Las nubes sobre la nébula
—¿Cómo los has perdido? —preguntó Datell a través del monitor.
En su rostro se veía sus ansias de moverse hacia Ehorla'hum, pero la orden aun no lo permitía y eso lo fastidiaba.
—No lo vi venir. Sabía que en cuanto saliéramos de La Torre ellos aparecerían, no imaginé que se llevarían a Naheim —comentó Petunia—, ni que Evy desaparecería en los bosques.
—¿Podemos contar con que el lorne está con ella? —preguntó.
—Él la buscará por todo el bosque si es necesario —zanjó.
—Bien ¿Dónde estas ahora? —inquirió.
—Cerca de Ehorla'hum —respondió Petunia.
Datell respiró hondo y bajó la mirada. Saber que había una nube extendiéndose por el cielo y que aquellos tres se habían separado no le daba las mejores sensaciones a pesar de que conocía la capacidad de Petunia, incluso temía por ella. Si Nebul estaba esperando por cada uno de ellos, lo más probable era que a su llegada fuera encontrada.
—Señor, yo haré lo posible por encontrar a Naheim y Evy.
—En este punto, me interesa más que Evy de media vuelta a La Torre —confesó. Petunia no se sorprendió, había visto tanto amor por esa chica en los ojos de Gogen que temía esa sería su accionar—, pero sé que no habrá espécimen que la detenga. Petunia, debes minimizar tus pasos; indudablemente él sabe que están en camino, solo no sabe cuántos son ni cómo son, pero eso lo podrán notar.
—Lo sé, he perdido el elemento sorpresa, pero tengo varios trucos aún —comunicó. Petunia bajó la mirada por un momento, buscó la manera de preguntar lo siguiente—: ¿Aún contamos con el apoyo de la orden?
Datell dudó, los sucesos habían complicado todo y no sabía si la orden estaba dispuesta a inmiscuirse cuando desde el principio ha sido tolerante de todos los sucesos ocurridos en Ehorla'hum. Sin embargo, era su cariño por Evy lo que le decía que tenía que resistir.
—Sí, y si ellos no lo dan contarás conmigo —zanjó.
...
La visión de la ciudad sellada de Ehorla'hum no había generado ningún tipo de sensación en Naheim. Al contrario de lo que creía, estaba distraído, su mente se revolvía y sus pensamientos eran para Evy y Petunia. Buscaba con la mirada aquella cabellera blanca entre los ciudadanos apostados fuera de la ciudad cerrada, pero no lo veía y le generaba cierta alegría que fuera así: si no estaba ahí, no la lastimarían y si era de esa forma aun podía moverse antes de que Evy siquiera llegara. Estaría varios pasos por encima y, si le era posible, la dejaría fuera de todo.
Cuando el deslizador tocó el suelo, el primero en verlo al aire libre fue Kabuto. Aguardaba con toda la paciencia que le era posible. La sonrisa aun estaba clavada en sus labios, además de la sensación de haber logrado lo que otros no. Tenía en sus manos a Naheim Ecknar, no parecía gran cosa vista desde fuera, pero era uno de los objetivos más buscados por las sombras. Kabuto escuchaba su nombre como un zumbido que se anclaba a su consciente. No tenía idea de cuántas veces había escuchado los regaños y gritos de Nebul taladrando su mente, pero al final lo había conseguido y cuánto disfrutaría el momento en que tuviera frente a frente a los dos para saborear cada palabra que saliera de los labios de Grad Nebul.
Solo tener esa satisfacción, la sentía como haber vencido a su antiguo compañero.
La amplia estructura se abría entre suelos de granito y columnas talladas, telares colgados de un color magenta por donde entraba el aire y las movía con energía. Caminar por ese pasillo le traía recuerdos a Naheim; algunos eran agradables, otros no tanto. En ese momento cada gramo de intranquilidad, preocupación y tristeza se apoderaba de él y aunque deseaba sacarse cada uno de esos sentimientos, no podía hacerlo. En el pasado le habría resultado más fácil, esa vez había otros factores que lo impedían.
Cuando ambos estuvieron a los pies de una descomunal puerta de tres metros, no pudo evitar girar para ver a Kabuto a su lado: sus ojos incandescentes estaban llenos de regocijo.
