Fuimos nébulas


El campo era extenso con el verdor sobresaliente del suelo. Los hombres de Grad Nebul estaban dispuesto al frente de un muro que defenderían a cualquier costa. Entre ellos, hombres a caballo y otros sobre elefantes se mantenían al frente. La imagen se llenaba con un aura tan negra que generaba cierto temor en su contralateral.

Ecos lanzó un silbido que llamó la atención de varios magos. Los trajo al frente y dispusieron de arcos de metal que lanzarían a un cielo gris. El tiempo jugaba en contra. Datell tragaba hondo. No era la primera vez que estaba al frente en una guerra, sería la primera vez que lo haría por una tierra a la cual nunca perteneció, pero solo por Evy, pelearía batallas donde sea que ella estuviera. Lo había entendido tan pronto como esa niña llegó a su casa de la mano de su madre.

Quinag esperaba por el momento perfecto para entrar a la ciudad. Acorazada como estaba, necesitaba la distracción que generaban los magos al frente en aquel explayado de tierras fértiles. Emur le lanzó una mirada certera, el sonido de las flechas se escucharía en cualquier momento y ambos deberían ingresar a como diera lugar. Era la oportunidad perfecta entre que el miedo y el nerviosismo los hacía pensar en situaciones que esperaban no enfrentar. Quinag dejó su mente en blanco. Cerró los ojos con fuerza para escuchar el sonido.

El silbido del viento despedido entre el enjambre de las flechas en el cielo que caían con fuerza para hacer que emanara gritos violentos de sus adversarios.

Tan pronto lo escuchó sus pies se movieron. Nunca se perdonaría fallar, nunca se perdonaría no completar sus objetivos.

Entró.

Las voces de Eco y Akali rugían entre los gritos de dolor.

Datell aguardaba atrás. Observaba a sus pupilos pelear una batalla con todo el poder que podían mostrar, entre la magia y el combate a cuerpo, notaba lo único que no le gustaba de las grandes batallas. La visita de aquel siniestro que se regocijaba con la sangre de los suyos recorriendo el verde del valle. Respiró profundo. ¿Cuánto tiempo más podría soportarlo? Necesitaba esperar. Debía ver el humo dentro de la ciudadela para pasar por sobre el enemigo y los suyos e ingresar. Ese era su objetivo ¿Cuánto más debía esperar?

Miró el miedo a su alrededor, el temblor en las manos; el movimiento de la manzana de adán al tragar, pero más allá notó el dolor en los ojos de Evy. Sus puños contraídos al punto de romperse. Su mirada llena de rencor. Ese rostro lo había visto alguna vez en su padre cuando la injusticia se mostraba frente a él. Digna hija de Vises Oginis, pero lo siguiente que notó, debía haberlo esperado.

Evy volvió atrás entre las filas y tomó uno de los caballos que un hombre de Emur Jenar tenía entre manos. Lo haló hacia ella para montarlo. «Esperar». No podía esperar. En su mente una palabra estaba presente «Enjant». Y todavía no sabía que significaba, pero volvía a ella con fuerza. Naheim notó la acción de la nébula, antes de que pudiera perderla entre las filas de los hombres tomó su brazo. Un escalofrío recorrió su columna y una chispa azul se iniciaba en aquel roce. Evy lo observó con la decisión en sus ojos sombríos, misma que él terminaba de aceptar sin mediar palabra alguna.

Naheim hizo lo que se esperaría. Tomó el camino que Evy dictaba cabalgando en medio del valle, con la voz de Datell lejana quien gritaba su nombre emergido de su diafragma. «Esperar». Ninguno podía esperar más.

La nébula atravesó el campo de magos y sombras que luchaban entre sí. En la lejanía pudo ver a Forany pelear por su vida más que por avanzar; un adversario la tumbó del caballo. Ella se levantó en cuanto notó que iba por ella en un segundo golpe.

