La Joya De Abe
La roca más brillante y que le hizo saltar a otro lugar ahora residía en las manos de Evy. Había variado de un ambarino color como la miel, a uno tan verde como el pasto que Abatha no había vuelto a ver en su vida, pero verlo en las manos de Evy no era lo que le había hecho abrir la boca al punto en que no sabía cómo volver a cerrarla. ¿Qué había hecho ese niño con un simple gesto? El resto de sus rocas empezaban a ser más coloridos, menos miel; era un arcoíris creciendo desde los cimientos hasta el cielo oscuro donde estaba el final: la fuente.
—¡¿Pero qué rayos le has hecho a mis rocas?! —gritó desconcertada.
Evy la miraba con los ojos abiertos de par en par, vocalizar se le hacía difícil aunque trató de hacerlo.
—Yo... no lo sé...
—¿Cómo que no lo sabes?¿Qué eres? no eres humano como me dijiste antes —lanzó.
Con la roca aun en las manos, Evy respiró hondo. Por supuesto que no lo era, por lo menos no del todo, pero había entendido que sin importar qué allí no era bienvenido, entonces para qué negarlo: era un humano y nébula, era dos cosas y nada a la vez; pero no dejaba de ser un ser pensante, con convicciones, con anhelos, fuerzas y tristezas encerrada en burbujas para que el mundo no la tocase aun cuando cada mañana lo hacía con solo levantarse.
—Soy mitad humano, mitad nébula —respondió absorta—. Desde que llegué aquí me han visto extraño por ser una cosa o la otra, pero es la primera vez que veo un rostro de impresión que me haga sentir... bien.
La impresión en Abatha no cabía. En su vida no creyó que llegaría el día en que vería a una mestiza frente a ella, aunque no era nadie para juzgar las licencias que se daban los magos. Lo que le parecía extraño es que un nébula lo hiciera y aún más que nada en Evy gritase "nébula", pero si tenía que hacer una comparación entre ambas razas no la hallaría, simplemente porque era una etiqueta impuesta por los ancestros de cada lado para diferenciarse de los otros como si fuese alguna clase de castigo pertenecer al bando contrario y eran tan similares que podrían pasar por iguales.
—Quizás es porque mi rostro es demasiado cómico para los mortales.
Evy ocultó una sonrisa en sus labios, acto que puso en aviso a la anciana y con arma en mano estaba dispuesta a usar su bastón de nuevo.
—¡Lo siento, lo siento! —exclamó Evy alejándose antes de ser asediada por la mujer.
—¡Basta! Ven aquí. Déjame verte bien, para que en un futuro pueda reconocer a otros mestizos como tú.
—¿Cómo sabe que habrán otros? —inquirió acercándose poco a poco
—Porque si ya hubo alguien que lo hizo y naciste tú, no dudo que hayan otros. ¡Qué tan difícil puede ser imaginarlo! —exclamó.
Abatha la observó por un tiempo largo en el que Evy no sabía a donde mirar, solo cuando sintió las heladas manos de la anciana sosteniendo su rostro, se quedó quieta e inmersa en los amarillos ojos de ella. Tenían hilos grises muy finos que llegaban hasta las pupilas; las arrugas en su rostro eran más evidentes cuando se acercaba y las manchas cerca de su oreja generaban una línea que llegaba a su frente amplia. Más que un emoqui, incluso Abatha podría hacerse pasar por un humano.
—No hay mitades, solo un uno, muchacho. Cuando preguntes qué eres, solo di tu nombre porque las razas son estigmas baratos que nos encasillan y juzgan para organizarnos como piezas de un ajedrez. Y tú y yo sabemos que no somos piezas de ningún tablero —comentó y la soltó—. Pareces humana, nébula, emoqui, lorne, galies, omiwa, yucata y muchos más.
—A algunos de los que mencionó no los conozco —farfulló.
Ahte enarcó una ceja y ladeó la cabeza.
—Cuando los conozcas no sabrás qué eran.
—Pero puedo diferenciar a un lorne de un emoqui —bufó Evy.
—¿Puedes diferenciarme a mí en este momento?
—No —respondió.
—Eso temí. Ven, es hora de que te marches. —musitó.
Le hizo señas para que la siguiera, y empezó a andar al horizonte donde la luz de la casa ya no llegaba. Eventualmente Abatha encendió un faro anclado a la pared de rocas con el solo chasquido de sus dedos y así una tras otra fueron prendiendo. Al final una vieja puerta de remaches oxidados y aroma a humedad era su salida. Abatha la abrió dejando entrar la luz desde un lugar cuya fachada parecería la de una tienda cualquiera.
—¿Dónde estoy? —preguntó Evy.
Había dado vueltas, buscaba algún punto que la pusiera en sintonía pero no era de Maregana y no conocía la ciudad por completo.
—¿Dónde crees? Sigues en la ciudad pero a unas cuantas cuadras lejos de la fuente. Si sigues ese camino te encontrarás con él —indicó señalando un amplio callejón donde pocas personas caminaban.
—Está bien, gracias por todo, señora Ahte —comentó.
—¡¿Señora?! A-ba-tha —Rectificó—. Guarda eso, espero que sea a donde vayas estés protegida. —dijo.
La sola frase había generado en Evy intriga. No creía que fuera de las mujeres que se preocuparan por extraños, tampoco era una persona cordial. Abatha Ahte era como era, hablaba sin tapujos ni daba vueltas a una sola idea.
—Gracias —dijo.
