Capítulo 6
Para mucha gente joven, los sábados significan felicidad. Es el día en el que puedes hacer lo que te dé la gana, salir con tus amigos, olvidarte de tus responsabilidades... A mí también me gustaban los sábados. De hecho, era mi día favorito de la semana. Y no porque no tuviera entrenamiento, ni clases, ni responsabilidades. Era porque podía hacer exactamente lo que yo quería.
Me da miedo preguntar.
Y lo que quería era seguir escrupulosamente con mi rutina especial de sábados.
Fascinante.
7:00 Despertarme y apagar la alarma del móvil. Ni un segundo más, ni un segundo menos.
7:00-7:05 Pausa para pis.
7:05-7:15 Hora de mi café mañanero. Sin azúcar y con leche de avena, por supuesto.
7:15-9:00 Ejercicio. Ese día tocaba cardio.
9:00-9:15 Ducha.
9:15-10:00 Desayuno. Algo que no superara las 400 calorías acompañado con mi batido proteico.
10:00-10:05 Descanso para segundo pis.
10:05-10:30 Hacer el planning de la semana siguien...
Estaba en medio de ese proceso, muy concentrada, cuando de pronto escuché un portazo. Fruncí el ceño, irritada. ¿Quién osaba interrumpir mi intensa sesión de planning?
Asomé la cabeza por la ventana de mi habitación para asomarme al patio delantero. Papá no era, porque estaba en el de atrás. Mamá tampoco, porque había acompañado a Ty a no sé qué. Por lo tanto, solo quedaba una opción. Y, efectivamente, era Jay.
Me asomé disimuladamente, intentando pillar lo que fuera que estuviera haciendo, y me sorprendió verlo hablando con una cabezota pelirroja.
¿Qué puñetas hacía hablando con Víctor? Abrí un poco la ventana para ver si oía lo que decían, pero no hubo suerte, así que me asomé un poco más.
¿Asistiremos a otro episodio de muertes estúpidas? Pronto lo descubriremos.
Asomada, sí que oía algo. Y también los veía mejor. Jay estaba sentado en las escaleras de la entrada, mientras que Víctor permanecía de pie delante de él, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón suelto. Por sus caras, parecía una conversación bastante tranquilo.
—¿En serio? —preguntó Víctor con una sonrisa.
—Sí, pero no funcionó mucho.
Víctor se echó a reír y se balanceó sobre las puntas de los pies, como siempre que lo hacía.
Mira cómo lo conoce.
—¿Por qué pensaste que era una buena idea? —preguntó este, divertido.
—¿Y yo qué sé? Parecía rápido...
—Bueno, está claro que no ha sido así.
—Pues no. Gracias por tanta ayuda.
—No me has pedido ayuda, solo te has puesto a quejarte. Pareces tu hermana.
—No seas cruel.
Será cabrón.
—¡Oye! —se me escapó, olvidándome por un momento de que estaba en modo oculto—. ¡Compararte conmigo es un privilegio, no una crueldad!
Ambos levantaron la cabeza, sorprendidos. Bueno, Víctor estaba sorprendido... Jay parecía más bien irritado.
—¡Es una conversación privada! —recalcó mi hermano.
—Las conversaciones privadas se tienen a escondidas, no en el portal de casa.
—¿Puedes irte de una vez, cotilla?
—¡¿Cotilla?!
Tanteé sobre mi mesa hasta que me topé con el vaso de agua que me había subido un rato antes y, sin dudarlo, lancé el contenido hacia abajo.
Como en eso no tenía mucha habilidad, lo único que conseguí mojar fue el trocito de sendero que había entre ellos. Ambos se quedaron mirándolo un momento antes de volverse hacia mí, confusos.
—Vaya puntería —comentó Víctor—. Con tanta habilidad, brillaremos en cada partido.
—Mi puntería es maravillosa, idiota. Además, ¿qué haces tú ahí? ¿No tienes casa propia?
—¡Estoy hablando con tu hermano!
—¡No te doy permiso para hablar con él!
—No necesito tu permiso.
—Que sí.
—¿Y eso por qué?
Parpadeé y, durante unos segundos, me quedé en silencio. Tenía que pensar una respuesta a la altura de la amenaza.
—Seguro que hoy no has entrenado —comenté con una ceja enarcada—. Deja de perder el tiempo y vete a practicar.
—¡Practicamos cada día!
—No. Practicamos cinco días a la semana. ¡Vete a practicar!
