7
Su rostro ya no le pertenecía, al menos no con la libertad de antes. Ahora, debía ocultarlo tras una máscara dorada que apenas dejaba protagonismo a sus labios.
La amplia falda del nuevo vestido de Bella tornó su firme caminar en uno errante y entorpecido; el corsé era una talla más chica, ajustado al máximo por Tetera, por lo que hacía dificultosa la respiración de la periodista. Y a pesar de ello, no podía negarse la belleza visual de la prenda de cintura alta y escote pronunciado que acentuaba los pequeños senos de su portadora.
El problema de Bella con lo que llevaba puesto no era el aspecto que le daba, sino la impotencia que le generaba estar haciendo todo eso solo porque la Bestia se lo ordenaba.
«Todo sea por el reportaje», pensó.
Si le dijeran que tenía que meterse a la boca de un tiburón y vivir en su estómago una semana alimentándose de las sardinas que él digería para conseguirse un nombre en el mundo de la comunicación, lo haría. No había pasado toda su vida leyendo el doble que sus compañeros de facultad, asegurándose la perfección en sus notas, realizando cursos complementarios y mostrándose siempre presta en la imprenta para que sus intentos se vieran frustrados por cuestiones de dignidad y orgullo.
Al llegar al gran salón todavía se apreciaban los cientos de libros a cuya presencia Bella no conseguía explicación. Entonces, sumándose a la extraña manera en que aquel especio se llenaba y vaciaba en un parpadeo casi por arte de magia, había en medio de las estanterías una mesa larga con doce sillas y todo un banquete en el centro.
Bestia la esperaba en un extremo de la mesa, una nueva máscara ocultando la identidad de su rostro, esta vez una pieza de porcelana con grabados en oro. Iba vestido con un levita de mangas holgadas a la altura de los hombros y ajustadas en las muñecas, y una capa negra con interior escarlata extendida detrás del respaldo de su trono. Bella pudo apreciar sus uñas largas con un acabado triangular sobre el cristal de la copa que sostenían sus manos de dedos estirados y surcados de media decena de anillos.
«Qué manías las de este hombre. Con esta noticia me haré millonaria sin duda, solo tengo que soportarlo unas horas más».
Bella intentó sentarse a mitad de uno de los costados de la mesa.
—No —la cortó la Bestia—. Siéntate al otro extremo.
Ella tuvo que obedecer a regañadientes.
Pese a que había mucha comida dispersa a lo largo de la mesa, a ella ya le habían servido lo justo que debía comer. Fresas, una tarta fría, una porción de ensalada, otra de puré, una hogaza de pan tostado con mantequilla y un jugo de naranja. En su mente, Isabella tomó nota de la alegoría: toda la comida en la mesa le parecía un mensaje del poder que Bestia tenía, y el hecho de no dejarla tomar de el y haberle servido, era un ejemplo del control que ejercía sobre ella. Pese a esto, trató de no analizarlo mucho y comenzó a comer de inmediato. El viaje y el trasnocho la tenían hambrienta.
El plato de Bestia no tenía ni frutas ni dulces ni manjares elaborados, solo una montaña de carne cruda que chorreaba sangre cada vez que la clavaba el tenedor y la seccionaba con el cuchillo. La tragaba con placer casi sin masticarla, y de la comisura de sus labios le corrían lágrimas rojizas.
Bella no supo distinguir si se sentía asqueada o capturada por la intriga, porque aunque la acción le repugnaba, no podía apartar sus ojos de ella.
—¿Ya puedo preguntar algunas cosas?
Bestia esperó a tragar para contestar.
—No, come.
—No lo haré. Este trato no me favorece en nada si no cumples con tu parte, y no pienso cumplirlo de ser así.
Bestia la miró sin levantar el rostro, solo usando sus ojos, mismos que enmarcados por la máscara y con la poca luz que conferían las velas, parecían los de un ente maligno.
—¿Sabes leer? —preguntó él.
Bella rio para sí misma.
«Tiene que ser estúpido», pensó. «Me dedico a escribir, no saber leer sería imposible».
—Aprendí a leer primero que a hablar —respondió en cambio. Esperaba así apelar a una especie de humanidad dentro de la Bestia y que se sintiera confiado de contarle cualquier cosa.
—Yo no —reconoció el dueño del castillo—. Y tengo muchos libros, como podrás ver. Reloj me leía antes, pero ahora tengo a mi princesa. Quiero que tú me leas.
Bella se mordió la lengua, apretando el tenedor con más fuerza de la que era prudente en su situación.
—Necesitaría algo a cambio, pero no lo veo del todo imposible.
—Luego de que esta noche hagas lo que te pido, mañana responderé a todas las preguntas que quieras.
—Necesito algunas respuestas hoy. Se hará así o no habrá trato.
Hubo un momento de silencio durante el cual se escuchaba a la Bestia sorber los jugos de la carne que chorreaban en el plato, un sonido de chapoteo con mucha lengua y saliva. Bella no sabía si verlo así, pegado al borde de su plato con tan poca decencia, lo hacía más animal o más dócil.
—Lanza tus preguntas —concedió él al fin, limpiándose la boca con la manga.
—¿Por qué relojes y platos y teteras? ¿Se trata de algún fetiche? ¿Cuántos más hay?
—Es un juego de poder. Un intercambio —contestó Bestia, procediendo a lamer sus dedos ensangrentados—. Ellos necesitan algo de mí y yo se los doy, por un pequeño costo. No son fetiches, son preferencias. Me gusta mantener un orden en mi castillo y si puedo sacarle provecho a la servidumbre… ¿qué mejor que algo que contribuya con mi decoración?
Bella se sintió frustrada al no poder discernir si mentía, sin embargo, se tranquilizó pensando que después le preguntaría a los demás y anotaría sus versiones para compararlas y publicar sus conclusiones propias.
—¿Y las máscaras? —continuó.
—No más preguntas.
—Solo esa.
—Dije que no.
—No haré nada de lo que me pides si no respondes.
Bestia se levantó con tal brusquedad que hizo temblar la mesa y a los platos tintinear. Se subió a la superficie, tumbando todo el banquete a su alrededor mientras avanzaba hacia Bella como un animal salvaje, lanzándose sobre el regazo de ella con sus manos contra el espaldar de la silla que ahora compartían.
Ella no pudo ni parpadear, absorta por la manera en que goteaban los colmillos de la Bestia y cómo su pecho simulaba ser maltratado por su feroz respiración. Parecía a punto de dar el primer mordisco para al fin comérsela.
Y pese a todo ese salvajismo, él no abrió la boca ni sacó la lengua. Hizo algo más, algo insólito: se despojó de su máscara.
Hay personas marcadas, hay cicatrices que añaden atractivo a un rostro, también hay anomalías faciales que incluso pueden parecer hermosas por su peculiaridad. Pero el rostro de Bestia era una masacre que generaba náuseas con un solo vistazo. Su piel parecía una vela puesta a la parrilla, derretida, surcada de cráteres como salido de una infección de acné severa. No tenía cejas ni pestañas y su nariz fuera del molde de la máscara se desviaba a la derecha con la punta de su tabique sobresaliendo.
—Si yo no puedo llevar mi rostro con libertad, nadie va a hacerlo dentro de mi castillo —rugió Bestia—. ¿Querías conocer a la Bestia? Aquí la tienes. No te olvides de remarcarlo en tu reportaje invasor con comentarios de humor negro.
Se levantó de un salto hacia atrás insólito con un solo movimiento grácil y rudo y su capa hondeando a su alrededor. Aterrizó en cuclillas sin apartar la mirada de Bella.
—No más preguntas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top