Robo un mapa en ropa interior


—Recuérdame por qué hacemos esto —pidió, casi suplicó, Dante mientras alumbraba a Miles y Dagna que desplegaban una escalera de aluminio y la apoyaban contra la pared.

—Porque mis novatos quieren escuchar la charla del Consejo —respondió Walton echando una mano al asunto de la escalera—. Y yo siempre ayudo a mis novatos.

—¿Y por qué yo hago esto? —preguntó lívido.

—Porque conseguiste amigos demasiado problemáticos.

Dante asintió casi satisfecho. Casi, lo que si le hubiera agradado sería abandonar todo aquello.

Nos encontrábamos afuera del instituto, en el patio trasero. Las estrellas se precipitaban en el cielo como débiles destellos siderales, se podía escuchar el murmullo del mar y el chirriar de los grillos. El aire olía a sal, flores y frutas tropicales. La oscuridad del patio trasero no me dejaba observar más allá de lo que la linterna alumbraba pero podía ver los arbustos podados, la entrada de un laberinto de setos que era un juego casi olvidado y algunos jardines poblados. En sí el patio trasero contaba con bosques de árboles frutales, un atrio central, rincones donde se podía practicar la jardinería y un colosal jardín de invierno con techo arqueado que resplandecía opacamente ante la luz de la luna. Hacia la derecha, en la distancia, se podía apreciar establos y caminos que te conducían al bosque, aunque en la penumbra se divisaban como bultos y cintas oscuras.

Petra y yo estábamos cubiertos de aceite para motor que Miles había conseguido cambiando varios de sus dulces con Tian Wang, un chico de ojos rasgados y comercio camuflado como el de Tay. Yo no sabía qué hacía un chico de catorce años con aceite para motor pero igual nos vino de perlas.

—¡Lo encontré! —anunció Cameron y llevó el haz de su linterna unos metros arriba donde se podía divisar la abertura de un ducto de ventilación abandonado y casi cubierto por plantas trepadoras.

Miles elevó su cabeza y examinó a la distancia, tenía puesta una sudadera y sus rojizos cabellos enmarañados sobresalían debajo de la capucha.

—¿Estás segura de que eso lleva a la cámara del Consejo? —preguntó indeciso acariciándose el mentón.

—Sí —respondió Petra, su piel brillaba perlada de aceite en la oscuridad—. Son un poco estrechos y tal vez estén oxidados en algunas partes, sin aceite sería difícil pasar, pero sin duda es el que me señaló hace un año.

—¿Y para que te mostró esto? —preguntó Dagna observando la aceite como si fueran aguas residuales—. Es decir estuviste tres días en el Triángulo y ya conoces pasajes secretos.

—Porque a cada día a Sobe... Will, lo levaban a hablar su situación con el Consejo. Un día, antes de marcharnos, me dijo que no quería ir solo, sabía que lo iban a echar. Por eso me enseñó el escondite para mirar en la habitación. Pero nunca lo use porque... no me gustan los lugares cerrados.

—A mí tampoco, son desesperantes —concordó Walton—. Por eso me ofrezco en la valerosa misión de esperarlos afuera.

Fue seguido por un corillo de afirmaciones y valerosas ofertas de quedarse aguardando fuera. Dante observó a los alrededores del patio por décima vez para asegurarse de que nadie nos pille. Así que sin más subí a la escalera escuchando a Miles decir:

—Quiero detalles de cómo se ve el Consejo, tanto las personas como la cámara.

—¡De acuerdo! —grité a medio camino.

—Si no vienen en una hora daremos por hecho que se quedaron atascados —alzó la voz Dante— y... y ya veremos qué hacemos.

—Lo tengo.

El aceite me dificultaba aferrarme de la escalera y rápidamente comencé a sudar nervioso lo que empeoró las cosas. Debajo Walton intentaba recordar la palabra que se usaba para que los pájaros atacaran a tu enemigo.

—Altulum... altilia ¿Altilia? ¿Era altilia no? —Dante se encogió de hombros nervioso—. Altilia impeta... no, no ¿De verdad no pueden recordarlo?

—Shhh —lo reprendió.

