Capítulo 4

Antes de empezar a leer o preguntarme cuándo subiré el próximo capítulo, por favor dadme un momento para deciros esto:

Como imagino que algunos ya sabréis, estos meses han sido un poco locura. He estado de gira con Antes de diciembre, con Ciudades de humo y, entre una cosa y la otra, desde que empezó enero cada semana he estado de viaje. A parte de eso, hace unos meses borré todo lo que tenía escrito de esta historia porque no me gustaba nada el rumbo que tomaba, así que, a diferencia de las demás que actualizo, la estoy reescribiendo por completo.

Digo todo esto para explicar un poco mi ausencia durante tanto tiempo. No es que no me guste esta historia, ni tampoco que no vaya a volver a actualizarla, sino que no sé cuándo podrá ser. Puede ser mañana, puede ser dentro de un año. No tengo ni idea. Así que, si sois de los que prefieren no esperar, os recomiendo muchísimo que dejéis de leerla hasta que la haya subido por completo.

También quería añadir que os agradezco mucho que le estéis daño apoyo a esta historia a pesar del poco contenido que tiene todavía. De verdad que para mí significa muchísimo. Pero también quería pediros, como ya he hecho en varias ocasiones, que por favor respetéis que los escritores necesitan sus tiempos. No es agradable entrar en cualquier red social, publicar cualquier cosa de cualquier tema y ver que la mayoría de respuestas sean relacionadas con pedir actualizaciones de esta historia. Así no se consigue que una persona quiera escribir, sino todo lo contrario. Y entiendo que no todo el mundo lo hace con mala intención, pero de verdad que es muy agobiante y lo único que consigue es que cada vez que intente escribir a estos personajes me quede bloqueada.

Los buenos libros no se escriben en dos días, así que si queréis un buen libro, una historia disfrutable y que esté a la altura de las demás, solo os pido un poco de paciencia. Necesito tiempo para pensar, sacar ideas (vivir un poquito, porque joder cómo necesito unas vacaciones) y luego ponerme a escribir. La voy a terminar, pero no lo haré de forma apresurada solo por quitármela de encima o para complacer a los más impacientes. Voy a tomarme mi tiempo, como ya he dicho antes, y por eso os aviso: para que, si no queréis esperar, podáis pasar a otras historias y volver una vez esté terminada.

(Mucho texto sorry)

Dicho todo esto, espero que este capítulo os guste. Estaré leyendo vuestros comentarios, a ver qué os parece. Muchas gracias a quienes respetáis mis tiempos y dejáis comentarios divertidos, sois el motivo por el que sigo en esta plataforma. Besis de fresis.


No sé qué era más incómodo, si el entrenador con comida entre los dientes o el silencio que había a mi alrededor.

Al parecer, no era la única que había tenido problemas la noche anterior. Marco estaba enfadado con Eddie por motivos que escapaban a mi comprensión, Eddie se mantenía de brazos cruzados, Oscar bostezaba porque apenas había dormido, Tad se quedaba mirando el horizonte cada cinco minutos y Víctor...

Bueno, Víctor simplemente estaba de mal humor.

O mala hostia, si se nos permite la palabrota.

El entrenador, que seguía teniendo restos de orégano entre los dientes, no entendía nada.

—Hemos hecho un simple juego de pases... ¡y nadie ha atrapado la pelota! ¿Se puede saber qué ocurre?

Estábamos todos en línea mientras nos echaba la bronca. A mí me había tocado ponerme entre Víctor y Marco, que no era precisamente mi lugar ideal. Uno evitaba mirarme a toda costa, y el otro solo lo hacía para ponerme cara de asco.

Eché una miradita de reojo a Víctor. Mantenía la mirada clavada en el frente, aunque sospechaba que no era para escuchar al entrenador. Parecía distraído. Tenía los brazos cruzados y un músculo de su mandíbula se flexionaba cada pocos segundos.

No me había dirigido la palabra en todo el día.

Tú a él tampoco.

Cállate.

—Si no podéis pasaros una pelota, ¿cómo vais a jugar a baloncesto? —insistió el entrenador. Iba pasando por delante de todos y dándonos en la frente con su carpeta—. Sea lo que sea que ha pasado, que honestamente me importa lo mismo que un pedo de vaca, ¡¡dejadlo fuera del campo!!

Abrió la boca para seguir hablando, pero se vio interrumpido por la risita de Eddie.

En cuanto se dio cuenta de que se había reído en voz alta y no dentro de su cabeza, Eddie se tapó la boca con una mano. Pero era tarde. El entrenador ya se había plantado delante de él y tenía los ojos entrecerrados.

—¿Qué te hace tanta gracia?

—Es... eh...

—¿El qué, eh? ¡¿El qué?!

—E-el pedo...

