13

«Soy un vampiro», susurró Bestia al oído de Isabella.

Lo hizo mientras ella narraba los primeros pasajes del décimo quinto capítulo de Drácula, libro de Bram Stoker.

Al leer cada frase y sentir a Bestia detrás, como un espectro maligno que la mantenía cautiva a las terroríficas palabras de la novela epistolar, ya había encontrado semejanzas que le hacían creer que ella, al igual que el protagonista de la novela de Bram Stoker, ya no era una invitada en el castillo, sino su prisionera. La similitud en cuanto a esa bestia que no podía recibirla de día como pasaba en la historia del abogado Jonathan Harker, incluso la curiosa rutina alimenticia del monstruo detrás suyo, ya la habían llevado a deducir que tal vez esos datos eran más que meras coincidencias. Y lo que más le perturbaba era que Bestia hubiese puesto ese libro en sus manos, obligándola a narrarle cada pasaje retorcido mientras las garras de él se deslizaban por la longitud de su cuello y clavículas. Bestia se deleitaba con las irregularidades en la respiración de Bella, y con los escalofríos que le erizaban la piel. Él quería que ella lo descubriera, y sentía un considerable placer en estar presente para alimentarse con el perfume de su horror cuando lo hiciera.

Entre todas las cosas que le hizo la bestia, la peor, sin duda, fue hacerla conocedora del único hecho del que le gustaría no haberse enterado. Y todo gracias a aquel juego de sombras, mitos perversos, roces robados y revelaciones peligrosas.

Porque tenía que ser cierto. De lo contrario, ¿cómo mantendría Bestia cautiva a la servidumbre? ¿Qué poder podría tener sobre ellos —sino el miedo a ser devorados— para obligarlos a satisfacer sus múltiples excentricidades? ¿Qué les provocaría tanto temor, sino la figura de un eterno enviado del infierno, sin alma, para impedirles escapar?
Cuando Bestia se lo confesó, Bella no sintió miedo, no de inmediato.  Sintió una fría dejadez por no haber sido capaz de deducirlo por su cuenta antes de aquel momento; ese frío, pronto se convirtió en la llama de una pregunta:¿qué le depararía aquella travesía ahora que era consciente de que se encontraba en custodia de un monstruo real sediento de sangre?

—Tal vez deberíamos beber un poco.
Pese a que las palabras de Bestia parecían una recomendación, el tono en que fueron pronunciadas sin duda significaban una orden.

Y así lo hicieron. Se dedicaron a beber el tiempo suficiente hasta que el monstruo sintió que aquella muchacha ya tenía sus sentidos nublados y haría lo que él le pidiera.

—Desnúdate.

—No lo voy a hacer. —Bella ni siquiera vaciló al decirlo. No sería flexible con ese asunto.

—Eres mi princesa, Bella. Me perteneces.

—No te pertenezco. Tú solo crees que sí. Y te equivocas.

—Puedo hacerte mucho daño si no me obedeces.

—Adelante. Hazme todo el daño que quieras. No me desnudaré.

Eso pensó ella en ese momento, pero la verdad es que, una vez la bestia —desatada, encendida en la llama de su furia—, llegó rugiendo hacia ella y la pegó de la pared, sintió todo el miedo del mundo acumulándose en su vientre. Lo percibió al subir en forma de bilis y lo retuvo en las puertas de su garganta por temor a lo que podría ocurrir si lo dejaba escapar.

—No solo voy a matarte. Voy a hacerte mucho daño antes de eso. Te voy a dar treinta segundos para escoger.

Bella no tuvo elección. Era una mujer fuerte, o al menos eso se decía. Se recuperaría de lo que sea que pasara ese día. Saldría de ese infierno como fuese posible al día siguiente y denunciaría a ese animal en su reportaje. Solo tenía que aguantar esa noche sin quebrarse.

Así que se quitó la ropa. Prenda por prenda, sintiendo cómo él la saboreaba en el proceso. Si antes el miedo se había atorado en su garganta, ahora el asco le acompañaba en un buche sobre su lengua.

Cuando quedó por completo desvestida, él se acercó a su oído y susurró:

—Si te resistes empezamos de nuevo, ¿entiendes? —Bella asintió. Con ese sacudida, perlas traslúcidas escaparon de sus lagrimales a sus hombros desnudos. Sabía lo que venía a continuación y no quería enfrentarlo. Tal vez no era tan fuerte.

Aunque cumplió con su promesa de no resistirse, él no fue amable en ningún momento. Eso podía explicar todas las marcas con las que su cuerpo había amanecido. Lo último que recordaba era que, al acabar el comienzo de aquella pesadilla, ella quedó sola en el gran salón, tomándose el resto de la botella para librarse de lo que venía después de que el sueño acababa, para borrar la memoria de su piel, y de ser posible perderse a sí misma.

Y a pesar de ello, pese a que por un momento sí logró olvidar, recordaba bastante bien sus últimas palabras antes de que sus ojos se cerraran y la bruma se apoderara de ella. Entre un largo trago de alcohol y penumbra que la abrazaba, susurró: «tal vez te mate».

Lo que más temía era no saber si había sido capaz de cumplir sus palabras.

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