Capítulo 7

Este capítulo es un poquito corto pero el siguiente es muy largo, no worries :)

Me limpié la gota de sudor que me caía por la sien y, acto seguido, apoyé las manos en las rodillas. Estaba agotada y, por lo que se podía intuir, mis compañeros de equipo se encontraban en situaciones bastante similares.

Como siempre, el entrenador nos había puesto una actividad cualquiera —y agotadora— para tenernos cansaditos y que no nos quejáramos mucho. Especialmente ahora que Marco había sacado el tema de jugar en un torneo de baloncesto y sabía que andábamos un poco nerviosos con la idea de empezar a entrenar.

—No puedo más. —Tad se detuvo a mi lado con las manos también en las rodillas—. Como dé otro paso, me quedaré sin piernas.

—Ya somos dos —murmuré.

—¿Cómo crees que lo hacen ellos?

Los demás también parecían cansados, pero ni la mitad que nosotros. Especialmente Víctor y Marco, que eran los únicos que todavía, pese a todo, correteaban de un lado a otro.

Son cíborgs. E ahí la respuesta.

—¿Estáis haciendo un descansito? —preguntó Oscar y, aunque no estaba tan cansado, también se detuvo a nuestro lado—. Me apunto.

—¿Qué sentido tiene estar dando vueltas al campo si no entrenamos? —me lamenté—. Se supone que estas horas son para mejorar en baloncesto, y no hacemos más que tonterías...

—Díselo al entrenador, entonces —concluyó Oscar—. Si es que te atreves.

No, no me atrevía. Después de todo lo que me había costado ganarme mi posición en el equipo, no quería ponerla en riesgo por una tontería.

—Bueno —dijo Tad entonces, y ambos lo miramos—, ahora el entrenador no está y no puede ver lo que hacemos...

Y tenía razón. Se había ido a por algo de beber y, como siempre, seguramente se quedaría un rato por ahí mirando el móvil y pasando de nosotros.

—Es verdad —dije, teniendo la revelación del siglo—. ¿Y si aprovechamos para entrenar de verdad?

Tad torció el gesto.

—Eh..., yo lo decía por descansar...

—Me parece una buena idea —concluyó Oscar, e hizo un gesto a los demás—. ¡Oye, acercaos, que Ellie ha tenido una idea!

Eddie, Marco y Víctor no parecieron muy convencidos, pero aun así se acercaron a nuestro reducido grupo. Y no me quedó otra que explicarles la idea de entrenar.

Como desde que habíamos llegado, Víctor no dijo nada. Se limitó a contemplar la situación mientras Marco asentía con convicción.

—¡Exacto! Si el entrenador no lo hace, tendremos que hacerlo nosotros.

—¿Y cómo se supone que vamos a organizarnos? —preguntó Eddie, a su lado. Tenía una ceja enarcada.

—Entre nosotros, ¡ya te lo he dicho!

—Sí, ¿y quién nos organiza a nosotros?

—Necesitamos un capitán —interrumpió Oscar—. Y que conste que yo no me presento voluntario. Ahí dejo el dato.

Sus palabras dejaron un momento de silencio sepulcral en todo el grupo. Especialmente cuando todos empezamos a mirarnos entre sí, como si el de al lado fuera a lanzarse sobre el otro en cualquier momento.

Pero nadie se lanzó sobre nadie, y justo cuando creí que Marco iba a abrir la boca, me adelanté a él:

—Yo voto por Víctor.

No sé quién pareció más pasmado, si el propio Víctor o todos los demás, que me miraron los ojos muy abiertos.

—¿Tú? —inquirió Eddie.

—¿Por Víctor? —inquirió Tad, a su vez.

El exceso de atención empezó a hacer que me sintiera incómoda, y me crucé de brazos con fuerza.

—¿Algún problema?

—¿Lo tienes tú? —preguntó Oscar—. ¿Te has caído de la cama al despertarte o algo así?

—¡Seguid con las votaciones y ya está!

—Yo voto por Ellie.

En cuanto escuché las palabras de Víctor, me giré en redondo hacia él. Pero, al contrario de su sorpresa, lo mío fue irritación.

