El sector deforestación.
Esa mañana me di cuenta de dos cosas.
La primera fue que Petra y Sobe me querían y se preocupaban por mí. Tal vez Eco estuviera en lo cierto y me ocultaban algo; pero después de todo pensé que ellos me ayudaban voluntariamente a buscar a mis hermanos, se encontraban en Dadirucso sólo para acompañarme al Triángulo y habían pasado toda la noche buscándome.
La luz de la fogata que se extinguía era el fuego que ellos habían encendido para pasar la noche. Desde que me había ausentado habían estado buscándome y unas horas antes de aparecer ellos cedieron fatigados y durmieron una siesta para continuar al alba.
Llegué y Berenice gastó una palabra maldiciéndome, Sobe fingió que no se había dado cuenta de mi ausencia y Petra me abrazó fuertemente luego de propinarme un golpe en las costillas.
Les expliqué balbuceando lo que me había sucedido reservándome algunas partes. Berenice abrió enormemente los ojos cuando dije que me había topado con alguien llamado Eco. Su mirada se encendió por un segundo y absorbió mis palabras con ojos ávidos como si éstas fueran medicina para una enfermedad que padecía, pero todo en ella se apagó cuando Sobe y Petra se conformaron con una respuesta lánguida y yo no di más explicaciones.
-¿Y qué te hizo?
-Nada, únicamente me dijo que se llamaba así y que me ande con más cuidado.
-¿Por casi medio día?
-Sí.
-¿Qué era esa cosa de ojos escarlata que se convertía en tierra? -preguntó Petra.
-No sé, pero era inofensiva -respondí encogiéndome de hombros.
-¿Te encuentras bien?
-Sí ¿acaso me veo mal? -pregunté recordando lo que Narel me había dicho sobre que me veía fatal.
-No, bueno... sólo parece que te caíste a una charca de barro o agua muy sucia, te levantaste y luego te volviste a caer.
-Vete acostumbrando a lo extraño Jo -aconsejó Sobe rodeándome los hombros con su brazo-. Cosas como esas pasan millones de veces a los de nuestro tipo, gente que salen de nada, bichos que te observan, nieblas que parecen mágicas y desapariciones repentinas.
-Lo tendré en cuenta la siguiente vez.
No les conté nada de lo que Eco había mencionado, ni les di noticia de las advertencias, sólo dije que caminé casi sonámbulo. Tampoco les dije que Eco quiso comerme, ni que decidió liberarme para salvar al mundo que afirmaba haber creado, mucho menos que se hacía llamar Creador y que me advirtió de ellos. Sentía que si lo decía en voz alta me volvería loco. Les conté la historia a medias, pero Berenice parecía descifrar muy bien las mentiras como si ella fuese una. No me arrancó la mirada en ningún segundo y algo en sus ojos se sacudió como si un pensamiento siniestro cobrara forma en su cabeza.
Aunque Petra y Sobe tomaron el asunto con ligereza los sorprendí murmurando furtivamente y mirándome con ojos enigmáticos y recelosos, varias veces en el camino. Entonces dude que lo hayan tomado con ligereza.
Avanzamos otro trecho de camino, sin pausas, aun cuando Sobe dijo que tenía que ir al baño. La niebla nos envolvía como una cortina blanca, húmeda y opaca que no permitía ver el sendero pero Berenice supo orientarse.
La mañana dio paso al mediodía y la niebla se esfumó un poco. Nadie hablo. Para entonces Berenice no quería gastar más palabras, Sobe y Petra estaban exhaustos por toda una noche de búsqueda y yo estaba conmocionado por lo que me había dicho Narel y otras cosas que no solían pasarme nunca como perderme en un bosque extraño, escapar de una criatura inofensiva, toparme con un hombre que se hacía llamar Creador y hablar con mi hermana a través de una bañera.
Por pensar en cosas como esas no vi el gran muro de troncos que se elevaba a lo lejos. Era una empalizada que medía unos siete metros de alto, ancha hasta los extremos del horizonte, con troncos robustos en el medio que servían de columnas y atalayas. Las mohosas y rugosas maderas estaban incrustadas en la tierra y terminaba en picos afilados. Sobe estiró el cuello y largó un silbido mientras la observaba.
-Algo me dice que una muralla tan grande no la construyeron sólo por fachada.
-Tal vez les gusta perder el tiempo -respondió Petra encogiéndose de hombros-. Tal vez sean como tú Sobe.
-Seguimos en el BSP -explicó Berenice señalando la muralla.