—¡¡Evy!! —escuchó en el mar de hombres su nombre. Reconocía la voz, pero su mirada estaba al frente.

Evy se enfrentó a la sombra, con puñal en mano en cuatro golpes lo dejó en el suelo y siguió. Su brazo ardía, su corazón latía; la adrenalina la forzaba a seguir entre que las lunas se iluminaban en su brazo. Su constelación pedía a gritos hacer lo que debía hacer. Como el fuego entre la brea, la chispa la recorrió y su cuerpo se esfumó. Atrás quedaba la silueta de un ser humano, volvía a ella aquella ave en la que alguna vez se transformó. El miedo recorría a los suyos y a las sombras ¿Quién podía imaginar aquello? Con el simple aleteo varios se despedían de la tierra y algunos aguantaban fijos en ella. Naheim se acercó tanto como la columna de aire se lo permitía.

—Evy —murmuró.

La nébula miró atrás a quien siempre estuvo a su lado.

—Bien —respondió él.

Evy alzó el vuelo. Naheim le seguiría hasta la ciudadela.

En el aire Petunia notaba la gran ave que emergía del campo. Y como un gran manto cubría el valle, si no aprovechaba ese momento nunca más podría hacerlo.

—¡Adelante! Vamos contigo, Evy —exclamó.

De un aleteo las puertas volaron fuera de las bisagras, aunque recibía cuanto disparo de arcos y lanzas podían, trataba en lo posible de permitir la entrada de los suyos. Evy se adentró hasta llegar al frente de una edificación de grandes arcos y custodiada por los hombres de Grad Nebul. Se asentó entre los muros del lugar para usar el viento a su favor y alejarlos, sin embargo, ellos dieron contra una de sus alas. La hicieron caer al suelo, ella resistía. Los alaridos alarmaban a Naheim. Cuanto estuvo adentro, peleó con espada en mano y la magia que Seseria le había otorgado.

Veía a Evy asustado. Ella intentaba quitarse de encima las sombras, pero una fuente de magia atravesaba otra de sus alas, le impedían volar o moverse. Se retorcía ante el dolor que le generaba, la impotencia que le provocaba no poder seguir. Trató como pudo de elevarse, aun con sus alas ancladas ¿cómo podían hacerlo? ¿Cómo podían mantenerla aferrada ahí cuando eran tan pequeños? Pero cómo podía ser tan ilusa como para creer que Grad Nebul no evitaría algo así de nuevo. Estaba preparado, era evidente.

Sus ojos buscaban con desesperación la figura de Naheim quien peleaba a su diagonal, intentaba llegar a ella.

Evy cerró los ojos una vez y lo volvió a ver, Ecknar notó la resignación en ella. No dejaría de luchar, pero estaba dispuesta a más y él debía aceptarlo de la misma forma en que aceptaba toda idea de aquella nébula. Él asintió una vez con la cabeza. trató de respirar despacio, lo vería por primera vez.

Y por última vez.

De Evy emergió un grito ensordecedor. Llamó la atención de Datell quien aun en la lejanía lo escuchó, había corrido tras aquellos dos luego de verlos ir hacia la pelea. Petunia peleaba entre los escombros de un muro cuando lo escuchó y su corazón se paró. Volteó para tratar de ver más allá. Forany yacía contra la tierra húmeda. Una herida en su abdomen y otra en su pierna le imposibilitaba de seguir aun cuando lo deseara. Sonrió consciente de quien podría generar aquel clamor.

En medio de la sangre perdida entre las escaleras y la destrucción de las paredes, Emur peleaba contra Nebul a pesar de sus lesiones. El gran gobernante de Ehorla'hum se veía en vilo. Quizás al inicio de aquella locura, pensó tener toda la ventaja posible. Hacer que una nébula mayor cayera incluso antes de llegar hasta él era lo que esperaba y, viendo que aún no estaba ahí, sabía que lo había conseguido. Amurallar la ciudadela al punto en que sus hombres evitaran todo paso también había sido estrategia bien pensada, pero su debilidad era su falta de energía. Misma que Quinag usaba en su contra. Pelear uno a uno era lo que Nebul habría esperado. El gran Grad Nebul había sido cegado por un nébula de cinco lunas. Tan débil estaba, que no lo había querido.

