II. Me llevo a la muerte unos regalitos



 El sol se estaba poniendo cuando llegamos al sector deforestación. La actividad bullía frenética, ya todos estaban listos y armados. Había personas pálidas cubiertas de hollín y supuse que pertenecían a una región de minería, aquellos tenían armaduras austeras y de metal cubriéndole las extremidades más importantes del cuerpo. Parecían una hojalata humana. Nos abrimos paso entre las personas, las carpas y el bullicio hasta la plaza central.

Los braceros ardían y llameaban. Entre la multitud que corría de un lado para otro divisé a Walton, tenía la mirada concentrada en los semblantes de las personas y una libreta y una lapicera suspendidas frente a su rostro como si quisiera retratarlos. Me pregunté de donde había sacado eso si nadie podía escribir en ese mundo cuando nos localizó y se dirigió resuelto hacia nosotros. Estaba vestido con el uniforme del Triángulo, tenía el cabello un poco revuelto por ser él y las mejillas tiznadas de hollín.

—¿A dónde fueron? —preguntó un poco molesto—. Me dejaron solo aquí...

—Lamentamos irnos sin avisar —contestó Sobe—, y dejarte en villa mudos pero es que Jonás tenía que despedirse de un amigo Creador. Sí, sí, lo sé —dijo con un gesto de mano—, me ha reemplazado.

—Que no te he reemplazado —insistí.

En el camino mientras les narraba lo que pasó Sobe comenzó con aquella broma, decía que yo solo tenía amigos Creadores o no tenía nada. Le narré rápidamente a Walton lo que había sucedido, cosa que no fue fácil. No se creyó que me había topado con otro Creador hasta que vió que hablabamos en serio, parpadeó sorprendido y dijo que yo era la única persona en el mundo que había conocido dos Creadores en la misma senama. «Es muy extraño Jonás, eso no parece casualidad» fue lo que dijo y continuó oyendo. Frunció el ceño cuando mencioné los regalos como el veneno y el anillo, se cruzó de brazos con una sonrisa escéptica y pidió una demostración.

—Anda, anda muéstrale Jonás —pidió Sobe entusiasmado—, es una pasada —le prometió a Walton.

Walton arqueó las cejas con una sonrisa y se asomó hacia el anillo como si estuviera sopesando su valor. Iba a girar la gema de anguis cuando Prunus Dulcis se acercó hacia nosotros. Llevaba una cota de malla ceñida al cuerpo, una capa que se arremolinaba con sus presurosos pasos y un cinturón con muchos cuchillos pendiendo como una araña de metal.

—¿Están listos para la misión? —preguntó cruzándose de brazos y observándonos con expectativas. Sus ojos dejaron traslucir entusiasmo, seguramente adrede porque controlaba muy bien sus sentimientos. Observó a Walton y le indicó con la cabeza que hablara.

Walton se incorporó, carraspeó, se cruzó los brazos detrás de la espalda al modo militar y dijo:

—Eh, sí, sí. Prunus nos asignó una misión especial para nosotros. Arreglamos los detalles mientras ustedes estaban desaparecidos —Nos fulminó con la mirada y prosiguió—. Se trata de anular todos los marcadores. Somos los únicos que no tenemos algo que no nos impide hablar, podemos organizarnos de acuerdo a las variables que se presenten.

—¿Quieres decir que debemos buscar la esfera de palabras y ponerla en el faro para que se apague y deje de transmitir energía? —preguntó Petra frunciendo el ceño.

—Em sí —contestó Walton—, en cinco horas máximo mientras los demás alejan a los soldados de nosotros, y derriban las murallas para que la población de Salger pueda notar que hay un mundo detrás de eso. El resto de la unidad que se quedó en la ciudad debe ayudarnos, pero no sé si tendremos tiempo suficiente para buscarlos.

—¿Pueden hacerlo? —preguntó Prunus inspeccionándonos—. Walton dijo que recibieron entrenamiento.

—¿Walton dijo eso? —pregunté queriendo matar a Walton.

Era una locura, ni siquiera sabíamos en qué rincón de la ciudad se escondía la esfera, no podíamos encontrarla en menos de cinco horas, atravesar una ciudad en guerra y llevarla al Faro. Una cosa era defenderse de Pino y participar en una pelea improvisada, otra cosa muy diferente era saber a lo que me enfrentaba y participar en una especie de escuadrón elite.

