III. Un baño de comida con descuento.


El resto de la resistencia consistía en Wat Tyler. Habíamos caminado a un lado de la barricada de autos en llamas y escabullido al edificio de enfrente: una casa azul de tres pisos. Trepamos por una escalera de incendios que pendía en el costado del edificio y subimos a la terraza donde Wat se encorvaba detrás del antepecho, parado de rodillas, mirando el otro lado de la calle, detrás de la defensa de autos.

Las llamas ardían en la grava, el todoterreno rosado se encontraba totalmente baleado y horadado al final de la calle, como una coladera. En el otro extremo, detrás de la barricada humeante y de metal había algunos vehículos de soldados reales ocupando el camino. En el final del paisaje el Faro brillaba con su luz verde, estábamos a diez manzanas, muy cerca pero cada cuadra se encontraba al menos una decena de soldados patrullando los alrededores.

Berenice corrió hacia Wat que la estrechó en sus morrudos brazos, ella era pequeña, no llegaba a pasarle los hombros. Él semblante del muchacho por un momento se tranquilizó como si olvidara todo el odio y rencor que sus ojos estaban acostumbrados a llevar. El encorvó su espalda y apoyó la cabeza en el hombro de Berenice, cerró los ojos como si estuviera dispuesto a dormirse allí por una eternidad y elevó su cabeza hacia el resto de la unidad.

—Amigos —dijo Berenice.

El asintió y luego saludó a Walton con una palmeada amistosa en el hombro y me desconcerté por un segundo pero luego recordé que Walton había estado con ellos unos días, tal vez también pensaba que Wat Tyler tenía sentido del humor. Luego le estrechó una mano a Petra y observó con ceño fruncido a Escarlata que se encontraba al lado de mis botas.

—Es la mascota de Logum —expliqué y aclaré mi garganta—. Un rehén, tal vez sea un animal modificado.

Petra le presentó la unidad al resto de los presentes. Cuando no hubo más que decir. Wat suspiró resignado y nos indicó que nos agazapemos a su lado. El resto lo hizo. Hinqué una rodilla y observé los ojos torvos de Wat.

—Tienen las calles rodeadas —explicó, le agarró la mano a Berenice, ella le sonrió y acarició su pulgar—. Ya saben que pretendemos.

—¿Y qué haremos? —preguntó Walton apoyando sus codos sobre los muslos, estaba de cuclillas entre los hermanos Fresno y Álamo.

—La resistencia se desplegó al verlos —dijo señalando con la cabeza a las tropas de soldados—. Mantuvimos el ataque pero después decidimos separarnos —supe que quería explicar más pero se limitó en ir al grano—. Están desperdigados en otras manzanas. Esperábamos encontrarnos con uno de ustedes, entonces mandaríamos la señal y nuestros aliados vendrían. Planeamos eso al ver las tropas de soldados, sabíamos que si conseguían la esfera no podrían adentrarse ustedes solos.

—Un grupo de civiles ya se nos unieron, incluso sin apagar el Faro —informó Roble.

—Pelearemos juntos para abrirles paso —añadió Fresno.

—Cuando apaguemos el Faro entonces Prunus hablará por los demás —añadió Wat—. Un amigo se colará en la red de sirenas y en lugar de la alarma los megáfonos emitirán las a Prunus, entonces esperemos que Salger está de nuestro lado.

—Y volverán con sus familias —añadió Walton recordando lo positivo de la misión.

Álamo y Roble se desprendieron una mirada cómplice y entusiasta. Wat se encogió de hombros algo apenado, no parecía muy contento de cumplir su promesa, desvió la mirada y se concentró en las tropas de soldados apostadas y rígidas en la calle. Marchaban de un lado a otro pero no estaban sobre los tejados, tal vez esperaban un ataque terrestre o eran camicaces.

—¿Qué señal darás? —preguntó Dante.

Wat regresó en sí y deslizó fuera de su chaqueta un tubo que parecía dinamita pero no lo era, lo sacudió como si fuera un abanico.

—Humo rojo —dijo y sus pitidos siguieron las palabras.

—Me parece bien —respondió Cam sólo para aportar algo, había guardado los trozos de metales en la mochila y tenía los brazos rígidos, procurando no moverlos.

Fresno le respondió con una amplia sonrisa como si pensara que era adorable, le despeinó sus castaños cabellos y le guiñó un ojo ignorando las mejillas encendidas de Cam.