En medio de aquel idílico movimiento para atravesar el hombro de Emur, Nebul sonreía ante la posible muerte de un hombre que hacía mucho esperaba ver su cabeza rodar. En cambio, Jenar lo hacía consciente de que ya no tenía más fuerzas, aunque ver en el fondo la silueta de Quinag alzada con una espada sostenida por sus dos manos y un grito lleno de convicción, era lo mejor que alguna vez creyó ver.

Una constelación se divisó en medio de aquel patio. Evy mostraba ante los ojos de Naheim el final de una flecha, y el rayo surgiendo de la garganta del ave de fuego que usó para incinerar todo a su paso. Incluyéndose.

El fuego ardía alrededor de ella y se extendía hasta llegar a él. Ahí dentro sentía tanto dolor, pero no era comparado con el hecho de que una llamarada envolvía a la nébula, la perdía de vista. Caminaba como podía, con el dolor consumiendo sus extremidades. Su pecho dolía, su respiración se agitaba. Buscaba la manera de tranquilizarse, pero era más su necesidad por encontrarla que no lo dejaba lidiar con lo sucedía dentro de él. En cambio, toda su atención estaba puesta a su alrededor.

Cuando el fuego consumió todo y solo quedaba vestigios, la vio en su figura humana. Con la vista perdida, entre escombros y cuerpos incinerados. Caminó hasta verse frente a ella, solo cuando tomó su brazo, la mirada de Evy se enfocó en él. La atrajo hacia él.

—Naheim... —musitó.

—Descansemos —susurró.

Con cada movimiento, una parte de él dolía más que la anterior. Se recostó de una pared aun estable y, con Evy en sus brazos, respiró hondo. Entre el dolor y el cansancio no sabía cuánto anhelaba un instante de tranquilidad. Aferró a la nébula entre sus brazos; Evy mantenía su mano aferrada al de Naheim. Notó una imagen que no había visto y no pudo evitar alzar la mirada para verlo.

—Hay una luna en tu palma —musitó.

Naheim sonrió.

—Sí.

Evy mostró una pequeña sonrisa. Entendía lo que significaba aquella luna en su mano.

—¿La viste? —preguntó.

Él asintió con la cabeza.

—Era más hermosa de lo que esperaba —susurró—. ¿Así es como termina?

Ella asintió levemente. Se enganchó a él hasta el momento en que sus brazos no pudieron sostenerlo más, ni él a ella. Ambos exhalaban el último aliento que les quedaba para verse hasta el final.

Los pasos de la maga eran cortos. El cuerpo le pedía un descanso mientras que su mente le decía que caminara. Veía los cuerpos alrededor buscando vida entre la muerte. Sus ojos se agrandaron cuando notó el cuerpo de Forany en medio del valle. De todas las personas que había visto, aquella silueta era de las que no esperaba encontrar. Petunia se acuclilló a su lado y, antes de que si quiera se atreviera a buscar sus signos, escuchó su respiración agitada.

Sonrió alegre por ello. Le asustaba pensar que había muerto en batalla y también la odiaba por darle esa clase de susto.

—Levántate de una vez. No debes darme esa clase de susto —lanzó Petunia.

Forany se rio. Abrió los ojos solo para notar la cabellera alborotada y llena de sangre de Petunia en su forma humana. Se giró sobre sí misma aun adolorida.

—Qué vergüenza —lanzó Petunia.

—Lo buen de ser una diosa maldecida, es que morir no es una opción, pero el dolor es terriblemente odioso —dijo. Carcajeó con solo pensarlo, hasta que su mente encontró algo de claridad y recordó a la nébula al calor de la batalla.

