III. Mi única visita es un pedazo de tierra.
Después de la tercera vez mojados con agua helada no teníamos muchos ánimos para planear grupalmente algo. Me acosté en la litera con Dagna mientras los otros permanecían callados, seguramente pensando en algo para escapar. Pero no teníamos muchas posibilidades.
Habían pasado los minutos y el goteo del agua, el zumbido de las luces y el crujido de los cables que chispeaban electricidad era lo único que se escuchaba en el calabozo. Pensé en las palabras que había dicho Petra en el sueño: Nihilum. Las plantas a su alrededor se habían retorcido, chamuscado o tornado a un montón de cenizas. Como si se hubieran quemado, o fueran engullidas por llamas infernales e invisibles. Tal vez podría usarlas con la celda pero si no funcionaba recibiríamos otra ducha y no me encontraba con ánimos de eso. Además de que no sabía cuántas energías consumía.
Las horas pasaron y era un domingo al medio día. Todos se habían dormido incluso Miles, pero yo seguía despierto, observando la fotografía de mi familia en aquel día de campo. La luz apenas me dejaba escudriñarla. Estaba un poco doblada y muy húmeda pero para mis ojos se veía igual. Me encontraba rayando la cara de mi papá con una moneda cuando un chillido agudo y animal me hizo estremecerme. Me incorporé en la litera y Dagna se despertó. Estaba usando los guantes de goma, que el carcelero había olvidado, como almohada. Parpadeó y me observó apoyando el peso de su cuerpo sobre el codo.
—¿Qué fue eso? —susurró.
—No estoy seguro.
—Dime que no hay ratas aquí —dijo lívida como un fantasma—. Oh dios, que no haya ratas.
—Tranquila, ya se fue —mentí y ella volvió a recostarse un poco rígida, pero al cabo de unos momentos volvió a dormirse.
Esperé unos minutos, metí rápidamente la fotografía en el bolsillo y apoyé con delicadeza mis pies en el agua para que hicieran el menor ruido posible. Yo conocía aquel chillido, ese sonido gutural que casi había olvidado. Me levanté de un salto y corrí escéptico hacia las rejas pero no pude ver nada. Me fijé a ellas e introduje mi cabeza entre los barrotes hasta donde pude.
Los chillidos ahogados reverberaron en el calabozo. Las luces de neón se reflejaban en las charcas del pasillo, todo el suelo estaba cubierto por una capa de agua y polvo. Unas ondas expansivas aparecieron en la izquierda como si alguien hubiese metido un pie en el agua. Intenté observar mejor pero estaba demasiado lejos de mi campo de visión. No dije nada porque no estaba seguro si quería llamar a lo que se aproximaba. Las ondas expansivas fueron acercándose cada vez más y más hasta que unos ojos escarlatas me observaron en la penumbra de una de las celdas más lejanas.
Contemplé aquellos ojos escarlata por unos minutos, no se atrevían a parpadear y yo no me atrevía a moverme hasta que los ojos emergieron de la penumbra y allí estaba la pequeña criatura de piel parda, áspera y árida como un montículo de tierra. Pero ahora sus escamas resplandecían opacas, y se veían resbaladizas como un montón de lodo con miembros y articulaciones. Caminó hacia mí, se paró fuera de la celda y se levantó en sus patas traseras para examinarme como si él se preguntara que hacía yo allí.
Lo miré anonadado preguntándome como había llegado, tal vez me había seguido desde el sector deforestación la primera vez que había entrado a la ciudad. Estiré con recelo una mano y acaricié su resbaladiza y húmeda cabeza y su hocico mofletudo, preguntándome si le gustaba que hiciera aquello o si me arrancaría la mano. Su cola era extensa y oscura, la sacudía cada unos momentos como un abanico pesado.
Sus ojos resplandecían como rubíes encendidos en fuego, era un fulgor vivo e intenso, casi demoníaco. Pero su forma ya no me impresionaba y su presciencia mucho menos, no después de toda la semana extraña que había tenido. Tenía la mano con la que lo había acariciado cubierta de lodo. Entonces comprendí que su piel de tierra al mojarse se había convertido en barro escurridizo. Si me había seguido tantas distancias no podía ser malo. Sentí que algo vibraba dentro de él y emitía un sonido muy similar al ronroneo.
