Capítulo 3

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Qué asco, estaba sudando como un pollo.

Seguía sin entender demasiado quién le había dado el poder al entrenador de ordenar ejercicios cuando él, muy claramente, había hecho muy pocos durante su vida. Pero ahí estábamos. Y no se había cortado en absoluto, porque por las caras de mis compañeros podía deducir que ellos estaban tan agotados como yo. Quizá se debiera a que, a partir de ese momento, los entrenamientos serían por la tarde. El calor era peor que por la mañana.

Habíamos empezado con sentadillas, lanzamientos, chocar codos... lo típico. Y mi cansancio no era por falta de entrenamiento —porque, por mi cuenta, entrenaba continuamente—, pero no podía más. Por eso lo agradecí tanto cuando el entrenador hizo sonar el pitido y me apoyé en las rodillas con las manos, agotada.

—Bueno —comentó, comiéndose otra galletita del paquete que llevaba en una mano—, no os hagáis ilusiones, porque todavía falta la mitad del entrenamiento.

Al pasar por su lado, Tad miró su bolsa de galletitas con la esperanza reflejada en su rostro.

—¿Me da una, por fis?

—No. Cállate.

El hombre se quedó mirando la cancha en la que estábamos entrenando, pensativo, hasta que por fin pareció llegar a una conclusión. Se giró hacia la sala donde guardábamos todo el material de clase y la señaló con una galletita.

—Ve a por los pañuelos —ordenó a nadie en específico.

De todos modos, Víctor y Oscar intercambiaron una breve mirada y fueron los únicos que se movieron para hacerlo.

—¿Pañuelo? —escuché que comentaba Marco, riendo, y me giré hacia él al darme cuenta de que parecía que se burlaba de mí—. Alguien va a perder a los dos minutos.

—¿No te has pasado con el tiempo? —le preguntó Eddie.

—Tienes razón... Mejor solo un minuto.

No les respondí, más que nada porque no sabía de qué hablaban. Además, seguía teniendo la respiración agolpada en la garganta y no me habrían tomado muy en serio. Me incorporé lentamente, acalorada, cuando Víctor y Oscar volvieron con la famosa bolsa de pañuelos. Eran todos de color rojo.

—Pues ya sabéis cómo funciona esto —comentó el entrenador.

—Yo no lo sé —remarqué.

—Pues mira y aprende.

Gran entrenador, mejor persona.

Indignada, lo seguí con la mirada cuando fue a sentarse a las gradas. ¿Para eso le pagaban?

Busqué con la mirada entre mis compañeros, pero ninguno parecía muy dispuesto a ayudarme. Tad estaba ocupado entrando en pánico, Víctor rebuscaba en los pañuelos de la bolsa, Eddie y Marco entrenaban entre sí...

Al final, mi único objetivo posible fue Oscar, que intercambió una mirada conmigo y soltó un suspiro.

—Vaaale... Ya te lo explico yo.

—Gracias.

—Es solo un juego —aclaró, acercándose a mí mientras hacía botar el balón que paseaba entre las manos—. Se trata de hacer dos equipos de tres y que cada uno se ponga un pañuelo en la cinturilla del pantalón, como si fuera una cola. Tienes que intentar robarles los tres pañuelos a los del otro equipo.

Mientras veía que Eddie y Marco se colocaban el suyo, tragué saliva.

—Suena muy fácil, pero creo que no lo será.

—No lo es. —Oscar estuvo a punto de reírse de mi cara de espanto—. Si consiguen robarte tu pañuelo, tienes que salir del campo y solo puedes volver a jugar si uno de tus compañeros roba un pañuelo y te lo da. Gana el primero que deje sin pañuelos al otro equipo. ¿Sabes qué significa eso?

—Eh...

—Que la gente se pone violenta —aclaró tranquilamente, haciendo girar la pelota encima de su dedo índice—. Hay empujones y golpes por toooodas partes.

—Ah, muchas gracias... Eso me deja muy tranquila.

—Querías que te explicara el juego, no que te tranquilizara.

—Espera —se me ocurrió de repente—. Si hasta ahora erais solo cinco... ¿Cómo jugabais a esto? Los equipos habrían quedado impares.

