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Érase una vez, un crimen del que se han narrado muchas versiones, pero ninguna es cierta. Por suerte, yo conozco sus detalles; los reales, no aquellos que se han adaptado para hacerlos tolerable a los niños.

Me gusta el original, porque es crudo, y verídico. Lo conozco a la perfección porque lo presencié. Otro más entre los miles que se cometieron bajo mis lluvias torrenciales, otra fechoría que se consumó rodeada de mis espesas neblinas. Aunque puede que no empezara aquí. Al menos, no su fin.

Su final vino de afuera, y tenía nombre de mujer.

Isabella.

Cuando escuchó del caso, lo supo; supo que sería esa la noticia que le diera un nombre. «Saber» era la profesión de Isabella. Tantas máquinas del tiempo y cápsulas de información había leído que su cabeza rebosaba de ideas, hechos e historias; tantos párrafos había redactado al respecto de sucesos de interés masivo, que narraba sus hasta sus sueños y alucinaciones, porque no sabía vivir de otra manera.

Pero seguía sin ser conocida.

Cuando su padre le habló de la Bestia de Larem, ni siquiera esperó que Bella estuviese escuchando. Lo dijo como quien oye a su vecina mencionar un chisme y lo repite solo porque se le ha quedado grabado, no porque en realidad desee discutir acerca del tema. Sin embargo, Bella recibió sus palabras como algo cercano a una epifanía. Tanto tiempo estancada en robos locales y violencia de género, y por fin aparecía una noticia en toda su definición; una que, para su suerte, no había sido tomada en cuenta por ningún otro periodista.

Le habían hablado de mí antes. Escuchó de Larem que era un pueblo pequeño y decadente, rodeado de excentricidades que apenas escapaban de los cotilleos de las plazas y los bares para alcanzar los oídos más agudos en localidades cercanas, como la cabaña en la que ella vacacionaba.

Si se atrevía a lanzarse al huracán de aquella expedición tendría una primicia garantizada. La historia prometía morbo, tabúes, filias y actividades consumadas solo por las más putrefactas de las morales humanas. Y si resultaba que la verdad no era tan interesante, siempre podría ponerle un condimento de más. La fórmula no podría llegar a otro resultado que ser un escándalo mundial. Eso, sumado a la proyección de su imprenta, sería un tiro seguro, como cuando escribes romance erótico paranormal mezclando todo lo que le ha funcionado al resto de los betsellers y sabes, porque es verídico, que te vas a poder bañar con billetes verdes a partir del momento justo de su lanzamiento.

Bella solo tenía que hacer una llamada, y el caso sería suyo. En menos de lo que tarda una vida en abandonar un cuerpo estaría dentro de los confines del castillo de la Bestia.

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