La energía del recuerdo
—¡Tenemos que irnos, ahora! —exclamó ella.
Naheim vaciló por breve instante. Se habían ocultado en un edificio antiguo construido para abordar la magia de los emoqui, pero que no había podido ir a más. Ambos, ocultos detrás de una gran columna apenas si podían respirar después de correr por todas partes. Petunia le lanzó una mirada con la que esperaba él se diera cuenta de lo que sucedía afuera. Se asomó por las rendijas de un ventanal manchado y polvoriento. Las sombras marchaban por la zona buscándolos.
Estarían un tiempo más ahí.
Petunia se dejó caer al suelo. Estaba exhausta, sudorosa al punto en que varías hebras del platinado cabello se le pegaban a la frente. Sacó un botecito de un morral negro que llevaba guindando y le atravesaba por completo. Tomó un poco y el resto se lo entregó a Naheim quien sin vacilar lo aceptó.
—¿Ahora qué? —preguntó ella.
—Debemos esperar a que se marchen. Mientras estén por aquí no podré moverme a gusto —comentó.
Petunia enarcó una ceja y se rio,
—Qué quedará de mí —Se mofó—. He ido en contra de las reglas de la orden. No me perdonarán esto —musitó.
—Les diré que no estabas de acuerdo, que te he embrujado y hecho que me siguieras —Dijo petulante.
Petunia lo miró incrédula, soltó una risotada que se apresuró en cubrir.
—Como si tu pudieras hechizar a alguien —Lanzó.
—¿Por qué crees que estas aquí? —inquirió.
Ambos se rieron, ni podía conjurar nada ni podía convencer a Petunia con un hechizo y de eso estaba por completo seguro. Quizá la razón por la que lo había seguido fuera su poder convencimiento o la personalidad moralista de Petunia. Nunca creyó conveniente preguntar hasta ese momento, pero tampoco creyó que todo daría un revés tan inquietante.
—¡Señor! —exclamó Petunia.
Sus ojos estaban desorbitados, se obligó a levantarse del suelo y quedarse quieta frente al hombre de rostro cuadrado y mirada severa que había aparecido frente a ellos. Naheim, por su parte tomó un paso atrás, casi podía oler el aroma de la humedad infiltrado en las paredes añejadas del edificio.
—Te he encontrado, a los dos —dijo—. Síganme.
Petunia giró a ver a Naheim, le hizo una seña con la que él entendió. Ambos siguieron los pasos de Datell, atravesaban las paredes sin ningún problema como espectros que no podrían verse a menos que ellos así lo quisieran. Cuando Gogen Datell se detuvo, se encontraban frente a una amplia puerta tallada con tachuelas alrededor de un tono cobrizo.
—¿Señor?
Petunia lo llamó. Gogen solo la observó y suspiró profundo. Sus hombros estaban decaídos así como su mirada.
—Sabías lo que sucedería...
Desde ese día no pudo evitar sentir que en realidad era una maldición que empeoraba la vida de quienes se acercaban a él.
Naheim notó la larga cola de Petunia moverse de un lado a otro en la silla que había dispuesto para descansar. Folg llevaba rato hablando con ella. Se ponían en sintonía sobre todo lo que había ocurrido desde que Naheim se había ido. No lo meditó en su momento pero ahora creía conveniente no haber ido de nuevo, parecía que cada decisión que tomaba era un completo error como alguna vez lo fue el enfrentarse al ejercito de sombras de Grad Nebul tan solo ellos dos.
Sin embargo, había recordado algo que creyó haber olvidado.
—Petunia, ¿quién es el hombre que nos llevó a tu juicio? —preguntó.
Sacó a Folg y a ella de su cháchara que empezaba a convertirse en una contienda donde se decían todo tipo de indirectas.
—¿El hombre? Era Gogen Datell —respondió—. Parte de la orden de Magos de Altier, jurado inquisidor si se quiere. ¿Por qué preguntas?
—No puede haber dos Gogen en el mundo, ¿verdad?
—No. Así se llama el señor Gogen, Datell. Ese es su apellido —contestó Evy. Estaba detrás de ellos—. No sabía que el señor Gogen perteneciera a una orden.
—¿Has vivido tu vida alrededor de él sin saber quién es? —preguntó Petunia sorprendida.
Evy no respondió, pero tampoco era necesario. Su silencio hablaba por ella. Respiró hondo y canalizó toda su energía en buscar algo en sus recuerdos que le dijera si, efectivamente, Gogen había mostrado en algún momento que pertenecía a una orden, pero por más que lo pensara no encontró nada. Ni siquiera viviendo bajo su techo, Datell demostró ser alguien que no era.