—¿Qué demonios eres?
No esperaba una respuesta. Estaba examinándome sentado, se paró, caminó hacia mí y se recostó en mi húmedo regazo bufando del cansancio. ¿Había viajado tanto tiempo para eso? Yo nunca había tenido una mascota porque Narel era alérgica al pelo y a mi mamá le daban asco los reptiles o anfibios, así que mi idea de trato con animales se reducía a parrilladas.
Si hubiera sabido que no se podía tener bichos extraños de mascotas o si hubiera sido un poco más listo no me hubiera replanteado la idea de conservarlo. Lo observé preguntándome qué hacer con él, nunca había visto un animal que se convirtiera en tierra en mi vida, ni siquiera sabía su dieta pero me senté contra la reja y lo acaricié mientras él ronroneaba.
Si no quería comerme por la noche podría quedármelo, claro si él no se oponía. Pensé en que Pino volvería con su dosis o Gartet vendría a nuestro encuentro y me lo quitaría, si ese monstruo había viajado tanto para volverme a ver, me había encontrado en la peor situación. Nos separarían pero no solo a nosotros. Gartet y Logum me alejarían de Sobe, Petra, Camarón, Walton, Dagna, Dante, Berenice y hasta de Miles, si es que él se olvidaba del rollo de que era una hortaliza mágica. No estaba listo para que me separaran de ellos también y me llevaran a un extraño mundo como carga pesada. Tenía que actuar. Escapar de allí.
Miré el reflejo de las luces de neón en el agua. Eran mis únicas herramientas, además de las cadenas. Si tenía suerte podía desenredar unas cuantas. ¿Y luego qué?
—Piensa Jo, piensa.
De repente una idea cobró forma en mi mente, era muy arriesgada pero no podía compartirla con el resto del grupo, de ese modo Miles llamaría de nuevo al carcelero. Además de que era un plan suicida. No podía poner sus vidas en peligro sin preguntarles antes. No, no podía hacerlo.
Casi pude sentir en mi mente la voz de Narel retándome a cambiar de opinión:
«Si tienes miedo de que no funcione entonces has que funcione y ya cabeza hueca»
Acaricié a la extraña criatura en su lomo, la anterior vez tenía unas placas flexibles en la espalda ahora solamente mantenía unas escamas resbaladizas y mojadas como las de un pez. Repasé en mi mente el plan. Me levanté decidido y la criatura chilló molesta cuando cayó al agua. Sobe abrió los ojos y parpadeó al ver la pequeña cosa parda que había en la habitación como si no le diera crédito a sus ojos. Se desplomó de su litera y retrocedió alarmado. Los demás oyeron el chapoteó del agua y se despertaron ceñudos.
—¿Cómo demonios llegó eso aquí? —preguntó Dante frunciendo el ceño, desconcertado—. ¿Es peligroso?
Solo Camarón fue el único que se impresionó, saltó de su litera y gritó alarmado, mientras sacudía sus manos. Los demás observaron a la criatura extrañados y sorprendidos pero no horrorizados ya habían visto muchos monstruos en sus vidas. A excepción de Sobe que levantó una mano, totalmente amedrentado, indicándome que me quedara quieto.
—Jonás, yo vi esto una vez. Es un monstro de arena en pequeña escala. El que me atacó cuando era pequeño. No te muevas.
Era lo que me suponía desde la primera noche que lo vi. Estaba pensando en esos monstruos y de repente apareció uno similar. No sabía muy bien lo que era, si yo lo había creado o simplemente traído pero en parte no me importaba. Sólo me gustaba que estara y eso era todo. Había aprendido a dejar de impresionarme con las cosas, el monstruo estaba ahí y ya.
—En realidad es de tierra —respondí encogiéndome de hombros—, bueno ahora creo que de lodo.
—¿Qué haces con esa criatura? —preguntó Miles cruzándose de brazos pero sin llamar a gritos al carcelero.
El efecto se le estaba yendo de a poco, vacilaba cuando hablaba y tenía la mirada confundida y dilatada. Estaba sudando como un cerdo a pesar de que hacía un frío húmedo en los calabozos y no se encontraba meditando cuando nos escuchó hablar más bien estaba mirando a la nada.
