11

Bella temblaba, no sabría decir si por la baja de tensión debido a la resaca o por los nervios que le producían la entrevista a la que estaba a punto de someterse.

Quería estar preparada, y serena a la vez. Contaba con la ventaja de que Escoba le había advertido con tiempo de sobra que pronto subiría un oficial a hablar con ella, e incluso así, Bella era incapaz de tranquilarse, de contener el temblor de sus manos y el martilleo de su corazón.

—¿Qué... les dijiste? —quiso saber Bella.

Era un crimen lo que hacía, tratar de interrogar a la chica de la servidumbre para poder igualar versiones, y se sentía muy avergonzada por ello, pero no podía modificar la naturaleza de sus pensamientos.

—Nada —respondió Escoba—. No saben dónde te encontré, ni dónde. Creen que la primera vez que nos vimos fue cuando vine con los demás a preguntar por Bestia.

Bella asintió, aliviada, y en el proceso regresó a ella el dolor de cabeza. Seguía sin recordar nada, nada concreto al menos. Había flashes, escenas robadas al pasado y en definitiva mezcladas con invenciones de su cerebro. Se veía desnuda, o a punto de estarlo —no distinguía bien— mientras un borrón de Bestia se restregaba contra su cuerpo. Prefería creer que su alma estaba destinada al infierno a que esas imágenes fueran ciertas.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó al fin Bella a Escoba. Ella tenía que saber a qué se refería.

—Yo...

Sin embargo, la respuesta tendría que esperar.

Un hombre, de melena rizada del color del ébano, piel morena brillante y ojos ambarinos; vestido con el uniformado rojo y dorado de la policía local con las hombreras que delataban su rango superior, había abierto la puerta sin ningún anuncio previo e invadido la habitación como si le perteneciera.
Se fijó en los tapices con actitud de estudio, todos retratos tejidos de la bestia del castillo, con su máscara impoluta, su porte de mando y altivez, su cabellera tan brillantemente dorada como el pelaje de sus brazos. El detective siempre había sido consciente de que solo era cuestión de tiempo para que un crimen en tras aquellos muros requiriera de sus servicios, pero jamás imaginó que la víctima sería aquel a quien todos tomaban por victimario.

—¿Es normal esta clase de idolatría profesa hacia su amo como para decorar su habitación con su imagen?

Aquella pregunta salida del oficial, cargada con toda la gloria de un acento francés, iba sin duda dirigida a Bella, aunque el hombre no la miraba. Todavía emprendía su paseo con sus dedos investigando sobre toda superficie con la misma eficacia que sus ojos.

Bella le hizo señas a Escoba para que saliera y, domando todo el malestar dentro de ella para que no se manifestara en medio de la conversación, dijo:

—No era mi amo. Era mi objeto de estudio. Los tapices fueron su elección. Era un hombre con poder, sediento de afirmarlo a cada segundo. Era una creciente necesidad suya esto de invadir e imponer, su imagen, su presencia, y sus reglas. Parece que le perturbaba la idea de que me creyera con suficiente privacidad.

Entonces el detective volteó, una sonrisa enorme de complicidad se posó en sus labios, así Bella fue capaz de admirar hasta el último de sus inmaculados dientes iluminados por la tenue luz de las velas.

—¿Eres la reportera, entonces?

—Lo soy.

El hombre tomó asiento en la cama.

—Por supuesto, esto ya lo había intuido yo. Usted no usa traje ni máscara. Usted no estuvo nunca bajo el dominio de esa bestia.

«Ya quisiera yo que eso fuera cierto», pensó ella.

—Como comprenderá, su declaración nos serviría de mucho en este caso.

—Les haré llegar un informe con mis anotaciones de lo que presencié en la casa, claro —convino Bella.

—Sí, sería útil. Pero lo que en realidad espero es que usted me diga qué fue lo que hizo anoche con Bestia. Todas las declaraciones coinciden en que fue usted la última en verlo.

Bella desvió la mirada y enseguida supo que había cometido un error ya que su actitud resultaría sospechosa. Y solo podía empeorar si declaraba la verdad: que no podía acceder ni a la mitad de la parte de su memoria que almacenaba los recuerdos de la noche pasada.