—¡Déjanos en paz! —saltó Jay, ofendido—. Que tú solo tengas vida para entrenar no quiere decir que los demás tengan que hacer lo mismo, ¿te enteras?
Oh, se iba a enterar.
Me aparté de la venta y él adivinó lo que iba a hacer, porque enseguida abrió la puerta de casa. Nos encontramos en el descansillo, cada uno con los puños en las caderas. Víctor seguía en el marco de la puerta abierta, claramente sin saber qué hacer.
—Eh... —intentó decir.
—¿De qué vas? —espeté a mi hermano, pasando del zanahorio.
—¿Y tú? ¿Por qué tienes que meterte en todo lo que hacen los demás?
—¡Porque lo hacéis todo mal!
—¡Como si tú hicieras algo bien!
—¡Lo dice don perfecto!
—¡Por lo menos no soy un obseso!
—Quizá debería irme... —sugirió Víctor, dando un paso hacia atrás.
—¿Obsesa? —repetí las palabras de Jay en tono agudo—. ¡No estoy obsesionada con nada!
—¡Sí que lo estás!
—¿Con qué?
—¡Con todo! Si quieres hacer ejercicio, te obsesionas con hacerlo de manera perfecta. Si tienes que comer, te obsesionas con que todo esté perfectamente equilibrado. Si alguien te hace algo mínimamente malo, te obsesionas con odiarlo.
—¡Yo no odio a nadie!
—¡Anda que no! ¿Y Víctor, qué?
—¡Víctor me la suda!
El aludido suspiró como si se estuviera replanteando cada decisión que lo había llevado a nuestra puerta.
—¿Y Rebeca? —insistió Jay.
—¡Rebeca... también me la suda!
—¿Y Livvie qué?
—Livvie también me... —Vale, ni yo podía mentir tanto—. ¡Yo no estoy obsesionada con ella!
—¡Miras su Omega todos los días, la mitad de lo que piensas es lo mucho que la odias y hablas mal de ella continuamente! ¿Me dirás que eso no es obsesión?
Abrí la boca, ofendida, y me volví hacia Víctor. Él seguía retrocediendo como si quisiera escapar, pero mi mirada lo dejó clavado en el sitio.
—¡Dile que no estoy obsesionada! —exigí.
Víctor levantó las manos en señal de rendición.
—Creo que debería irm...
—¡QUE SE LO DIGAS!
—¡ADMITE QUE LO ESTÁS! —exigió Jay, por su parte.
—¡NO ES SOLO POR ELLA! —salté—. ¡Mi odio se reparte entre ella, Rebeca y Víctor!
El aludido se llevó una mano al corazón, ofendido.
—Pero ¿se puede saber qué he hecho ahora?
—¡Entonces, lo admites! —exclamó Jay—. ¡Eres una mentirosa, hace un momento lo negabas!
—¡No es... el mismo tipo de desprecio! Además, ¡tengo preocupaciones mucho más importantes que odiar a gente irrelevante!
—¡Venga ya, hace un momento ibas a echar a Víctor!
—¡Pues ya no!
Muy airada, fui directa hacia él. Estaba tan confuso que tardó en reaccionar y, justo cuando iba a retroceder, lo enganché de la mano y tiré de él hacia el interior de la casa. Jay nos seguía con los ojos entrecerrados.
—¿Lo ves? —espeté—. Dejo que entre. De hecho, ¡ahora me apetece que lo haga! ¡Víctor, amigui, vamos al salón!
El pobre parpadeó, confuso, pero aun así se dejó guiar sin decir nada. Incluso dejó que lo sentara en uno de los sofás. Se quedó ahí plantado, mirándonos como si no supiera donde meterse.
—¡Mira! —exigí a mi hermano, que nos había seguido, y señalé a Víctor como si fuera una representación de mi grandeza moral—. Cero obsesiones, cero rencores.
—Pero... ¿en serio te piensas que nos creemos eso?
—¡Pues sí, porque tenemos una relación maravillosa! ¿A que sí, Víctor?
—Eh... bueno...
Sin esperar que respondiera, me senté en su regazo y me puse su brazo alrededor de la cintura de una forma un poco agresiva. Él se tensó con perplejidad, pero no se movió.
—¿Ves como tenemos una buena relación? —espeté a Jay, irritada.
—Pues el pobre parece asustado.
—¡No está asustado! —Me volví hacia él—. ¿Estás asustado?
—No, no.
—¿Ves? ¡Deja de inventarte cosas!