—Oh, eso... Tad nunca jugaba. Siempre éramos Víctor y yo contra Marco y Eddie. Hoy será su gran estreno.

Ya se explicaba mejor la cara de pánico del pobre Tad, que se estaba colgando su pañuelito con el terror en la mirada.

Y era comprensible, porque Eddie y Marco no dejaban de mirarlo fijamente. Estaba claro que iba a ser su primer objetivo.

Muy egoístamente, me alegré de que al menos no fuera yo.

—Así que vamos a ser los dos novatos —deduje en voz baja.

—Sí. Disimula esa alegría, que nos la contagias.

Víctor se acercó a nosotros en ese momento con la bolsa de pañuelos. No le miré a la cara para recoger el mío y colocármelo tras la espalda. Me colgaba como una colita, y estaba segura de que iban a robármelo en cuestión de segundos. Qué horror.

—¿Podemos empezar? —le gritó Marco al entrenador.

—¿Cuáles son los equipos?

Hubo un momento de silencio cuando todos nos miramos entre sí, dudando. Marco fue el primero en reaccionar y agarrar el brazo de Eddie para acercárselo. Tad parecía demasiado asustado como para reaccionar, yo no sabía qué hacer y Oscar seguía rodando su pelotita con tranquilidad.

El único que pareció querer moverse fue Víctor, pero Marco también le enganchó el brazo y lo atrajo a su lado.

—¡Equipos hechos! —anunció alegremente.

Así que éramos Oscar, Tad y yo... contra esos tres gigantes.

Rezaré por vuestras almas.

El entrenador no debió verlo muy descompensado, porque se limitó a encoger los hombros y a gesticular para que empezáramos.

Pero yo no podía dejarlo pasar, claro.

—¿No le parece que sería un partido un poco injusto? —pregunté, adelantándome un poco.

—¿Eh?

—Está claro que hay gente aquí que tiene mucha más experiencia que la otra. Tad y yo nunca hemos jugado, por ejemplo. ¿No sería más justo poner a dos jugadores experimentados con uno inexperimentado? Así el juego sería mucho más justo y...

—¿Tanto miedo te damos, Ally? —escuché que preguntaba Marco, divertido.

—Si lo que quieres es librarte de Tad —añadió Eddie, a su lado—, solo tienes que decirlo.

Me giré hacia Tad enseguida. No quería que me malinterpretara. Pero parecía más centrado en entrar en pánico que en pensar en nada de todo eso.

—Tad es mucho mejor compañero que vosotros tres juntos —le espeté a Marco.

Víctor, por su parte, dio un respingo.

—Pero ¿se puede saber qué he hecho yo?

—¡Existir!

—¡Si no he dicho nada!

—Los equipos ya están hechos —concluyó el entrenador, poco interesado en la conversación—. Empezad de una vez y dejad de perder el tiempo.

El pitido de su silbato hizo que todos nos giráramos de golpe para no darle la espalda a ningún rival.

Espera, ¿ya habíamos empezado?

Miré a mis dos compañeros. Tad parecía estar preparándose para salir corriendo en caso de emergencia, mientras que Oscar había soltado el balón de baloncesto para centrarse mejor, aunque no estaba muy preocupado.

Marco era el único que parecía metido en el juego. Les dijo algo en voz baja a sus dos compañeros y, casi al instante, Víctor fue directo hacia Oscar, Eddie hacia Tad... y él hacia mí.

Genial.

Los únicos que parecían estar pasándoselo bien eran Víctor y Oscar, que daban círculos y parecían estar picándose entre sí, riendo y sin mucha preocupación.

Luego estaba Tad, que correteaba como un loco con Eddie pisándole los talones e intentando alcanzarlo.

Y, finalmente, Marco y yo. Se había plantado delante de mí y yo solo pude intentar adoptar una pose defensiva para que no pudiera alcanzarme el pañuelito.

—Vamos, Ally, no pongas las cosas difíciles —se burló, haciendo un ademán de colarse por mi izquierda.

—Es un juego, se supone que tengo que hacerlo.

—No cuando está tan claro quien va a ganar.

Intentó colarse, esa vez por la derecha, y yo pisé la línea del exterior sin querer. ¿Estaba eliminada si salía? Prefería no arriesgarme a intentarlo.