—Evy.

Petunia bajó la cabeza, prefirió fijar la mirada en su lateral sin saber que encontraría un cuerpo sentado sobre sus piernas con la cabeza baja. Era la imagen de Akali; un nudo en su garganta se atoró. Forany buscó lo que los ojos de la maga veían con tanta tristeza.

—Es...

—Akali —respondió Petunia.

Forany se removió. Se levantó del suelo de la manera en que pudo aun cuando su cuerpo parecía desear quedarse postrado en el suelo. Miró la imagen desoladora de aquel valle que había perdido todo su color. Empezó a caminar, necesitaba buscar a aquellos dos. Petunia le siguió de cerca hasta la entrada de la ciudadela. El aroma era fuerte, el fuego había devorado todo a su paso y los cuerpos yacían entre los escombros, algunos de ellos se iban con el viento.

Petunia caminaba sin buscar nada, solo creía que detrás de las puertas de la entrada quizás los encontraría. En cambio, la mirada de Forany se iba en ver todos los cuerpos con la esperanza de no encontrarlos entre ellos.

Pero lo hizo.

—Petunia —La llamó.

La maga giró sobre sus pies para ver a Forany. Dejó de respirar por un instante.

Forany se había topado con los cuerpos de aquellos dos abrazados entre sí, mirándose como si sus rostros fueran lo último que desearan ver. Agarrados entre sus dedos porque no podían dejar de sentir la calidez de sus cuerpos. Forany cayó sobre sus rodillas ante ellos, se negaba a creerlo aun cuando los tenía en frente de ella. Envueltos en una capa de cenizas, se perdían en el viento como el resto de los cuerpos.

—Vuelen alto... —musitó Petunia.

Jenar estaba al frente de una gran hilera de hombres que apenas habían sobrevivido. Os malheridos habían sido puestos en campañas para recuperación, quienes aun podían sostenerse estaban a su lado y eso incluia los magos de la Torre. Datell y Ecos observaban lo que quedaba del valle. Era un gran circulo lleno de sangre y cenizas.

Quinag dio un paso adelante y, junto con él, las nébulas que quedaban le siguieron. Extendió su brazo derecho donde sus cinco lunas se iluminaban. Pasó su mano contralateral sobre ellas, las lunas se mostraron frente a él. Así mismo, el resto de las nébulas lo hicieron igual. Cientos de lunas se mostraron como luces que iluminaron un cielo en la oscuridad. El hombre se devolvió al lado de Forany quien observaba como desaparecía las sombras del valle y, en cambio, flores emergían del suelo.

—Todos somos de la tierra —murmuró la maga.

Quinag no respondió, pero estaba de acuerdo. Aquel tributo significaba lo que Forany había dispuesto en palabras.

Las voces aun resonaban en la mente de Datell; los sentía cerca de él, como si cada uno de ellos estuvieran a su alrededor gritando de dolor. No podía evitar sentirse agobiado por lo que su mente preparaba como recuerdos tormentosos de un pasado tan cercano y palpable. Aunque la razón de aquella perdida valía la pena, recordar cada rostro perdido en aquel valle eran punzadas que ardían.

—Gogen —Lo llamó Ecos.

Lo sacó de su ensoñación, Ecos tomaba de su hombro en un gesto fraternal que Datell agradeció.

—Es hora —comunicó.

—Ha sido muy pronto —contestó Datell.

—Supongo que es lo mejor. El mundo Inverso volverá a su cauce, podrán reconstruir el daño que ocasionó Nebul y nosotros debemos hacer lo mismo. Ya no solo se trata de haber perdido a Oginis, ahora se trata de Akali. Debemos sepultar a una de nosotros —dijo y resopló—. Seguramente iniciaremos el proceso para escoger a otros...

—Sigue siendo muy pronto —murmuró Datell—, aunque lo entiendo. ¿Ellos están listos?