—¿Puedes dejar de hacer tonterías? —pidió Jay—. ¡Hace un momento has dicho que lo odiabas!
—¡Porque es verdad!
—¡¿Entonces lo odias o no?! ¡¡¡Aclárate de una vez!!!
—¡Pues no me...!
—¡YA BASTA!
El grito no vino de mí, ni de Jay, sino de Víctor. Ambos nos volvimos hacia él pasmado, mientras procedía a sujetarme de las caderas y ponerme de pie. Después, hizo lo propio y se plantó entre ambos con los brazos cruzados.
Oye, eso de sujetarte de las caderas ha sido sexy.
¡¿Te parece que es el momento?!
¿A ti no te lo ha parecido o qué?
No. Es. El. Momento.
Ni is il miminti.
—¡Sea lo que sea que tenéis que aclarar, yo no formo parte de esto! —aseguró Víctor, devolviéndome a la realidad. Luego me señaló—. Y tú, si tanto me odias, ¡deja de hablarme! ¡Es tan fácil como eso! Limítate a entrenar conmigo, y luego déjame tranquilo, ¿vale? Ahora, si me disculpáis, tengo mejores cosas que hacer que meterme en una pelea de hermanos. Hasta luego.
Y, con esas dos palabras, salió por la puerta principal. Pese al enfado, la cerró con suavidad.
Un caballero, sí señor.
Jay yo nos quedamos ahí plantados unos segundos. Y entonces lo miré con indignación.
—Ya has molestado a Víctor —comenté—. Te parecerá bonito.
Jay se volvió lentamente hacia mí, me miró con los ojos entrecerrados y, finalmente, se sentó en el sofá como si ya no me aguantara más.
—No te aguanto más —confirmó mis sospechas.
—Pues independízate.
—¿Por qué no lo haces tú? Ya que eres tan perfecta...
—Soy tan perfecta que no necesito independizarme para ser independiente.
—Ellie, no te ofendas, pero eres la persona menos independiente que existe.
Eso, por primera vez, hizo que me confundiera por encima de mi enfado. Incluso dejé de hablar a gritos.
—¿Por qué dices eso?
—Toda tu autoestima se basa en lo que piensan los demás de ti —decretó, con una ceja enarcada—. ¿O no?
—¡Claro que no!
—Entonces, ¿a qué viene esa obsesión que tienes con ellos? Con Víctor, Rebeca, Livvie...
—¡Víctor me traicionó! —salté enseguida—. Le enseñó mi carta a todo el mundo. ¡Ni siquiera se lo pensó!
—¿Qué carta?
—Le escribí una carta confesándole mis sentimientos... ¡y se la enseñó a todo el mundo!
—¡Víctor no enseñó nada! ¡Freddy se la robó!
Parpadeé varias veces.
—¿Y ahora quién puñetas es Freddy?
—¡El niño ese que se metía con todo el mundo! ¡El que golpeaste una vez!
—¿Ese al que llamaba Freddy Krueger?
—Sí, ese —aclaró Jay en tono cortante—. Vio a Víctor sacando la carta de su taquilla y se la quitó de la mano. No pudo pararlo antes de que lo leyera en voz alta y todo el mundo empezara a burlarse de él.
—P-pero... ¡Víctor me lo habría dicho!
—¡No le diste la oportunidad! ¡Era el último día del curso y te pasaste el verano bloqueándolo en todos lados! ¿Cuándo querías que te lo dijera?
—¡Podía venir a casa y hacerlo!
—¿Y de qué le habría servido, Ellie? ¡Nos fuimos todo el verano con la abuela Mary!
—¿Ah, sí? —Me di cuenta de que estaba cediendo y me recompuse enseguida—. Quiero decir... ¿cómo sabes todo eso?
—¡Porque estaba delante cuando pasó!
—¡¿Y no me lo dijiste, traidor?!
—¡No me dijiste nada y, además, pensé que lo sabías!
Abrí la boca, ofendida, pero no dije nada. Básicamente, porque no tenía nada que decir a mi favor.
Como cabrea eso, ¿eh?
—Bueno, vale —accedí finalmente—. Acepto lo de Víctor, pero lo de las otras dos no tiene excusa posible.
—¿Y cuál es el gran problema de Livvie y Rebeca, a ver? ¿Qué fue taaaan grave como para pasarte años y años sin hablarles?
—¡Livvie iba detrás de Víctor sabiendo que a mí me gustaba! ¿Te parece poco?
Jay frunció el ceño con confusión.