—Bueno, no es como si tuviera que saber todo sobre todo —exclamó Folg—. Hasta hace poco no tenía ni idea del mundo Inverso, y hasta hace unas horas no sabía que Naheim era buscado por las sombras ¡Deberían dejarla en paz! La pobre aunque quiera parecer fuerte es solo una chiquilla con mala suerte —Recalcó.
Folg se acercó a ella, se detuvo a tan solo unos pasos y fijó su mirada en los cansados ojos de la chica. Él la doblaba en tamaño. Debía doblar su espalda un poco para no tropezar con el techo de la casa en esa zona donde se hacía más pequeña que en el resto del lugar.
—No tienes porqué sentirte mal al respecto —musitó—. Sí tendrías que ir a dormir. A diferencia de nosotros, para las nébulas el descanso es esencial.
—El pájaro sin alas tiene razón. —Secundó Petunia—. Las nébulas y los magos tal como los mortales necesitan dormir...
—Preferiría quedarme aquí —respondió—. Si van a decidir qué hacer a partir de ahora, debo saberlo también.
—Evy...
—Recuerda que dije que te ayudaría. A pesar de todo. —comentó.
—Y con eso en mente, te doy toda la razón ¡Nada más que discutir, Naheim! Deja que tome asiento en la mesa con nosotros —exclamo el lorne.
Volvió a tomar asiento en la mesa, se dejó caer sobre la silla bajo un suspiro de agotamiento después de lo que habían pasado. Por su lado, Naheim tomó uno de los asientos y lo dispuso a su lado, acto que Evy aceptó. Cuando todos estuvieron en la mesa, Petunia bufó.
—Esto no es la corte, pero es igual de desgastante. —Suspiró—. Lo que deben saber por ahora, es que esta pequeña isla está bajo el control de Gorrín Elv. Un sujeto bastante deleznable y detestable. Ha hecho colocar grupos de guardia por cada cuadrado de la ciudad como si eso bastara para que no lo sacrificaran si las personas tuvieran la oportunidad. Claro que, ellos tienen el poder. Muchos lo han intentado. Apoyaron a Emur Jenar hasta el final, hoy están presos o muertos.
—Serán juzgados por tratar de hacer lo más lógico... —comento Folg.
—Al contrario, morirán en sus celdas con sus propios fluidos alrededor de ellos porque, como bien dices, hicieron lo más lógico y ante un juicio, la lógica prima por sobre la necesidad de castigo de aquellos que se ven minimizados cuando le muestras que sus acciones u pensamientos son una clara ofensa a la cordura. —exclamó Petunia.
En su voz cada palabra resonaba con tanto ahínco como para llegar a cada punto oscuro en la mente de su interlocutor.
—Ahora Emur ha logrado escapar, pero nadie duda que intentará ingresar...
—Tern lo ayudará. No sé de qué manera, pero ambos se han aliado —respondió Naheim.
—Eso es bueno. Aunque no es lo que nos concierne. Las sombras deben saber de su llegada a Valquicio, pero no puedo saberlo desde aquí. Mi hogar está protegido por siete columnas que cree cuando me convertí en... esto. Debo salir al centro de la ciudad, Folg me acompañarás.
—¿Un lorne y un gato? ¿No te parece demasiado peculiar? —preguntó extrañado.
—No actuarás como si fuéramos pareja si esa es tu preocupación. Seremos amo y mascota. Obvio, tú serás la mascota —lanzó Petunia de manera tajante.
Una risilla a medio venir provino de Evy. Petunia la miró por breves segundos en los que Evy cambió su postura y aclaró su garganta para parecer que sentía alguna clase de cosquilleo.
—Te expondrás demasiado, Petunia. —murmuró Naheim.
—No lo suficiente. Demasiado fue hace diez años, cuando Gogen Datell nos encontró. —respondió.
—Aun me cuesta creer que el señor Gogen pertenezca a una orden ¿Es probable que esté aquí? —inquirió más para sí que para el resto.
—La Orden de Magos de Altier tiene reuniones importantes cada cierto tiempo. Después de lo que ocurrió no han vuelto hace mucho, pero todavía hay magos viviendo aquí. Supongo que volverá en algunas circunstancias. ¿Cómo lo conociste? Nadie de la orden suele darse a conocer tan simple, a menos que formes parte de ella como alguna vez lo fui yo —Aclaró
—Él trabaja en el mismo hotel donde trabajo sirviendo tragos.
Petunia se quedó inmóvil, Folg intercambiaba miradas con Naheim quien a su vez no paraba de mirarla a ambas. Ese había sido un giro inesperado.