—¿Te hace gracia una flatulencia vacuna?

A mi alrededor, los demás intentaban no reírse con todas sus fuerzas. Víctor y yo éramos los únicos que seguíamos mirando al frente sin ninguna sonrisa.

—¡No, señor! —saltó Eddie, alarmado.

—Entonces, ¿de qué te ríes?

—Es que... el comentario...

—¡No era un comentario, era una bronca porque no habéis hecho nada de provecho en todo el día! ¿Te parece graciosa tu inutilidad? ¿Es eso?

—N-no...

—Pues cállate. Y los demás —añadió, señalándonos de uno en uno—, ya que tenéis tantas ganas de reíros, vamos a hacer algo muy divertido. ¿Qué os parece?

Nadie dijo nada, pero no lo necesitó. El entrenador señaló las gradas. Se me cayó el alma a los pies. Las malditas gradas...

Nuestro castigo cuando nos portábamos mal era subir y bajar las gradas corriendo. Podía parecer una tontería, pero siendo diez filas con escalones de medio metro cada una, terminaba haciéndose un poquito largo.

Ya estaba sudando cuando el entrenador hizo sonar el pitido, unos minutos más tarde. Los mechones de pelo que se me salían de la coleta se me pegaban a la cara y el pecho me subía y bajaba con rapidez. Estaba agotada. Pero me consolaba un poco ver que los demás se encontraban en la misma situación.

—¿Qué tal ha ido eso? —preguntó el entrenador, muy orgulloso de sí mismo.

Como todo el mundo estaba muy ocupado intentando no escupir un pulmón, nadie respondió.

Especialmente el pobre Tad. Parecía que iba a vomitar de un momento a otro. Incluso le salió una arcada. Oscar empezó a abanicarle con cara de asco.

—¡Así me gusta, con alegría! —exclamó el entrenador, ajeno a nuestra agonía. Casi di un respingo cuando, de pronto, me puso una pelota delante de la cara. Pero... no era de baloncesto. Era de goma—. Ally, elige a otra persona.

—Es... Ellie —intenté decir entre bocanadas de aire.

—Pues lo que he dicho. Elige a otra persona, Ally.

Suspiré y acepté la pelota sin mucho entusiasmo. En comparación a las otras, era muy ligera. Le di una vuelta entre mis dedos mientras contemplaba a mis compañeros.

—No sé... —No quería elegir al innombrable, y tampoco estaba segura de si sería algo malo, así que fui a por una opción segura—. Marco.

Él esbozó una sonrisa engreída nada más oírlo y me mandó un beso. Me entraron ganas de estamparle la pelota en toda la boca.

No seré yo quien te pare.

—Pues ya tenemos a nuestros dos capitanes —anunció el entrenador—. Ally, elige a alguien para que se una a tu equipo.

—¿Y por qué tiene que empezar ella? —protestó Marco.

—Porque lo digo yo.

Dudé ante mis compañeros. Marco no dejaba de mirar a Oscar y a Víctor. Estaba claro que quería formar un equipo con ambos. Si lo hacía, los demás no tendríamos absolutamente ninguna oportunidad en ningún juego.

Así que... actúe por impulso.

—Quiero a Víctor.

El aludido levantó la cabeza de un respingo, pasmado. Fue la primera vez que me miró desde que habíamos llegado.

Aparté los ojos, preguntándome si había tomado la decisión correcta. Incluso me planteé si ignoraría lo que había dicho y no querría formar equipo conmigo. No me habría extrañado demasiado.

Pero no. Sin decir una palabra, vino directo hacia mí y se colocó a mi lado con los brazos cruzados.

Marco me fulminaba con la mirada. Fue mi turno para lanzarle un beso.

Así me gusta.

—Oscar —dijo él.

Mientras el aludido ocupaba su lugar, el entrenador me miró sin ganas. Estaba claro que quería irse a su casa.

Miré a Tad y a Eddie. Estaba segurísima de que quería al primero en mi equipo, pero entonces me di cuenta de que Eddie me estaba suplicando con los ojos que lo escogiera a él. Supuse que no estaba muy cómodo en el equipo de Marco.

Solté un suspiro y lo señalé.

—Vaaaale... Eddie, ven aquí.

—¡Sí! ¡Genial!

Tad pareció tan resignado como si le hubiera tocado en nuestro equipo.

Una vez formados los dos grupos, el entrenador soltó un resoplido, hizo sonar el pito de forma totalmente innecesaria y señaló la cancha.

—Vamos a jugar a balón prisionero —explicó a desgana—. Ya que tenéis tan pocas ganas de baloncesto, al menos me voy a entretener viendo como os matáis.

—No sé cómo se juega —dijo Tad, levantando una mano.

Marco puso los ojos en blanco.