—¿Livvie con Víctor? Pero ¿qué te has fumado?
La pipa de la paz seguro que no.
—¡Lo vi con mis propios ojos! —espeté.
—¿El qué?
—¡El mensaje que iba a mandarle!
—¿Y qué ponía?
—¡Decía todo lo que le gustaba de él! Su forma de hablar, su forma de moverse, de hablar con ella, de quedarse hablando hasta las tantas de la noche... ¡y terminó diciendo que el rojo había empezado a gustarle por el color de su pelo!
Esperé una clara victoria con sus vítores correspondientes, pero Jay simplemente me miraba como si fuera lo más estúpido que había oído en su vida.
—Y te crees que eso iba para Víctor, supongo.
—Pues claro, ¿quién si no?
—Su hermana, idiota.
Parpadeo. Parpadeo. Empezó a temblarme un párpado.
Fingiremos que eso no es tenebroso.
—¿Su hermana?
—Rebeca.
—¡Sé quien es su hermana!
—Entonces, ¿para qué preguntas?
Parpadeo. Parpadeo. Parpadeo. Parpadeo.
—¿Me estás diciendo que...?
—No le gustaba Víctor, sino Rebeca.
—Pero ¡eso no puede ser! ¡Si ahora está con un chico! ¡Lo subió a su Omega! —Hice una pausa para carraspear—. N-no es que lo haya mirado, ¿eh? Es que me salió en recomendaciones y...
—¿Y qué tiene que ver que ahora esté con un chico? ¿No pueden gustarle ambas cosas?
—No sé... no pensé que... —Carraspeé de nuevo—. Vi el mensaje y...
—Y pensaste que era para Víctor, así que dejaste de hablarle a todo el grupo. Y no solo eso, sino que dijiste eso de Livvie y terminasteis peleándoos.
—¡Lo que dije fue cierto!
—Y también fue cruel.
—¡Porque... estaba enfadada!
—Estar enfadada no te da derecho a contarle a los demás que su padre es bipolar, Ellie. Te lo contó porque confiaba en ti.
—Y yo confiaba en que no me traicionaría. Estamos en paz.
—¡No te traicionó! ¡Ni ella, ni Rebeca, ni Víctor! Si les hubieras dado la oportunidad de hablar contigo, ¡te lo habrían explicado! ¿Ves como eres una testaruda?
Abrí la boca y volví a cerrarla. De pronto, me sentía un poco ridícula. Y enfadada, también. Una cosa llevaba a la otra.
—Si sabes que está con alguien —planteé a mi hermano—, ¿a qué vino lo del otro día de comprarle un vinilo? Y no me digas que era para tu amiga, porque te he estado espiando y sé que no era verdad.
—No... Lo de la amiga era una excusa.
—Vaya, qué sorpresa.
—Hace tiempo que me planteo una cosa y... bueno, quería ver si era cierta.
Su tono cambió. Ya no me miraba a los ojos, sino que los tenía clavados en sus manos, que jugueteaban ansiosas entre sí. Agudicé mis sentidos arácnidos.
—¿Qué cosa? —pregunté.
—Nada importante.
—Bueno, quiero saberlo igual.
—Quería ver si... em... si me atraía.
—¿Por?
—Porque es la única persona que me ha gustado un poquito. Y necesitaba saber si conseguía atraerme, aunque fuera un poco.
—Y... ¿no lo ha hecho?
—No.
—Bueno —lo consideré un momento—, tampoco pasa nada. Anda que no conocerás a gente en la Universidad que te...
—No lo creo.
Su tono grave hizo que lo mirara de otra forma. Esa vez, definitivamente, estaba evitando mirarme a los ojos. Fruncí el ceño.
—¿Estás intentando decirme algo en concreto?
—No sé, Ellie... Es que... ¿te acuerdas cuando me dijiste que nunca me has visto con nadie? Pues es verdad. Nunca he estado con nadie.
—Pero no pasa nada. ¡Vas a tener tiempo para estar con quien quieras!
—¿Y si no quiero estar con nadie? ¿Y si no quiero acostarme con nadie?
—¿Por qué no ibas a querer? ¡Si es muy divertido!
—¡Porque no me interesa! —insistió, y por fin me miró—. He conocido a gente que me gusta, pero nunca me atraen. Nunca miro a nadie y digo wow, qué ganas de juntar genitales contigo.
—Vale, qué asco.