Supe que quiso decir más pero no lo hizo. Para entonces tenía en su marcador unas definidas 300 palabras. Nos detuvimos en la puerta que era flanqueada por dos rectos secuoyas con ramas horizontales y curvas hacia abajo. Noté que los árboles eran huecos porque tenían una ventana en la cima, debajo del follaje, para vigilar con destreza el horizonte. Alguien nos escudriñó asomándose por la abertura irregular que parecía una ventana, se encontraba apostado contra el alfeizar en la atalaya izquierda. Su figura se cernió hacia el exterior como una bestia saliendo de su madriguera.
-Hola -dije.
-¿Quiénes son? -gritó desde lo alto la sombra dentro de la atalaya y los pitidos de su marcador le siguieron.
Berenice nos observó y movió levemente la cabeza hacia la empalizada a modo de «hablen ustedes»
-Tenemos un mensaje que darle. Somos amigos -gritó Petra detrás de mi espalda, su voz armoniosa rompió el silencio del bosque como los primeros rayos de luz de una noche eterna-. Venimos del sector de granos o algo como eso...
Aguardamos unos momentos y creí que nunca nos abrirían hasta que la inmensa puerta se arrimó emitiendo un crujido. Detrás se asomó un hombre alto, corpulento y de piel color café. Tenía una hacha colgada del hombro y nos examinó con una mirada de incierta hostilidad. Llevaba una remera sin mangas sudada y sucia, ceñida al cuerpo y a su barriga, que dejaba a traslucir su marcador:
-7
-¿Marcadores? -preguntó señalando con el hacha nuestros desnudos antebrazos.
-No tenemos -respondió Petra rápida y decidida- y seguro eso suena sospechoso pero créannos, venimos para ayudarlos. Tenemos que enviar un mensaje que ya se ha repartido y aceptado en todos los sectores, ustedes son el último.
El hombre nos examinó de hito en hito, pensó en lo que ella dijo por unos instantes, como si las palabras estuvieran en otro idioma, vaciló, no sabía qué hacer y su marcador decía que no estaba para charlas. Humedeció irresoluto sus labios.
-Díganle todo a Prunus -explicó y nos indicó que lo siguiéramos mientras observaba el nuevo número de su marcador:
-12
No sabía quién era Prunus pero eso pareció complacer a Berenice porque fue la primera que avanzó, con la cabeza en alto. Tenía la capucha puesta, descubrió su ensortijada cabellera, dejó que se le vertiera sobre los hombros y admiró el otro lado del muro con aire fascinado. Sus ojos rebotaban de un lado a otro como un ciego que aprende a ver.
Dentro de las murallas había un bosque de árboles jóvenes pero robustos, rodeados por un camino que serpenteaba hacia un campo donde pequeños árboles crecían como plantas diminutas. Supe que eran sectores de siembra, plantaciones de nueva fauna. Caminamos por minutos hasta que los campos de árboles nuevos y pequeños nos condujeron, como escoltas esbeltos e inmóviles, hacia un pueblo. Medía unas manzanas de ancho y las casas eran muy similares a las de Berenice: pequeñas, oscuras, austeras y precarias pero hogareñas, aunque en lugar de estar hecha de piedras estaban construidas con troncos de olmos ensamblados con brea.
En el pueblo había algunos talleres repletos de actividad donde se procesaba la madera convirtiéndola en leña, flechas o en maderos. Los talleres sólo tenían techos, y se encontraban repletos de mesas, hachas, serruchos, cuchillos y otras herramientas que no pude diferenciar. Todas las herramientas estaban desgastadas del uso al igual que las manos de las personas que las estaban usando. Manos arrugadas, hinchadas, vendadas y sucias. Las personas de piel morena o bronceada nos observaban con ojos curiosos deteniendo la actividad en la que estaban enfrascados, íbamos plantando un camino de silencio alrededor del pueblo. Algunos parpadeaban desconcertados y nos seguían unos pasos por detrás, hasta volver a su trabajo.
Todos tenían el mismo semblante como si una desolación los emparentara, gestos constipados, abatidos o miradas coléricas. Una vez había visto esa clase de mirada, en mi vecino Pat, cuando nos juntamos en mi casa, esperando ver un episodio doble de The Walking Dead en Fox y lo que hizo la cadena fue repetir el anterior. Pero supongo que ellos no estaban tristes por eso.
Ellos nos escudriñaban como si creyeran que éramos integrantes del Orden. Sobe dedicaba sonrisas socarronas a cualquiera que le sostenía la mirada, guiñaba el ojo o arrojaba besos aéreos. Berenice se limitaba a contemplar a los habitantes del sector deforestación como si fueran extraterrestres, el análisis visual era mutuo. Petra estaba muy concentrada en ver tímidamente la punta de sus botas o jugueteando con sus brazaletes.