—¿Es que no sabes cómo se juega a nada? Búscalo en Google, joder.

—Cada equipo ocupa una mitad del campo —explicó Víctor al ver que nadie más tenía intención de hacerlo—. Se trata de ir eliminando a los miembros del otro equipo, y para conseguirlo tienes que lanzarles la pelota. Si tocas a alguien y luego la pelota cae al suelo, esa persona queda eliminada. Si tocas a alguien pero atrapa la pelota antes de que toque el suelo, sigue jugando. Gana el primer equipo que elimine al otro.

—Ah, qué bien... No suena nada violento...

—¿Empezamos o qué? —protestó Eddie.

Todos nos colocamos de forma automática en nuestro respectivo lado del campo. La línea blanca del centro nos separaba del otro equipo. Marco era el único que realmente parecía metido en el juego. Oscar se miraba las uñas y Tad tenía una mueca de resignación.

A mi lado, Eddie daba saltitos para calentar y Víctor lo miraba con una ceja enarcada.

El silbato hizo que diera un respingo. Seguía teniendo la pelota en la mano. Tocaba empezar.

Me coloqué en una posición más defensiva y contemplé a mis adversarios. Estaba claro que el objetivo más fácil era Tad, pero me negaba a ser la abusona que fuera directamente a por él. Así que apunté a los otros dos. Marco iba a coger la pelota aunque se la lanzara a los huevos, y no me daba la gana brindarle esa satisfacción.

Por descarte, le tocó a Oscar.

Él ni siquiera me estaba mirando cuando lancé la pelota hacia él. Tenía la mirada perdida por otra galaxia. Pero, aun así, cuando le dio en el estómago, soltó un oooof y la cogió instintivamente. Seguía jugando.

Solté un suspiro y retrocedí un poco. Especialmente cuando Marco le quitó la pelota de la mano sin ningún tipo de consideración y se acercó para lanzárnosla.

Y así empezó el juego. Durante las primeras rondas, nadie salió eliminado. Las pocas veces que la pelota tocó a alguien, otra persona de su equipo lo salvó cogiéndola antes de que tocara el suelo. En las otras ocasiones, los tiros ni siquiera llegaban a tocar a nadie.

A ver, todos sabíamos quién iba a ser el primer eliminado. Creo que ni siquiera Tad se sorprendió cuando la pelota de Eddie le rebotó en la cabeza.

Lo que sí me sorprendió fue que Marco, que estaba justo al lado, ni siquiera hiciera el ademán de salvarlo. La pelota le pasó a unos centímetros de las manos, pero se aseguró de esconderlas a tiempo y, por consiguiente, eliminarlo.

—¿Qué...? —empezó Tad, pasmado, y lo miró con los ojos muy abiertos—. ¡Podrías haberme salvado!

—¿Para qué? Eres un inútil. Mejor piérdete.

Tad abrió la boca y volvió a cerrarla, sin saber qué decir. Iba a interrumpir yo, pero Oscar se acercó a Marco con el ceño fruncido.

—¿De qué vas? No puedes ir por la vida hablándole así a la gente.

—Le hablo como me da la gana.

—No hace falta ser tan gilipollas, ¿sabes?

—Ni tampoco tan inútil. ¿Por qué no te vas a consolar a tu novio, si tanta pena te da?

Oscar lo contempló durante unos instantes y, aunque por un momento consideré la posibilidad de que fuera a darle un puñetazo, al final le quitó la pelota de la mano y se la pasó a Víctor. Él a atrapó al aire, confuso.

Sin embargo, entendió enseguida lo que pretendía su amigo. Víctor le lanzó la pelota al pecho, y Oscar dejó que le rebotara sin intentar impedirlo. Después, recogió la pelota y se la puso en las manos a Marco, que tenía la boca entreabierta.

—Vaya, me han eliminado. Pásatelo bien tú solito. —Y se marchó con Tad a las gradas.

Marco se quedó momentáneamente parado, como debatiéndose entre si valía la pena seguir jugando o no. Al final, se giró hacia nosotros con las mejillas rojas. No era por vergüenza, ni mucho menos por el esfuerzo del juego. Estaba furioso.

Lo notamos enseguida. Sus lanzamientos empezaron a ser casi violentos, y había dejado de apuntar al pecho para hacerlo a nuestras cabezas. Pese a ser una pelota de goma, los golpes contra el suelo eran muy ruidosos. Si conseguía darnos, iba a doler.

Víctor echaba ojeadas al entrenador cada vez que la pelota estaba a punto de darnos en la cabeza, pero estaba claro que el hombre no tenía ninguna intención de actuar. Estaba muy ocupado jugueteando con el cordón de su silbato.

