Mi única visita es un pedazo de tierra
Sobe había dicho que no tenía sueños disparatados y comunes como los que suele tener la gente normal al modo de andar en ropa interior por el colegio pero mientras me encontraba inconsciente creí ver una locura. Estaban Pino y Miles hablando disparates en una sala casi oscura.
Miles estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, se agarró confundido la cabeza, se frotó las sienes y gruñó.
—Ellos mataron a mi familia.
Pino jugaba con su marcador desinteresado, estaba cambiándole los números que marcaban las palabras como si fueran canales de televisión. Reparó nuevamente en Miles, depositando su atención con desgana.
—Sí, tenías una familia de... —Lo observó y contempló por un instante y una sonrisa maliciosa cruzó sus labios dejando al descubierto sus dientes amarillos y chuecos que continuaban igual—. Mataron a tu familia de zanahorias. Sí, sé que no me creerás —dijo examinando el semblante consternado de Miles—, pero es la verdad, eras una verdura.
—¿Q-qué? —preguntó él pero ya no había escepticismo en sus ojos— Pero yo no me siento así.
—Pues esa es el fin del encantamiento —añadió.
—Pero...
—Es la verdad hombre, como lo digo, una verdura que fue cambiada por un maestro de las artes extrañas. Como sabes un mago muy poderoso puede convertir animales en personas y personas en animales. Bueno ahora descubrieron que también se puede convertir plantas en personas. Cuando vi todo el huerto desgarrado, por ellos, sentí pena y...—Revoloteó los ojos buscando más ideas— te di vida. Sí, soy un mago poderoso. Por eso te pareces a un humano pero no lo eres.
—No puedo creerlo —dijo Miles a medio camino entre susurro y gemido—. No quiero creerlo pero creo que una parte de mí siempre supo que no era normal.
—Tomate tu tiempo en asimilarlo —Despegó un vistazo fugaz a Miles, lo examinó, contuvo la risa y continuó hablando muy serio volviendo a examinar su marcador—, pero como tu amigo, yo te doy la oportunidad de vengar la sangre digo la... clorofila de tu familia.
Miles se levantó decidido de un salto, comprimió los puños y sus nudillos se tornaron blancos.
—¿Cómo?
La dentadura chueca de Pino se exhibió en una amplia sonrisa. Rodeó los hombros de Miles con el brazo y se inclinó a su oído como un demoño rojo, quemado y susurrante. Y todo se volvió negro.
—¡Eh, despierta! ¡Despierta!
Pino se encontraba chasqueando los dedos enfrente de mi rostro, intenté retroceder pero estaba atado a una dura silla metálica. Parpadeé desconcertado. A mi lado tenía el resto del grupo en las mismas condiciones. Todos estaban atados con cinta adhesiva a una silla, la boca sellada y la cabeza suspendiendo inerte e inconsciente del cuello. Estaba confundido, todavía con esa imagen en la cabeza, preguntándome si había sido real.
Quedarse inconsciente y luego despertar amarrado era molesto pero no se lo comparaba con despertar próximo a Pino, chasqueando sus calcinados dedos frente a mis ojos, eso sí que era muy molesto. Aunque cualquier cosa al lado de Pino resultaría molesta.
Me sacudí en la silla y le grité una sarta de groserías pero tenía la boca cubierta con cinta y solamente se escucharon como gemidos y bufidos. Tenía los brazos amarrados en el apoyabrazos de la silla y por más que retorciera mis muñecas continuaba igual de sujeto. Las luces de neón zumbaron sobre mi cabeza y parpadearon amenazando con apagarse. Pino observó sorprendido las luces y me sonrió.
—Vaya si que eres extraño ¿eh? Por suerte Gartet tendrá que lidiar con eso y descubrir qué eres. Yo solamente cumpliré mi papel.