Sobe se acercó a mí, me cogió del codo y me llevó aparte.
—Jonás. ¿Te das cuenta de que eso es raro? —susurró— ¿Lo trajiste recién? ¿De dónde diablos sacaste eso? —farfulló.
—Tranquilo me siguió, sé que es raro pero mucho no me importa, que esté aquí es el menor de nuestros problemas —comprimió los labios como si detestara saber que tenía razón—. Apareció en nuestra segunda noche en Dadirucso, es el que te señalé en el sector deforestación. Además, no creo que sea un monstruo de arena como los que viste. Dijiste que tenían muchas cabezas.
—Dije que las ocultaba en su carne y las volvía a sacar —Miró de reojo al monstruo—. Este no sabes que puede sacar, alas quizás o siete cabezas, pueden guardar partes de su cuerpo en su propia carne —recordé las placas que había visto sobre su lomo la primera vez—. Es repugnante. Además, es medio feo, maldición me da mala espina. Creí que no te seguiría desde el sector deforestación.
—¿Tú cómo crees que haya llegado? —Le pregunté.
Sobe se encogió de hombros y acarició el mentón pensativo.
—No lo sé, ya te dije que no te siento como Creador, tal vez moviste el portal de él pero es muy extraño que lo hagas sin conocer su portal y justo cuando estés pensando en criaturas similares.
—¡Oigan si terminaron sus cuchicheos podrían decirnos qué pasa y de dónde vino esta cosa! —exigió Dagna examinando al monstruo que observaba todo en el medio de la habitación.
—¿La inventaste tú, Sobe? —preguntó Camarón olvidando que debía tenerle miedo al monstruo y acercándose sigilosamente a él.
—No, me siguió a mí desde el Bosque Sin Principio —respondí y Dante lo examinó bien.
—Por su piel yo diría que no es de este mundo, tal vez se coló por un portal. Parece hecho de tierra por lo cual se debe transformar en ella, lo que es muy probable. Hay un pasaje que se llama Ejalfumac y los animales allí tienen un camuflaje extraño, en lugar de parecerse al ambiente en donde se esconden son el ambiente. Tal vez sea de allí.
Mientras Dante hablaba yo desenredaba una de las cadenas que envolvía las literas colgantes. Necesitaba aquello para hacer funcionar mi plan suicida. Desenredé una bastante larga y fina, de todos modos había varias, lo suficientemente como para que mi delgado brazo pudiera manejarla con facilidad. Comencé a enrollarla en mi antebrazo cuando Miles entornó los ojos.
—¿Qué planeas hacer con eso?
Lo ignoré y eso pareció enfurecerlo de una manera demencial porque ensambló su mejilla a la mía y volvió a reiterarme la pregunta a gritos. Pero volví a ignorarlo.
—Escuchen, tengo un plan es peligroso, puede que nos lastime mucho o nos mate si sale mal ¿Quieren hacerlo?
—No lo sé —admitió Dante— la idea de la muerte es difícil asimilar. Nunca pude ver la segunda temporada de Downton Abbey quiero saber si el corazón infeliz de Sarah O'Brien puede cambiar.
—Sigue siendo siempre una bruja —respondí.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Sobe con una sonrisa burlona.
—Mi mamá lo veía ¿sí? Oigan, concentrémonos en lo importante...
—¿Cuándo Downton Abbey dejó de ser importante? —preguntó Sobe fingiendo estar horrorizado.
—El plan —insistí— ¿Están de acuerdo?
Todos asintieron a intervalos muy indecisos, excepto Miles que negó enérgico y decidido con la cabeza. Ya estaba resuelto. Me dio un nudo en el estómago y el corazón me zumbó en los oídos. Intenté calmarme y comprimí la mandíbula. Tenía que empezar con el primer paso.
—Vamos a escaparnos —dije a propósito y Miles corrió hacia el final de la celda lo más próximo al pasillo y comenzó a gritar a los cuatro vientos que intentábamos escapar, lo que yo esperaba que hiciera.
La primera faceta estaba completa.
—Dagna —Me dirigí rápidamente a ella, solamente teníamos unos segundos, retrocedió anonadada observando a Miles y a mí como si no entendiera lo que sucedía y en realidad así era—. Tú eres la que mejor puntería tiene y la que cuenta con brazos más grandes.
