15

Dos días más tarde todos habían desalojado el castillo de la Bestia pero ninguno tenía permitido ir más allá de los límites de mi terreno.

La servidumbre se alojaba en la misma posada por orden policial debido a que querían tenerlos a todos monitoreados. Era una manera amable de expresarles que ninguno estaba exento de sospecha.

Esa noche, Reloj no pudo más con la intriga y se armó de coraje para llamar a la puerta de la habitación que compartían Tetera y Candelabro.

Cuando la mujer abrió ya no vestía su típico atuendo. Sin vajillas sobre la cabeza, sin vestidos a juego. Solo un suéter de lana gruesa, unas medias peludas y un pantalón de dormir insípido y monocromático. Se notaba en sus ojos que ya no era la misma, que nunca iba a serlo. Sus ojeras eran casi tan profundas como la pena que debía estar consumiéndola, y su cabello estaba tan descuidado como el interior de la habitación donde restos de comida, cajas vacías y botellas hechas añicos tapizan el suelo.

Reloj vio a Candelabro pegado tan pegado a la pantalla del televisor que le sorprendería si al levantarse todavía gozase de la capacidad de ver. El recién llegado lo señaló con un gesto de la cabeza.

—Creo que preferirías que no presenciara lo que he venido a hablar contigo —dijo Reloj.

Tetera rodó los ojos antes de responder.

—Seguramente ya lo sabe, pero si eso quieres... ¡Claude! —llamó ella a quien todo este tiempo Reloj había conocido como Candelabro.

Solo cuando Reloj lo vio de pie fue que reparó en que se había arrancado las velas de los brazos. Ya no estaban bajo el yugo de Bestia. Verlos así, libres, lo hizo sentir como un huésped dentro de sí mismo, le hizo preguntarse por qué seguía usando las agujas en su nariz y su traje característico. Porque sí, los tatuajes no podría borrarlos, pero al parecer había dejado de intentar recuperarse. Tal vez, tanto tiempo bajo el control de Bestia lo llevó a olvidarse de quién era.

—Sal —le dijo Tetera a quien quiera que fuese el hombre dentro de su habitación—. Necesito hablar a solas con Reloj.

Cuando Candelabro hubo desaparecido, Tetera se apartó de la puerta y dejó entrar a Reloj. Este no perdió tiempo para abordar el tema que le quitaba el sueño. Sin tacto, sin vacilaciones, sin detenerse a pensar algo que ya había practicado incluso en sus horas de sueño.

—¿Tienes algo que ver en todo esto?

La respuesta no se hizo esperar.

—¿Crees... que yo sería capaz de hacerle daño a mi hija?

La desolación tan absoluta que confesaba la voz de Tetera no dejaba paso a la duda. Reloj decidió confiar en ella.

—No —respondió con solidez y la cabeza gacha.

—Ni yo pienso ya que hayas hecho nada para incriminarnos —confesó también Tetera—. Sé lo mucho que amabas a mi pequeña.

—Yo... —Reloj carraspeó, nunca había hecho nada parecido a lo que estaba a punto de hacer—.  También vine a decirte que... lo lamento mucho. Era una niña buena.

—No se ha muerto —zanjó la mujer con rotundidad.

«No, solo lleva días sin despertar del coma».

—¿Qué era eso que pensabas que me incriminaba, por cierto?

El cambio de tema le hizo recordar a Reloj que, en efecto, hubo cosas que le hicieron dudar de la inocencia de su compañera, cosas que, sin embargo, ya no podían tener relevancia.

—No, me equivoqué. Tuvo que haber sido Bella. O Escoba, porque Bella estaba abajo borracha haciendo estragos en el salón. Yo la escuché, no podía estar en dos lugares a la vez.

—Será mejor que se lo digas a la policía, así limpias un poco el nombre de la pobre niña. Ni siquiera debió haber estado aquí cuando todo esto ocurrió. Pero... ¿qué fue lo que escuchaste arriba?

—Alguien discutía con Bestia esa noche, oí un golpe y amenazas. Es irónico —rio Reloj sin energía—. En ese mismo momento pensé que la ira de Bestia se propagaría. Pensé que tendría que matarlo. Pensé que tendría que matarlo o... quién sabe qué nos haría a todos. Pero alguien se me adelantó. Y fue por accidente.

Tetera cambió el flujo de la conversación para no llegar al punto en que maldecía. ¿Quién sería capaz de hacerle daño a su pequeña? Y, si de verdad confiaba tan plenamente en Candelabro y Reloj como se quería hacer creer, solo le quedaban unos pocos sospechosos. A ninguno le conseguía un motivo.

—Reloj... Candelabro y yo quemamos los papeles, pero pronto lo descubrirás. Pronto lo descubrirá todo el mundo. La policía ya está haciendo pruebas de ADN, y si los rumores del semen son ciertos... Pronto darán con la verdad. Solo tienen que sumar dos más dos.

—¿De qué me estás hablando, Tetera?

—Yo… Bueno, supongo que no hay una manera sencilla de decir esto, así que… Bestia es el padre de Tacita.

Gracias a Dios que detrás de Reloj había una pared para retenerlo, de lo contrario habría llegado a los confines del infinito en su caminata horrorizada hacia atrás. Su cara era de profundo espanto, ni siquiera el fantasma de Hitler le habría producido tanto terror. Con una mano en el pecho en busca de aire, exclamó:

—¡No puede ser cierto!

—Quisiera yo que no lo fuera.

—Pero...

—Fue a mí a quien oíste discutir con Bestia. Me amenazaba con contarle a la niña la verdad. Sobre mi cadáver dejaría que supiera que es hija de ese monstruo. Me abofeteó, y prometió que tomaría acciones contra mí. —La mujer inspiró con profundidad—. Cuando apareció muerto... desaparecido, pero era obvio que muerto a la vez, tuve la esperanza de que Claude nos hubiese escuchado y que decidiera encargarse él mismo de la situación. Debí haber sabido que era demasiado débil para eso... Guardé esas mismas esperanzas hasta el día en que apareció el cuerpo de mi hija...

La mujer no pudo continuar sin quebrarse en llanto.

—Estaba tan emocionada con la desaparición de Bestia que pensé que la niña estaría en tu cuarto, descansando o jugando como de costumbre. —Lloraba entonces con más fuerza—. ¡No la busqué, Reloj! Soy una mala madre.

—No, no... —En ese momento Reloj dio el primer abrazo a un ser humano mayor que había dado en toda su vida, a aquella mujer que con tanto desespero ansiaba ser consolada—. No eres una mala madre. Tú pensaste que estaba en mi cuarto, yo intuí que estaría contigo. La noche anterior le dije que debía dormir en un lugar más seguro y no... —De repente la voz de Reloj se quebró—. No te avisé, Tetera. Cuando no la vi en mi habitación creí que se había ido contigo. Jamás imaginé lo que... lo que estaban planeando hacerle. Tetera, perdóname.

Y así, ambos acabaron consumidos en un llanto que les tomó toda la noche. Ninguno supo en qué momento se quedaron dormidos, tirados en el suelo como despojos, con sus almas desconsoladas fuera de ellos.

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