Se sentó en el apoyabrazos de la silla de Sobe y extrajo de su bolsillo un frasquito con un ungüento blanco dentro. Se movía con un aire aspaventoso y exagerado. Abrió con una lentitud desmedida la boquilla del frasco. Se untó los dedos en el ungüento y lo frotó contra su rostro con delicadeza. Las yemas de sus dedos esparcieron el ungüento lechoso por la piel quemada mientras me hablaba. Me esforcé para que mi expresión no denotara repulsión. Pino podía hacer eso en cualquier momento del día pero tenía que hacerlo cuando estaba atado.
—Seguramente te preguntarás porque te desperté a ti.
Negué con la cabeza. Me daba igual por qué me despertó, solo quería irme de ahí.
—Bueno en fin. ¿Alguna vez has estado en una cárcel de Dadirucso? Seguramente no. Tienes suerte, ahora te encuentras en una. Esto antes era una oficina pero hice que la desmantelaran para que sea una sala de interrogaciones. ¿Verdad que se parece a una?
Le señalé con el dedo la cinta que cubría mi boca. El revoloteó los ojos y me la arrancó brutalmente, sonriéndome y demostrando que lo había hecho adrede. Me saqué el resto del pegamento refregándome los labios con el hombro.
—Si ya terminaste de untarte tu crema de belleza podrías largarte de aquí —amenacé desviando la mirada de aquella imagen (Pino sonriendo y guiñando un ojo sin ceja ni pestañas con la cara cubierta de ungüento).
—Se quedarán en esta cárcel —explicó ignorando mi comentario—, hasta que el mensajero contacte a Gartet, entonces él vendrá por ustedes en persona. Es todo un honor saber que el conquistador de mundos tiene interés en ustedes.
—No puedo contener la alegría —mascullé—. Pero puedes decirle a Gartet que no me interesa devastar mundos enteros. Digamos que mi agenda está un poco apretada, si viene a verme a finales de octubre puede que suspenda mi cita con los rebeldes y considere su oferta.
—No seas sarcástico, Jo —advirtió Pino— él de todos modos intentará reclutarte y quién sabe puede ser muy convincente a veces. Es muy listo aunque eso ya lo sabrás porque te ha descubierto sin toparse contigo ni verte a la cara ninguna vez.
—Oye ¿Si es tan listo y me descubrió aunque nunca lo haya visto por qué no puede deducir que si me pide reclutamiento convincentemente pienso darle un convincente no y un elegante vete al diablo?
—Lo sabe —Difuminó el ungüento por todo su rostro y lo guardó nuevamente en el bolsillo con sumo ciudado—. Pero cree que puede convencerte y si no es el caso doblegarte. No me interesa lo que haga contigo, solamente te desperté primero por una razón.
—Te escucho —dije acomodándome en la silla.
Pino sonrió como si nos estuviéramos entendiendo, se limpió las manos sobre el pantalón de Sobe lo que me provocó una rabia descontrolada. Se cruzó de brazos y habló muy serio. Cada unos momentos, en mitad de la charla, miró el suelo un tanto apenado.
—Lo que acabo de untarme en la cara es un ungüento de un mundo lejano, no importa eso —Sacudió una mano—. La cosa es que regenera la piel consumida y te da energías para soportar el dolor. Lo he estado usando desde el accidente y le he preguntado a Logum si notó cambios pero me ha dicho que moleste a otro con preguntas estúpidas.
—¿Y decidiste molestarme a mí?
Me miró a los ojos y suspiró imperceptiblemente procurando no soltar su mal genio. Entornó la mirada, no tenía los músculos rígidos pero mantenía un tono incisivo en la voz, no era miedo ni resentimiento hacia mí, más bien parecía celoso. Aunque deseché el pensamiento rápidamente porque nadie querría estar en la posición de un niño encarcelado. Pensé que si Berenice estuviera allí leería sus pensamientos como si leyera hojas de un libro.
—Te he visto en sueños —dijo—. Sí, sí, no te muestres impresionado, Gartet también me lo hizo a mí en su tiempo. Me regaló el poder de la visión. Vi el rol que cumples en el grupo. Eres tonto pero cuando llega el momento sabes qué decir y cómo actuar, calmas al resto.