Petra se sujetó con una mano mientras que con la otra arrancaba las enredaderas que habían crecido en la escotilla del ducto de ventilación. Respiró frustrada porque las ramas y hojas ponían resistencia y se detuvo al cabo de unos momentos. La escuché murmurar unas palabras furtivas y las plantas perdieron firmeza y consistencia como goma al calor. De repente fueron cayendo una a una sin necesidad de que ellas las arranque y dejaron al descubierto el ducto. Traté de no mostrarme sorprendido y no me costó mucho, tragué saliva y despejé la mente. Petra agarró con la punta de sus dedos las persianas del ducto de ventilación, arrancó la puertecilla y la tiró debajo procurando que no haga sonido. Dante alumbró la puertecilla una vez que cayó al suelo.

Mientras nos deslizábamos por el ducto, debajo nos alentaron con vítores silenciosos. Petra iba delante con su linterna yo detrás con la mía. El ducto era estrecho, oscuro y frío pero sin duda no era lo suficientemente reducido como para encontrarme embadurnado en aceite, podía moverme con libertad con o sin el líquido.

—El aceite sólo la usas porque te da miedo los espacios cerrados y no quieres quedarte atrapada ¿Verdad? —deduje.

—Sí, en parte sí —reconoció.

Comprimí la mandíbula maldiciéndola ¿Porqué no me lo había dicho antes?

—¿Y la otra parte? —mascullé.

—Ya no te reconocía tan limpio. Además de ningún modo iba a ser yo la única idiota cubierta con aceite de motor.

Sonreí mientras me deslizaba por el ducto. El camino se bifurcó y tomamos el tramo de la izquierda, el metal del ducto era áspero y herrumbroso pero aun así me deslicé por allí sin contratiempos. Petra tenía la respiración agitada, podía oír reverberar su ajetreado aliento. Ella tenía miedo, la había visto afrontar tantas cosas, actuar de maneras tan intrépidas y valerosas que jamás me imaginé que le tenga miedo a algo, sobre todo a los espacios cerrados.

—¿Sabes que me decía mi papá cuando tenía miedo?

Petra se detuvo en seco unos instantes, sorprendida, por haber sacado el tema a colación y por haber mencionado a mi padre. No respondió al principio como si pensara que era mejor omitir la conversación incomoda por tratar el tema de mi padre y sus miedos.

—¿Qué te decía? —preguntó reemprendiendo la marcha.

—Me decía que si tenía miedo, tanto miedo que no pueda pensar en otra cosa, repita una y otra vez «No tengo miedo». Que lo repitas hasta que suene real, hasta que llegues a creerlo. Aunque no parezca, ayuda. O bien puedes embadurnarte de aceite para motor.

Ella rió pero su risa fue tragada por una voz que se desplazó por el ducto de ventilación y lo ocupó todo. Ambos dimos un respingo pero nos mantuvimos quietos para oír mejor.

—Está viniendo y no le gusta la petición que nos hiciste William Payne.

—Lo entiendo —respondió la voz de Sobe que llegaba lejana y ahuecada.

Petra se detuvo y una luz blanca le iluminó el rostro, en frente tenía una rejilla de ventilación que desembocaba en la cámara. Ella volteó y me observó preocupada, se agolpó contra una pared del ducto y me indicó con la cabeza que me acerque para observar. Había espacio para uno o para dos personas menudas y completamente comprimidas. Me deslicé a su lado y si no fuera por la aceite de motor hubiéramos quedado atascados en el ducto. Estaba tan cerca de Petra que nuestras narices se rosaban, incluso cuando nos alejábamos lo máximo que podíamos. Estar cerca de ella me incomodaba al punto de que tuve que reprimir las ganas de pedirle que se vaya hacia atrás.

Pegados a los flancos del ducto miramos a través de la persiana y vimos la cámara que se ensanchaba alrededor. El suelo era de azulejos y un gran número de personas extrañas estaban reunidas alrededor de una media esfera de piedra pulida. La esfera mantenía un color verdoso como el que adquieren las plantas al marchitarse y dentro de ella se sacudía una bruma más oscura.