Entonces la pelota le dio a Eddie en la mejilla. Fue ruidoso. El impulso hizo que perdiera el equilibrio y cayera de culo al suelo.

Y Víctor decidió que había tenido suficiente.

—¡Eliminado! —celebró Marco con una gran sonrisa—. No necesito a nadie, ¿veis? Yo solito puede con tod...

Tuvo que callarse para lanzarse al suelo, pasmado, cuando la pelota pasó zumbando justo donde había estado su cabeza dos segundos antes.

Había sido un lanzamiento mucho más fuerte que los suyos. Marco siguió la dirección de donde provenía, y se quedó perplejo al ver que Víctor lo miraba fijamente.

—Pero ¡¿a ti qué te pasa?! ¡¿Quieres matarme o qué?!

—¿Por qué? ¿Por imitarte?

Marco, muy enfadado, se puso de pie y recogió la pelota. Miré a Víctor, ahora un poco preocupada. Especialmente cuando Marco se la tiró con todas sus fuerzas. Le dio directamente en el abdomen, y Víctor se tragó el gruñido de dolor para sujetarla con ambos brazos.

—Eres un crío —musitó.

Marco dio un respingo con la acusación. Casi parecía que le había ofendido más eso que el gilipollas de Oscar.

De pronto, estaba cruzando el campo en dirección a Víctor. El entrenador miraba el móvil y pasaba de nosotros, pero Oscar y Tad se acercaron rápidamente. Eddie seguía acariciándose la mejilla roja en el suelo.

Pero Marco había avanzado muy rápido. Estaba furioso. Avanzaba con los puños apretados y la mandíbula tensa. Si Víctor tenía miedo, no lo demostró. Se limitó a contemplarlo con cierta impasividad hasta que lo tuvo justo delante, prácticamente pegado a su nariz.

—Repite eso —lo retó Marco.

Estuve tentada a poner los ojos en blanco.

Demasiada testosterona para mi cuerpo.

—Parad de una vez —pedí, acercándome también—. No podéis poneros así por un estúpido juego.

Pero me ignoraban categóricamente.

—Repítelo, venga —insistió Marco.

—¿Qué parte quieres que te repita? —preguntó Víctor, poco impresionado. No había movido un solo músculo.

Marco, frustrado, le quitó la pelota de un manotazo. El golpe de la goma contra la cancha hizo que diera un brinco. Víctor enarcó una ceja.

—Wow, pobre pelota. Qué malote eres.

Marco llegó a su límite. Se lanzó sobre él y lo siguiente que supe fue que intentaba cogerle del cuello. Víctor se echó hacia atrás y lo empujó con un brazo. Se separaron por un segundo, y luego volvieron a unirse. Esta vez, Marco intentó lanzarle un puñetazo. De alguna forma, Víctor consiguió esquivarlo y meter un brazo por en medio de ambos para mantener la distancia. De poco sirvió.

—¡Eh! —grité, sintiéndome un poco inútil—. ¡Parad de una vez!

—¡No vuelvas a llamarme crío! —exigió Marco e intentó lanzarle otro golpe.

—¡Pues deja de serlo!

—¡Y me lo dice el que ha estado de mal humor todo el día! ¡No es culpa mía que tu novia vaya follándose a desconocidos por la vida!

El corazón se me detuvo un segundo. Y, casi simultáneamente, Víctor se quedó paralizado por la sorpresa.

Fue el momento exacto en que Marco le encajó un puñetazo en la boca.

Víctor retrocedió, sorprendido, y se cubrió la boca con una mano. Apenas había podido ver si le había hecho daño cuando, de pronto, Marco volvió a lanzarse para darle otro.

Ah, no. De eso nada.

Sin pensar en lo que hacía, crucé la poca distancia que nos separaba y me lancé sobre Marco. Y digo lancé porque lo hice de forma literal. Me quedé colgada de brazos y piernas de su espalda, y empecé a darle con un puño donde pude. Espalda, pecho, cabeza, hombros... donde fuera. Golpeé y golpeé hasta que por fin empezó a retroceder.

—¡¡¡¡Déjalo tranquilo!!!! —chillé, golpeando todavía más fuerte.

Marco soltó a Víctor, alarmado, y empezó a retorcerse como si una culebra le estuviera ascendiendo por una pierna. Intentó lanzarme al suelo, irritado, pero no me dejé. Seguía aporreando con todas fuerzas.

O al menos lo intenté, porque entonces noté que me rodeaban con los brazos desde atrás. Eddie hacía lo que podía, todavía con la mejilla roja, para separarme de Marco. Al otro lado, Oscar intentaba lo mismo con Víctor. Tad daba vueltas, presa del pánico. Y Marco se limitaba a intentar quitarse a todo el mundo de encima.