—Yo no quiero ser capitana —recalqué.

—Pues te jodes, que ya tienes un voto.

Yo le había votado en un triste intento de pedir perdón, pero él me había votado en un triste intento de molestar. Por lo tanto, mis ganas de ser diplomática se esfumaron y solo quedaron las de querer joderlo.

—Víctor sería mucho mejor capitán que yo —aseguré enseguida—. Miradlo. Os conoce muy bien, sabe lo que hace...

—Pero yo no tengo la disciplina de Ellie —interrumpió él con una mano dramáticamente en el corazón—. Lo que quiero es lo mejor para el equipo, y desde luego necesitamos organización.

—Yo soy muy competitiva —intervine de nuevo, cada vez más irritada—. Imaginad lo que pasaría si perdemos, ¡sería un caos!

—Que es justo lo que necesitamos en el mundo del deporte. Si nos sentimos mal al perder, ¡haremos todo lo posible para evitar sentirnos así otra vez!

—¡Un equipo necesita apoyo!

—¡Y disciplina!

—¡Y...!

—¡Oye! —interrumpió Marco de repente—. ¡Yo también quiero presentarme voluntario! ¿Por qué nadie me está defendiendo?

—Porque nadie va a votarte —respondió Oscar sin mirarlo—. ¿Podemos terminar con esto?

—¡Voto a Ellie! —chilló Tad.

Lo miré, sorprendida y agradecida a partes iguales. Aunque no quisiera el puesto, no estaba mal ver que alguien confiaba en mí para sobrellevarlo.

Yo creo que solo te ha votado para que nadie lo considere a él, pero vale.

—Yo a Víctor —dijo Eddie, y se ganó una mirada de ojos entrecerrados por parte de Marco—. ¿Qué?

—¡Tenías que votar por mí!

—No te ofendas —intervino Oscar tras un bostezo—, pero preferiría morderme los pezones a mí mismo que tener que aguantarte como capitán. Yo voto a Víctor.

Con solo un voto de diferencia, todos miramos a Marco. Si se votaba a sí mismo, Víctor ganaría y ya estaría todo solucionado.

Pero no, el puerco tuvo que cruzarse de brazos y señalarme.

—Pues yo voto a Ally.

—Ellie —corregí entre dientes.

—¿Qué hay que hacer si hay empate? —preguntó Tad.

—Pues desempatar —concretó Eddie alcanzando una de las pelotas—. El primero de los dos que enceste, se queda con el puesto. Es lo más rápido.

Lanzó la pelota en nuestra dirección y, aunque ninguno de los dos se movió demasiado, al final Víctor la alcanzó y empezó a botarla de vuelta hacia el grupo.

Bueno, de vuelta hacia mí, porque los demás se habían alejado un poco para dejarnos cierta área de juego. Puse los brazos en jarras, dejando bien claro que no iba a hacer nada, y Víctor se detuvo delante de mí botando la pelota.

—Se supone que ahora tienes que intentar robármela —sugirió, y era lo primero que me había dicho en todo el día.

—No me interesa el puesto.

—Ni a mí tampoco.

—Pues tampoco hagas nada.

—¿Estás segura de que es lo que quieres que vean los demás de ti? No creo que necesiten más motivos para creer que no juegas bien, especialmente ahora que estás convenciéndoles de lo contrario...

Dirigí una mirada de soslayo al grupo, que nos observaba con interés, y luego me volví hacia Víctor con los dientes apretados. Él lucía una ceja enarcada y un amago de sonrisa.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿Vas a intentar quitármela o qué?

—Déjate perder.

—¿Y por qué haría eso?

—Porque... emmm... ¿te lo pido?

—Ah, eso te habría servido hace tres años, pero ahora vas a tener que ofrecer algo más.

Abrí la boca y volví a cerrarla. Maldita sea, ¡por cosas así nunca intentaba hacer las paces con nadie!

