Cuando las estrellas no brillan las personas sí.

 El todoterreno-convertible-rosa largaba un reguero de humo por las calles y chirriaba al accionar los cambios en la pantalla, pero después de eso estaba todo bien.

Todos estaban agitados al escapar de Gastonia, Cam tenía un aire escéptico, la mirada perdida, como si estuviera en un sueño donde sus criaturas favoritas se habían vuelto enemigos. Yo también me encontraba un poco así, asimilando la idea de que había combatido con Sobe a un medium. En parte agradecí que mis sueños estuvieran cambiados y sólo pudiera ver sucesos que de verdad sucedieron y no tener pesadillas disparatadas. Porque de otro modo hubiese tenido pesadillas con Gastonia por mucho tiempo.

Berenice y Dagna iban sentadas en el asiento de copiloto. Ambas se voltearon con una sonrisa como si estuvieran cronometradas.

—Te escuché desde la azotea —me dijo Dag—, de verdad eras irritante, no sé como el medium pudo mantenerte la palabra por tanto tiempo.

Berenice asintió como si pensara lo mismo.

—Es práctica —dije encogiéndome de hombros.

—Muy bien Qué, hiciste un buen trabajo —encomió Petra palmeándome el hombro.

—Le enseñé bien —añadió Sobe.

—¿Le enseñaste a ser insoportable? —preguntó Dante un poco confundido.

—No, yo me refería...

—A eso —completó Miles con una sonrisa, la brisa agitaba su anaranjado cabello al igual que a todos, la capucha gris le ondeaba como una bandera—. Y fuiste un gran maestro, nadie te lo negará.

—Gastonia nos hizo alejarnos un poco del curso pero no se preocupen —añadió Walton señalando leventemente la pantalla de mandos—. Esta cosa incluye GPS así que nos acercaremos en unos minutos. Y por cierto, buen trabajo Jo.

De repente una oleada de cansancio me embargó. No me echaba una buena siesta desde que Pino me había dormido con gas antes de encerrarme en la prisión. Las únicas verdaderas siestas sin interrupciones que había tenido en semana fueron cuando Tony me cedó en Grand Forks, cuando Petra me dejo inconsciente en Cuba y para rematar una racha de adorables cabeceadas Pino me durmió mientras combatía con soldados. Me hice un recordatorio mental de no volver a dejar que alguien me cedara en la vida.

Toda la unidad tenía unas profundas y oscuras ojeras debajo de sus ojos, un aire nervioso y aspecto desaliñado. Incluso estaban cubiertos de hollín o aguas hediondas que se habían evaporado dejando marcas en su piel, si los veías serios y con un arma en sus manos no parecían muy amigables, más bien era del tipo de niños que te impulsaba a encerrarnos en un calabozo sombrío.

Procuré guardarme el comentario cuando Camarón me sonrió de oreja a oreja. Nos estábamos acercando al estruendo de la guerra, un fulgor rojizo se esparcía por el aire como si nos aproximáramos a un sol colosal. Walton apagó el automóvil y suspiró.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Petra asomándose hacia la parte de adelante colocando los codos en los asientos de piloto y copiloto.

—Si ese lugar es lo que creo no podremos abrirnos paso con el auto debemos ir a pie —dijo.

—Es cierto —añadió Sobe en tono sombrío—, créanme mi hermano murió de una manera parecida, quiso adentrarse en un lugar de una manera que no debía y...

—Bajémonos del auto entonces —respondió Dante—, estamos muy cerca de dar el primer golpe contra Gartet.

—El primer golpe está siendo muy lento —rezongó Miles desperdigándose en la parte trasera y estirando el cuello, dejó los hombros descansando detrás de su espalda y se desperezó.

—Vamos, hombre —lo encomió Walton—, las pirámides de Egipto no se crearon en una noche.

—De hecho, sí —respondió Sobe—, una vez con Tony encontramos un mundo lleno de pirámides, se llamaba Otpige, los tipos de allí la crearon y solo en unas horas.

Dante y Miles comenzaron a bajar del auto. Escarlata desplegó sus alas y levantó vuelo a merodear por la noche. A Berenice le dio un escalofrió verlo elevándose en el cielo y Dagna erizó el labio asqueada como si estuviera viendo otra vez las aguas hediondas de las alcantarillas. Walton permaneció en su asiento indeciso, tamborileó los dedos sobre la pantalla, vaciló y salió del auto decidido, cerrándonos el paso con el casco en la mano.

—Ustedes no vienen —dijo seco dirigiéndose a Dante y Miles.

Ellos se petrificaron y Miles le dedicó una sonrisa que no se formaba del todo.

—¿Qué? —preguntó Dante incrédulo.

—Dante, Miles, Dagna y Camarón no vendrán —anunció poniendo los brazos como jarras e irguiéndose, sus hombros anchos resaltaron sobre el uniforme de soldado, en esa posición parecía un Superman vestido de negro—. Lo siento, chicos pero no tienen uniformes de soldados.

—¿Qué y ahora eres parte de una hermandad o algo como eso, debemos estar todos vestidos igual? —preguntó Dagna despectiva, cruzándose de brazos y entornando su mirada fruncida.

—Esto es peor que el racismo por el color de piel, jamás creí que me harían de lado por mi ropa y mucho menos mis amigos, es decir, todos sabemos cómo se viste Dante y creí que nunca le diríamos nada — protestó Miles.

—¿Qué tiene de malo mi ropa? —cuestionó Dan.