—Petunia los envió antes, muchos de esos chicos necesitaran un descanso en casa. Lo mejor es que sea ahora —dijo Ecos.

Dejaba entrever cuan cansado se encontraba, sus hombros caídos, sus ojos apagados y la trsiteza reflejada en ellos.

—Entiendo que Petunia se quedará, igual que Forany.

Ecos miró por el rabillo del ojo a su compañero.

—Me iré antes, nos vemos en unos días —terminó Ecos.

—Adelante —Asintió Gogen

Ambos estaban heridos y ambos necesitarían todo el tiempo que podían para curarse. Para Gogen era mejor hacerlo en silencio, y Ecos lo entendía tanto como para seguirlo en aquel luto solitario.

El portal yacía abierto ante los ojos de Petunia, miró hacia atrás solo cuando sintió la presencia de Datell y se obligó a agachar la cabeza. Gogen acarició su hombro con una sonrisa dolorosa.

—Nos veremos pronto —dijo él.

—Eso espero —contestó ella.

—Cuida de la Torre, Petunia. Sé que lo harás excelente como directiva —dijo y entró en el portal.

No esperaría respuesta alguna de ella. Petunia agradeció la confianza depositada.

En una cita común, las diosas disfrutaban de la maravilla de un cielo despejado a las fueras de un vivero de rosas inquietas por el viento. Serinthya tomaba de la pequeña taza de porcelana con toques dorados cuando Amilava dejaba la suya sobre la mesa y la miraba con la intriga que le caracterizaba. Notaba la mirada nostálgica pero traviesa en los ojos de su vieja amiga. Sabía que aquello se debía a algo que ocultaba y es que Serinthya tenía una forma particular de actuar cuando había hecho algo que, quizás, no fuera permitido. Era atrevida, estaba de más decir, pues qué se podría esperar de la diosa de Phoreria. El atrevimiento era parte de su firma. En lo personal, parte de ella misma.

—Suéltalo ya. —dijo la diosa.

Serinthya enarcó una ceja y se limitó a verla por el rabillo del ojo sin dejar atrás esa sonrisa socarrona en su rostro.

—¿A qué te refieres? —Preguntó.

—A lo que sea que me estés ocultando 

Serinthya se encogió de hombros como si no entendiera a su amiga, aquello le divertía.

Amilava se alejó. No sabía en qué momento su cuerpo parecía estar sobre la mesa, algo impropio de ella. Respiró hondo y probó otro sorbo de su té con la mirada perdida en la hoja que flotaba sobre ella. Volvió a ver a Serinthya quien disfrutaba de la vista al vacío.

—Les has concedido una promesa, ¿no es así? —dijo.

—Por favor, Amilava. No puedo darles la única promesa que me pertenece —dijo.

Y la respuesta conmovió a Amilava. Dentro de ella su corazón latía con toda la fuerza que podía hacerlo. Una sonrisa llena de alegría se mostraba en su rostro, siendo tan jovial que Serinthya no podía evitar mirarla. La ilusión llenaba los ojos de su vieja amiga.

—¡Lo sabía! Cuéntame, Serinthya ¿Cómo están? —preguntó extasiada por la noticia—. ¿Qué sucede? —inquirió cuando no encontró una respuesta inmediata.

Serinthya sonrió amplio y suspiró profundo. Como a Amilava su corazón se llenaba de regocijo, aunque no tenía las respuestas a las preguntas de su amiga. Eso solo lo sabían ellos, lo que sí podía responder era distinto a lo que Amilava esperaría.

—El amor... —dijo luego de unos segundos.

Esa sola frase le bastó a la diosa para entender que ahí donde estaban, estarían bien. Ambas se contemplaron cómplices y una sonrisa se mostró en sus labios. La vista al horizonte se hacía largo, pero emocionante. En esa historia el final aun no llegaba.

Aún no.

Fin

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