1. Invierte en orgasmos

¿Tan abarrotado está el infierno que están saliendo de ahí?

Adam Nevill

Un orgasmo es dinero bien invertido.

Sucio, moralmente cuestionable e ilegal, pero bien invertido.

Las cosas que nos hacen felices no pueden ser compradas: amistad, familia y pareja. Tampoco puedes comprar tu estabilidad mental. Sin embargo, aunque la felicidad no se puede adquirir a través de una tarjeta de crédito, puedes pagar en efectivo para conseguir unos segundos de ella.

Dopamina, oxitocina, prolactina… el sexo equivale a una cóctel de hormonas que ha estado en el mercado desde la antigüedad. El placer es la única forma de felicidad natural que el ser humano supo comercializar.

No puedes pagarle a alguien para que te quiera, pero puedes hacerlo para que te haga venir.

La prostitución está asociada con la imagen de un hombre deslizando un billete de cien dólares en el sostén de una mujer —antihigiénigo, por cierto—, pero el mundo tiende a olvidar que una vagina no es lo único que se puede explotar en el mercado sexual.

Fancy Shore se especializa en penes, por ejemplo.

Sí, no creo que vaya a poner que trabajé aquí en mi currículum cuando cumpla lo que vine a hacer y deba buscar un empleo en el mundo real.

—¿Por qué debemos vestirnos como si fuéramos nosotras las que estamos a la venta? —pregunta Maristela.

Levanto la mirada para encontrar su reflejo en el espejo. Es pequeña, rubia, inquieta y le tiembla un ojo cuando se estresa. En otras palabras, es un chihuahua.

—Tal vez las madrinas necesitan que los cortesanos se exciten para hacerle creer a esas cincuentonas que todavía pueden parar un pene. —Opal entra al baño con el body colgando de sus caderas—. Cuanta más autoestima les subes, más dinero te dan.

Mar se sobresalta al verla semidesnuda y se tapa la vista periférica con la mano, sonrojada. Es un poco tonto que se averguence cuando se nos ven los pezones a través del uniforme. Usamos, junto a los tacones y los pantalones de cuero, bodies de encaje negro con una abertura vertical en el pecho, listas para que nos practiquen una cirugía a corazón abierto si es necesario. Se atan con un moño en la nuca y Opal me hace señas para que la ayude con eso.

—Es ridículo, ¿acaso no viste a ninguna de las clientas? —dice el chihuahua—. Cada una es una MILF que también tiene la capacidad económica para ser una sugar mommy. No necesitan pagar para saber que pueden causar erecciones.

Mientras ato la prenda, Opal se inclina sobre el lavamanos y se aplica rimel.

—Entonces, ¿para qué vienen? —cuestiona.

Maristela espía entre sus dedos para saber si ya puede puede mirar.

—Supongo que buscan una persona para llenar su vacío emocional —dice con lástima.

—También a un veinteañero para que les llene el tanque de leche. —La pelinegra lanza la máscara de pestañas a un lado y sacude su cabello para darle volumen. Retrocedo para no recibir el latigazo y enarco una ceja—. ¿Qué? Es un 2x1.

—Eres repugnante. —Ríe Mar.

—El trabajo es repugnante, acostúmbrate. —Se encoge de hombros.

Mientras terminan de maquillarse entre chisme y chisme, me tomo un momento para acercarme al espejo. El sábado pasado estaba arropada en una manta frente a diez pestañas con diferentes archivos de la universidad. Tenía un paquete de Doritos entre las piernas y tazas de café vacías acumuladas en la mesa del comedor. Mi reflejo en el computador mostraba a una chica de veintidós años a cara lavada, con una sudadera a modo de pijama y calcetines desgastados mientras intentaba sobrellevar una crisis estudiantil con los exámenes a la vuelta de la esquina.

Un llamado bastó para que me convirtiera en esta versión de mí que me cuesta reconocer.

—Estás muy callada. —Opal me observa de reojo.

—Soy callada —corrijo.

Maristela aparece detrás de mí con ojos de cachorro.

—¿Estás nerviosa porque es tu primer día, Siri?

No estoy nerviosa. Estoy asustada por lo que sucederá si la persona equivocada se entera de que estoy aquí.

No sé qué contestar, pero un sonido me salva de hacerlo. En las iglesias suelen tocar las campanas para convocar a los creyentes. Las tocan tres veces: la primera es media hora antes de comenzar la misa, la segunda un cuarto de hora antes y la tercera a un minuto de comenzar.