—No, no quise decir eso —corrigió Walton.

—Ahora ya te discriminaron de todas las maneras posibles Miles, yo que tú defendería mis derechos como una verdadera verdura, para crear un huerto más digno en el que vivir —añadió Sobe encogiéndose de hombros como si le diera un verdadero consejo.

—Ja, ja, muy gracioso pero ya sé que no soy una zanahoria —Sus mejillas se encendieron por la humillación o la cólera hacia Pino.

—Oigan dejen de hablar —pidió Walton—. No lo dije de esa manera. Ustedes sólo tienen capas no un uniforme de metal. Allá habrá muchas cosas, entre ellas balas perdidas, explosiones, concreto cayendo y sólo tienen un manto de lana andrajoso.

—Pero me sienta de maravilla ¿o no? —preguntó Dante elevando los lados de la capa y dejó las manos caídas de mala gana—. Les dije que robemos las de color amarillo, eran más formales.

—No se trata de eso —respondió Dagna revoloteando los ojos.

—Ir allá sería un suicidio —prosiguió ignorando los comentarios que lo interrumpieron—. Todos fueron mis novatos alguna vez, no puedo permitir que se entreguen a una muerte segura al menos no otra vez.

—¿Y qué haremos aquí? —preguntó Dante irritado—. Es igual de peligroso quedarse a unas cuadras.

—Oye, si nos abandonas porque me quejé de lo lento que iba el primer golpe solo estaba bromeando —manifestó Miles con una sonrisa.

—No, chicos no los abandonaré. Sólo lo hago para protegerlos. Todavía no estamos preparados para esto.

—Según el amigo de Jonás sí, es más, estamos destinados para esto —terció Dagna.

Todos dieron un respingo sabiendo que había una historia más oscura detrás de eso, una historia que no conocíamos todavía. El resto de la unidad permaneció inmóvil a excepción de Walton que parpadeó desconcertado y respondió con firmeza:

—Pues su destino no comienza hoy —dijo bruscamente Walton—. Dante, tú sólo viniste para aportar conocimientos de zoología, Miles tú viniste porque sí y Dagna ya practicaste mucha puntería.

Dagna dio un pequeño rose brusco al suelo, con la suela de su bota.

—¿Y yo? —preguntó Camarón alzando la vista.

—Mira... —Se frotó la nuca buscando palabras suaves y gentiles— no sólo te llamamos Camarón porque se parece a tu nombre en español, también porque eres muy pequeño para ser pequeño... tú me entiendes Cam.

Cam retrocedió como si le hubiesen dado un puñetazo en la cara y se quedó asimilando las palabras. Berenice observaba todo como si viera un partido de ping pong, sus ojos perseguían a cada interlocutor. Parecía querer decir un montón de cosas pero se abstuvo y eso dejó traslucir desesperación en su rostro. La unidad se sumió en un silencio sepulcral. De lejos se escuchaban los bramidos de la batalla: un coro de voces que aullaban de dolor o ira, los estallidos de las armas de los soldados y el crepitar histérico del fuego.

—Ya vimos todo lo asqueroso que hace Gartet no nos quedaremos de brazos cruzados sin hacer nada —dijo Dagna extinguiendo el silencio.

—Entonces vayan a ayudar a los civiles —sugirió Walton—. Hay mucho fuego y edificios destruidos, seguramente alguien necesita ayuda. Pueden llevarse el auto para encontrar con más rapidez los desastres.

­—¿Estás seguro? —preguntó Miles abriendo los ojos como platos—. No quiero romperlo, ya sabes lo pidieron prestado.

Su broma logró sacar una sonrisa cansada a Walton, aunque tenía un cuerpo riguroso y definido por músculos mantenía una mirada cansada como si estuviese batallando consigo mismo. El resto de la unidad observó el todoterreno rosa con las láminas arañadas, los asientos rajados y el techo desaparecido en combate.

—Tengan —dijo arrojando el casco hacia ellos y Dagna lo cazó en el aire—, así estaremos comunicados. Apenas dejemos la esfera, nos contactaremos para reunirnos y ayudaremos a este mundo de una manera que no implique nuestra muerte en esta noche. Ya tuve suficiente con Gastonia, no quiero volver a repetir eso.

—¿Están seguros de que es buena idea separarse? —inquirió Dante con un deje de nerviosismo en la voz, mirando la oscuridad de la ciudad como si de repente le pareciera inquietante.

—Sí, completamente. Sólo por unos minutos —respondió Walton y se dirigió a Cam guiñándole un ojo y sacudiéndole el cabello—. Vas a ser un bombero ahora.

Eso pareció alentar al chico, irguió el pecho orgulloso y asintió cargando la responsabilidad. Escarlata volaba en círculos sobre nosotros como un ave de rapiña que tiene en mira a su siguiente víctima. Me gustaba más cuando no sacaba miembros fantasmas de su cuerpo, sus alas curtidas y delgadas parecían las de un murciélago cubierto de polvo y tierra.

Llegó el momento de la despedida pero ninguno quería hacerlo, ni ponerse sentimental porque se suponía que nos veríamos dentro de unos minutos. Despedirse de un modo dramático daba lugar a las probabilidades, y las probabilidades eran muchas. Sobe y Miles tiraron una sarta de chistes irónicos y algunos codazos amigables.

La unidad se separó y nos introdujimos en el terreno donde los gritos eran más densos y el fuego lo rodeaba todo. 

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