Lo único que nos detuvo de verdad fue el silbato del entrenador. Se había acercado corriendo al ver el desastre, y al parecer esos cinco metros habían sido muy intensos porque ya resoplaba y se limpiaba gotas de sudor de la frente.

—¿Se puede saber qué pasa aquí? —preguntó, furioso. Todavía intentaba recuperar el aliento.

Nadie dijo nada. Al parecer, podíamos pegarnos pero no chivarnos los unos de los otros.

Así que yo tampoco dije nada. Ni siquiera cuando, muy airado, nos dijo que nos fuéramos todos a casa, que el entrenamiento había terminado.

Víctor, Tad, Oscar y Eddie fueron los primeros en marcharse. Marco fue detrás de ellos, todavía soltando insultos en voz baja. Fui la última. Más que nada, porque me detuve en la máquina de bebidas del pasillo. Hubo que patearla un poco para que funcionara, pero al final me hice con una lata fría.

Al salir, me encontré a Víctor sentado en la acera que rodeaba el gimnasio. Tenía las rodillas flexionadas y los codos apoyados en ellas. El extremo de su labio inferior se estaba amoratando. No se había podido limpiar toda la sangre del golpe.

Extendí la lata fría hacia él. Víctor levantó la mirada. Parpadeó unos segundos, sorprendido, pero al final la aceptó y se la puso en la herida.

—Gracias —murmuró.

—De nada.

No sabía qué hacer, así que al final me senté en la acera a su lado y me pegué las piernas al pecho. Tras apoyar el mentón en las rodillas, lo miré de soslayo. Parecía algo irritado, todavía. Y podía ver la mueca de dolor que ponía cada vez que el frescor de la lata chocaba con su herida.

—Te ha dado bien, ¿eh?

Víctor no me miró. Se limitó a poner los ojos en blanco.

—Gracias por avisarme, no me había dado cuenta.

Dudé. Si no eran comentarios irritantes, no sabía qué decirle.

—Pensaba que erais amigos —comenté al final.

Él se encogió vagamente de hombros. Se había apartado la lata de la boca y ahora le daba vueltas entre los dedos. Los músculos de sus antebrazos se flexionaban a cada movimiento.

—No sé si amigo es la palabra que usaría para definirlo, pero... Sí, lo conozco desde hace mucho tiempo. Me cae bien, pero a veces tiene días en los que... no lo sé, está insoportable. Le pasa algo malo y lo paga con todo el mundo, aunque no tengan la culpa.

¿Te suena de algo?

Aparté la mirada. No lo había dicho de forma acusadora ni mucho menos, pero igualmente me sentí un poco atacada.

—Es la primera vez que me golpea —añadió entonces en voz baja—. Eso sí que es una novedad.

—Es un crío. Los críos se enfadan y sueltan golpes constantemente.

Víctor esbozó una sombra de sonrisa, pero no me miró.

—No lo digas delante de él o terminarás con un labio partido.

—Que lo intente, verás tú cómo termina él.

—Ya lo he visto —me recordó, esta vez volviéndose hacia mí. Parecía muy divertido—. Menuda cantidad de golpes le has soltado en un momento. Le has dado incluso en la partida de nacimiento.

—¿Qué puedo decir? Soy impresionante.

—Y... acabas de arruinarlo.

—No he arruinado nada. De hecho, te he salvado la carita de ser partida —señalé con una sonrisa muy orgullosa—. Me debes una.

—Sí..., recuérdame que te debo una lata fría la próxima vez que te metas en un lío.

—¿Por qué asumes que me meteré en más peleas?

Víctor me miró con una ceja enarcada, a lo que yo enrojecí un poco y aparté la mirada.

—Vale, pues una lata fría. Me parece un buen trato.

Pareció algo descolocado, como si no se esperara que fuera a luchar tan poco por tener la razón. No era muy habitual.

—¿Estás bien? —quiso saber.

—Sí. A mí no me ha dado.

—No me refiero a lo de Marco, sino a... no lo sé, en general. ¿Estás bien?

Repiqueteé los dedos en mis rodillas, sin saber cómo responder. Desde la noche anterior, no había vuelto a hablar con mi hermano mayor. Sus palabras seguían retumbándome en la cabeza. Lo de que me autosaboteaba a mí misma. No había podido pensar en otra cosa, por mucho que lo intentara.

Y es que... bueno... tampoco iba tan equivocado.

Pero no era fácil admitir esas cosas. Al menos, para mí. No en líneas generales, aunque sí que podía asumir ciertas cosillas más... puntuales.

Así me gusta.

—Estoy bien. Oye... —empecé, y solté un carraspeo un poco incómodo. Víctor volvía a sujetarse la lata contra el labio y me miraba con curiosidad—. Sobre lo que ha dicho Marco de la fiesta...