Mientras pensaba eso, Víctor rebotó la pelota en el suelo y me la pasó de forma disimulada. Yo la atrapé con mala cara y empecé a botarla. En cuanto hice un ademán de pasar por su lado y él me dejó, me detuve y volví a mi posición inicial. No iba a intentar encestar de ninguna forma. ¡Imagínate que acertara sin querer!

Mi única esperanza era que Víctor me robara la pelota, pero se limitaba a mirarme sin ganas de mover un solo dedo.

—¿Y qué quieres? —pregunté—. Porque no haré lo de arrodillarme.

—Y estás en tu derecho de negarte.

—Exacto.

—Igual que yo estoy en mi derecho de negarme a perdonarte.

—¡Eso no es justo!

—Ahora me pongo a llorar, si quieres. Justo cuando encestes y te conviertas en capitana del equipo.

La tentación de lanzarle la pelota a la cabeza fue preocupantemente grande, pero al final me contuve y pasé por su lado. Lancé a la canasta de la peor forma posible y, cuando la pelota rebotó hacia mí, hice como si la perdiera y a Víctor no le quedó otra que recogerla y empezar a botarla él.

—¡Pídeme cualquier otra cosa! —exigí, irritada.

—No.

—¡Víctor!

—¡Elisabeth!

—¡NO IMITES MI TONO VOZ!

Aprovechó el momento de despiste para hacer como si fuera a pasarme la pelota por debajo de las piernas y se hubiera equivocado, por lo que no me quedó más remedio que atraparla y fingir que, de nuevo, no avanzaba porque él no me dejaba.

Pero no podría mantener ese argumento mucho tiempo. De hecho, los demás ya empezaban a mirarnos con extrañeza.

—¿Y si te hago un favor? —sugerí—. El que tú quieras.

—El que yo quiero es ese.

—¡Ya no recuerdo ni qué me dijiste!

—Ponte de rodillas delante de todo el mundo y pídeme perdón.

—¡Vamos, tiene que haber otra cosa!

—No. Es esa.

—¿A qué viene tanto interés en eso? ¿Quieres ponerme de rodillas para satisfacer algún trauma interno o algo así?

—No. Quiero que sea algo que no te resulte fácil, y lo único que tienes más grande que la testarudez es el orgullo, así que quiero que te lo tragues.

—Apuesto a que hay muchas cosas que te encantaría que tragara, ¿eh?

El objetivo era que enrojeciera y perdiera un poco de convicción, pero siguió mirándome con cara de póker.

—Empecemos con el orgullo, y ya veremos qué más nos interesa —recalcó.

Lo que tragué fue saliva, y miré a mis compañeros por el rabillo del ojo. No quería humillarme delante de ellos. Y, desde luego, no quería que tuvieran otro motivo para meterse conmigo... como si no lo hicieran ya las suficientes veces.

Pero, a la vez...

Vamos, campeona, dobla esas piernecitas de grulla.

Volví a mirar a Víctor y boté la pelota, insegura. Él no cambió su expresión indiferente.

—Voy a reclamarte esto hasta que te mueras —aseguré en voz baja.

Una de las comisuras de sus labios se elevó un poco, pero no dijo nada. No me detuvo. Se limitó a mirarme.

Pues... allá vamos.

Piensa que es un bailecito, así es más fácil.

Como si fuera lo más difícil que había hecho en toda mi vida, doblé una rodilla y la clavé en el suelo. Apreté los dientes con fuerza y coloqué la otra junto a ella.

O al menos lo intenté, porque entonces Víctor me quitó la pelota de un manotazo y se hizo con ella.

—¿Qué...? —empecé, confusa.

—Así que estabas dispuesta a hacerlo, ¿eh? Interesante.

Iba a responder, pero entonces salió corriendo con la pelota rebotándole contra el suelo. Me quedé mirándolo con los labios separados por la confusión. Especialmente cuando, en un movimiento, encestó con suma facilidad.

Los demás empezaron a aplaudir mientras que yo seguía ahí, con una rodilla en el suelo. En cuanto empezaron a mirarme, me di cuenta del aspecto que tenía y fingí que solo había bajado a arreglarme los cordones de las zapatillas.