—Gra-gracias —dije descifrando si era un cumplido o un insulto lo que acababa de oír.
—Por eso te desperté antes. Necesito el opinión de alguien que haya visto lo hermoso de mi rostro antes y me diga si nota algunos cambios con este ungüento regenerador. Y creí que podrías ayudarme.
No sabía qué responderle, quedé mudo y él tomó ese mutismo como señal de que no lo ayudaría porque lo odiaba. Sí lo odiaba y no quería ayudarlo pero aun así. Se levantó rápidamente de la silla de Sobe y me observó suplicante y avergonzado como si pedirme ayuda fuera lo más humillante que hubiese hecho jamás.
—Si me lo dices prometo deberte una. No te dejaré escapar, pero si necesitas mi ayuda en alguna cosa menor te la daré. Solo dime si esta cosa funciona, no quiero desperdiciar mi tiempo con la medicina incorrecta. Tiempo es algo con lo que no puede contar está cara —añadió señalándose levemente los rasgos que aún conservaba.
Pensé en responder que esa cara tampoco podía contar con muchas otras cosas pero no me pareció oportuno.
Asimilé lo que acababa de decirme. Pino estaba pidiéndome una bobería, era su prisionero pero aun así me pedía un favor que haría cualquier amigo o conocido. Me dio pena verlo tan asustado y desamparado. Si me pedía eso a mí era obvio que no tenía a nadie. Ni siquiera éramos buenos amigos cuando se suponía que éramos amigos y estábamos del mismo bando. La primera vez que lo había visto, había tirado mis cosas al suelo y observado desafiante con una sonrisa torcida. No fue el mejor comienzo de todos.
Pino no tenía ningún amigo en ese mundo ni en los ejércitos de Gartet. ¿Por qué seguía estando con ellos? No conocía su vida pero obrar en una causa injusta, solo, sin nadie que pudiera cumplirle un favor tan tonto como decirle si era menos o más adefesio no parecía una vida feliz. No podía ser por la diversión de sólo causar daño, nadie era tan cruel, ni siquiera Narel cuando se burlaba de mis gustos lo hacía en serio. Vacilé y boqueé como un tonto sin saber qué decir.
—Pero... yo, no lo sé viejo acabo de verte...
—Gartet tardará a lo sumo una semana en llegar —se anticipó, le temblaba el labio desesperado—. En esa semana tendrán que notarse los cambios, al menos eso dijo el chamán que me la vendió... bueno era un chico raro pero eso no importa. Puedes decirme si notas cambios o no ¿Puedes hacerlo?
Me encogí de hombros.
—Lo intentaré.
Pino sonrió satisfecho y me dio las gracias. Me subió con el dedo índice la montura de los anteojos por encima del puente de mí nariz y me despeinó el cabello que despidió volutas de ceniza.
—¡Perfecto, te veré mañana cuando venga para darle la segunda dosis a tu amigo!
—¿La segunda qué? ¿A quién?
—Sobe te lo explicará mejor, no quiero romper este momento con malas noticias —Me sonrió y se alejó de mi campo de visión al otro extremo de la habitación—. Te debo una viejo.
Pino iba a retirarse, la puerta estaba tras mi espalda. Un rechinido agudo me hizo saber que ya se iba. Estaba aturdido pero sabía qué quería decir.
—Oye, Pino.
Él se detuvo.
—Puedes zafarte esta vez y pedirme un favor tonto que haría un amigo o al menos un conocido que te tolere, pero no tendrás prisioneros como yo toda la vida. En algún momento te quedarás solo y cuando eso pase ya no voy a estar ahí para darte esta opción.
—¿Que opción? —preguntó desconcertado.
—Ven con nosotros, no tienes por qué estar tan solo aquí, sin nadie que te quiera. Podemos llevarte al Triángulo.
—Gartet me quiere —respondió seguro.