—Cuando dé la señal los rebeldes saldrán y lucharán —explicó Wat y me pregunté cuantas palabras tendría en su marcador, estaba gastando muchas al explicarnos—. Ustedes se alejarán unas quince manzanas al norte, ahí está despejado, luego treparán cuatro hacia el oeste e irán hacia el sur de vuelta volviendo las quince que recorrieron pero cuatro cuadras hacia el oeste.

No tenía idea de qué clase de plan era ese pero Walton asintió captando las palabras a la primera.

—Así —prosiguió Wat—, les quedará cinco manzanas hacia el Faro. Vayan, no pierdan tiempo. Ese es el recorrido más despejado que tienen.

—Acompáñanos —pidió Berenice y entrelazó sus dedos con los de Wat.

—Yo iré por el lado difícil. Si sale bien nos encontraremos en minutos. Cinco manzanas al oeste y los ayudaremos a avanzar.

Sonrió indicándole que todo estaba bien, la cicatriz que recorría su cara se comprimió, se veía como una mancha pálida y serpenteante en la opaca luz de Salger. Sus rasgos angulosos mantenían cierta frialdad, sus ojos eran dos cuencas llenas de sufrimiento pero por alguna razón sonreía. Sonreía para Berenice. Le besó la mejilla y la estrechó en sus brazos nuevamente, Berenice se veía frágil y pequeña ante él. Y entonces lo vi, Wat era la coraza de Berenice, su armadura, él creía que la protegía pero ella en cierto sentido también lo salvaba. Sentí un vacío por dentro, añorando a mi persona. Intenté alejar el pensamiento pero tardó en irse.

Les echamos un último vistazo a nuestros amigos. Me preocupaban mucho Fresno, Álamo y Abeto, cuando nosotros nos pusiéramos en marcha ellos darían la señal para abalanzarse contra las filas de soldados, intentarían abrirnos paso a nosotros que teníamos la esfera de palabras. Los mantendrían ocupados mientras nosotros avanzábamos por otro lado y luego si las cosas marchaban bien nos encontraríamos todos cerca del Faro. Procuré no pensar que era la última vez que los veía. Álamo pareció captar nuestra expresión.

—Nos vemos, mucha suerte —dijo sacudiendo una mano.

Los demás se despidieron de nosotros de la misma manera. Cam parecía reacio a irse, Petra lo cogió de la mano y lo arrastró lejos de allí con los metales revolviéndose dentro de su mochila de Power Rangers.

Bajamos rápidamente las escaleras y avanzamos hacia el auto rosa que ya casi no tenía ventanas, el tapiz se había manchado de hollín y la pantalla de comando estaba totalmente cuarteada pero continuaba funcionando. Había quedado como una coladera por todas las balas.

—No creo que lo devolvamos en estás condiciones ¿o sí? —preguntó Sobe con una sonrisa suficiente en los labios acomodándose junto a Berenice en el asiento de copiloto— Creo que al fin y al cabo tenía razón.

—Le pediremos sus debidas disculpas —respondió Petra sentándose en la parte de equipaje junto con Dante y Miles.

—¿Y quién me pedirá a mí mis debidas disculpas?

—¿Por qué debidas disculpas? —preguntó Miles ocultando sus anaranjados cabellos debajo de la capucha raída.

—Porque cuestionaron tozudamente mi mayor característica —respondió Sobe con aire diplomático.

—¿Te refieres a molestar? —inquirió Dagna con una sonrisa incisiva.

—¿Ser feo? —preguntó Miles.

—Nadie cuestionaría eso —intervine.

—Oigan, oigan el auto sigue funcionando —añadió Walton como si de eso se tratara todo. Encendió el motor que emitió un ronroneo y colocó sus manos sobre el tablero rasgado.

Retrocedió hasta la otra calle y comenzó a avanzar hacia el norte. Íbamos directo al Faro, lo apagaríamos y romperíamos esos grilletes llamados marcadores, le daríamos un puñetazo a Gartet en la cara. Liberaríamos a Dadirucso de su maldición de silencio, liberaríamos lo que nació libre.

El auto estaba en marcha.

 Me volteé hacia el edificio azul, en tanta oscuridad la estructura se veía como un bloque negro y macizo, iluminado por el fuego. Divisé una nube roja como la sangre ondeando y esfumándose en el cielo. Era la señal de Wat.

 Entonces, sólo entonces la guerra comenzó y no me refiero sólo a ese mundo.

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