso ella puso sus brazos alrededor de mi cuello y pegó sus labios a los míos. El beso se prolongó por unos segundos hasta que reaccioné y rompí el contacto.
—Lo siento Rebecca, pero amo a Kat. —Su mirada era entre sorprendida y avergonzada.
—Lo siento... yo... Kat tiene mucha suerte —dijo al fin.
La miré fijamente y pensé en lo mucho que había cambiado mi vida desde que conocí a Kat. Hace menos de un año no habría dudado en acostarme con Rebecca, pero el yo en el que me había convertido jamás pensaría ni por un instante en engañarla, a pesar de la distancia que nos separaba. El timbre sonó en ese instante, interrumpiendo el incomodo silencio.
—Yo abriré —dijo antes de salir corriendo. Seguro tan desesperada por salir de esa situación que no le importó estar en bata. Yo salí tras ella. Me preocupaba que fuera el maniaco de su ex.
Fue así como llegamos a esta situación. No tengo idea de cómo voy a explicárselo todo a Kat y, por la ira que refleja su rostro, estoy seguro de que será muy difícil hacerla escuchar.
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