Lazos
Junio de 2015
El polvo se derramaba por cada esquina, una cascada de memorias de días pasados e instantes perdidos. Se escurría por cada arruga de cartón avejentado y se asentaba en toda superficie disponible, convertido en una huella abandonada por el propio olvido. Las cajas se apilaban en montones desordenados. Los objetos que alguna vez tuvieron significado estaban desparramados por el suelo. La luz apenas los tocaba. Sus dedos finos avanzaban por las hendijas del desván, trémulos en su andar. En un rincón, yacían sueños y esperanzas, ambos desterrados. Y, junto a ellos, un hatajo de sobres manchados se encontraba a la espera.
Una espera que estaba por terminar.
Isabelle ni siquiera sabía de su existencia. Nunca le habían mencionado esas cartas, como si aquello fuese a borrarlas de este plano. Como si su contenido fuera a cambiar si nadie más las leía, si se quedaban relegadas a un espacio minúsculo que no era visitado. Como si la historia fuese a reescribirse si se olvidaba el pasado.
Pero ¿cómo deshacerse de aquello que uno lleva consigo?
Arrodillada sobre una alfombra enmohecida, Isabelle las tomó entre sus manos con un precioso cuidado. Desató el lazo que las mantenía unidas y, sin pensarlo demasiado, abrió el primer sobre.
La verdad, por fin, fluyó con libertad. Y esta vez lo cambiaría todo.
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