—Yo diría gordos —murmuró Dante y Dagna lo golpeó muy ceñuda en el brazo.
—Necesito que cuando bajé el carcelero derribes los tubos de luces al suelo —Le pedí señalando los tubos que pendían del techo gracias a un cableado que daba pena—, apunta la cadena como si fuera una cuerda y cuando los agarres, no importa si están rotos tíralos al suelo e inmediatamente suelta la cadena. Si puedes también aferra los cables, pero suéltalo inmediatamente y ponte los guantes de goma al hacerlo para que la corriente no te frite.
Ella asintió aturdida y abandoné la cadena en sus manos. Los pasos del carcelero comenzaron a bajar los peldaños y el repiqueteó metálico de las llaves resonó en el calabozo. Ella se calzó los gruesos guantes que le iban enormes y le recorrían todo el antebrazo.
—¡Todos a las literas que nadie toque el suelo! —grité y agarré al pequeño monstruo que bufó desconcertado.
Iba a trepar a una litera cuando vi a Sobe que estaba forcejando con Miles mientras este gritaba con obstinación:
—¡Yo no haré lo que ustedes digan! ¡Hagan lo que hagan no va a funcionar!
Dejé al monstruo en la litera y ayudé a Sobe con Miles, sujetándolo del cuello y estampándole la cabeza contra la pared.
—Lo siento Miles —dije y él cayó aturdido con un prominente chichón inflamándosele en la cabeza, debajo de sus anaranjados cabellos.
Masculló algo de una venganza sangrienta y lo dejé tendido con Sobe en la litera derecha. Dagna estaba agazapada en la litera izquierda, del otro lado de la habitación, observando a través de los barrotes su objetivo. Trepé a la placa de metal de arriba que suspendía del techo con cadenas y aguardé allí. El monstruo se movió incomodo en mis manos y lo dejé libre.
—Tranquilo Escarlata —dije acariciándole el mentón y por poco reí al escuchar el nombre que había salido de mis labios sin pensarlo siquiera.
El carcelero apareció con su enorme manguera en la mano y una sonrisa plateada. Dagna apuntó ágil y con fuerza las cadenas hacia las luces que pendían, no creí que funcionaría, estaba esperando escuchar el estallido del metal de las cadenas contra el metal de los barrotes pero sucedió.
Las cadenas atravesaron los barrotes y se enrollaron con firmeza en los tubos o lo que quedó de ellos porque estallaron en miles de pedazos. El carcelero elevó la mirada preguntándose que estaba sucediendo. Dagna jaló de la cadena y los restos de las luces de neón y cableado desregulado se desplomaron largando chispas al suelo cubierto de agua. El hombre se dio cuenta lo que tramábamos cuando era demasiado tarde.
Hubo un sonido eléctrico y las luces del edificio se apagaron emitiendo un zumbido. Quedamos completamente a oscuras y se oyó cómo un cuerpo pesado caía sobre el agua estancada. Las luces de neón emitieron un zumbido eléctrico y expulsaron un puñado de chispas que se apagaron antes de caer al suelo. El agua bajo nuestros pies no era segura, por esa razón me concentré en lo que había hecho Petra aquella noche, lo que había planeado hacer.
Extendí una mano al suelo, la oprimí como si estrangulara algo en el aire y grité:
—¡Nihilum!
Algo se retorció dentro de mí y se revolcó desenfrenado, sentí que el corazón me iba a explotar y enviaba olas de fuego a través de mis venas desembocando en la punta de mis dedos como dagas punzantes. Grité adolorido y estuve a punto de tirarme rendido en la litera pero si Petra había hecho un gesto al decir las palabras, supuse que yo también debería hacerlo. Por eso me obligué a continuar mientras sentía que el fuego de mi cuerpo desembocaba en las palmas de mi mano.
Sentía que me quemaba. Nunca había experimentado algo así de ardiente, no desde que me había cruzado en la calle con la reportera del clima del noticiario y le había pedido un autógrafo.
La humedad de la atmósfera creció, el agua siseó como si fuera hervida bajo nuestros pies, sentí vapor golpeándome en la cara y el aire tornándose denso. Esperé un momento respirando oxígeno espeso y templado hasta que Dante habló primero, aclarándose la garganta.
