19. Marzo, 1998

El cambio de estación trae consigo nuevos silencios. Nuevos vacíos. Un nuevo peso en el centro de mi pecho.

Escribir duele. Existir, respirar, funcionar como un ser humano más me resulta una tarea hercúlea. Al menos, Izzy está bien. Después del último susto, no hubo mayores problemas. Salvo por mi falta de energía y los malestares musculares, mis mayores preocupaciones pasan por los instantes en los que estoy sola. Aquellos en los que repito y repito los mismos discursos, las mismas imágenes, los mismos reproches.

Es tan paradójico, Isaac. Siento que todo a mi alrededor muere, mientras vida crece dentro de mi vientre. ¿Y si Izzy hereda mi toque? Isaac...

No quiero que caiga en mis errores. No quiero que sufra por las mismas razones que te plagaron a ti, a mi madre. A mí. Pero ni siquiera estoy segura de que pueda apartarla de ello. ¿Cómo protegerla de aquello que llevamos en la sangre? ¿Cómo salvarla de aquello que somos?

No. No, no, no. No debo convencerme de estas cosas. No tengo que darme cuerda con el sinsentido de mis ansiedades. Ella no está condenada. Nuestra sangre no está maldita ni mancillada.

Será feliz. Te lo prometo, Isaac. Haré lo que sea necesario para que tenga la chance de vivir sin ese sufrimiento que nos persiguió desde nuestros inicios. Haré lo que sea, así tenga que inventar un nuevo pasado para ti y para mí. 

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