Para cuando volví con el grupo, todo el mundo felicitaba a Víctor. Fingí una mueca de decepción.

—Vaya, qué mal —dije con dramatismo—. Yo que quería ese puesto...

—Otro año será, Ally —aseguró Marco—. Ahora, ¿qué hacemos, capitán? Porque imagino que tienes un plan. Si estuviera en tu lugar, yo ya habría pensado en uno.

Lejos de sentirse intimidado, Víctor se pasó la pelota de una mano a otra con aire pensativo. Lo consideró unos instantes, y después sonrió.

—Espero que no estéis muy cansados, porque tengo unos cuantos.

Media hora más tarde y con el entrenamiento terminado, prácticamente tuve que arrastrarme junto a los demás hacia la salida. Y en mi caso era todavía peor, porque mis compañeros tenían vestuario, pero yo no. Y no tenía pensado entrar en el despacho del entrenador para cambiarme. Me daba mucho asco tener que oler a burrito pasado durante más de dos segundos seguidos.

—Oye, Ellie. —Mientras recogía mi bolsa, Tad se acercó y se detuvo a mi lado—. ¿Te apetece entrar en el vestuario?

—¿Eh?

—Es que me da un poco de lástima que siempre te quedes fuera. Y, como hay una ducha libre... quizá podrías poner una toalla o algo así y cambiarte tranquila.

Abrí la boca para negarme, pero luego recordé lo pegajosa y asquerosa que estaba y me miré a mí misma, dubitativa.

—Es solo una idea —añadió Tad rápidamente—. También puedes esperarte a que salgamos todos y luego entrar tú, si te sientes más cómoda.

Lo consideré unos momentos más, y al final me colgué la bolsa del hombro.

—Vale, vamos a intentarlo.

Entré en el vestuario con una mano delante de los ojos, de modo que solo me veía los pies y me guiaba por la sombra de Tad. Los demás miembros del equipo estaban hablando entre sí, y no se detuvieron al verme pasar. El único que dio señales de haberme visto fue Oscar, que me saludó con la misma calma que si nos hubiéramos cruzado junto a la máquina de bebidas.

—Es aquí —explicó Tad entonces, y me atreví a asomar la mirada por encima de los dedos.

El vestuario era pequeño, y todas las duchas estaban separadas entre sí por un muro de azulejos blancos. Por lo demás, solo había lavabos, cubiletes y varios bancos en los que los demás habían dejado sus bolsas para cambiarse de ropa. No miré atrás para no cruzarme con la colita de ningún compañero, pero imaginé que ellos no tenían tantos reparos como yo.

—Es esa de ahí —señaló Tad, devolviéndome a la realidad. Se refería a la última ducha, que era la más pequeñita—. Nadie la usa, así que podría ser tuya.

—¿Y tú cuál usas?

—La de al lado. Si quieres poner mi toalla en la entrada para que no se vea nada...

Lo consideré un momento y, al final, le aseguré que me arreglaría sola.

Mientras que Tad se duchaba tranquilamente, yo miré a mi alrededor. Víctor y Eddie también estaban en sus duchas y solo se les veía la cabecita. Teniendo en cuenta mi altura, probablemente a mí solo fueran a verme la rendija de los ojos. Visto así, tampoco era para tanto. Además, tampoco era la primera vez que veíamos a alguien desnudo.

Al final, colgué mi toalla en la puerta de mi duchita y, tras asegurarme de que no iba a caerse, me desvestí. Dejé la bolsa justo fuera, junto a mi ropa, y me las arreglé para hacerme con las últimas gotas de agua caliente que me habían dejado los demás. Me duché a toda velocidad, deseando volver a ponerme algo encima en cuanto antes, y finalmente quité la toalla de la puerta y me empecé a secar.

No salí de mi cuadradito de ducha hasta que estuve completamente vestida, y vi que los demás ya habían terminado un buen rato atrás. El único que quedaba todavía era Marco, que estaba ocupado atándose los cordones de sus zapatos de ultimísima colección. Me miró de reojo, pero no me dio demasiada importancia.

—Ally —saludó.