—¿Es seguro bajar?
—¿Qué pasó? —interrogó Camarón.
—¿Usaste una palabra mágica? —preguntó Sobe jadeando.
—Sí, una vez la vi funcionar en Petra —respondí sin tragármelo todavía me dolía todo el cuerpo como si me hubieran usado de saco de box —creo que evapora e incinera todo lo que quieres pero no estoy seguro de que haya funcionado.
No podía creerlo, una parte de mí se sentía genial por hacerlo y no esperaba la hora de contárselo a Eithan y Ryshia, de enseñárselo y descubrir todo el poder de las palabras de ese lenguaje antiguo y prohibido. Pero otra parte no se sentía tan bien. Sentía que estaba a punto de morir.
—Hubiese preferido ver como convertías en oro un pedazo de mier...
—¡Fantástico, usaste artes extrañas! —alagó la voz de Camarón en mitad de la penumbra.
No, para nada se sentía fantástico. Intenté mostrarme calmado pero todo en mi temblaba, los dientes me castañeaban, las rodillas se habían vuelto tan sólidas como gelatina y me sentía tan cansado como si hubiera corrido un largo maratón. Sobe me preguntó si me encontraba bien y advirtió que si nunca antes había manipulado las artes extrañas, entonces había comenzado con una palabra muy difícil. Le agradecí el consejo pero ya era tarde, me encontraba molido. No podía moverme así que me quedé donde estaba. Dagna se sacó su bota y la arrojó al suelo pero no cayó en un charco de agua, sino que emitió un sonido sordo, había caído en un suelo firme y consistente.
—Es seguro —dijo la voz de Dagna.
Bajé de la litera oyendo los pasos de los demás sobre un suelo sólido. La oscuridad era absoluta, espesa e inquebrantable. Escarlata trepó de mi brazo a mi hombro y me dio escalofríos. Reprimí el impulso de arrancármelo del cuerpo y caminé tambaleante hacia la reja. Tanteé fuera y sentí cristales calientes bajo las yemas de mis dedos, extendí mucho más la mano y entonces palpé la boca cubierta de aretes del carcelero. Alejé rápidamente la mano y me la limpié sobre la remera.
Entre todos lo arrastramos cerca de la reja y le sacamos el manojo de llaves de su cinturón. Estuvimos un cuarto de hora en la oscuridad probando cual de todas las llaves abría la cerradura. Mi plan había funcionado pero nadie quería decir nada hasta ejecutarlo del todo.
Me arrodillé cerca del carcelero y apoyé dos dedos en su muñeca, tenía pulso, todavía estaba vivo, aunque un poco quemado. Pero estaba bien y eso me tranquilizó, no quería matarlo, sólo dejarlo inconsciente y robarle su manojo de llaves. Y también me gustaría sacarle una decena de aretes pero eso sería abusar de la suerte. Respiré aliviado, y le até las manos con una cadena por si acaso. Me senté en una litera con Camarón mientras escuchaba a Sobe, Dagna y Dante probar entre todas las llaves. Miles se encontraba inconsciente o aturdido pero me sentía una basura cuando pasaban los minutos y no hablaba.
Lo había golpeado y no había sido un golpe fuerte, sólo le había dado una contusión que ahora se estaba desvaneciendo pero desde el golpe había quedado así. En silencio como un vegetal, la idea me hizo sentir peor. Hubiera dado lo que fuera porque se levantara como una bala y gritara a los cuatro vientos que habíamos matado a su familia. Pero ahora Miles estaba acostado en el suelo, tal vez despierto, pensando perdido o luchando contra los químicos que había en su mente.
Acaricié ensimismado a Escarlata que descansaba tranquilo entre Cam y yo. Su piel ahora se estaba secando y volvía a ser árida, con escamas cubiertas de polvo. La cerradura profirió un débil click y las voces de todos enmudecieron, la puerta se abrió emitiendo un leve rechinido.
—¡Funcionó! —gritó Sobe como si hubiera ganado la lotería—. ¡Dante, ahora deberías decirles a tus padres que también escapaste de la cárcel!
—Se los diré —respondió él, en la oscuridad.
