Capítulo 1

Me encantaba pasar el tiempo con Val, desde que estaba desempleada, me la pasaba sumida en el aburrimiento. Lo único que me mantenía con ánimo era buscar alguna excusa para salir de mi apartamento. Esa vez, había accedido a ayudar a mi amiga a organizar la fiesta de su negocio de internet. Ella y su socia Liv, tenían una página de modas y su enganche era, además de ofrecer cursos, los desfiles con la comunidad de diseñadores. Yo no sabía nada referente a ello y mucho menos de redes, pero era una oportunidad de mantenerme ocupada hasta dicho evento.

Nos encontrábamos en el ascensor después de un día de ver manteles y debatirnos si alquilar o comprar. El cansancio pudo más con nosotras, así que la invité a tomar algo mientras nos relajábamos en mi apartamento. Eran apenas las cuatro y media de la tarde, así que todavía quedaba día por delante. A Val le encantaba buscar razones para tomarse una copa, pero esa vez, con decir que lo merecíamos le bastó. No me quejé, así podía evitar el aburrimiento en su totalidad.

—Si compramos dieciséis manteles plateados nos quedarán para los próximos eventos —comentó mientras observaba la pantalla de su celular, faltaban dos pisos para llegar a mi apartamento—, ahorraríamos más dinero de esa forma a la larga, en vez de alquilar.

—Estoy de acuerdo. —Alcé mi mirada del suelo hacia las puertas cerradas—. Total, esta será la primera fiesta de muchas.

Las puertas se abrieron después de que la voz del ascensor nos indicara que estábamos en el piso nueve. Apenas di un par de pasos, los suficientes como para que Val pudiera salir, noté que el pasillo estaba lleno de cajas de mudanza. Las voces aturdían a cualquiera que estuviera en el pasillo, desde mi punto de vista podía ver el interior del 9B. Olvidé por completo que era el día en el que se mudaba mi nuevo vecino. Agradecí el haber estado fuera casi todo el día, no quería escuchar el bullicio que implicaba mudarse y mucho menos fingir ser buena gente para ayudar.

Val fue directo a la izquierda y se detuvo a la entrada de mi casa. Mientras, yo observé el interior del apartamento de mi vecino, menos mal que tenían la puerta abierta de par en par. Noté que tenían más cajas que muebles y maldije. Eso podía significar que les faltaba demasiado o no tenía muchos muebles. La segunda no me la creía tanto. Mañana no tenía planes, así que me tocaría sobrevivir a semejante fastidio si no terminaban.

Me acerqué a la puerta de mi casa decepcionada por no haber visto a nadie; me conformé con escuchar las voces de varios hombres. Genial. Solo necesitaba confirmar si eran estudiantes universitarios que apenas llegaban a sus veinte, de ser así, odiaría a mis nuevos vecinos con toda mi alma. Tenía veinticinco apenas y reconocía que ellos eran un desastre, no les importaba nada. Los últimos inquilinos eran un grupo de cuatro chicos que apenas comenzaban a estudiar, hacían fiestas varias veces a la semana y dejaban basura en el pasillo. Era tan horrible que una vez llamé a la policía, no una, sino tres veces en ocasiones diferentes. No cabía en mi cabeza que esa gente se la pasaba de fiesta en fiesta y no estudiando.

Me di cuenta de que había un papel pegado en la manija después de sacar mis llaves. Sabía muy bien qué era, llevaba tres meses sin pagar el alquiler y era cuestión de tiempo de que me echaran. Ya me habían dado un plazo y supuse que me dirían que no tenía más tiempo, la idea era que durante ese tiempo consiguiera trabajo y de esa forma, pagar. Lo que no conté fue que me gasté cada minuto en buscar trabajo, tuve entrevistas y envié currículos y nadie me contrató.

Tragué grueso mientras despegaba la nota, no la leí, no me atrevía. Tenía ganas de maldecir a la economía, al mundo entero, pero al final la culpa era mía por confiada. Creía que no me despedirían de mi antiguo empleo como recepcionista, llevaba cinco años y recién me habían ascendido a los archivos. No fue así. Según mi jefe, valía mucho y estaban contentos con mi trabajo, pero que a veces los ciclos tenían que cerrar y demás. Era la típica charla idiota para que no te deprimieras y te fueras con ánimo. Nunca funcionaba. Detestaba esas frases de autoayuda que utilizaban las compañías para fingir que les importaban sus empleados.

Ojalá fuera fácil conseguir trabajo, pero siempre encontraban una razón para descartarte. Si no era porque no tenías diez años de experiencia teniendo veinticinco años, era porque tu currículo era demasiado bueno y estabas sobrecalificada. Si terminabas aplicando a trabajos que requerían más de lo que tenías, en la entrevista te lanzaban preguntas imposibles de responder. Era complicado y horrible. Deseaba no tener que trabajar y, sobre todo, no tener que pagar el alquiler.

Estaba el hecho de que era independiente y tenía que pagar la luz, la comida y el internet. Menos mal que el agua no. Ya casi no me quedaban ahorros, pero igual agradecí a mi yo del pasado por haber decidido ahorrar sin razón alguna.

Val y yo entramos a mi apartamento, cerré la puerta tras de mí y encendí la luz de la sala. Ella se sentó en el sofá, recostó su espalda y cerró los ojos. La entendía, habíamos recorrido la ciudad entera en busca de los manteles. Mis pies gritaban a cada paso que daba.

