Capítulo 6
Tal y como dijo, tocó el timbre a la hora acordada. Antes de abrir la puerta pensé en Val y lo mucho que disfrutaría cuando le cuente todo. El haber aceptado a una cena con mi vecino me pareció un error cuando terminé de arreglarme, pero ahora que había llegado el momento dudaba un poco menos. Pedro se veía emocionado, tanto, que mis nervios se esfumaron cuando salimos del ascensor.
Quizás teníamos ideas contrarias, yo era más propensas a matar el meme y él a hacerlo crecer. No había considerado una pequeña información sobre él hasta que estuvimos de camino. Pedro tenía, al parecer, algún tipo de presencia en redes y eso significaba que por eso la foto se volvió viral. A lo mejor él no se había dado cuenta de ese detalle. Pasé página, prefería quedarme con la duda ya que quería que fuera una buena noche, porque si era así, era probable que armáramos un escándalo. A lo mejor exageraba, pero prefería no descubrirlo.
Pedro no me dijo a cuál restaurante íbamos, hasta que nos detuvimos en frente de la puerta. Sin más, me comentó que el dueño era un amigo suyo y que tenía estrellas Michelín. No iba a poder pagar lo que comiera esa noche, pero ya era muy tarde para comentárselo.
Una muchacha de cabello negro nos guio hacia nuestra mesa que estaba en todo el medio del local. Agradecí haberme tomado mi tiempo en arreglarme, porque todos los comensales se veían elegantes. Pedro se notaba un tanto extraño una vez sentados, mantuvo la mirada perdida en algún punto a nuestro alrededor. Algo le pasaba y no quería decírmelo, tampoco nos conocíamos tanto como para que me tuviera confianza. No era de mi incumbencia, por lo que ignoré mi curiosidad. Si él seguía así, esta noche sería una tortura.
—¿Aquí no entregan ningún menú? —pregunté al notar que llevábamos sentados un rato y ningún camarero se había acercado.
—No —respondió un poco seco y arqueé una ceja—, perdona, no te expliqué cómo funciona este sitio, los platos son una sorpresa y cambian a cada rato.
—¿Y qué pasa si eres alérgico a algo?
Abrió los ojos más de lo normal y la boca al caer en cuenta de que no me había preguntado siquiera si tenía algún tipo de alergia. Yo podía comer de todo, pero vi la oportunidad de molestarlo un rato y la tomé. A ver si así se concentraba un poco.
—¡Eres alérgica! —exclamó y sacudí la cabeza—, ¿crees que es divertido? ¡Pensé que podía matarte!
—Bueno, si te concentraras más —comenté al mismo tiempo que un camarero vestido de negro nos entregó un menú de bebidas.
Leí la carta y quedé sorprendida ante los precios del vino. Mi billetera lloró conmigo al ver que la copa más barata costaba catorce. Pedro pareció notar mi sorpresa porque soltó una carcajada.
—No te preocupes, invita mi amigo. —Continuó observando el menú y luego añadió—: ¿Pedimos una botella?
Sin pensarlo dos veces, asentí. Al final, iba a ser gratis para nosotros. El camarero volvió para tomar la orden y, una vez se fue, Pedro me miró serio.
—Por ahora no veo a nadie mirando en nuestra dirección, ¿y tú?
—No me he fijado, pero eso es lo de menos —dije apoyando mis manos sobre el mantel verde oscuro—, no quiero comer pensando en que nos reconocen.
—Esa era la idea, ¿no?
El camarero trajo la botella y la descorchó enfrente de nosotros. Le entregó el corcho a Pedro, lo olió y examinó como si fuera una piedra prehistórica. Asintió y otro chico vestido de blanco que sostenía las copas estiró su brazo para colocarlas sobre la mesa. Acto seguido sirvieron un poco en una y mi vecino la probó. Al confirmar de nuevo, sirvieron la otra y dejaron la botella en medio de ambos.
—Nunca sé qué esperan de mí al hacer eso, es un sitio caro, el vino debe ser bueno —dijo y soltó una leve carcajada.
Yo me limité a sonreír.
—La idea era averiguar si de verdad vale la pena hacer la farsa, no estresarnos —respondí probando el vino.
Oculté mi asombro al notar el sabor, el precio se notaba al tomarlo.
—Igual quedamos en que si nos reconocían, nos aprovecharíamos —dijo y se cruzó de brazos—, ¿cómo vamos a saber si no estamos pendientes?
No le respondí y tomé otro sorbo. Él estaba en lo cierto y yo debía poner de mi parte también, pero no me apetecía mirar a mis alrededores. Quería disfrutar la cena gratis, una oportunidad así no se presentaba todos los días. Uno de los problemas que estaba teniendo con la cena, era que casi no hablábamos y yo odiaba el silencio cuando estaba con alguien. El estar así, me hacía sentir que la otra persona no estaba disfrutando. También estaba que no habían traído ni pan y temía que mi estómago comenzara a rugir. Esto último era el hambre, que poco a poco se hacía hueco y el alcohol era lo único que me mantenía concentrada. Para no emborracharme, dejé la copa en paz y me concentré en los camareros. No había ninguno.