—Nunca me he sentido atraído por un famoso, o un vídeo porno —insistió—. Nunca. Y no me atrae la idea de acostarme con alguien, prefiero hacerme una paj... ejem... encargarme yo de esa parte y ya está. Pensé que ver a alguien que me había gustado un poco ayudaría, pero no. Sigo en las mismas.
De nuevo, me quedé mirándolo como una idiota. Maldije en voz baja no haberme apuntado a la optativa de psicología en el instituto, porque quizá me habría ayudado a tener un poco más de sensibilidad con un tema tan delicado.
—Quizá no haya llegado la persona correcta —comenté, dubitativa.
—¿Y si no existe la persona correcta? —preguntó él, a su vez, y sonaba preocupado—. ¿Y si el problema es mío, y no de los demás?
¿Dónde demonios estaba mamá cuando la necesitaba? Seguro que ella sería mil veces mejor con estas cosas que yo...
Pero nada, el pobre Jay tenía la mala suerte de habérmelo contado a mí. A mí, que no había consolado a nadie más de dos o tres veces en mi vida. A mí, que hablar de los problemas de los demás se me daba fatal porque la única forma que tenía de empatizar era decir pues a mí también me ha pasado. ¿Qué coño le iba a decir a mi hermano, que me había confesado algo tan privado?
Deseé que me saliera el discurso emocional del siglo, pero lo único que me salió fue:
—Mmm...
Jay enarcó una ceja.
—¿Qué?
—No sé. Estoy pensando.
—¿En qué?
—En que... no tiene nada malo ser diferente —dije al final—. Es decir... a veces sí que es malo, pero... mmm... no siempre. Y no creo que en tu caso sea malo, ¿no? Tampoco es que le estés haciendo daño a nadie. Simplemente, eres... ¿raro?
—No soy raro —recalcó Jay, ofendido—. He estado investigando por internet y hay una cosa llamada asexualidad que...
—¿A... qué?
—Asexualidad.
—¿Y eso qué es?
—Pues... que sexualmente no te atrae nadie, básicamente.
—Pero ¡eso es imposible!
—¡Ellie! —protestó.
—A ver, no te agobies. Todavía no has encontrado a tu persona ideal, pero ¡eso no quiere decir que no vaya a aparecer! No eres asexual, Jay.
—¿Y tú qué sabes? —De pronto, se puso de pie, muy ofendido—. ¿Te crees que sabes más que yo sobre mí mismo?
—¡Estoy intentando ayudarte!
—¡Pues déjalo!
—¡Entonces no me lo cuentes!
—¡Puedes estar segura de que no te contaré nada más!
Y listo. Muy indignado, se marchó de una forma muy parecida a la que había usado Víctor, solo que él fue por las escaleras para encerrarse en su habitación.
Justo en ese momento, escuché la puerta corredera y, al cabo de unos segundos, papá apareció con una bolsa de patatas en la mano. Me miraba con curiosidad.
—Tu tío Mike dice que os ha oído discutiendo —comentó—. ¿Va todo bien o tengo que ponerme a repartir castigos?
—Va todo perfectamente, papá. Gracias por tanto.
—Oye, que soy tu padre, conmigo no lo pagues.
Suspiré y me senté en el sofá, de brazos cruzados.
—Ve a hablar con Jay —sugerí—. Él es quien se ha enfadado.
—¿Qué le has hecho?
Abrí la boca, ofendida.
—¿Por qué asumes que he sido yo?
Papá se metió lentamente una patata en la boca y la masticó para hacer el máximo ruido posible. Sí, pillé la indirecta.
—Vale, he sido yo —admití.
—Vamos por buen camino. ¿Qué has hecho?
—Pues... me ha contado una cosa y creo que se ha enfadado porque no me lo he tomado muy bi...
—¿Lo de su asexualidad?
Contemplé a papá, pasmada.
—¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho?
—Claro que no, pero soy vuestro padre —recalcó—. ¿Te crees que no os conozco de sobra a los tres?
—Es decir, que mamá te lo dijo.
—...quizá.
Volvió a comer una patata, concentrado.
—¿Qué le has dicho a tu hermano, Ellie?
—¡Nada malo!
—Dime, por favor, que no le has dicho que ya se le pasaría.
—¡No ha sido exactamente así!
Papá era el único que, cuando se planteaba si lanzarme algo a la cabeza, no lo disimulaba. Me lanzó una patata, y yo la atrapé al aire y se la devolví. Él suspiró.