—¿Qué? —intenté voltearme y verlo pero no podía—. Oye no lo conozco pero no suena el tipo de hombre que quiere a chicos como tú.
—Tú no sabes nada de mí y menos sabes de él.
—Te equivocas. Dijiste que sé qué decir y cómo actuar en el momento indicado, este es el momento —Comprimí mis puños—. Ahora la pregunta es si tú sabes actuar en el momento indicado.
—Lo sé Jonás y mi respuesta es no. De verdad, no me conoces —insistió con la voz comprimida por un sentimiento que no pude identificar ¿resentimiento?—. No tienes idea de lo que es mi vida. Espero que siga en pie nuestro trato. Ahora vendrá un carcelero para recogerlos. Te veo mañana a esta misma hora para la nueva dosis.
Había algo trágico en Pino, en su historia, en su vida, en su cara y en la forma tan desinteresada con la que solía tratar a las personas. Sentí que Pino me observaba, pensando lo mismo de mí hasta que cerró la puerta de un portazo y Sobe se sacudió en sueños. No sé por qué supe que no vería mañana a Pino, que no lo vería en mucho tiempo.
No tenía mi arma y me habían arrebatado la mochila.
—¡Sobe, Sobe! ¡Despierta!
Sobe se revolvió en sueños, podía ver sus ojos sacudiéndose debajo del párpado, estaba demasiado lejos para patearlo, me sacudí en la silla pero no logré mucho. A mi lado estaba Dagna, quieta como un tronco y flanqueándole la izquierda estaba Dante. La puerta volvió a abrirse profiriendo un chirrido articulado y un hombre robusto entró en la habitación.
Era calvo y tenía la mayor parte del cuerpo tatuada o horadada con aretes, los labios los tenía todos perforados con aros circulares y plateados. Lo observé horrorizado, sobre todo a sus labios de plata, sus cejas no eran más que perlas pequeñas una al lado de la otra. Tatuajes de caras le cubrían sus morrudos brazos, cuello y resto del cuerpo. Eran rostros de personas de todas las edades, tamaños y razas. Estaba totalmente vestido de blanco, o al menos eso había sido blanco porque tenía manchas de suciedad o sangre seca diseminadas por todas partes. Supuse que sería el carcelero porque ese no parecía uno de la unidad. Agarró la silla de Camarón y lo arrastró fuera de la habitación.
—¿Qué estás haciendo? —grité intentando zafarme—. ¡Suéltalo! ¡Cameron! ¡Cameron, despierta!
Ninguno despertó y el hombre cubierto de tatuajes fue llevándoselos uno por uno. No podía hacer nada más que verlos marchar, no quería perderlos a ellos también.
Se los estaba llevando. Los arrastraba como si fueran sábanas, sus brazos eran tan morrudos que caminaba como si le pesara llevarlos puestos. Tenía una prominente panza, cada una de sus extremidades parecían costales llenos de rocas y su marcador tenía un número positivo:
+57
Estaba furioso, con Pino, con aquel hombre y con todo el mundo. El semblante del hombre era inexpresivo. Lo odiaba pero no porque parecía un tatuador lunático o porque su cara era un alfiletero, no lo quería porque no soportaba la idea de que se llevara a mis amigos a un lugar lejos.
Nunca había creído que podía caer en las manos de Gartet o sus de secuaces, en parte porque sabía de él hace menos de un día y en parte porque no creía que pudiera ganar tan rápido.
No me gustaba la idea de que quisieran apoderarse de mí, los únicos que podían darme ordenes era mis padres y ni siquiera hacía todo lo que ellos me decían. Seguramente tenía el rostro más rojo que Pino. Rogaba por dentro que los rebeldes llegaran antes que Gartet. No había escapado toda una semana de La Sociedad para caer en manos de un tipo que lo sabía todo y se enteró de mi existencia de la nada. No podía ser de ese modo.