—Sigue siendo Ellie. Igual que todas las otras veces que lo has dicho.

—Ya lo sé. Pero, como no me has votado, te jodes.

—¡Víctor y Tad tampoco te han votado, y no veo que te quejes tanto!

—Ellos son mis compañeros.

—¿Y yo no?

—A ti solo te hemos aceptado para tener un toque de diversidad, Ally. Asúmelo de una vez.

Iba a responder —o a matarlo, una de dos—, pero entonces llamaron a la puerta del vestuario. Oscar asomó la cabeza y, en cuanto me vio, señaló sobre su hombro.

—Hay una chica buscándote por ahí fuera. Le he preguntado quién es y me ha preguntado qué me importa. Muy simpática.

Uy, esa tenía que ser Jane.

Dejé a Marco ahí plantado y salí a verla. Efectivamente, estaba esperando junto a su coche y le daba vueltas a las llaves con un dedo. Al contrario que sus habituales atuendos desgastados, llevaba unos vaqueros negros y una camisa con varios botones abiertos. Me acerqué a ella con curiosidad.

—¿Qué haces aquí? —pregunté.

—Vaya, yo también me alegro de verte.

—Ah, sí, eso también.

—Tenía un rato libre y he pensado que estaría bien ir a tomar algo —explicó ella, aunque no parecía muy entusiasmada con la idea, más bien resignada—. ¿Te apetece?

—Me apetece, pero me extraña.

—¿Por?

—Últimamente, desapareces casi todas las tardes.

—Bueno, pues hoy no desaparezco. ¿Vamos o qué?

Estuve tentada a preguntar por el chisme que claramente tenía entre manos, pero al final decidí que no tenía la energía suficiente como para intentar sacárselo.

—Vale, vamos —concluí, pasándole la bolsa con mi ropa de entrenamiento.

—¿Por qué me das eso? ¿Te crees que soy tu criada?

—Estoy muy débil y cansada. —Hice un puchero.

—Yo también me siento así cada día y no lloro tanto.

De todos modos, metió la bolsa en la parte trasera del coche y yo me subí al asiento del copiloto. Tenía el pelo húmedo por la ducha, y me lo aparté de un manotazo para que no se me pusiera delante de la cara. El proceso hizo que no me diera cuenta de que Jane estaba mirando al frente, pero no arrancaba.

—Pero ¿ese chiquillo vuelve solito a casa? —preguntó.

Se refería a Tad, que estaba bajando tranquilamente por la acera. Era cierto que era más pequeñito que el resto y que, de espaldas, parecía mucho más joven de lo que en realidad era.

—Tiene mi edad —aseguré.

—¿Ese? Imposible.

—¡Me lo dijo!

—Pues te engañó.

Sin añadir nada más, arrancó el coche y dio un volantazo hacia la izquierda. Como todavía no me había puesto el cinturón, di una sacudida y me sujeté donde pude para no salir disparada de mi asiento.

Jane, mientras tanto, había frenado hasta detenerse junto a Tad, que dejó de andar para mirarnos con sorpresa.

—¿Vives muy lejos? —preguntó Jane.

—Eh... ¿Esto es un secuestro?

—No lo es —aseguré, tratando de recuperar la compostura.

—Ah, pues... a media hora andando, más o menos.

—Pues súbete —Jane le guiñó un ojo—, que te llevamos nosotras.

A cualquier persona racional le habría parecido un poco perturbador que una persona desconocida se ofreciera, y más de esa manera, pero para Tad era más importante no andar que no morir en un secuestro, así que se subió rápidamente al asiento de atrás.

No juzgaré porque podría ser yo.

—¿Qué calle es? —preguntó ella.

—Es la...

—Uy, ¿os vais de excursión?

Eddie, que estaba asomado a la ventanilla, analizó a Jane con curiosidad. Ella me miró con una ceja enarcada.

—¿Este es amigo o enemigo?

—Bueeeeno, sigue en terreno neutral.

—Pues súbete —aceptó—. Total, por uno más no pasa nad...

—¡Yo también!