Decidió que enmendaría su error disfrazándolo de vergüenza. Tendría que mentir, actuar, y perder la oportunidad de ser honesta en un futuro para no contradecirse. No se le ocurría otro modo de librarse de unas sospechas que ni siquiera estaba segura de merecer.

—Es que yo... —Bella fingió vacilar—. No sé si quiero hablar de eso.

—Me temo que no tiene opción. Si oculta información que podría haber sido de ayuda estará obstruyendo...

—Sí, lo sé. Es que no entiendo cómo contarles esto podría ser de ayuda —añadió dramatizando un poco para hacer más creíble la historia que estaba a nada de inventarse.

—Jovencita… —El hombre hizo una floritura con sus manos, irritando a Isabella por el nombre con el que la había llamado—. Todos dicen lo mismo, siempre. Sin saberlo, podrían tener información de una importancia abismal que solo quedaría clara con las otras piezas que nosotros, como cuerpo de investigación, ya tenemos.

El hombre llevó una de sus manos enguantadas al hombro de Bella en señal de apoyo y comprensión.

—¿Qué le preocupa?

—Mi integridad.

Era muy buena en lo que estaba haciendo, se le daba mejor que a nadie. Toda su vida se trataba de recopilar historias y decidir qué partes merecían ser contadas y con qué condimentos quedarían más interesantes. No era una mentirosa, era una perfecta manipuladora de la verdad.

—Todo este tiempo he escrito de chismes, historias controversiales que involucran a otros. Odiaría verme envuelta en uno de esos escándalos. Odiaría que mi nombre profesional quedara manchado.

—Si la hace sentir mejor, le prometo que nada de esto saldrá a la luz si no tiene relación directa con el crimen.

—De acuerdo. —Bella suspiró—. Anoche... le leí a la Bestia...

Un flash en su memoria confirmó lo que decía. El monstruo posaba sus garras sobre sus hombros mientras ella relataba las palabras impresas en el grueso volumen entre sus manos. Le respiraba en el oído. Bella sentía repulsión. No comprendía cómo pudo pasar de aquel asco al deseo que insinuaban el resto de sus sombríos recuerdos.

—Le leí y... él se aburrió.

—¿Él solo? —El detective alzó una ceja de manera suspicaz, no le había costado nada deducir hacia dónde lo encaminaba esa historia.

—Puede que los dos. Sí, nos aburrimos. El trabajo me tenía muy estresada y... Tuvimos relaciones. —Recordó las magulladuras en su cuerpo y los moretones—. No es que importe, pero fue lo suficientemente violento para crear un desastre a nuestro alrededor. Por ello el desorden de la sala. Creo que hicimos ruido.

—¿Cree?

—Hicimos todo un escándalo.

Bella se puso una mano en la frente como si temiera que la cabeza se le pudiera caer de la vergüenza. Sin embargo, las imágenes que surgieron a continuación en su memoria no le produjeron ningún tipo de pena, sino de horror. No era posible lo que acababa de ver. Al menos, ella no quería que lo fuera.

Era tal la repulsión que le produjo el recuerdo recién recuperado, que no lo aceptó. Decidió desecharlo, suprimirlo. Como si nunca hubiese ocurrido, como si se lo hubiera inventado. Solo entonces, convencida de su autoengaño, volvió a alzar el rostro, esta vez con una sonrisa.

—Cuento con que no se lo diga a nadie, oficial.

—¿Eso fue todo lo que pasó?

—Absolutamente. Inmediatamente después quedé tan molida que me vine a mi cuarto a dormir, no me levanté hasta que la servidumbre vino a avisarme del… inconveniente.

Bella tendría graves problemas si al final Escoba decidía confesar en qué parte del castillo y en qué condiciones la había encontrado. Confiaba en que las razones que hubieran llevado a aquella chica a encubrirla siguieran teniendo el mismo peso.

—Bueno, si eso es todo...

—Detective Gaël.

Un hombre… Para ser exactos, un pequeño muchacho tan nervioso como entusiasta, interrumpió al oficial ahora con nombre al entrar casi brincando en la habitación.

—Tiene... tiene que ver esto.

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