La seguridad viene por separado



Después de alejarnos de la red y las protestas de la serpiente que reverberaban en los tuéneles subsecuentes, Sobe y Dante me dieron una leve clase de esgrima teórica. Me dijeron cómo atacar, contraatacar, esperar mi turno y siempre usar los movimientos amenazantes del oponente en mi favor. Lo último que quería escuchar después de una pelea, era una pelea teórica en mi cabeza.

Aun así, les presté la mayor atención que pude pero mi mente vagaba y repetía una y otra vez el momento en que el soldado humeaba y despedía un vapor espeso de las heridas hechas con anguis. No había vuelto a plegar la espada, por si acaso, pero su filo negro como la obsidiana me inquietaba, incluso la unidad le desprendía algunas miradas inquietas cada unos instantes. Escarlata ni siquiera quería acercarse, se sumergió en el agua y fue serpenteando por su cuenta en la superficie. Llegamos a la boca de una alcantarilla y Walton subió las escaleras mientras aguardábamos.

Sobe y Dante estaban practicando esgrima con espadas invisibles y Miles se encontraba admirando el agua que chapoteaba a su alrededor como si el secreto del universo se encontrara en las gotas.

Me apoyé en la pared resbaladiza y húmeda, pensando en el soldado.

Observé la hoja de anguis y aquella franja roja y profunda que la atravesaba como un trazo de sangre. Noté unas leves ondulaciones en la franja, la puse contra la luz y las protuberancias se convirtieron en letras levemente cinceladas. No podía verse si prácticamente no estabas a menos de un centímetro de ella, eran casi imperceptibles. Sentía que al verla se me congelaba la carne como si la temperatura húmeda hubiera descendido a grandes pasos y una garra gélida se cerraba alrededor de mi cuello. La inscripción decía:

«El mal del polvo vino y al polvo volverá»

—¿Qué estás mirando? —me preguntó Petra arrancándome de mi estupor, casi solté a anguis. Elevé mi cabeza y aparté la espada.

—Nada —mascullé—, solo es que... nada olvídalo es una tontería.

Ella rió y su risa retumbó detrás de mis oídos por tener el casco puesto. Se lo sacó y lo dejó en su regazo al colocarse a mi lado.

—Jo, estamos en una alcantarilla para colarnos a la mansión de un colonizador de mundos y robar una esfera de palabras que emite señales y apagará a un faro si entra en sus perímetros y ese faro proporciona energía a todos los marcadores. Aquí ya no hay tonterías.

—Buen punto —asumí pero pensar en todo aquello me hacía sentir parte de una realidad diferente, literalmente me había apuntado a la misión ignorando eso—, pero procuremos no mencionar eso que me da dolor de cabeza.

—De acuerdo, a mí también me confunde un poco.

—Bien, mira, mientras peleábamos con la patrulla de la serpiente, corté a un soldado en la mano y el pecho. Sólo el pecho fue una herida grave pero entonces comenzó a salir un vapor blanco y espeso de su mano, parecido al humo, como si la hoja estuviera envenenada —los labios de Petra se comprimieron en una fina línea, ya había captado el mensaje y no le gustaba—. Y cuando volví a mirar el soldado se había desintegrado. Creí que era una locura, pero entonces vi la inscripción que dice: «El mal del polvo vino y al polvo volverá»

Petra se hizo a un lado.

—Lo sé, lo sé, suena una locura mejor olvídalo.

—No es una locura Jo, yo sé que es.

—¿Qué es? —preguntó Sobe.

Me volteé rápidamente y noté que todos nos estaban mirando, enfrascados en la conversación, incluso Walton que había bajado ya de la superficie.

—Es obvio —dijo Dante con nerviosismo—. Esa cosa es un anillo que se convierte en cualquier arma, esta empapada de magia... este, artes extrañas —corrigió como si odiara la anterior palabra—. Irradia peligro, seguramente está encantada para hacer eso, sería como estar envenenada en términos simples.

—Y la inscripción lo explica —repuso Petra—. «El mal del polvo vino y al polvo volverá» Por el mal se refiere a los enemigos de anguis y por lo tanto a los tuyos. Del polvo vino, quieren decir que son igual de inservibles que el polvo y bueno la otra parte creo que es lo que pasó, esas palabras son literales.

—¿Quieres decir que lo que corte esa cosa y sea enemigo de Jo entonces se reducirá a un montón de cenizas? —preguntó Sobe con expresión incrédula.

—Algo como eso, tiene que ser una herida casi mortal para que injiera bien el «veneno» —ella resaltó las comillas con sus dedos.