El papel en mi mano se sentía pesado, así que dejé las llaves guindadas en la pared junto a mi bolso. Leí la carta dos veces para confirmar mis sospechas el doble. Se me acaba el plazo y me echarían del piso si no pagaba en tres semanas.

—¿Qué pasó? —preguntó mi amiga y, con las manos temblorosas, le entregué la nota. Cuando terminó de leer añadió—: ¡Tres semanas!

Asentí y me abracé para calmar el temblor de mis manos.

—¿Qué voy a hacer? —susurré y luego miré a Val—, me quedan tres semanas, si no conseguí un trabajo en tres meses, ¡ahora menos!

Habíamos hablado de aquello tiempo atrás y ella sabía tanto como yo las opciones que descartamos en su tiempo. Pedirle prestado a mis padres no era una, ellos no querían que viviera en la ciudad y sin importar los cinco años que tenía lejos de ellos, insistían en cualquier oportunidad de que me fuera y sentara cabeza de verdad.

Otra posibilidad que se descartó era trabajar para Liv y Val. Apenas se estaban expandiendo y no podían pagarle un sueldo a alguien. Las entendía e igual no quería trabajar para ellas, sabía que no me sentiría cómoda. Eran mis amigas, no mis jefas y pensé que, si se volvían mis jefas, nuestra amistad no sería lo mismo.

Caminé de un lado a otro mientras arrugaba el papel de forma inconsciente que me había devuelto Val. La solución a mi problema era desagradable para mí. No conseguiría el dinero a tiempo, me iba a quedar sin hogar. Empecé a sudar ante aquella idea e intenté respirar para calmarme, pero solo logré sentirme ahogada.

Val se levantó del sofá y me abrazó. Se sintió cálido. Por un momento me distraje de aquella idea y de los posibles escenarios que quería imaginarme. Estaba en la ruina y lo más sensato era hablar con mis padres para volver con ellos hasta que encontrara trabajo. A estas alturas, me tocaba aceptar mi derrota. Decidí que los llamaría en una semana para poder prepararme mentalmente.

Las voces del pasillo interrumpieron el abrazo y mis pensamientos. El nuevo vecino y sus amigos conversaban a todo pulmón como si estuvieran en su casa. Suspiré y me aparté de mi amiga. Esperé unos segundos a ver si se callaban, Val también se quedó en silencio. Era difícil de entender lo que decían. Soltaron una carcajada en grupo y supe que tenía que hacer algo.

—Ya vengo —anuncié y agarré mis llaves—, voy a pedirles que dejen de gritar.

Tenía que quejarme, necesitaba paz y sus voces no me la iban a dar.

—Dale, iré a ver que tienes para comer.

Sin más, salí al pasillo. Me encontré con tres chicos que se enmudecieron al notar mi presencia. Uno era bajito en comparación con los otros y rubio. Los otros dos parecían hermanos cabello castaño, mismo tono de piel bronceada y ojos café intensos. Las únicas diferencias entre ambos era que uno parecía tener unos dieciocho años, flaco y tenía todavía cara de inocente. En cambio, el otro se veía unos años mayor. Este último me sonrió, indicación suficiente para saber que él era el nuevo inquilino.

—Hola, vecina —saludó y extendió su brazo para que le estrechara la mano—. Soy Pedro.

—Mara —dije y tomé su mano para sacudirla—, ¿podrían por favor bajar la voz?

—Lo siento —se disculpó y añadió—: bajaremos la voz, pero el ruido que hagamos con la mudanza no lo podemos controlar.

Todo iba bien hasta que añadió lo último. De verdad me bastaba con su disculpa, pero ya lo demás era molestarme porque sí.

—Eso lo sé, pero en vez de hablar están gritando —señalé y observé a los otros dos quienes no se habían movido desde que comencé a hablar—, ¿les falta mucho para terminar?

—No —respondió Pedro—, esta noche seguro terminamos.

Asentí. Perfecto. Iban a terminar pronto, esperaba que ya en la noche no hicieran más ruido. Ya meterse con mi sueño era otro nivel y ojalá que no tuvieran que conocerme como vecina enojada.

—Les recuerdo que hasta las siete está permitido hacer ruido en este edificio —comenté y me di la vuelta para irme.

—Nos estamos mudando, es lógico que haremos ruido —dijo y me detuve en seco—. Bajaremos la voz al hablar en el pasillo, ya de otros ruidos no me hago cargo.

Me tragué la tentación de voltearme y responderle, pero no valía la pena discutir en ese momento. Parecía un tipo decente, no como los estudiantes, así que preferí darle otra oportunidad antes de categorizarlo como vecino insufrible. Igual se estaban mudando, entendía que podían hacer ruido, era inevitable. De no ser por eso último que dijo, no sentiría ni una pizca de enojo. Solo me quejé por las voces, el resto de su contraataque estaba demás. 

Caí en cuenta que ni me presentó a sus dos amigos, ¡qué tipo más raro! Hizo que los otros se quedaran ahí mirándonos incómodos. Cerré la puerta de mi apartamento de un portazo. Dentro, Val estaba sentada en el comedor con una cerveza en mano y unos quesos picados que había olvidado en la nevera. Quería distraerme esta tarde y no iba a malgastar el momento de relajarme. Busqué otra bebida y me senté junto a mi amiga. Tenía que desconectar, así que le saqué conversación sobre la fiesta, tema que mantendría mi cabeza ocupada de la renta y del vecino nuevo cuyo ruido aún me molestaba. 

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