El hombre nos detuvo en una cabaña de dos plantas con muchas ventanas cubiertas por espesas cortinas de lino. El techo de la cabaña terminaba en pico y tenía tejas de madera cubiertas con brea. El hombre titubeó antes de entrar y acarició la pantalla donde un doce le sentenciaba que si decía otras treinta y ocho palabras moriría. Finalmente se resignó, suspiró derrotado y se introdujo en la cabaña con paso firme.
Aguardamos fuera. Petra pateó frustrada algunas agujas de pino que se amontonaban en el suelo, Sobe escudriñó el lugar con desinterés como si estuviera acostumbrado a ese tipo de cosas mientras Berenice y yo clavábamos los ojos en la puerta aguardando el resultado que nos ayudaría. Cuando él volvió a salir su marcador sentenciaba:
-25
Miré con pena al hombre y él nos indicó, un tanto cabizbajo, que crucemos la puerta. Lo miré marchar con los hombros hundidos, sus botas hacían crujir las agujas de pino y algunos rayos de luz le manchaban la ancha espalda. Experimenté un fuego encendiéndose dentro de mi pecho, un sentimiento áspero que me secaba la cabeza, no podía soportar el hecho de que ese hombre debería estar en silencio un par de días sólo para que su vida no corra peligro. Sobe chasqueó los dedos delante de mi nariz para devolverme a la realidad.
Me dedicó una sonrisa torcida que con sus rasgos desgarbados parecía una mueca burlona. Me preguntó si me encontraba en orden y le dije que todo andaba de maravilla, aunque no fuera cierto. No quería hablar de mis sentimientos en la puerta de la cabaña de un desconocido además Berenice y Petra ya estaban en el interior.
Dentro de la cabaña había una única sala con un montón de cortezas, planas y largas, como cuadernos, apiladas unas encima de otras. La sala de arriba estaba repleta de cortezas-cuadernos que se asomaban como una masa negra y uniforme y la planta de abajo no le hacía mucha diferencia. Los muebles se perdían en la montaña de cortezas, había alacenas con frascos u herramientas que eran lo único propio del recinto. La habitación era iluminada por faroles que despendían una luz enfermiza y las numerosas ventanas por donde se colaba la luz gris, ya que todo en Dadirucso parecía sumido debajo de una nube de plata como si el sol hubiese enfermado y despidiera fulgores opacos.
En el medio de la estancia un hombre morrudo, de piel apergaminada, sentado detrás de un escritorio, nos observaba cómodo en su silla con una mirada enigmática. Tenía una maraña de cabellos canos y secos, piel bronceada, rasgos angulosos y una camisa de lana que en tiempos pasados había sido naranja.
El escritorio contaba con una farola de mano, varios punzones, lijas, trozos de corteza seca, serruchos y navajas. Volutas de madera y astillas estaban esparcidas por la mesa como si hubiésemos llegado a mitad de su trabajo.
-Creí mentira lo que Abeto decía -anunció el hombre con voz ronca y se cruzó de brazos-. Son las primeras personas sin marcador que veo en mi vida ¿Por qué no tienen?
-¿Tú eres Prunus? -pregunté.
-Prunus Dulcis -respondió él con una leve inclinación de cabeza.
Sobe cogió una corteza y la examinó con aburrimiento como si lamentara que dentro de la cabaña no haya algún peligro inminente que lo entretenga.
-¡No toques! -lo reprendió el hombre poniéndose tieso e hizo que se estremeciera dejando la corteza en su sitio.
-¿Qué es? -pregunté y Petra comprimió una sonrisa.
Prunus nos escudriñó de arriba abajo, tenía unos ojos mucho más profundos que los de Berenice. Los de él no solo eran un abismo de palabras, eran un mar de pensamientos que se zambullían enigmáticamente de todos los que intentaban descifrarlo. Sus ojos azules estaban empapados de ideas que sólo él podía leerlas, denotaba tanta experiencia que te hacía pensar que había vivido cientos de vidas.
-Son años, recuerdos -respondió apoyando los codos sobre el escritorio y declinándose nuevamente en la silla-. Mis años, mis recuerdos y los de personas que se perdieron -dijo calmado y depositó sus ojos azules en Berenice.
-¿Libros? -preguntó ella.
-Algo como eso. Espero contar con su discreción, nadie había visto esta habitación, sólo Abeto. Los libros están prohibidos, así como escribir en cualquier medio. Los marcadores descifran los movimientos de tu brazo al escribir y envían señales al Orden pero si tallas palabras en madera no las registran, sobre todo si tu trabajo es tallar madera.