Esta es la tercera. Significa que la jornada laboral está por ser inaugurada.

Nos apresuramos a dejar el tocador y atravesar la habitación que compartimos. Mis maletas siguen junto a mi cama cuando salimos al pasillo para ver el desfile: la primera madrina camina flanqueada de ocho aprendices, cuatro de cada lado, que llevan un uniforme idéntico al nuestro en color champagne. La postura y sincronización de sus pasos es tan ensayada como la del grupo que les sigue. En una única fila, cinco chicas envueltas en color vino son tragadas por las puertas de cristal esmerilado a través de las cuales se filtran las luces del Camerino. Tras ellas, la segunda madrina nos guiña un ojo al pasar.

Al final, aparece la tercera madrina, nuestra tutora de la semana. Tiene los dedos entrelazados en la espalda.

Maristela me da un rápido apretón en la mano mientras nos alineamos:

—Fe, confianza y polvo de hadas —cita a Peter Pan en un susurro, emocionada—. Lo harás genial.

Marsha se detiene frente a nosotras. Tiene la elegancia de una primera dama. Parecería una de no ser que los presidentes no suelen casarse con proxenetas. Se acerca a Opal y ladea la cabeza. Ni una sola hebra de su cabello pelirrojo se mueve. Está tan fijado con laca que ni un huracán de categoría cinco podría despeinarla.

—Depílate las cejas la próxima vez —ordena antes de pasar a Maristela, quien retuerce sus manos, nerviosa—: Endereza tu moño. —Da un paso hasta quedar a unos centímetros de mi rostro. Sus ojos glaciales me recorren con la paciencia de un francotirador—. Aceptable.

Empieza a caminar hacia las puertas. La fusta de cuero que lleva en la mano rebota contra el dobladillo trasero de su ceñido vestido amarillo. Opal y Mar se ubican a cada uno de sus lados; yo, al ser la más nueva, detrás.

—A trabajar, señoritas. Y recuerden…

—Si duele, deben pagar el doble —finalizan las chicas.

Sin embargo, un disparo se oye antes de que podamos ponernos manos a la obra.

—Cuando me dijeron que el empleo era para morirse no imaginé que fuera tan literal —expreso para mí mismo, todavía en cuclillas, intentando descifrar de dónde provino el sonido.

Un muchacho toma mi brazo y tira de él para que vuelva a ponerme de pie.

—Para morirse es lo que tienes puesto, ¿quieres que Plutón te estrangule con su cinta métrica en cuanto te vea, cariño? —reprocha en tono paternal.

Me empuja al centro de nuestra estación. Estamos en el Camerino, un salón circular con una cúpula de la que cuelga la araña de cristal más grande que he visto en mi vida. Ilumina un laberinto de biombos japoneses, algunos de papel que permiten ver las siluetas del resto de los cortesanos mientras se cambian y otros hechos de espejo para vernos a nosotros mismos.

El chico se para detrás de mí, me pasa los brazos bajo las axilas y comienza a desabotonar mi camisa.

—No suelo desnudarme en la primera cita —objeto—, pero está bien. Con esa sonrisa no me quejo.

Ríe y empuja la prenda por mis hombros hasta que cae sobre las cerámicas turcas del piso. Me rodea y estamos a unos centímetros de distancia cuando me señala con el índice.

—Creéme, donjuán, me lo agradecerás. —Desprende mis pantalones y baja el cierre de la bragueta—. Soy Elmo, por cierto. Tu salvador. —Tira de los jeans hasta que están a la altura de mis rodillas.

Este no se parece al Elmo de Plaza Sésamo que veía en la tele de niño.

Mechas rubias se asoman de su cabello castaño. Está quemado como una tostada y envuelto en una camisa transparente, cuyas mangas acampanadas parecen de la realeza. Es como si lo hubiera sacado de una sesión de fotos de Vogue, como el resto de mis compañeros.

Busca mi nuevo atuendo en los percheros móviles de plata que forman más paredes en el laberinto del Camerino. Hay ropa de Balenciaga, Gucci, Hermès, Versace y todas las marcas de alta costura. Un calzón de cualquiera de ellas podría alimentar un comedor infantil durante diez días, lo que me hace considerar robar algunos y donarlos.