—Siento que lo haya dicho delante de todo el mundo, no tenía ni idea de que supiera nada de... bueno...

—No lo decía por eso. Quería explicar lo que pasó y...

Víctor bajó la lata de golpe, alarmado.

—No quiero saber los detalles.

—Pero...

—De verdad, no quiero saberlo. Da igual. Tampoco tienes que explicarme nada.

Puse los ojos en blanco y yo también aparté la mirada. Habíamos empezado muy bien, pero volvíamos a estar los dos prácticamente dándonos la espalda.

Pero, ya que estábamos, no quería irme de ahí sin descubrir alguna cosa nueva.

—¿Fuiste a esa fiesta a ver a... ya sabes? —pregunté de sopetón.

Víctor giró sobre sí mismo para mirarme. No parecía ofendido, ni tampoco culpable. Parecía... perplejo.

—¿A Livvie?

—Obviamente.

—¿Por qué iría a ver a Livvie?

Buena pregunta.

—Eso deberías saberlo tú —repuse.

Víctor arrugó todavía más la nariz, pero dejó de hacerlo cuando un espasmo de dolor le cruzó el labio.

—Fui a ver a mi hermana. Livvie estaba en la fiesta con Jane y Tommy.

—¿Quién es Tommy?

—Un amigo suyo. Un muy amigo suyo.

—¿Y por qué estaba con Jane?

Abrió la boca y volvió a cerrarla, como si se estuviera callando algo.

—Quizá eso deberías preguntárselo a ella.

Lo miré con extrañeza, pero no dijo nada más al respecto.

—Ya veo —comenté.

—Espera —dijo de pronto, y me señaló con la lata—. Toda la escenita de la fiesta, lo de enfadarte... ¿fue porque te pensabas que estaba con...?

—Claro que no. ¿Te crees tan importante como para afectarme tanto?

—Sí.

—¿Qué...?

—Tú me afectas de la misma forma.

Enrojecí y, de forma automática, me puse a la defensiva. Incluso me crucé de brazos. Me negaba a mirarlo a la cara. De pronto, estaba muy nerviosa.

—Aterriza de nuevo, que te has venido muy arriba.

Víctor, para mi sorpresa, soltó una risa baja y suave. La única que podía soltar sin que se le volviera a abrir la herida.

Entonces, se puso de pie y se colgó la bolsa de deporte del hombro. Ese día, él tampoco se había cambiado de ropa. Creo que nadie lo había hecho.

—¿Te llevo? —preguntó.

Entrecerré los ojos.

—¿Tenemos que pararnos en alguna fiesta?

—No sé, ¿te han invitado a alguna?

—No.

—Entonces, a casa que es tarde.

Sonreí y recogí mis cosas para seguirlo.

El viaje en coche fue bastante silencioso, la verdad. Él se relamía la herida con la mirada perdida en la carretera, mientras que yo tenía la cabeza apoyada en la ventanilla. Me sentía más cansada que de costumbre, como si realmente hubiera hecho muchas más cosas de las habituales cuando, en realidad, todo había ocurrido en muy poquito tiempo.

Para cuando Víctor cruzó las vallas de nuestra urbanización, casi me había quedado dormida. Noté que me miraba de reojo cuando me coloqué más recta en el asiento, pero no dijo nada. Se limitó a aparcar delante de su casa. Apagó el motor.

Y... silencio.

Incómodo silencio.

Miré la puerta de mi casa, dudando entre si marcharme o no. No quería dejarlo plantado, pero tampoco estaba segura de que hubiera nada más que decir.

Ya estaba a punto de salir cuando carraspeó y atrajo mi atención.

—Oye, Ellie... hay una cosa que... em... que creo que deberías saber. He querido decírtela desde hace tiempo y no sabía cómo, pero...

Hizo una pausa, pensativo. Ya tenía toda mi atención.

—¿Te acuerdas de la carta que me diste hace unos años? ¿En la que te... declarabas y todo eso?

Me tensé de pies a cabeza. Había sido un motivo de burla muy fuerte. Especialmente cuando se la enseñó a sus compañeros.

—Sí.

—Pues... verás...

—¿Te acuerdas de antes, cuando me has dicho que no querías saber un solo detalle de lo que había pasado con ese chico? Pues yo me siento exactamente igual con lo de la carta. Lo único que quiero es olvidarla.

Víctor parpadeó, sorprendido. Pareció tener ganas de decirlo igualmente, pero al final se contuvo y apretó los labios.

—Como quieras.

—Vale. Pues será mejor que... ¡AAAAAAAH!

Víctor dio un brinco, alarmado por mi grito, y miró desesperadamente a su alrededor para ver qué lo había provocado. Cuando lo descubrió, también se echó hacia atrás con un tirón del cinturón.