—¿Cuándo traen la comida? —Jugué con el mantel, pero Pedro miraba a otro lado.
Enseguida, pensé lo peor. Algo pasaba, a lo mejor vio que nos tomaban una foto. Aunque, descarté eso último porque no sentí ninguna luz, pero quizás como era un restaurante fino no usaban flash. Maldije en un susurro, pero no quería voltearme por si nos estaban mirando.
—¿Pa...? —intenté preguntar, pero me atraganté con las palabras.
—¿Qué? —Me miró extrañado por unos instantes—, pronto traerán el primer plato.
Asentí, aún con las palabras en la boca. Por lo menos empezaríamos a comer, moría de hambre y el vino me tentaba. Las luces que ya de por sí estaban tenues, titilaron un poco y un batallón de camareros salieron con carritos llenos de bandejas.
Anonada, observé a cada uno entregar lo que supuse era un aperitivo. Cuando llegó nuestro turno, pude apreciar la decoración que, para una persona como yo, que prefiere comer pizza y vino barato, parecía un plato en broma. Aunque se veía bonito. No tenía ni idea de qué era y el nombre que nos dio el camarero no tenía sentido. Eran unas salsas de colores con queso y unas galletas saladas.
No quise preguntarle a Pedro que era, así que cuando vi que todos comenzaban a comer, los imité. Con el tenedor intenté agarrar un poco de lo que parecía queso. Estaba bueno, si tuviera un paladar refinado entendería los sabores de lo que me estaba metiendo a la boca. A lo mejor la comida podría ser algo que me sonaba asqueroso, pero como era esnob me pareció un buen plato.
—¿Te gusta? —preguntó cuando terminó su aperitivo, asentí—, es queso de burra.
Casi me atraganto. Mierda, lo sabía, era algo asqueroso para mis oídos. Mi vecino se echó a reír al mismo tiempo que agarraba su copa y tomaba un sorbo.
—Me pasó lo mismo cuando lo probé, pero después de un tiempo dejas de preguntar y solo finges que sabes lo mismo que ellos.
—Gracias por el dato —agradecí y añadí—: ¿cuánto cuesta un plato aquí?
—Demasiado caro para el bolsillo de ambos —respondió moviendo la copa en círculos lentos—, por algo me mudé a un apartamento más barato.
—A mí me van a echar del mío —comenté y me tapé la boca por instinto, en mis planes no estaba comentar cosas personales.
—Lo sé, vi a tu casero colocar la nota mientras me miraba. —Tomó un sorbo de su vino—, ¿a qué te dedicas?
—Recepcionista —dije a la par que los camareros aparecieron para llevarse los platos de la gente—, y tú, ¿freelance? ¿Qué haces en específico?
—A este punto de mi vida, de todo un poco —respondió dejando su copa en paz sobre la mesa—, estudié arquitectura en realidad.
De nuevo, el ruido que hacían los carritos y las bandejas me distrajeron. Nos entregaron el primer plato, y este sí lo entendí. Parecía pollo con una salsa o algo así, solo deseaba a que no fuese un animal raro, porque ahí sí que me arruinaría la cena. Agarré el tenedor y esperé a que Pedro empezara a comer.
Observé el plato, se veía estéticamente bonito y con colores claro. Al no entender nada de cocina, no me quedaba de otra que analizar todo lo que ponían enfrente de mí como una obra de arte. Claro, tampoco era muy conocedora del arte, así que ninguna opinión mía sobre lo que me sirvieran iba a sonar inteligente de todos modos.
—¿De todo un poco? —pregunté después de probar la comida, estaba pasable, sabía un poco ácido para mi gusto.
—Si, tengo tres trabajos y enfoques diferentes. —Dejó el tenedor en el plato—, hago arte conceptual de vez en cuando y trabajo en dos sitios desde casa diseñando sets para series de televisión. También hago comisiones de dibujo a empresas.
—¿Eso de los sets se puede hacer desde casa? —Tomé el último sorbo de mi copa.
—Sí. —Agarró la botella y me echó un poco más—, porque, me contratan cuando necesitan el concepto de algún lugar antes de crearlo en para un set.
Sonaba interesante, pero a la vez me pregunté si era verdad. Me parecía extraño que algo así se pudiera hacer remoto y como no sabía mucho sobre el tema, no dije nada. Comimos en silencio, al parecer ambos dimos por terminada la conversación hasta nuevo aviso.
Debía de admitir que no me gustaba el plato, pero como estaba concentrada en no prestarle atención a la pausa en nuestra charla, no me di cuenta de que me había terminado el plato. Esa era la ventaja de estos sitios de lujo en donde te servían unas migajas. Por suerte, no me dolía el precio, ya que no lo iba a pagar yo y como tampoco conocía quién sería la buena persona, me importaba menos. Mierda. De reojo, pude notar a una mujer vestida con ropa cara apuntando la cámara de su celular en nuestra dirección.
—Nos reconocieron —señaló Pedro y noté una pizca de emoción en su voz.
—Mierda —dije y solté el cubierto.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top