—Y no te preocupes por el disparo. —Elmo me lanza un chaleco blanco—. La clienta de la suite Saturno tiene un fetiche con la adrenalina sadomasoquista. Le excita que le disparen con balines de goma, pero el cortesano que la asiste tiene licencia para portar armas, así que estamos a salvo.

Mi abuela diría que están rechazando a Dios y aceptando al diablo.

Me pasa unos pantalones del mismo color y, con un empujón dado con la punta de su zapato, me acerca los míos.

—Ni siquiera puedo empezar a enumerar la cantidad de cosas que están mal en esa oración.

Da un paso atrás, cruza un brazo sobre su pecho y evalúa su creación. Su pulgar rebota contra su mejilla, pensativo, antes de tomar un delineador del tocador, alcanzar mi mentón y obligarme a mirar hacia arriba para aplicarlo.

No había notado que teníamos compañía.

Desde el segundo piso, inclinadas sobre el barandal de hierro tal cuervos en un cable de alta tensión, decenas de jóvenes nos observan con sonrisas coquetas, depredadoras y autosuficientes.

—¿Me lo resumes? —Hago un ademán con la cabeza hacia las muchachas y Elmo casi me apuñala con el lápiz.

Ya entiendo por qué dicen que la belleza duele. Debo parpadear para alejar las lágrimas. Creo que los balines de goma son más seguros que un delineador cerca de un ojo humano.

—Las diferencias por el color de su uniforme. —Contiene la risa, entretenido con el hecho de que jamás me había aplicado maquillaje—. Las madrinas son fáciles de reconocer porque usan colores llamativos, lideran a la manada y son lo suficientemente grandes como para ser tu madre. Las chicas champagne son las aprendices que vienen de diferentes ciudades dentro del país, mientras que las chicas vino son extranjeras. —Tapa el delineador y me inclino para atarme los zapatos mientras—. Somos un prostíbulo educativo con una gran experiencia en intercambio cultural. Yo ya aprendí a decir cosas sucias en tres idiomas, pero ese no es el punto. —Levanta la mirada hacia las aprendices. Luce desconfiado—. Luego de cumplir su curso de cómo vengarse del patriarcado, regresan a los burdeles de sus ciudades natales para comenzar a ejercer como madrinas.

Sabía que Fancy Shore reproducía el concepto de profesora y alumna, pero no estaba al tanto de que había divisiones.

Esta es una red de prostitución internacional. Estoy en problemas, pero no puedo hacer la vista a un lado. Ya lo hice durante veinte años.

—¿Y las de negro?

En el sector más solitario del segundo piso, se asoma por el barandal una morena. Su cabello, negro y blanco, son la nieve y la noche enmarañadas en decenas de extensas trenzas africanas.

—Chicas veneno. —Elmo me rodea los hombros con un brazo—. Son cuidadosamente seleccionadas. En sus manos tendrán, además de tu trasero, las llaves del burdel más exclusivo a nivel mundial en el futuro. —Suspira—. En otras palabras, te presento a tus dueñas.

La chica me mira. Su expresión es de piedra.

Alguien no está feliz con su nuevo juguete.

Glosario

🍷Body: prenda femenina de una sola pieza, elástica y ajustada, que cubre el tronco y generalmente se abrocha en la entrepierna.

🍷MILF: el acrónimo MILF, del inglés Mother/Mom/Mama I'd Like to Fuck​, hace referencia a las mujeres que por edad podrían ser la madre de quien usa el término y que son sexualmente deseables y atractivas.​​​

🍷Sugar mommy: un sugar daddy/mommy es una persona que ofrece regalos, dinero, viajes, entre otras cosas, a alguien mucho menor (sugar baby) a cambio de una relación cuyos límites están definidos por los dos. No suele ser sexual.

🍷Fusta: vara flexible o látigo largo y delgado que por el extremo superior tiene una trencilla de correa. Se usa para estimular a los caballos. En este caso se refiere al juguete sexual.

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¡Hola, aprendices del mal! 🤗 ¿Cómo los trata el mes del amor del 1 al 69?

1. ¿Les gusta la idea de empezar de cero en un lugar o prefieren quedarse con las mismas personas en los mismos lugares de siempre? ¿Por qué?

2. Parte, frase, personaje o escena favorita del capítulo 🥂

Con amor cibernético y demás, S. ❤️

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