Un par de ojos castaños se asomaban por su ventanilla, observándonos con atención.

Tardé dos segundos más en reconocerlo.

—¡Es mi hermano pequeño! —exclamé, sin poder creérmelo.

—¿Y qué coño hace tu hermano pequeño mirando fijamente a la gente de esa forma?

—Es reflexivo, ¿vale?

Víctor prefirió no decir nada y tener la fiesta en paz. Abrió la puerta del conductor para que pudiéramos ver a Ty. Ya llevaba puesto su pijama corto de ovejitas en monopatín. Nos miraba con sospecha.

—Hola.

—Ni hola, ni nada —exclamé con el ceño fruncido—. ¿Se puedes saber qué hacías ahí asomado?

—Observar y sacar conclusiones.

—¿Qué conclusiones? —preguntó Víctor.

Ty se giró hacia él. Para ser tan pequeñito, su mirada intimidaba bastante. Víctor levantó las cejas y las manos, estas últimas en señal de rendición.

—Vaaale... creo que optaré por no decir nada más.

—¿Qué quieres? —le pregunté a Ty.

Él volvió a girarse hacia mí.

—Quiero mis velas aromáticas.

Oh, mierda. Se suponía que tenía que bajarme en otra parada de autobús para comprárselas. Se lo había prometido.

Debió vérmelo en la cara, porque entrecerró todavía más los ojos.

—No las has comprado —observó.

—Se me ha olvidado, Ty.

—Normal. Estás tan distraída...

Eso último lo dijo mirando fijamente a Víctor. Él sonrío con inocencia.

—Mañana te las compraré —aseguré enseguida—. Es que se me ha olvidado, pero mañana me acordaré. Lo prometo.

—Promesas, promesas... No significan nada. Y las necesitaba hoy.

—¿Para qué? —preguntó Víctor.

—Para mi clase de ascensión al Oráculo de paz.

No sé si Víctor se pensó que era una broma o qué, pero me miró en busca de ayuda. Parecía estar preguntándome si eso era normal o le estábamos gastando una broma.

Ojalá fuera una broma.

—Ty es muy... místico —expliqué torpemente.

—Místico —repitió mi hermano con indignación—. Soy un espíritu liberado de los yugos del...

—Que sí, Ty. ¿Puedes esperarme un momento en casa?

No pareció muy convencido. Intercambió una mirada entre ambos, sospechoso.

—No vais a tener actividad costal, ¿no?

Víctor casi cortocircuitó.

—¿Actividad... qué?

—Dar botes. Mete-saca. ¿Sí o no?

Si hasta ese momento mi cara había estado roja, probablemente acababa de ascender a la categoría de azul.

Víctor se limitó a parpadear, como si la información no le estuviera entrando en el cerebro.

—Pues no era el plan, no.

—Bien. Vi en un documental que las relaciones en los coches son peligrosas. Puedes...

—¡Ty! —estallé, avergonzada—. ¡Espérame en casa!

Mi hermano pequeño pareció ofendido por la interrupción, pero al final se marchó muy digno con su pijama de ovejas y monopatines.

Esperé a que estuviera a una distancia prudente para girarme hacia Víctor, que parecía bastante divertido.

—Lamento todo eso —murmuré.

—Ah, no te preocupes. Tu familia nunca aburre.

—La explicación general suele ser que estamos todos locos, pero te agradezco que lo hayas dicho de forma tan bonita.

Con un suspiro, me colgué la mochila del hombro y le dije adiós con la mano. Víctor asintió a modo de despedida. Sonreía de medio lado, pero dejó de hacerlo cuando le dio un espasmo de dolor y se cubrió la herida con una mueca.

Para cuando llegué a casa, Ty seguía vigilando tras la puerta. Cerré detrás de mí y le saqué la lengua.

—Deja de espiarme —protesté.

—Deja de hacer cosas espiables.

—¿A que no te traigo tus dichosas velas?

—Pues se las pediré a mamá.

Eso último hizo que diera un respingo.

—¿Mamá? ¿Ya ha llegado?

Ty soltó un suspiro dramático y señaló la cocina. Prácticamente tiré la bolsa al suelo para salir corriendo. Pasé por el salón, donde papá y Jay apenas tuvieron tiempo de levantar la cabeza para saludarme, y me metí directa en la cocina.

Efectivamente, mamá acababa de cerrar la nevera. Llevaba un vaso de agua en la mano, y por la forma en que se pasó una mano por la cara, deduje que estaba cansada por el viaje. Ni siquiera había tenido tiempo de cambiarse de ropa.

—¡Hola, mamá!

Mi voz hizo que levantara la cabeza y sonriera.