Todo el resto de la estancia era ocupado por libreros altos y alargados colmados de pergaminos, cuadernos, libros, frascos con destellos holográficos, contenedores cilíndricos e incluso proyecciones que parecían hologramas. Los libreros se extendían hasta donde la luz permitía ver y eran engullidos, en la distancia, por la oscuridad. La cima de las bibliotecas de madera estaban unidas al techo que se elevaba muy por encima y algunas escaleras estrechas descansaban a los costados tan largas que si te subías al último peldaño podías tocar las vigas del techo. Los libreros no tenían un orden en específico, estaban colocados de modo que creaban pasillos ondulantes, rectos y serpenteantes a lo largo de la cámara.

En medio de la cámara las personas extrañas miraban a Sobe cruzados de brazos. Algunas iban vestidas con ropas antiguas o inusuales, un hombre de gestos afilados tenía la piel de un ligero color anaranjado como si le hubiera caído una bomba de Miles en la cara. Estaba cubierto de tatuajes negros que le surcaban la piel y se enroscaban en su cuello como zarcillos de plantas.

Ese hombre era el más extraño de la habitación, los demás solo eran personas de este mundo con semblantes enigmáticos y ropas extrañas y sedosas. Todos estaban reunidos alrededor de la media esfera que se encontraba en el centro de la cámara, naciendo de los azulejos y siendo contorneada por una baranda de bronce. La media esfera era brumosa y opaca como si dentro se agitaran densas masas de niebla grisácea. Creí ver unas imágenes en su interior pero eso fue todo.

Sobe se encontraba esperando, reunido con las demás personas, tenía las manos detrás de la espalda aunque estaban desatadas y aguardaba con una expresión destemplada en el rostro. Todavía llevaba puesto el vestuario de Dadirucso y le daba un aspecto curtido como un explorador que ha visto cientos de cosas. Uno de sus ojos se había hinchado y amoratado a tal escala que parecía un fruto maduro a punto de reventar, ese nuevo aspecto era cortesía de Adán que permanecía recostado contra una biblioteca, de brazos cruzados y cerca de las tinieblas.

Esa parte de la habitación era iluminada por cientos de velas que pendían de los candelabros o se esparcían por el suelo arracimándose en pequeños conjuntos. De una manera contradictoria su luz intensificaba las sombras. La cera caliente se vertía de los candelabros y creaba manchas en el suelo, Sobe evitaba cada unos momentos el reguero de cera. Quedé totalmente impresionado ante la inmensidad de la sala que no parecía tener ventanas porque tampoco se podía ver sus paredes. La sección donde nos encontrábamos tenía un techo más bajo porque estábamos observando unos metros por arriba y la distancia al suelo no era tanta.

—¿Ese es el Consejo? —le pregunté.

Petra asintió lo que provocó que chocara su frente con la mía.

—Son los que toman las decisiones importantes del Triángulo, vienen y luego se van, nadie sabe a dónde. Lo que sí sabemos es que pertenecen a grupos poderosos que conocen la existencia de los trotadores. Pero vienen sólo para tomar decisiones. Luego, el resto del tiempo la toman Adán o el profesor Raimon. Cada uno representa a un grupo en el Triángulo —sentía su aliento cálido en el rostro—. Adán a los adultos que lo cuidan y buscan más trotamundos que se llaman guardianes, y Raimon solo representa a los profesores.

—No me dan buena espina esos tipos —comenté.

Petra abrió enormemente los ojos.

—Más respeto, son casi ancestrales. Ellos deciden todo.

—Como echarte a ti y a Sobe.

—Casi —dijo casi molesta.

—¿Y quién mantiene todo este lugar? Digo... tienen que sacar presupuesto de algún lado, no pueden crearlo todo con artes extrañas.

Ella frunció el  ceño confundida y luego largó una risilla que intentó comprimir contra mi brazo.

—¿Qué sucede? —inquirí extrañado y susurrando.

