La luna conoció sus estrellas

Evy había sido llevada a una habitación amplia con una cama que la doblaba en tamaño, aunque sus ventanas estaban bordeadas de barrotes, podía ver entre ellos la majestuosidad de una ciudad que se había perdido entre sus sombras. Un guardia abrió la puerta de par en par para dejar caer sobre la cama un atuendo.

—Debe ponérselo. Vendré por usted en una hora —dijo y se marchó.

El vestido era ceñido en la cintura, hecho con una tela que cambiaba de color a gusto, parecía demasiado floral para un lugar como Ehorla'hum, tan sumido en sus grises y, sin embargo, aquella habitación le parecía igual de resplandeciente que ese traje.

Conocería a Grad Nebul, de eso no había dudas. ¿Sería ella la flecha que acabaría con él? De ello, no estaba tan segura.

Se adentró en el amplio baño donde un grifo dejaba caer el agua como una cascada y en ese pedazo de tiempo los recuerdos volvieron como una ráfaga de viento que la conmocionó. El llanto sobrevino como una súplica silenciosa; se sentó sobre la losa y se aferró de sus piernas, la fuerza que creía tener parecía desprenderse de ella. En esos segundos en que se sentía tan pequeña, descubrió que el dorso de su mano le mostraba una nueva silueta. En el dolor generado por la pérdida, la última luna nacía.

El traje no le ajustaba, pero tampoco era su preferido. Era extraño para ella verse en un conjunto como aquel y en lugar como Ehorla'hum. Llevada por los guardias que vigilaban la habitación, Evy recorrió los pasillos de azulejos de aquel sitio donde el tono de la tierra parecía fundirse en las paredes, pocos sitios tenían un cuidado excepcional. Al filo de la puerta de salida, fue llevado a través de un campo de arbustos donde cristales violetas resurgían como las flores nacen de ellos. Le parecía curioso esa visión y aun así tan propio del sitio que no lo juzgaba. Al final sobre una capilla de cúpula bordeada de lianas y cristales esculpidos, veía a Grad Nebul observar a las afuera.

—Señor —Llamó uno de los guardias.

Un leve gesto con la mano de Nebul y ellos marcharon dejándoles solos. Grad Nebul posó su mirada sobre Evy, fascinado. Casi de la misma forma como lo estaba al ver a Naheim resistir la tempestad que él le causaba.

—Tu, eres tú. Eso es seguro, tu rostro es tan familiar —murmuró.

—Mi madre es Wira Gothiel —contestó simple.

—Wiragyn Gothiel. Ahora veo por qué te reconozco —dijo—. Hermosa mujer, mala tomando decisiones.

—Sus decisiones no son de su interés —exclamó Evy empuñando las manos.

—Pero las tuyas sí, le diste esperanzas a mi hijo...

—Tal como él me las dio a mi —reclamó.

—No servirá de nada. Seré claro, Evy Gothiel, sea lo que sea que las diosas hayan creído, una nébula no será el fin de mi legado. Necesitarán más que una niña nacida en un mundo lejano para disolver mi imperio, es así de simple. Una persona no podría con el mundo. ¿No te parece ridículo?

—Ahora que lo menciona, sí —murmura—, pero las constelaciones hablan...

—Y nunca mencionan los obstáculos, las responsabilidades ni alianzas. Solo van de un punto a otro ¿Has visto tu constelación últimamente, Gothiel? Seguramente aún no se cierra por completo —dijo burlón.

Nebul negó con la cabeza y volvió la mirada detrás de sí, donde Naheim seguía atado a un árbol ya sin vida.

—Me agradas, pero a los hijos se les castiga... Y debo demostrarle mi castigo a mi hijo. —Concluyó.

Evy frunció el ceño; molesta por la forma en cómo Nebul le hablaba, porque no sabía dónde estaba Naheim y esperaba verlo una vez más, porque le daba la espalda de manera en que ella era tan minúscula que no representaba ningún peligro para él.

—Soy la constelación de capricornio. Soy la flecha de él... —murmuró para sí, aunque Nebul bien pudo escucharla.

—No eres la única, niña, y tampoco eres su flecha —contestó.

La algarabía dentro del cuerpo de Evy resurgía como el viento visible alrededor de ella y revoloteaba destrozando todo a su paso, pero esa misma tempestad que colisionaba con las mesas y banquetas deseosas por tocar a Nebul, se detuvo justo a pocos centímetros de él. Grad Nebul había impedido que siguiera, que el camino de Evy comenzara; la rodeó en un círculo de poder donde la tormenta se podía ver, pero no dañarlo. Sin embargo, corrió hacia cual remolino y a duras penas Nebul pudo esquivarlo, un golpe laceró su rostro pétreo mientras que aquel campo caía y rodaba hasta los pies de Naheim.

Nebul estaba sorprendido, no era la primera vez que un nobel se acercaba tanto, pero si la primera vez en que lograba herirlo aun cuando era mínimo. Eso le enfureció. Corrió hacia la casona, caminaba con rapidez entre los guardias quienes, ignorantes, caían a sus pies cual fichas. Perdían la vida mientras que Grad Nebul recuperaba un poco de sí.

Se vio hasta las puertas de salida al parque donde un grupo mayor a veinte guardias que rodeaban a Kabuto, caían al suelo sin vacilación. Él observó a Nebul enajenado, recibió una mirada autoritaria de su padre y eso lo hizo bajar la cabeza y posar sus ojos en Naheim.