Walton si había recibido entrenamiento contra todo tipo de ataques en el Triángulo, Sobe había vivido muchos años allí y visitado decenas de mundos así que también contaba con un amplio conocimiento en batallas. Petra era perfecta en defenderse y sabía utilizar artes extrañas, además de que había inventado sus brazaletes para salvarse el pellejo ante situaciones como esas. Pero yo... yo era de los chicos que eligen al final a la hora de hacer un equipo de fútbol. No me sentía tan capaz. Ni siquiera con anguis. Al parecer todos pensaron lo mismo porque me observaron buscando una respuesta.

Berenice me examinó atentamente de un lado a otro como si ver los resquicios de mi enclenque cuerpo la ayudara a saber lo que pensaba.

—Me apunto —soltó segura.

-2

—¿Recibiste entrenamiento? —cuestionó Walton.

—¿Importa? —preguntó seca.

—N-no.

Me pregunté si mi expresión insegura sería tan obvia como para que Berenice dedujera que no tenía entrenamiento o tal vez se habría apuntado de todos modos porque éramos sus amigos y ella iría con nosotros.

¿O era un desafío? Lo tomé como uno y no podía decirle que no a un desafío.

Además, Narel y Eco me habían dicho que ese era mi destino, que yo debía ayudar en la guerra contra Gartet. Pero lo cierto era que todavía no era una guerra. Una guerra es cuando dos lados pelean contra sí por algo, lo que sea, hasta por un rollo de cocina, pero nadie peleaba contra Gartet, por lo que sabía este era el único mundo colonizado que estaba revelándose. Dadirucso era el primer paso para empezar una guerra. Y no podríamos recuperar la ciudad sin las palabras. Había visto como los habitantes de Salger observaban el desfile de soldados, vacíos, sin rumbo ni esperanza, viendo a su peor enemigo pasar porque sabían que no verían nada mejor que eso. Esas personas rotas no atacarían sin ser convencidas al menos con un puñado de palabras, no se animarían si conservaban la restricción de los marcadores en sus muñecas, haciéndoles creer que su vida no era suya.

Era vital hacerlos comprender que nadie jamás podría quitarles su vida y elecciones porque siempre fueron suyas y siempre lo serían. Esa misión, era la más importante de la guerra y Prunus la había puesto en nuestras manos.

Tal vez eso había querido decirme Narel y Eco. Nosotros éramos vitales en la batalla porque nosotros la iniciaríamos. Sólo un puñado de críos de diferentes habilidades y mundos iniciarían una guerra, responderían por primera vez en años. Pero algo me dijo que no sólo la iniciaríamos, haríamos mucho más.

Y allí estaban esperando una respuesta. Les había contado toda mi conversación con Eco, la mención de ellos también. Leí sus expresiones, estaban pensando lo mismo que yo, pero ya lo habían aceptado. Era mi turno de afrontarlo y meterme en un terreno que desconocía contra un tipo que nunca había visto pero que ya me odiaba y yo a él.

Carraspeé y asentí.

—Está bien, me apunto.

Berenice sonrió y comprimió la sonrisa en el acto, Petra me apretó la mano, Walton me palmeó el hombro y Sobe fingió enjugarse una lágrima con un pañuelo imaginario. Alguien llamó a Prunus y él nos desprendió una última mirada al modo de «confió en ustedes, buena suerte, no la arruinen» antes de darse media vuelta y atender otros asuntos.

Walton comenzó a marchar por el pueblo hacia las afueras, donde estaban los camiones aparcados y nosotros lo seguimos.

—Muy bien —dijo mirando hacia delante—. El plan es el siguiente —Todavía tenía en la mano la libreta y la observó cada unos pasos como si fuera una lista de mercado y no un plan para liberar todo un mundo—. Apenas rompan las murallas del sur nosotros aprovecharemos la nube de humo y el caos que eso provocará para meternos por la brecha y entrar a la ciudad. Hay unos campos de concreto extensos antes de la civilización, seguramente ustedes los vieron, también hay algunas murallas.

Asentimos mientras esquivábamos un conjunto de tiendas y Sobe se disculpaba por pisarle a alguien el pie.

—Nosotros debemos derribar al menos a cinco soldados en la primera muralla y vestirnos con su uniforme. No podremos atravesar las otras de lo contrario, para ese trayecto ya vendrán masas de soldados a tratar de controlar lo que sucedió en el sur además de analizar la explosión, tendremos que camuflarnos entre ellos.

—Es como una fiesta de disfraces mortal —dijo Sobe.

Walton se detuvo, se volteó hacia Sobe y frunció el ceño, no tenía nada que ver con una fiesta de disfraces y que colara la palabra mortal lo empeoraba, pero me alegré porque por primera vez no era yo el que decía una estupidez. Walton reanudó la marcha y Petra despidió un vistazo fugaz a Sobe con una sonrisa en el rostro.