—¡Ellie! —Dejó el vaso a un lado para pasarme un brazo por encima de los hombros y apretujarme contra su cuerpo. Intenté separarme, pero no me dejó—. Ayyyy... mi niña cariñosa.

—¡Mamá, que estoy toda sudada!

—Eso a una madre le da igual.

Suspiré y dejé que me apretujara un poquito más antes de, por fin, liberarme. Di un paso atrás y ella aprovechó para mirar la pantalla de su móvil. Luego, me enarcó una ceja.

—¿No terminas el entrenamiento en media hora? ¿Qué haces aquí?

—Ah, eso... Hoy ha sido un día un poco ligero. El entrenador quería irse más temprano.

Mamá apoyó la cadera en la encimera y tomó un sorbito de agua. No había dejado de mirarme fijamente en ningún momento, y me obligué a mantener una expresión neutral para que no me pillara.

Igualmente, lo hizo.

—Ajá... ¿Estás segura?

—Totalmente.

—Es mentira.

Eso último había salido de Ty. Ambas nos giramos hacia él. Acababa de meterse en la cocina. Apartó un taburete y escaló hasta estar de rodillas sobre él. Después, me miró con malicia.

Oh... el pequeño puerco iba a vengarse por sus velas.

—Cállate —siseé.

—¿Por qué iba a callarse? —quiso saber mamá, cada vez más desconfiada.

Ty esbozó media sonrisa malvada mientras yo negaba frenéticamente con la cabeza.

—Ha vuelto con Víctor... y se han peleado. Él tenía un labio partido.

En cuanto escuché el grito ahogado de mamá, fulminé a Ty con la mirada. Él sonrió, para nada arrepentido.

—¿Un labio partido? —repitió mamá, alarmada. Ya la tenía encima, mirándome con los ojos muy abiertos—. ¿Qué ha pasado? No has sido tú, ¿no?

—¡Claro que no!

—No golpearía a Víctor —apoyó Ty y empezó a lanzar besitos al aire—. Porque quiere casarse con él, y tener muchos hijitos, y hacer mucho el...

—¡CÁLLATE, TY!

—¿Qué ha pasado? —insistió mamá, preocupada.

—¡Nada grave! ¡Ha sido un accidente!

—Elisabeth, ya basta de mentirme. ¿Qué ha pasado?

Oh, oh. Mi nombre completo.

—Un chico del entrenamiento se ha peleado con él. Los demás hemos tenido que separarlos, pero era un poco tarde. Ya había conseguido darle un golpe en la boca.

—¿Y el entrenador? ¿Dónde estaba?

—Pues... no sé. Sentado en las gradas.

—¡¿Sentado en...?!

Mamá se calló. Había apretado los labios y tenía el ceño fruncido. Ay, mierda... Conocía esa expresión.

—¡Pero siempre es muy responsable! —aseguré enseguida—. Es un entrenador maravilloso, aprendemos un montón de cosas con él, me ofreció su despacho para cambiarme de ropa y...

—¡¿QUÉ?!

Me callé, alarmada.

—¡Eso último es broma!

—¡¿Te dijo que te cambiaras delante de él?!

—¡No! ¡No es eso! ¡Es que como no hay baño de mujeres...!

—¡¿QUE NO HAY BAÑO PARA TI?!

No es por hundirte, pero cada vez que abres la boca la cosa se pone peor.

Me callé, derrotada, cuando ella dio un paso atrás y puso los brazos en jarras.

—Esto es inadmisible —declaró, muy indignada.

—¡Por favor, no...!

—¡No! Es una vergüenza. ¡Se supone que es vuestro responsable! ¿Cómo te voy a dejar en sus manos si es así de inútil?

—¡Mamá, me encanta jugar al baloncesto y es el único equipo que hay en toda la ciudad! Si me voy, no habrá ninguna otra alternativa.

Eso al menos la calmó un poco. Mamá se cruzó de brazos, frustrada, y lo consideró durante unos segundos.

—Vale, puedes seguir yendo a esas clases.

—¡Bien! Gracias, mamá. Eres la mej...

—Pero —añadió, y me señaló con un dedo—, quiero hablar con tu entrenador.

No sé qué cara puse, pero Ty empezó a reírse a carcajadas.

—N-no hace falta —aseguré, intentando sonar tranquila—. Es un hombre muy ocupado, no creo que...

—Bueno, pues que me haga un hueco. Mañana te iré a buscar al gimnasio.

—Pero...

Lo que me faltaba ya para que mis compañeros siguieran riéndose de mí, que mamá le echara la bronca a nuestro entrenador.

—Mañana voy y fin de la discusión —declaró, muy seria—. Ahora, ¿por qué no subes a darte una ducha y a ponerte algo más cómodo?

Como vi que no me quedaba otra que aceptarlo, solté un suspiro de resignación y subí a mi habitación.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top