Un movimiento de manos por parte de la anciana le indicó a Evy que le restaba importancia a cuánta palabra de agradecimiento pudiera salir de sus labios. Le divertía en cierto modo, Abatha tenía esa capacidad de hacerte sentir caliente como si fuera cercana aun cuando no lo sea.
...
Con un último adiós a la señora quejumbrosa que le veía partir con un rostro de mala gana, Evy empezó a andar rumbo a la fuente; el camino que transitaba lucía completamente distinto al que conocía con la penumbra asomándose desde lo alto de los edificios aunado a la falta de faroles que alumbraran el callejón, pero eso no la asustó. Ya tenía en su poder algo tan valioso que encontró por sí misma y algo de confianza que sentía había perdido de alguna manera durante su viaje. En ese minúsculo minuto de tiempo tan solo caía en cuenta de que lo habló con Ahte era verdad, ella había olvidado lo que era importante: su examen. ¿Cómo lo pudo olvidar?
Sin lugar a dudas había suspendido, no tenía remedio darle vueltas a lo que sucedió con eso. Aunque no dejara de hacerle ruido la forma inequívoca en que sus recuerdos se habían deshecho de algo tan trascendental y volvían en ese momento como ráfagas que poco a poco se transformaba en una película de sí misma estudiando con esmero. Su única oportunidad de ingresar a la clase avanzada de magia en la Universidad Omoplatense se había perdido.
Aunque más allá de una prueba, ahora tenía una meta que se había impuesto de forma inconsciente y lo tenía frente a ella a duras penas respirando, se aferraba de sus rodillas tratando de recobrar el aire que perdió en una carrera que no le llevó a nada. Evy se acercó hasta él con ambas manos dentro de los bolsillos, empezaba hacer frío.
—Hey... —murmuró.
Naheim alzó la vista, conocía aquellos zapatos marrones mohosos que habían perdido el lustre hace un tiempo, ni que decir de esa voz que parecía más un cantico que una palabra soltada al aire. Suspiró complacido de verla frente a él, la abrigó entre sus brazos en un gesto de constatar que era ella y no una ilusión.
—Evy... ¿Dónde estabas? ¿Dónde te habías metido? —preguntó al borde de la desesperación.
—Lo siento, no quise preocuparte, pero lo encontré —musitó sacando la joya de su bolsillo.
Naheim lo observó sorprendido, la vio y volvió a mirar la roca.
—Es una joya de abe. —comentó.
—Es lo que buscábamos, ¿no? —inquirió.
—Sí, sí, eso creo, sí —Alargó sonreído—. Con esto solo tendremos que llegar a Ehorla'hum. ¡No necesitaremos buscar más!
La emoción no cabía en él, solo por eso Evy se permitió sonreír ante la noticia. Aunque el camino no se haría diferente porque haya encontrado un fragmento, lo sabía con solo mirarlo. Aún estaban las sombras persiguiéndolos, buscándolos como les fuera posible.
—Vamos, nos deben estar esperando en la posada —dijo y tomó de su mano.
—Naheim, ¿por qué la llamaste la joya de Abe? —preguntó dos pasos atrás.
—Porque ese es su nombre, porqué otra razón sería —Se burló.
La miró y volvió la vista al frente. Aún mantenía sus dedos enlazados a ella, no la perdería por segunda ocasión; corrió por todo el lugar cuando giró a buscarla y no la encontró. Sentía su presencia tan cercana y tan lejana a la vez que temía la hubieran encontrado las sombras. En algún punto entró en desesperación, tanto como para pensar en llamar a Kabuwa Guye por sí mismo. La idea se fue tan fugaz como había llegado a su mente, no podía perder la paciencia de aquella manera, llevado hasta el límite de hacer lo indebido.
—¿Pero por qué? —Volvió a preguntar Evy.
—La joya de Abe, es una roca preciosa. Muy rara vez llegas a verla en su estado natural. Dicen que solo una persona ha logrado tener una de esas rocas en su mano y por su avaricia fue castigada a cuidar de ellas por muchos años, su nombre es Abatha Ahte —Se quedó inmóvil al pensarlo—. Abatha era una mujer muy hermosa que perdió su rumbo, la misma Serinthya le dio un lugar donde quedarse para que se llenara de esa ambición hasta ser consumida; no debe ser una persona agradable en este punto y quién sabe si aún conserva esa belleza. ¿La viste? —preguntó dudoso—. Según las propias palabras de Serinthya, ninguna roca sale del hoyo de Ahte sin que ella dé su permiso y tú tienes una en mano.
—No es una mujer muy bella, es verdad. Los años han pasado sin cuido por ella y no tengo dudas de que nada sale sin que lo consienta. Ella misma me lo ha dado. Dijo que no tengo nada más que buscar... Porque ha dicho que... de alguna forma no lo necesito —meditó—. Sabes, había olvidado mi prueba de avance. Estudié por mucho tiempo y di todo de mí para optar a ella, al final sé que está perdido, pero me duele haberlo olvidado como si nunca hubiera sido importante para mí.
—Evy...
—No te culpo por ello, porque yo soy quien debe dar la importancia merecida. Fui yo quien lo olvidó, aunque bien decías que estaría allí. Han pasado días y no he regresado, incluso busco cosas que no me interesan porque... ¿Por qué es que debía buscarlas en principio?
Naheim tragó, sentía pesar en las palabras de su compañera. De alguna forma él la había envuelto en una carrera donde los días pasaban y como solo él podía hacerlo la enredó en sus deseos.
—Como todo aquel que llega al mundo Inverso, para quedarse —Escuchó Naheim y la voz le trajo cierta desazón al revolver malos recuerdos—. Bienvenido de vuelta, Naheim.
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