Supimos que no haría preguntas, ni diría más, juntó ambas manos y las arqueó delante de sus ojos aguardando nuestro turno; después de todo nosotros no teníamos marcador era nuestra responsabilidad hablar y así lo hicimos.
Sobe mantuvo la historia de que no recordábamos nada, que habíamos despertado a unos kilómetros del sector de grano con la idea de ir a la ciudad, como si fuésemos un misterio de la naturaleza. Petra relató nuestro encuentro con Berenice y el plan de ella de destruir a Logum y tomar la ciudad. Narró la colaboración de todos los sectores y lo importante de su participación ya que eran los únicos con combustible y camiones para romper las murallas. Yo recalqué lo único que sabía de Logum. Le dije que había salido de la nada, que nadie sabía lo que quería pero que estaba claro que era muy dañino. Había sumido a Dadirucso en una era de silencio y miedo y había separado familias. Quería plantar orden pero lo único que hacia crecer era soledad, las palabras son compañía, son unas amigas que nunca nos abandonan, ni siquiera en nuestros sueños; las palabras son vida y Logum quería quitárselas para siempre. La palabra familia pareció calarle por eso insistimos en ello hasta que dijo:
-Soy consciente de todo lo que ese hombre, si es que puedo llamarlo así, ha hecho -dijo con voz totalmente ronca, casi ni se podía oír lo que decía-. Pero aunque sea representante del sector deforestación no puedo decidir por él, deben enviar el mismo mensaje a los habitantes a media noche y ellos decidirán.
-¿Qué cree que decidan? -pregunté intentando ocultar mi decepción.
El hombre se encogió de hombros y se balanceó en la silla. No me sentía nada cómodo en su presencia, no era tan severo como Wat Tyler pero aun así hablar con él era cosa seria. No estábamos hablando de deportes o autos estábamos platicando de una guerra, quería convencerlo para que se apunte y esa idea me daba escalofríos. Además su mirada me estudiaba como la de Berenice. Pero los ojos de Berenice sólo me observaban con intriga, no como los ojos de Prunus que parecían juzgarme, querer revelar mis secretos más oscuros y pesarlos.
-No lo sé -confesó observando un punto fijo en su escritorio- son el primer torrente de palabras que escucharán en mucho tiempo y no sólo eso, son palabras que ellos piensan -señaló su cabeza- muy dentro y escondidamente. Si usan las palabras adecuadas pueden romper el miedo, pueden crear valor y pueden cambiar el mundo. Deben escoger bien las palabras y crear vida con ellas, deben reflejar sus ideas.
Se levantó de su escritorio muy tieso:
-Lograron convencerme a mí, eso ya es algo. Pero no soy tonto y esa muchachita tampoco -señaló a Berenice-. Es mentira que no recuerdan nada y no me interesa descubrir la verdad. Pero también creo que es cierto que en una guerra se necesitan palabras. Después de todo por eso nos pusieron los marcadores, para oprimir las opiniones, los pensamientos. Sin discusión no hay guerra, sin disfunción de pensamientos no hay ideas y sin ideas no existe el mundo. Así que si quieren guardar el secreto de por qué no tienen un marcador háganlo. Después de dar el discurso, si tienen éxito, nosotros mismos los ayudaremos a entrar en Salger.
-Gracias -respondí boquiabierto.
-No me den las gracias, si van a liberar Salger yo debería darles las gracias -se apoyó en el escritorio, si estaba incrédulo o nostálgico no lo demostró y lo ocultó tras su cara de póker-. Hace cuarenta años que no veo la ciudad, mis padres ya habrán muerto, mi hermana Teresa debe estar en eso.
-Lo... lo lamento.
Prunus se encogió de hombros. Aunque estaba avejentado se movía con agilidad y tenía una chispa jovial que resaltaba su figura esbelta, bronceada y trabajada por los años.
-Hay algo positivo en todo aunque no lo parezca. Nunca lo olviden. La noche en que me alejaron de casa y me trajeron aquí conocí unos centellantes y numerosos amigos que me acompañan hasta el día de hoy. Si ellos no me hubieran arrastrado lejos de Salger jamás habría visto algo tan bello como las estrellas. Cada mala acción tiene su lado bueno.
No sabíamos qué decir así que asentimos como si le hubiéramos comprendido. Nos estaba contando un aspecto de su vida, eso denotaba que teníamos su confianza lo que me dio fuerzas.
-Les sugiero que preparen un buen discurso -volvió a decir Prunus con su mirada perspicaz-. Hasta entonces pueden descansar, los veo al anochecer.
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