—¡Vamos rápido, festejemos cuando estemos fuera! —urgió Dagna.
Me levanté de la litera e iba a alzar a Miles cuando él comenzó a gritar en la penumbra, sus pasos sonaron escurridizos, estaba esquivándonos:
—No me llevarán con ustedes.
—Vamos Miles, no te hagas el difícil —amenazó Dagna.
—No, no iré con ustedes —repitió él con obstinación y se sentó en el suelo, la voz le temblaba del susto y la rabia.
—Miles, escucha —Le dije y me incliné donde supuse estaría él—. Nosotros no asesinamos a tu familia de... —La palabra me costó pronunciarla como si todavía no la creyera —hortalizas créelo o no si no quieres. Pero lo que sí es verdad es que también te encerraron a ti aquí, aunque cumplías tu labor también te mojaban con agua helada y si no vienes con nosotros seguirás preso y encerrado en este lugar. Queremos ayudarte.
Miles se encontraba jadeando muy alterado, se levantó en la oscuridad y dijo titubeante:
—Es... está b-bien. Pero solo hasta salir de la cárcel.
Escarlata se subió a mi hombro y se refregó contra mi rostro dándome tiernos empellones con su hocico como si pudiera percibir que todos estaban hechos un manojo de nervios. Corrimos lejos de allí sin mirar atrás. Ya habíamos estado mucho tiempo encerrados en la prisión de Dadirucso.
Buscamos nuestras cosas a lo largo de toda a cárcel hasta que las encontramos tiradas en un armario. En los otros pabellones la luz no se había ido por completo. Cuando fuimos a la luz vimos que el pelo de Dagna estaba herizado como el de un afro, nos dijo con la mirada que si decíamos un comentario moriríamos. Se lo comprimió en un moño y acabó con las risas aisladas.
Nos colgamos las mochilas, nos pusimos las capas y agarramos nuestras armas. Miles parpadeó consternado al ver su mochila como si acabara de encontrar a un viejo amigo, arrastraba los pasos y se movía con calma como si estuviera en mitad de un sueño. Corrimos fuera de la cárcel pero antes de irme decidí dejarle a Pino un mensaje, busqué en mi mochila y por suerte encontré un sharpie. Mientas los demás convencían a Miles de que no iban a dispararle, matarlo o convertirlo otra vez en una zanahoria, garabateé rápidamente en la pared y tracé un dibujo. Las manos me temblaban del cansancio pero logré encontrar firmeza. Tenía que hacerlo.
—¡Jonás vámonos! —Me azuzó Sobe observando de reojo lo que acaba de dibujar. Parpadeó hasta comprender lo que veía, sonrió levemente y me palmeó el hombro—. Si mi hermano no hubiera caído por un barranco estoy seguro de que le hubiera encantado ver esto. Él solía hacer cosas como esas, sobre todo a La Sociedad.
—A él le hubiera encantado —dije pero no me refería a su hermano. Me refería a él.
Metí las manos en los bolsillos, pensando en él y en todos.
—Sobe, esta ha sido la semana más extraña de mi vida. Sacando los poderes, los otros mundos y la magia.
Me examinó confundido y se colgó ambas correas de la mochila.
—¿Qué queda de extraño entonces?
—Las personas y las cosas que descubrí, mi papá, La Sociedad, Tony, Tay, Pino, Gartet, Wat Tyelr, Prunus, Abeto, Fresno y Álamo, el carcelero, los chicos del sector deforestación, son muchas historias, muchos amigos, enemigos, muchas causas y las conocí demasiado rápido. Incluso a él.
—Así es la vida de un trotamundos, hace menos de dos días estábamos como náufragos en el Atlántico y ahora le haces un graffiti al Orden. Jonás, conocerás a cientos de personas y verás miles de lugares y bestias, tal vez en un día pero ¿sabes que me gustaría ver ahora?
—¿Qué?
—La salida, vamos mueve tu escuálido trasero.
Reí y corrí lejos del pabellón con mi creación tras la espalda. Tardarían en verlo porque la cárcel estaba deshabitada. Había hecho un dibujo de un hombre pintando pájaros deformes con aire soñador y una misteriosa Beatriz a su lado observándolo con admiración. Debajo del dibujo decía:
«No se puede encerrar algo que nació libre»
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