Fui el último que recogió, agarró el respaldo de mi silla y me arrastró a un pasillo donde había numerosas celdas y pabellones. Los pabellones y corredores tenían plataformas que albergaban más celdas oxidadas y oscuras como cuevas siniestras. Todas estaban vacías.
El corredor de celdas terminaba abruptamente en una escalera que se internaba en las profundidades, la oscuridad la engullía y estaba construida de piedra pulida por las pisadas. Chocó mi silla con cada escalón y si no fuera de metal se hubiera hecho añicos. Los calabozos oscuros y subterráneos tenían pasadizos de circulación flanqueados por celdas, que para mi alivio eran rejas y no puertas cerradas. Las luces de neón iluminaban a duras penas las oscuras paredes de piedra, las instalaciones de electricidad pendían de un cableado que serpenteaba en el aire y crujía como si estuvieran a punto de electrocutar a alguien. La humedad se escurría por los bordes y las paredes, aquella mazmorra parecía haber sido cavada en la tierra por topos ciegos, las paredes irregulares se retorcían a mí alrededor.
Allí el aire era frío y cada sonido, por débil que fuera, se intensificaba y reverberaba tétricamente. Las celdas del calabozo también estaban desocupadas, el hombre se detuvo en una que tenía cuatro literas colgadas con cadenas del techo o amuradas a la pared. Los barrotes, cubiertos de óxido, estaban enterrados en el suelo y la pared, imposibles de mover. Detrás se encontraban mis amigos recuperando la conciencia en las literas, excepto Miles que estaba sentado en el suelo con la espalda contra la pared y la cabeza pendiéndole del cuello.
Si entraba a esa celda no saldría de allí en mucho tiempo. La reja tenía varias cerraduras de distintos tamaños y el espacio entre los barrotes era muy estrecho. El hombre comenzó a desatarme, sin soltar el respaldo de la silla, vadeé la cabeza, miré su callosa mano y se la mordí. El carcelero aulló de dolor y rugió como un oso feroz. Veloz y sin darme tiempo a nada más, me arrancó las ataduras, aferró mi pescuezo con un puño de acero y me arrojó de bruces a la celda. Cerró con llave la puerta y se las colgó al cinto cuando se marchó.
El suelo era húmedo, rugoso y no olía muy bien. Me incorporé y fui corriendo hacia Sobe que se encontraba mascullando amenazas con los ojos sacudiéndose debajo de los parpados. Miles gimió contra la pared y quiso moverse pero continuó sentado como si el esfuerzo fuera demasiado, me arrastré hacia él y me incliné a su lado. Le sacudí el hombro susurrándole su nombre. Miles abrió sus ojos parpadeando como si tuviera que soportar mucha luz, frunció el ceño.
—Jonás.
No dijo nada más, solo se quedo observándome como si esperara que hiciera un truco asombroso. Tenía las manos desplegadas en los muslos y la espalda erguida contra la pared, era una posición muy extraña, parecía un robot recargándose.
—Sí, sí Miles, soy yo. Tranquilo estamos juntos en... en una cárcel de Dadirucso. Tenemos que escapar.
Enarcó las cejas.
—Con que quieres escapar —observó áspero.
—Sí, ayúdame a despertar a Sobe. Seguro se le ocurrirá algo.
Me deslicé hacia la litera de Sobe que estaba amurada a la pared, solamente era una fría y dura placa de metal, arriba se suspendía en cadenas la placa donde estaba recostada Dagna como un candelabro humano.
—¡Sobe, Sobe despierta!
Despertó de súbito como si hubieran oprimido un botón en él. Me observó confundido, entornó los ojos, examinó su alrededor, observó detrás de mi hombro y se levantó de un salto alejándose de mí. Yo alcé las manos en señal de paz y él entornó aún más su mirada, estaba receloso como si fuera a rebanarle la garganta. Entonces comprendí que no me estaba mirando a mí, estaba mirando a Miles que se encontraba detrás de mi espalda.
—¡Aléjate de mí Miles! —amenazó muy serio.
Miles sonrió como si hubieraesperado eso toda su vida.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top