—Mira, ahora no tengo tiempo para darte una clase sobre aceptación sexual ajena porque tu hermano necesita un poco de apoyo, pero Ellie... —Suspiró otra vez—. Cuando alguien nos cuenta una cosa, no siempre busca una opinión ajena. A veces, solo busca apoyo y aceptación. Lo entiendes, ¿verdad?
Todavía cruzada de brazos, clavé la mirada en el suelo. Quería estar enfadada —no sé por qué—, pero solo me salía estar avergonzada —y sí sé por qué—.
—Vale —accedí—. Supongo que debería subir a...
—No, déjamelo a mí —pidió enseguida—. Déjanos un rato de margen, ¿vale? Yo me encargo.
Finalmente, subió las escaleras. No quise escuchar lo que hablaba con mi hermano, aunque sí que oí que se encerraban en su habitación.
Bueno... ¿por qué todo el mundo estaba tan enfadado conmigo?
No sé, pero podrías calmarte un poco, que no quiero morir sola.
¿Sería verdad lo que me había dicho mi hermano? Porque era cierto que toda la separación del grupo llegó por culpa del supuesto mensaje de Livvie a Víctor. Lo único que pensé en ese momento era en lo que traidora que había sido y lo mucho que la detestaba. Y fue todavía peor cuando se lo conté a Rebeca y ella, extrañada, me dijo que no veía a Livvie capaz de hacer esas cosas. Pensé: otra traidora. Me separé de todo el grupo, le escribí la carta a Víctor para contarle que yo también tenía sentimientos por él... y la leyeron en voz alta. Siempre pensé que lo había hecho a propósito, y mi enfado se disparó. De hecho, fue en ese preciso instante cuando mi rabia se concentró específicamente en Livvie y, a raíz de eso... bueno... empecé a contar lo de su padre.
No es que me sintiera muy orgullosa de todo aquello, ahora que lo veía en retrospectiva. Pero era cierto que, cuando me enfadaba, tampoco me ponía a pensar en lo que hacía y en si estaba bien o mal.
¿Nunca has pensado que la mitad de tus problemas se resolverían si hablaras con la gente en lugar de enfadarte automáticamente?
Bueeeeno, eso daba igual.
Ajá.
A raíz de que el secreto se esparció por el instituto, la gente empezó a meterse con Livvie. Lo hicieron de forma... bastante fea, la verdad. Llegué a arrepentirme de haber dicho nada. Y, claro, se convirtió en la víctima. Por eso Rebeca dejó de hablarme. Víctor también lo hizo, pero porque yo lo trataba fatal a raíz de lo de la carta y terminó cansándose de mí. Y Livvie... bueno, ella nunca llegó a echármelo en cara. Solo una vez, cuando salíamos de gimnasia, nuestros hombros chocaron y empezó una discusión un poco absurda que terminó con las dos en el despacho del director por habernos metido en una pelea.
Y ese había sido el último día que había hablado con todos ellos... hasta hacía bien poco.
¿Y si mi hermano tenía razón y me había pasado?
Noooooo, ¿tú crees?
¿Y si había sido todo un malentendido?
Vas por buen camino.
No mío, claro, porque era culpa de ellos y...
Retrocede, que te has desviado del buen camino.
Vaaale... quizá había sido un malentendido por mi parte.
Así me gusta.
Espera, entonces... ¿todo este tiempo había estado tratando fatal a Víctor para nada? No solo no me había mentido con lo del mensaje de Livvie, sino que también había dicho la verdad con lo de no leer la nota en voz alta. ¿Había estado años perdiendo el tiempo con alguien a quien le gustaba —y que me había gustado, ejem— simplemente por un malentendido?
Eso parece, ajá.
Mierda, ahora me sentía fatal.
Con razón.
Oye, y tú podrías animarme un poco, ¿no?
Mi trabajo es entretener al lector, no darte terapia.
¿A quién?
¿Puedes dejar de hablar contigo misma y seguir con la historia?
Parpadeé varias veces y, efectivamente, me di cuenta de que estaba hablando conmigo misma. Madre mía, ya se me iba totalmente la cabeza.
Pero lo de Víctor era cierto. Bueno, lo de las otras dos también, pero... él era quien más me había dolido y, por lo tanto, a quien peor había tratado durante todos esos años. La perspectiva de que fuera por algo totalmente absurdo hizo que me invadiera una sensación muy desagradable.
Me encaminé hacia la puerta antes de pensar en lo que estaba haciendo.
