18. Enero, 1998

Pasé las últimas dos semanas en la cama, convaleciente. En parte, no quiero levantarme. No quiero salir. No quiero abandonar mi refugio debajo de las sábanas de color pastel. Solo... Solo quiero mantenerme en el capullo de seguridad que mi padre y yo construimos, donde el exterior no pueda tocarme.

Pero no puedo dejar que se encargue de todo. No puedo seguir viéndolo desgajarse con cada paso, perdiendo pequeños pedazos de sí mismo para completarme a mí.

Trato de salir del cuarto, aunque sea para compartir un almuerzo o una cena con él, en la mesa. Como corresponde. Como debería ser. Me levanto, también, para escribir.

Cuesta tanto. Creo que llegué a un punto en el que las palabras se agotaron. Quedan los mismos sentimientos arraigados, igual de poderosos, igual de dañinos. Quedan las memorias y los pesares y los sueños y las pesadillas que me despiertan algunas noches, cubierta en sudor y con la certeza de que este dolor no se apagará nunca.

Y estas cartas... Estas cartas te mantienen vivo, de cierta forma. Me recuerdan lo que tuvimos. Nuestros inicios. Los destellos de alegría. Quiero aferrarme a ellos, permitir que aniden en mí y florezcan conmigo. Que sean ellos los que pervivan y no el infinito pesar que me hunde en este mar de ansiedad, sin respiro.

Isaac, amor mío... Temo que deba dejarte ir. En algún momento, cuando menos lo espere, puede que tu figura se convierta en una sombra que se la lleva el viento, empujada por los años y la distancia que nos separan. Siempre ese dúo, acechando. Observando. Esperando a que baje la guardia.

Y me aterra, Isaac. Me aterra que tu imagen desaparezca, que de ella no quede nada.

Solo Izzy. Solo ella.

Y no puede cargar con esa cruz a sus espaldas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top