—¿Estas seguro de entregarme? —preguntó en un murmullo.
Kabuto fijó la mirada con desprecio en él.
—¿Estás seguro de querer ir en contra de nuestro señor? —preguntó en cambio.
La puerta se abrió dando paso al bullicio en su interior el cual se apaciguo una vez que el par comenzó a andar entre los visitantes.
Todos se parecían a Evy, pero eran tan diferentes a la vez. Naheim los veía con temor. La chica le había demostrado cuan terca podía ser y pensar que de alguna manera estuviera ahí, entre ellos, le daba miedo. Sin embargo no lo notó y, en cambio, vio a los pies de las escaleras la imagen de Nebul.
No lo recordaba, había olvidado su rostro cuadrado lleno de cicatrices; la profundidad de su mirada de ojos azabache, nariz cuadrada y labios tan poco pronunciados. Solo recordaba lo alto que era y su contextura física que, cuando solo era un crío, lo abrumaba.
Notó una sonrisa que se esfumó en cuestión de segundos para dar paso al hombre de mano dura y voz gruesa. Dejó caer su báculo contra el suelo una vez para que el resto de los invitados se despidieran. Salieron en masa, como poseídos por algo mayor a ellos.
La soledad del recinto le agradaba a Naheim, significaba que podía evitar hincarse frente a él como Kabuto lo hacía y que podía mirarlo como a un igual aun cuando las diferencias estaban claramente marcadas ¿Qué era Naheim después de todo? Solo carne y hueso ante los ojos de cualquier otro.
—Señor...
—Silencio —sentenció antes de escuchar palabra alguna de la boca de Kabuto—. Fue un largo viaje, Naheim. ¿Pudiste ver el mundo tal como deseabas? —preguntó con tal intimidad que Kabuto no pudo evitar alzar la vista confundido.
—Logré ver más allá —Respondió.
—Ayudado por las diosas. —Aclaró y volvió a su asiento de roble bordeado por ramas que llegaban hasta el techo—. Nunca lo hubiera imaginado. Ellas no suelen apoyar a los restos. No suelen ayudar a nada que no sea una especie, han de haber sentido tanta lástima por ti que te dieron su mano, te protegieron, te sacaron del mundo Inverso y te llevaron lejos tanto como pudieron. Al final tenías la posibilidad de abandonarme, pero estás aquí. Regresas a mí —dijo y sonrió complacido.
—No por mis propios medios —respondió Naheim, señalaba las cadenas que lo ataban como un prisionero.
—Es lo de menos —contestó—. Suelta a tu hermano, Kabuto.
—¡Señor! ¿Realmente quiere que lo suelte cuando él nos abandonó? —preguntó consternado.
—Los padres debemos perdonar a nuestros hijos, y sus hermanos deben saber perdonar a sus hermanos. Anda, hazlo —Ordenó.
Enojado por la orden, Kabuto procedió a soltar a Naheim de las cadenas que lo ataban a sus muñecas y cuello.
—No sabía cuan benevolente era, Nebul —lanzó Naheím con sorna.
—No lo soy, hijo mío. Tu castigo será proporcional a las humillaciones y alianzas que hiciste fuera de la ciudad. Has traicionado a tu padre. Debes ser castigado con todo el rigor que merece tal acto. Te di la vida para que seas mi mano derecha y Kabuto mi mano izquierda. Quise que Tern fuese mis pies delante de mí, pero mis pies y mi mano derecha han acabado con lo que planeaba. Solo tengo fe en que mi mano izquierda jamás me abandonará.
—Nunca lo haré, señor —afirmó Kabuto satisfecho.
Nebul se acercó a Kabuto y acarició su cabellera con cariño, pero sus pies se detuvieron justo frente a Naheim quien no había bajado la mirada en ningún momento. Tampoco mostraba signos de miedo aun cuando por dentro no sabía cuanto tiempo le quedaría vivo. Sabía que, de alguna forma, su vida terminaría y que solo por eso, notaba cierta angustia en la voz de Nebul.
—¿Por qué mi mano derecha me traicionó? Esa es una buena pregunta a la que no encuentro respuestas. Consideras que una nebula puede contra un imperio o que los magos harán algo cuando en los años que tenemos nunca han movido un ápice. Entonces, solo puedo meditar cada acción que has tomado e internalizar cada movimiento que has dado, pero al final... resulta que no hay final —exclamó tan cerca de Naheim que podía olerlo.