—Señor, traigo noticias —exclamó un guardia en la distancia—. El señor Tern ha escapado. Entraron en las celdas.

Nebul observó al guardia y este, antes de que contara con la misma suerte que sus compañeros, se alejó del par desesperado.

Frente a ellos una gran ave de colores blancos con plumas rojas impedía que el resto de las sombras se acercaran. Los triplicaba en tamaño y cuidaba del maltrecho cuerpo de Naheim. Lanzaba llamaradas sin cesar que algunos guardias recibían y, vueltos en llamas, corrían hasta convertirse en tan solo cenizas.

Evy miraba a Naheim angustiada, no sabía cómo sacarlo de su situación y tampoco podía darle la espalda al grupo de hombres que los cercaban con Kabuto y Nebul al frente.

—Evy... —El susurro proveniente de Naheim, la alteró sin embargo mantuvo su posición.

Saldrían de allí costara lo que costara y pondría su vida al frente de ser necesario. Cuando las armas sonaron como los cañones del puerto de Cabello como alguna vez los había escuchado, Evy centró toda su energía en proteger a su compañero y a sí misma de ellas. Aunque Nebul lo evitaría.

Mantuvo una puerta abierta en la protección que Evy creaba; como el agujero de una bala, pequeña pero lo suficientemente grande para dejar entrar un disparo. Mismo que dio en su ala derecha, justo en su hombro. El dolor sobrevino entre rugidos incesantes, aun cuando mantenía su posición; no sintió el segundo golpe hasta que batió sus alas y lanzó una fuerte llamarada contra sus enemigos. En ese instante, Evy cayó convertida mientras que el ave desaparecía en el viento.

Kabuto aprovecharía la oportunidad para avanzar hacia ella, sin embargo, un acto de magia, levantó a los hombres del suelo. La mirada de Nebul pasó de la nébula a Tern.

En el calor del momento, Evy se acercó hasta Naheim quien a duras penas podía levantar cabeza, trató de ayudarlo a salir de las cadenas hechas por las ramas del árbol, pero cada movimiento complicaba sus heridas.

Al escuchar los gritos de los hombres enfrentarse se movió y con la poca fuerza que le quedaba arrancó parte de las ramas. Con su mano izquierda donde el dorso de su mano le mostraba la última luna sobre el brazo de Naheim, trató de controlar su desesperación para usar su magia, sin embargo, no podía. Algo se lo impedía. Con lágrimas en sus ojos y el llanto atragantado en su fuero volvió a usar sus fuerzas sin conseguirlo. Sintió una mano tomar de su hombro y estaba dispuesta a enfrentarlo hasta que notó que esa misma persona se apresuró en hacer un conjuro.

—Eboni, sep —exclamó y las ramas lo liberaron—. Debemos aprovechar este momento para irnos.

Evy dudaba, sin embargo, hizo caso de lo que aquella rubia le decía. Corrió junto a ella entre los hombres que se enfrentaba, con Naheim arrastrado entre ambas y ella enfrentando a cuanta persona se le atravesara.

—Evy, cuando te diga, debes saltar. Como sea —lanzó.

—¿Saltar, a dónde? —preguntó.

—¡Ya lo verás! —exclamó mientras lanzaba a alguien por los cielos—. ¡Ahora!

El trío saltó al vacío. Entre la neblina, Evy logró ver un dirigible esperando por ellos. Cayó de pie con ayuda de un par de hombres que no había visto jamás, más su uniforme lo reconoció al instante. No pasó mucho cuando se vio arrastrada por la mujer y escuchó su nombre al aire desde la reconocida voz de Gogen Datell.

—¡Petunia, Evy! ¡Debemos irnos!

Evy observó a Petunia con asombro, y la gata —que ya no era una gata—, le guiñó un ojo en complicidad. El par se adentró en el dirigible donde el movimiento del personal era constante. Estaban bajo ataque y una gran cantidad de naves pequeñas volaban alrededor, disparaban y enfrentaban a la guardia de Ehorla'hum.

—¿Evy? —Datell se acercó a la nébula. Su rostro mostraba todas las arrugas de angustia en él.

—Estoy bien —contestó serena—. ¿Dónde está Naheim?

Gogen hizo una mueca, le alegraba ver que se sentía bien, aunque sus heridas dictaran otra cosa, aun así, ella solo mostró preocupación por Ecknar lo cual ni le asombraba.

—Primero lo primero, eso eres tú. —respondió tajante—. Llévenla a cuidados médicos, esas heridas no sanaran solas.

—Pero...

—Él está bien. No te preocupes —respondió Petunia antes de que Evy pudiera quejarse.

Al final lo aceptó y aunque aún poco gustosa de ser alejada de todo el ajetreo se dejó llevar por un par de guardias hasta cuidados médicos. De alguna forma el viaje parecía haber terminado, no como ella esperaba que lo hiciera. No logró nada de lo que pretendía y en cambio se dio cuenta de que su misión nunca había sido ser a flecha de capricornio.

Al estar sobre la camilla con las expertas manos del personal médico se dejó llevar, se sentía cansada por la situación y por la cantidad de sangre que había perdido. Era el momento de dejar todo en manos de los demás.

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