Etapa 3: Danae


La primera noche de aquella pesadilla la pasé en compañía de un muerto, sin poder escapar de una habitación con el olor a muerte.

Casia...

Casia...

Casia...

No puedo correr ni gritar, y la única protección que tengo es una fría manta que resulta absurda como un escudo ante aquel ente. La Noche se queda inmóvil, en su sitio, mientras mueva su retorcida boca sin pronuncia palabra o sonido alguno, o al menos eso parece. Pero ha sido ella que ha dicho mi nombre. Como un sonido bajo, desafinado y muerto.

La canción de Euria suena, alegre y dolorosa, en algún espacio de mi mente cuando mi nombre cambia con la melodía por otro: Danae

Todo mi ser se sumiría en el horror y en un inevitable caos a partir de las palabras que la siniestra Noche me relataría con una mueca de diversión y con ojos vacíos.

Aún recuerdo ese horus tan especial—un sonido grotesco brotó de la Noche, como un suspiro con humor inexistente—. El viento soplaba desde el sur, cargado de aromas extraños. Sabía que debía de hacer antes que las almas apareciesen para atormentarme. Y era atormentarles a ellos.

El miedo ante una aparente calma es más fuerte, no permite que logre comprender los sonidos que emiten y que dicen ser palabras.

—Él no se encontraba en su hogar aquel horus, pero supongo que tu lo sabes. O tal vez no, Casia —sus labios destrozados mencionaban mi nombre como si fuera la burla de un misterio.

» Ella cantaba y lo recordaba continuamente cuando él se ausentaba por largos períodos de tiempo. Él le escribía cartas y cuando se encontraban, se amaban durante todo el horus. Un día él volvió, y la encontró muerta.

Soy incapaz de comprender la historia que narra la Noche. Y aunque comprendiese, no habría palabras que lograsen salir de mis labios, solo un grito ahogado. La Noche se acerca con su ser casi corpóreo, pero como si fuese a desaparecer en cualquier momento. Está casi encima de mí y su aliento gélido me da en el rostro. Cierro los ojos con fuerza, esperando lo peor. Tal vez mi muerte. En cambio, la Noche solo grita.

—¡Te dejo con ella para que le hagas compañía!

Nunca había experimentado el olor repulsivo y nauseabundo de la muerte tan cerca hasta que la expresión congelada de espanto y dolor macabro en el rostro de un cadáver está frente a mí.

El grito que he deseado soltar desde que inició el horus es liberado hasta desgarrar mi garganta, mientras apartó con desespero el putrefacto cadáver de un personaje que desconozco. Su rostro está mutilado de una forma grotesca; asomando a ver huesos en la zona de las mejillas y las sienes.

Y la canción de Euria sigue sonando.


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