—Sabes de la nebula... —Razona él.
—¡Por supuesto que lo sabe! —exclamó Kabuto—. Por ella fue que no te podía encontrar, aunque una vez que te ubiqué fuiste tan fácil de obtener.
El desprecio en el rostro de Naheim era algo que Kabuto veía por primera vez y le dolía, sin embargo debía callarse pues no quería parecer débil ante Nebul.
—Si sabes de ella sabes que vendrá, pero puedes dejarla ir. Puedes evitar que se acerque, ya me tienes aquí —rugió.
—No. Ella es una de las tantas razones por las que me traicionaste y debo conocer las razones...
—¡No hay razón! —gritó Naheim—. Ella no tiene nada que ver, desde antes de venir aquí la engañé. Solo fue una mentira que yo... hice que creyera.
—¿Por qué, Naheim, por qué las diosas te enviaron con ella? —preguntó
—La conocí un día, noté que era una nebula y creí falsamente que podía contra ti. Es todo, las diosas solo creyeron en lo que les decía. Ellas no tienen nada que ver...
—De hecho no —Razonó Kabuto—, ellas te usaron para que atrajeras a esa nebula en especial, para traerla al mundo Inverso. No te sacaron porque les agrades, te usaron de la forma en que usaste a esa chica.
Naheim dudó.
—Hijo mio, qué tonto has sido —susurró seguido de un golpe directo a su rostro—. Tan endeble, tan poco conveniente...
A Nebul solo le bastó un movimiento de sus dedos para que del suelo surgieran ramas que apresaran a Naheim. Rodeaban sus piernas y brazos y generaban tanta fuerza que Naheim gritaba ante el dolor que le provocaba.
—El parque será tu lugar, donde todo el mundo vea lo que sucede con los traidores. Incluso si es un hijo —siseó.
...
Llovía. Era curioso que en esa época del año, tan lejano del otoño lloviera; limpiaba de alguna forma las heridas que se formaron alrededor de los brazos de Naheim, en otras lo alentaban. Era un susurro que trataba de sacarlo de su letargo tan doloroso como incesante. Él cabeceaba mientras el agua intentaba cuidar cada parte de herida de su cuerpo. Aunque curioso, ninguno de los guardias apostados alrededor de Naheim se acercó. No. Nadie podía acercarse a menos de dos metros de él. Solo Kabuto y Nebul tenían esa posibilidad, pero Kabuto lo veía desde el balcón del ala este, con la mirada enterrada en el odio y los brazos cruzados e inflexibles. Cada centímetro de su cuerpo se llenaba de rencor.
El segundo, siempre él.
Incluso ante la desobediencia de Naheim, a los ojos de Kabuto, cada palabra y acción de Nebul demostraba su amor y cariño por Ecknar. La mano izquierda jamás reemplazaría al traidor. Estaba seguro que aun cuando había visto a muchos morir bajo ese árbol pestilente, Naheim no lo haría. Nebul había sido claro "a los hijos se perdonan", aun cuando también se castigan. ¿Qué podía hacer él para recibir toda la atención de un padre que se maravilló con su primer hijo? Kabuto rechinó los dientes, asqueado de ver la lastimera imagen de su hermano, se adentró en la sala y se echó en los muebles rojizos de la habitación donde los arcos dorados dejaban entrever las distintas separaciones de aquel lugar.
Estaba solo y acompañado al mismo tiempo. Todos sus demonios hablaban a su oído con recelo y generaban desazon. Su boca seca le pedía por algo con qué aliviar tanta ira y frustración. Al escuchar que la puerta se abría tras haber sido tocada, fijó su mirada en el guardia que con un leve movimiento demostraba su respeto por Kabuto.
—Señor, la tenemos —espetó.
Kabuto observó al hombre dudoso.
—La nebula, esta en nuestro poder —confirmó.
Y ahí, como si de repente el cielo se hubiera abierto de par en par, la alegría volvía a la mirada de Kabuto y su sonrisa contagiaba incluso al guardia. Estaba ahí otra forma de generar dolor y devolver sus días grises y cuan feliz sería al iniciar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top