—¡Ja! Eso no lo vi venir —resopló—. En todo caso es buena hora para descansar, el pájaro puede tomar las afueras, tú ya sabes cuál es tu habitación y no me preocuparé por ti, Naheim, aunque no se noten debes tener unas ojeras parecidas a las de un muerto —lanzó.
—Gracias por tu consideración —murmuró irónico.
Folg se removió del asiento cuando Petunia se lanzó al suelo para seguir un pasillo angosto donde las puertas de tono verde le adornaban. El mismo a donde llevó a Evy en primera instancia. Evy, que veía a Naheim dudosa, dio media vuelta y siguió a Petunia por el mismo camino.
—Bien, ahora la gata es la líder —exclamó Folg en tono jocoso—. Y no es que me moleste, pero no es un poco ¿Extraño?
—¿Qué puede ser normal aquí, Folg? —lanzó Naheim—. Más me preocupa que este lugar este en decadencia. Los días gloriosos de Valquicio se terminaron y no me había dado cuenta.
—No te martirices. Para mí nunca hubo nada de glorioso en este lugar, puedes vivir con eso —lanzó el lorne—. Trataré de reponer energías, aunque no duermas deberías hacer lo mismo —dijo.
La caída de la noche solo le trajo más inquietud a Naheim, recordatorios y memorias que había tenido que enterrar de una forma u otra. Se encontraba a sí mismo como un navegante en un mar de hilos negros con puntos blancos que, quizá, demostraban una luz hacia algún lugar. En realidad, llegó a una segunda habitación que Petunia no les mostró en ningún momento. Ese mar de hilos se convirtió en paredes negras y los puntos, simples espejos sin reflejos. Lo que había visto anteriormente solo era un imagen para despistar a los incautos. Muchas veces la vio hacerlo cuando necesitaban escapar de alguien. No se comparaba a la barrera que él había creado y eso solo mostraba la capacidad mágica de Petunia. Aunque solo fuera una gata.
—Supongo que eres un caminante —escuchó.
Petunia lo veía desde la entrada. Si tan solo pudiera descifrar la mirada de un gato, sabría qué estaba pasando por su mente, sin embargo dudaba de ser un buen adivino.
—Eso parece. —respondió austero—. ¿Me preguntarás en qué estaba pensando?
—Sé en qué estabas pensando. Te ayudé una vez ¿lo recuerdas? Bueno, no puedo decir que fue un glorioso intento, pero estuve a tu lado.
—Y lo lamento todos los días.
—Por eso no me hablaste cuando Madame Berthi te lo pidió. —dijo.
—¿Puedes pedirle ayuda a alguien a quien ya lastimaste una vez? Yo no me creo capaz —contestó.
Volvió la mirada hacia el interior y caminó hasta creerse en el centro de la habitación. Tomó asiento en el suelo, respiraba hondo sin dejar de observar los espejos. La luz de la habitación contigua les otorgaba una mísera línea de brillo.
—¿Conoces este tipo de habitación? —Preguntó ella.
—Estuve en una hace mucho tiempo. Entra —Pidió.
Al cerrarse la puerta, la luz salió de la habitación. Ambos estaban frente a frente aun cuando no pudieran verse, podían sentir sus respiraciones. En un segundo, el suelo se transformó. La gramínea se elevó y dejó un claro de forma circular que los rodeaba. El cielo se iluminaba de estrellas que arropaban las altas torres de Ehorla'hum. Las nubes pintadas con líneas moradas y violetas envolvían el edificio. La hacían ver más siniestras de lo que en realidad era.
—No importa cuánto tiempo haya pasado, esa imagen jamás podré borrarla —comentó Naheim.
En sus recuerdos incluso su vestimenta había cambiado. El traje blanco con las líneas negras rodeaban las finas costuras del traje con mangas tan largas que cubrían sus manos. Petunia lo miró con tristeza, se levantó del suelo y respiró tan hondo como el viento que los rodeaba le permitía. Podía ver sus dedos largos y las líneas en ellas. sus pies desnudos a penas cubiertos por una fina tela.
—Gracias por recordarme con esta forma. A veces olvido que alguna vez fui humana —murmuró.
—Para mí no has dejado de serlo, Petunia —murmuró—. Lo siento...
—Nunca dejarás de disculparte.
Él sonrió.
—No lograrás llegar más allá de lo que lo hicimos nosotros en su momento. Debes considerar eso, pero si lo hacen no le pidas nada que ella no pueda dar. Después de todo estoy segura que no sabía nada de este lugar —zanjó.
—No lo haré. No es esa mi intención, ahora no.
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