Alguna que otra vez había ido a casa de Víctor, aunque lo había hecho principalmente por su hermana y por Livvie, y porque nos encantaba hacer fiestas de pijamas. A él apenas lo veíamos, aunque yo siempre encontraba excusas para ir al baño y, ya de paso, asomarme a su habitación. Si me veía, siempre me invitaba a quedarme un rato y jugábamos a la consola los dos solos. O eso, o hablábamos de lo que fuera durante tanto rato como podíamos.
Pero desde aquello habían pasado muchos años, y ya apenas recordaba el interior de esa casa, pese a tenerla tan cerca. Por eso, cuando me detuve delante de su puerta principal, tenía un nudo de nervios en el estómago.
Tardé un buen rato en decidirme, pero finalmente llamé al timbre. Esperé impacientemente hasta que oí pasos al otro lado, y a punto estuve de salir corriendo.
No sabía qué cara pondría si se trataba del padre o la madre de Víctor, porque eso iba a darme el triple de vergüenza, pero al final resultó ser Rebeca.
Estaba claro que la había pillado ensayando en su habitación, porque llevaba puestas las mallas de ejercicio y el pelo rojizo recogido tras la cabeza. Me contempló unos instantes, primero sorprendida y luego confusa, y finalmente frunció un poco el ceño.
—Ah... hola, Ellie —murmuró, casi tan incómoda como yo—. ¿Qué... qué tal?
Bueno, era un comienzo. Teniendo en cuenta que hacía años que no nos mirábamos, tampoco podía esperar nada mucho más cómodo.
—Bien —murmuré en el mismo tono—. ¿He interrumpido tu ensayo?
Ella se miró a sí misma, como si la impresión del momento hubiera hecho que se olvidara de lo que estaba haciendo.
—No. Bueno... sí, pero da igual —aclaró—. Tenía que hacer una pausa de todas maneras. Em... ¿puedo ayudarte en algo?
Vale, quería ir al grano. Mejor, porque yo también.
—¿Está Víctor en casa? —pregunté.
La cara de su hermana fue digna de enmarcar. Si Beca se había enfadado conmigo al contar el secreto del padre de Livvie, no era nada en comparación a lo que le molestaba que tratara mal a su hermano. Esa había sido la principal causa de fricción entre nosotras, y sospechaba que no me lo perdonaría con mucha facilidad.
Bueno, ¿tú le perdonarías que tratara así a Jay o a Ty?
A callar.
—Sí, está en casa—admitió.
—Y... mmm... ¿puede salir a hablar conmigo?
—No sé si es una buena idea, Ellie.
Enarqué las cejas, sorprendida.
—¿Y por qué no?
—Porque hace un rato ha vuelto de vuestra casa muy alterado, y suele pasarle cada vez que está contigo —me dijo sin más preámbulos. No sonaba enfadada, sino cansada—. ¿No puedes esperarte a mañana? ¿Tienes que molestarle ahora para que se sienta todavía peor?
—¡No quiero que se sienta peor! ¡Quiero... disculparme!
Incluso yo fui consciente de lo poco creíble que sonaba eso. Pero, igualmente, ¿qué más podía decirle?
—¿Disculparte? —repitió con perplejidad.
—Sí. ¿Me dejas pasar?
Dudó unos instantes, mirándome fijamente, y al final suspiró.
—No creo que sea buena idea —concluyó.
—¿No me dejas pasar? —pregunté con voz chillona.
—Mira, Ellie, llevas... ¿cuánto? ¿Tres años tratándole fatal? ¿Te crees que justo el día que tienes una revelación divina y te da por enmendarlo va a ser tan fácil como entrar en nuestra casa y pedir perdón?
—Pues... ese era el plan, sí.
—Pues los problemas de tres años tardan un poco más en arreglarse —recalcó Beca—. Mira, lo siento, pero si tengo que elegir entre proteger a mi hermano o que tú te quedes con la conciencia tranquila, prefiero lo primero.
Iba a insistir. De hecho, iba a enfadarme mucho. Pero entonces me di cuenta de que se refería precisamente a eso. Y que, si me enfadaba, lo único que conseguiría sería darle la razón.
Así que, en lugar de gritar, apreté los labios.
—Muy bien —murmuré.
Beca suspiró, aliviada.
—El lunes os veréis en el entrenamiento —me recordó—. No hace falta que sea justo ahora.
—No, claro.
—En fin... hasta otra, Ellie.
Beca cerró la puerta y yo me alejé de la casa con los hombros hundidos. Pero no por tristeza, sino por indignación. ¡Qué difícil era ser buena persona! Luego la gente se quejaba de que hubiera pocas.