—Es que solo tú te preguntarías algo como eso —rió otra vez como si le resultara tonto y al ver mi expresión carraspeó y añadió—. No lo sé, supongo que está hace mucho, lo creó seguramente un trotamundos rico o algo como eso. Puede que un trotamundos hace mucho tiempo haya encontrado oro en otro mundo y pensado «Vaya tengo que crear un lugar para mis colegas» —se encogió de hombros—. De verdad, jamás me había preguntado eso, pero si quieres puedes fijarte en el piso de abajo, tienen muchas salas con cosas de distintos lugares. Tal vez haya una sala para la historia del Triángulo.

—De todos modos sólo era una duda —dije desechando la idea de leer historia, lo último que haría en esa semana sería estudiar.

Transcurrieron unos minutos y Sobe continuaba allí abajo con semblante adusto aguardando junto con los demás hombres. Cuando creí que nada pasaría una luz de la cámara titilo y una brisa fría colmó el recinto. De repente las paredes del ducto me parecieron tan frías y ásperas como el hielo.

—Esa aura no me gusta —susurró Petra y su aliento cálido me acarició el rostro.

Estaba a punto de preguntarle a que se refería cuando una figura se irguió en la sala. Al principio solo era una mancha densa de oscuridad elevándose del suelo, un borrón que apareció de la nada, luego le crecieron unos omóplatos y se oyó un crujir de huesos. Una luz pequeña y tintilante creció en la oscuridad de los omóplatos, como fuego entre las cenizas de una fogata consumida. Y poco a poco esa mezcla de oscuridad y luz concibió una silueta humanoide.

La silueta no parecía oscuridad, era oscuridad, como un conjunto de humo denso y negro que vibraba encerrado en un molde humano. Se veía disperso como una fotografía tomada en movimiento. Su ropa era blanca y resplandecía en la sala alumbrando a medida que caminaba. Aparentaba estar hecha de una luz plateada, sideral y relampagueante. La capucha resplandeciente no le permitía ver su rostro pero dudé que tenga uno.

Si era incomodo usar ropa de Dadirucso me pregunté qué tan incomodo sería usar ropa de luz y cómo la conseguiría, no me lo imaginaba entrando en una tienda de rebajas, planchando su túnica de luz o llevándola a la lavandería.

Sus movimientos dispersos eran como el correr del humo. El hombre caminó lentamente por la estancia como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. Se apostó en el otro extremo de la media esfera, en frente de Sobe. Lo escudriñó bajo su manto de luz que ondeaba ante corrientes de aire fantasmas.

—William Payne, jamás creí que volvería a verte aquí.

Su voz sonaba dispersa, distante y lejana como si se le escurriera por la boca en diferentes tiempos. Se parecía a Eco cuando hablaba. Los demás presentes actuaron con normalidad a la llegada.

—Bueno soy de sorprender —respondió Sobe abriendo las manos.

El hombre lo señaló con un dedo vibrante, su piel de oscuridad se veía borrosa y gruesa, sobre dedos raquíticos. Sobe se tensó y obligó a no retroceder comprimiendo los dientes.

—Sobe me contó de él —confesó Petra—. Es un espíritu de otro mundo, tan antiguo como este pasaje. Lo invocan cuando es de suma importancia, para casos extremos, cuando están en peligro muchas vidas o la seguridad del Triángulo. Algunos dicen que es el resultado entre un sanctus y un trotamundos. Otros dicen que él es la luz y la oscuridad, la mentira y la verdad. Pero lo cierto es que puede saber todo lo que dices y lo que no dices con sólo mirarte. Puedo sentir que irradia fuerza, firmeza y experiencia.

—¿Magia?

Ella comprimió los labios.

—Llámalo como quieras. Lo que importa es que él sabrá con sólo escudriñar a Sobe todo lo que sucedió. Todo —recalcó.

Vaya, sonaba prometedor. Me pregunté si ese hombre podría saber de la vez que me sangró la nariz en el colegio con tan sólo mirarme. Se lo comenté a Petra y ella revoloteó los ojos exasperada. Lo último que necesitábamos en esa semana era alguien como ese tipo.

—Oye ¿Crees que pueda sacarle a Sobe lo que soy yo? ¿Lo de Pino, Tony y mi padre?

El rostro de Petra se ensombreció estuvo a punto de contestarme pero el Consejo volvió a hablar. La sombra permaneció inmóvil en el lugar mientras se libraba la conversación.

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