—¿Y si me corta a mí? —preguntó Walton inquieto sin su sonrisa positiva—. Solo un pinchacito, por error.

Quería decirle que nunca lo cortaría con eso pero Dante se apresuró a responder:

—No eres su enemigo, además ya escuchaste a Petra, tiene que ser una herida casi mortal para que lo mate.

—¿Casi mortal para que lo mate? —preguntó Miles con una sonrisa burlona—. ¡Vaya esa cosa sí que sirve!

—Lindo regalo, Jo. De verdad estoy boquiabierto, nunca había visto un arma tan mágica y poderosa —bromeó Sobe dándome palmaditas en la espalda y emprendiendo nuevamente la marcha. Arrastrando sus pasos entre el agua.

Quedé anonadado y por unos segundos no los seguí, sentí como si me hubieran dado un puñetazo entre los ojos, luego hice funcionar nuevamente las piernas rígidas y caminé arrastrando los pasos. El resto de la unidad ya había aceptado el hecho de la espada envenenada y envidié su actitud desinteresada ante todo, parecía que ya nada podía impresionarlos. Pero yo era nuevo en eso.

Anguis podía ser un arma increíble convirtiéndose en lo que tú desearas y transformándose en un anillo cuando no lo necesitabas pero que redujera a las personas que pretendían hacerme daño en un puñado de cenizas no me agradaba mucho. Todavía estaba asimilando la idea de que había seres que podían matarme y lo harían si yo no me liberaba de ellos primero, no quería matar a nadie, ni convertirlo en un puñado de cenizas y humo a pesar de lo mucho que pretendieran lastimarme. Yo no mataría a nadie, ni ahora, ni nunca, al menos no otra vez. Plegué a anguis y lo convertí nuevamente en un anillo sin muchos ánimos de usarlo.

El regalo ya no me parecía tan alucinante, sentía que cargaba con un puñado de granadas a punto de explotar.

Pensé en la serpiente, ese monstruo peleaba en nombre de Gartet pero por propia voluntad, yo había creído que los soldados (como el tipo velludo de tres ojos) habían sido arrancados de su mundo y puesto a trabajar en otro como esclavos. Creí que Gartet se adueñaba de todos como quería adueñarse de mí, no imaginé que le prometía tierras, reconocimiento y un título de señor teniente. Pero había algo que me inquietaba, en el Consejo había escuchado que el fin de Gartet era que solo haya trotamundos en todos los pasajes y los monstruos no entraban en ese grupo. ¿Los traicionaría cuando tenga trotamundos suficientes? ¿Ese tipo solo quería poder o había otra razón para iniciar una guerra más que mundial? El racismo y odio a todo aquel que no sea un trotamundos no me parecía razón suficiente para iniciar una guerra, donde se mataban a cientos de personas, incluso pintores.

Además, resultaba ciertamente irónico, quería a los trotadores pero no apreciaba su política de salvar anonimanete a los nativos y mantener todos los mundos separados. Pensé que alguien debería ser tratado por trastorno de bipolaridad.

Estaba metiéndome en una guerra que no sabía sus causas, me estaban persiguiendo por tener un poder que no comprendía y sobre todo ahora tenía que enfrentarme a soldados y ejércitos que no eran lo que yo esperaba. La idea daba vueltas en mi cabeza como un huracán de cuchillos. Me daba unas jaquecas impresionantes y por poco olvidé el olor hediondo en las alcantarillas o el dolor que tenía en el tórax.

De repente escuchamos un relincho sobre nuestras cabezas. Miles se inquietó y frunció el ceño como si un pensamiento descabellado floreciera en su mente:

—¡Es el día del juicio, vinieron por mí! ¿Señor eres t... —Walton le cubrió la boca y lo siseó poniendo un dedo sobre los labios, sin despegar los ojos del techo.

A nuestra derecha, sobre una escalera, se hallaba la abertura de una puerta. El olor debajo de la escotilla era todavía más intenso y fétido y se escurría por ella un líquido espeso e inquietantemente oscuro. La puerta era diferente a las demás, era mucho más sólida y estaba escondida, detrás de un pasillo angosto. Irrumpimos al pasillo en fila y caminamos con pasos laterales porque de otra manera no entrabamos. Walton se colgó de la escalera amurada a la pared, retuvo las náuseas con una matiz enfermiza en la piel y trepó por ella.

Abrió la escotilla, inspeccionó levemente lo que lo rodeaba y emergió al otro lado. Aguardamos en silencio escuchando la resonancia de las gotas al caer contra el agua del túnel hasta que su cabeza se asomó nuevamente por la escotilla.

—Prepárense señoritas porque llegamos —dijo con una sonrisa. 

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