Sin darme cuenta, fui reduciendo mis pasos hasta quedarme quieta entre ambas casas. Miré atrás, entrecerré los ojos y... se me ocurrió una cosa.
¿Necesitaba entrar en su casa para hablar con él? Sabía perfectamente cuál era su habitación.
Con la misma adrenalina que un ladrón de bancos a punto de su gran atraco, rodeé la casa de puntillas y me detuve en la pared que daba con la ventana de mi habitación. En el primer piso, había un ventanal abierto y con las cortinas recogidas. Desde tan abajo no tenía perspectiva para cotillear su interior, pero si Víctor estaba en casa, seguro que estaba ahí.
Busqué con la mirada hasta dar con una piedrecita. La lancé a la ventana con suavidad, esperé y... nada.
Volví a intentarlo. Nada.
Vaya.
Volví a intentarlo con un poquito más de fuerza, pero no obtuve resultado... aunque me pareció ver movimiento al otro lado del cristal. ¡Ahí estaba!
Quizá me motivé un poquito demasiado, porque... ejem... dejé de calcular la cantidad de fuerza que usaba.
Es curioso lo fuerte que puede golpear una piedrecita diminuta. Y, sobre todo, es curioso el crujido que le puede hacer a un cristal.
Nada más oír el crujido, di un brinco que casi me dejó pegada al árbol de al lado. Pensé en huir, presa del pánico, pero era demasiado tarde. Víctor estaba plantado delante de la ventana con la boca entreabierta. Y acababa de verme.
Perfecto inicio para una reconciliación preciosa.
Víctor abrió la ventana, pasmado, y se asomó para ver el desastre.
—Pero... —empezó, sin poder creérselo—. ¡¿Se puede saber qué te he hecho ahora?!
—¡Ha sido sin querer!
—¡¿Le has dado una pedrada a mi ventana sin querer?!
—¡Sé que suena poco creíble, pero escúchame un momento!
Como estaba acostumbrada a mi hermano, que pasaba de mí, no esperaba que Víctor realmente se parara y me mirara, dándome la oportunidad de hablar. Así que, obviamente, me quedé en blanco.
—Eh... —empecé.
—¿Eso es todo?
—Oye, no seas cruel.
—¿Lo que has sido tú estos últimos años, dices?
—Vale, estás resentido —aclaré—. Comprensible. Yo también soy una resentida, así que lo entiendo.
—Yo no soy un...
—Solo quiero... disculparme.
La palabra me supo rara, y su cara de desconfianza la hizo todavía peor.
—¿Por qué? —quiso saber.
—Por... lo de la carta. Jay me ha contado que no fuiste tú.
—Que es lo que yo te he intentado contar varias veces, sí.
—¡Pero no me lo creía!
—Igual que yo no me creo tus disculpas de ahora.
Tenía lógica, y eso me jodió.
Pero no estaba ahí para discutir, sino para calmar mi conciencia.
Y para disculparte.
Ah, sí, eso también.
—Vale —accedí—. ¿Podrías decirme qué tengo que hacer para que me perdones, entonces?
—Ponte de rodillas.
Me enderecé, más sorprendida que escandalizada.
—¿Quieres una mamada?
Víctor se enderezó, más escandalizado que sorprendido.
—¡No!
—¿Seguro?
—¡Claro que...! Pero ¿se puede saber qué te pasa? ¿Quieres dármela o qué?
—No seas creído, lo único que me interesa de tu parte de abajo son las piernas, y para que des saltitos por la cancha. Además, ¡tú has sacado el tema de ponerse de rodillas!
—¡Para que te disculpes así!
Miré el suelo. Era de tierra. No quería mancharme las rodillas.
—¿Y no puede ser de pie? —pregunté.
—No.
—Vaaale, pues...
—No —me detuvo entonces, muy serio—. Aquí, no.
—¿Entonces?
—El lunes, en medio del entrenamiento. Quiero que pongas una rodillita en el suelo, me tomes de la mano, me mires a los ojos y, delante de todo el mundo, me sueltes un discurso emotivo para que te perdone. Te dejo elegir si termina en beso apasionado o no.
Parpadeé tantas veces que perdí la cuenta.
—¿Eh?
—Ya me has oído.
—Será una broma.
—En absoluto.
—Pero...
—O eso, o no te perdono. Nos vemos el lunes, Ally.
Y no me dio opción a réplica. Simplemente, cerró la ventana agrietada y volvió a desaparecer en su habitación.
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