Marco no se molestó en pedir permiso, o en esperar a que Jane dijera nada, sino que se subió al asiento de atrás y cerró la puerta. Iba a protestar cuando, de pronto, Oscar también abrió la puerta de atrás.

—¿Qué hacéis? —preguntó con una sonrisa.

—¡No cabe más gente! —chillé.

Pasó totalmente de mí y, tras analizar la situación, clavó el culo en el asiento y se hizo sitio a base de empujones. ¿El resultado? Marco se quedó entre él y Eddie, y Tad, que era el más pequeñito, terminó sentado sobre el regazo de Marco. Intercambiaron una mirada, y mientras que uno frunció el ceño, el otro se puso rojo como un tomate.

—¿Puede dejar de subirse gente a mi coche? —sugirió Jane.

—Pero ¿no íbamos de excursión? —preguntó Eddie con confusión.

—¡Falta alguien! —dijo Oscar enseguida, y asomó la cabeza por la ventanilla abierta—. ¡OYE, VÍCTOR!

—Ay, no... —Me froté las sienes.

—¡CAPITAAAÁN! —añadió Eddie, también asomado a su ventanilla.

Víctor, por supuesto, se acercó al vehículo con cara de no estar entendiendo nada. Miró a Jane, confuso, y luego le sonrió.

—Ah, Jane, cuánto tiemp...

—¡Súbete de una vez! —exigió Marco.

—¿Y dónde queréis que me meta?

Hubo un momento de silencio antes de que Jane, ni corta ni perezosa, hiciera un gesto en mi dirección.

—Solo hay sitio ahí.

—Aquí no hay sitio —recalqué—. Lo ocupo yo.

—Oh, vamos, es mucho asiento para una sola persona —protestó Oscar.

Mientras tanto, Víctor había dado la vuelta al coche. En cuanto abrió mi puerta, yo me crucé de brazos.

—No pienso sentarme encima de ti —recalqué.

Lejos de enfadarse, sonrió ampliamente.

—Como quieras.

Y, acto seguido, se sentó encima de mí.

Solté un sonido agudo de sorpresa y, mientras que todo el coche se reía a carcajadas, yo intenté quitármelo de encima. Fue un poco inútil, porque ya había cerrado la puerta y se estaba acomodando en mi regazo.

—¡Apártate! —exigí.

—¡Tarde! —exclamó Jane, y dio un acelerón.

El peso de Víctor me aplastó contra el asiento, y al darse cuenta apoyó un brazo alrededor el respaldo y se colocó más de lado. De esta forma, casi tenía la cara enterrada en su axila, pero por lo menos ya no me aplastaba contra su espalda.

Bueno, si hay que comerse una axila, por lo menos que sea la de alguien de confianza.

—¿Qué tal por ahí abajo? —preguntó con sorna.

—Mal. ¡Voy a lanzarte a la carretera!

—Primero tendrás que desenterrarte, y lo veo complicado.

—Oye —intervino Tad entonces, que intentaba apoyar todo su peso en los asientos delanteros para no tener que sentarse demasiado encima de Marco—, quizá es una pregunta un poco tonta, pero... ¿dónde vamos?

—De excursión —explicó Eddie con solemnidad.

—Vayamos al centro comercial —intervino Marco—. Seguro que ahí hay más cosas por hacer y... ¿cómo se ha dormido tan rápido?

No pude ver a qué se refería, pero pronto empecé a oír los ronquidos de Oscar, que se había quedado dormido con la mejilla aplastada contra la ventanilla.

—Lo del centro comercial me gusta —dijo Jane, convencida—. Pero si veis a la policía, más os vale agacharos.

—A mí me duele la espalda si me agacho mucho rato. —Tad hizo una mueca.

—Yo le empujo la cabeza —aseguró Marco.

—¿Es que nadie se da cuenta de lo mal que suena eso? —murmuró Víctor.

Jane, harta del ruido, le dio un manotazo a la radio y subió el volumen hasta que no nos oyó a ninguno. Y así nos encaminamos hacia el centro comercial.

¿Acabará esto en desgracia colectiva? Pronto lo descubriremos. 


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