—Después, con los disfraces, iremos rápidamente al este, entonces solamente nos quedaría buscar la esfera y llevarla al oeste, dejarla en el Faro e interferir la señal.

—Suena bien —apunté.

—¿Sólo en cinco horas? —inquirió Sobe sarcástico—. Dame tres horas y hago todo eso además de limpiar la ciudad entera de soldados y desmantelar el techo.

Caminamos fuera de la empalizada y aguardamos en los lindes del depósito de chapa. Me senté en el suelo revestido por agujas de pino y admiré maravillado los camiones. Había más de una docena, todos en fila como soldados y en lugar de transportar leña, llevaban atados toneladas de cosas explosivas, desde alcohol a químicos y paquetes de detonadores.

Teníamos que esperar a que los camiones se movieran y detonaran la primera explosión entonces arremeteríamos contra el hueco y nos colaríamos a la ciudad. Quedaban los últimos vestigios del atardecer, una débil luz dorada y violeta se encogía en el extremo del cielo negro tachonado de estrellas. Encendieron unas antorchas alrededor de los talleres y el fuego despidió chispas al aire. Estábamos al final de la fila de camiones cerca de los talleres. Los hombres incrustaron las antorchas en la tierra como si fueran estacas, hasta que disiparon las sombras considerablemente.

Petra se había sentado, con las piernas enroscadas, a leer su libro de hechizos o artes extrañas de qué sé yo. Sobe estaba construyendo una casita con las agujas de pino secas y Walton estiraba sus músculos.

Descargué todo lo que tenía en mis bolsillos y lo guardé en la mochila: la fotografía de mi familia (y la mitad del rostro del agente que no había podido borrar), el afiche doblado que me tachaba como ermitaño bebedor de sangre, el anillo que Sobe había robado, algunas monedas y entre otras cosas. Si me cambiaría la ropa en la ciudad, por el uniforme de un soldado supuse, que sería mejor hacer eso ahora.

Un hombre de barba rala y amarillenta nos trajo un par de motocicletas que usaban los soldados, o habían usado. Walton las inspeccionó, accionó los comandos y vio cómo funcionaban totalmente interesado y sabiendo lo que hacía. No me sorprendería que en el Triángulo también le hayan impartido clases de mecánica para cualquier mundo posible. Walton prosiguió con su inspección pero Berenice se limitó a observar preocupada las motocicletas.

—¿Sabes manejar una? —le pregunté, no había tenido tiempo de preguntarle la anterior vez. Ella negó lentamente con la cabeza como si no le gustara reconocerlo—. No es tan difícil, Sobe dijo que la máquina hace todo el trabajo. No hay que temerle, es como andar en bicicleta pero con motor... también va más rápido y si caes te haces pure.

No sonó muy listo lo que dije, mordí mi lengua decidido a no volver a usarla. Sobe estaba construyendo un hombrecito de pino cuando sonrió al observar el desconcierto de Berenice.

—Lo que mi amigo Jonás quiso decir con eso fue... —Vaciló, me observó y se encogió de hombros regresando a su trabajo— no, no estoy seguro de qué estaba pensado cuando dijo eso.

Petra levantó la nariz del libro:

—¿Estaba pensando?

Sobe largó una carcajada y Berenice se compadeció de mí sólo riéndose, su risa sonaba rara, casi ahogada como si se le atragantara en la garganta. Walton volteó hacia nosotros preguntando qué era tan divertido.

—¡Vamos! —gritó un hombre con un ladrillo en la mano.

Petra guardó rápidamente el libro observando cómo los hombres montaban las bestias de acero, Sobe abandonó la pequeña familia de agujas de pino que había formado y Walton se montó a la motocicleta. Dos hombres y tres mujeres subieron a cinco camiones diferentes todos con un ladrillo en la mano o con una roca.

—¿Para que la roca? —pregunté subiéndome a la motocicleta y encendiendo la pantalla que se dibujaba en el parabrisas.

—No planean morir, sólo van a dirigir el camión a la pared sur, cuando estén cerca tiran esa roca en el acelerador y se bajan de los camiones. En ese momento nosotros los seguimos por detrás —indicó Walton y extendió su brazo—. Mantengan distancia de ochocientos metros, ni más ni menos. La bomba no va a tirar la pared entera, solo hará una brecha ¿Entendido?

—Captado —respondió Sobe.

Los camiones arrancaron con sus conductores al volante, el estómago se me encogió al tamaño de una pasa, mi pulso se sacudió y las manos me sudaron tanto que empañaron la pantalla. Pero sacando aquello estaba listo.

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