Y el breve momento que me tomé para recuperar el equilibrio fue suficiente para que Marco me eliminara. Noté que el pañuelo desaparecía y, si eso fuera poco, me caí de culo al suelo.

—Ha sido más rápido de lo que pensaba —confesó, riendo, y se marchó alegremente con mi pañuelito.

Cabrón.

Me quedé sentada un momento más. Ya era triste ser la primera eliminada, pero más lo era cuando todo el mundo te miraba. Solté un suspiro y me incorporé. Ya solo quedaba esperar a que alguien me salvara, aunque lo veía poco probable.

Para mi sorpresa, apenas habían pasado unos segundos cuando alguien se plantó a mi lado. Y no era Tad, ni Oscar. Era Víctor.

Lo miré de reojo, pero no me devolvió la mirada. Estaba centrado en contemplar a nuestros compañeros. Oscar corría con su pañuelito al aire, divertido, y aunque intentó llegar a mí para salvarme, se encontró con Marco —que tenía el mismo objetivo, pero con Víctor—, y empezaron a jugar entre ellos.

Iban a tardar un rato para rescatarnos de la eliminación, eso seguro.

Tad pasó corriendo por delante de nosotros —en modo pánico— y Eddie lo hizo apenas unos segundos después.

—No me gusta este juego —dije en voz baja.

Víctor me echó una breve ojeada, pero enseguida volvió a centrarse en los demás.

—Será porque eres pésima en él.

—Te recuerdo que tú también estás eliminado.

—A mí me ha eliminado Oscar. A ti el pesado de Marco.

—Que te calles.

—Cállate tú, que has empezado la conversación.

—Cállate tú.

—No, tú.

—Tú.

—Tú.

—¡Tú!

—¡TÚ!

—¡¡TÚ!!

—¡¡¡TÚ!!!

Iba a seguir, pero me interrumpí a mí misma cuando dos pañuelos volaron directos hacia nuestras cabezas. Tanto Víctor como yo los recogimos, sorprendidos, y vimos como Oscar y Marco pasaban corriendo por delante de nosotros.

Nos acababan de salvar.

Lo que significaba... que nos tocaba uno contra otro.

Y yo pensando que había tenido mala suerte con Marco...

Intercambiamos una mirada y, pese a que ambos tardamos unos instantes en reaccionar, dimos un respingo a la vez y nos colocamos los pañuelos al instante. Giramos los cuerpos a la vez, negándole el acceso al otro a nuestra espalda.

—La cosa se pone interesante —comentó Víctor en voz baja.

No supe qué decirle. Estaba nerviosa. No era un partido importante, pero Víctor era mejor jugador que Marco, iba a ser más difícil eludirle. ¡No quería que volvieran a eliminarme en cuestión de segundos!

Valoré mis posibilidades y bajé la mirada a su pañuelo, que se asomaba por uno de los lados de su cuerpo. Víctor lo notó al instante y giró un poco más el cuerpo para bloquearme la vista. Tenía los brazos un poco extendidos y las rodillas flexionadas. Sabía perfectamente lo que hacía.

No iba a poder robárselo en mi vida, ¿verdad?

Solo me quedaba una opción.

Así que le di un empujón en el pecho y, aprovechando el pequeño momento que tardó en equilibrarse, salí corriendo en dirección contraria.

—¿Qué...? ¡OYE!

Empezó a seguirme casi al instante, así que aumenté en ritmo y, cuando estaba a punto de salirme del campo, giré en redondo y seguí corriendo en la otra dirección. Se escuchó el rechinar de nuestros zapatos sobre la cancha cuando ambos giramos de golpe.

—¡Deja de correr! —escuché que protestaba por ahí detrás.

—¡Deja de perseguirme!

—¡Cobarde!

—¡Pesado!

Oscar estaba en medio de mi camino con Marco y, como no parecían tener ninguna intención de apartarse y andaba corta de tiempo, no me quedó otra que pasar entre ambos corriendo a toda velocidad.

Escuché sus protestas seguidas de un estrépito cuando Víctor hizo exactamente lo mismo. Había chocado contra Marco y estaban los dos en el suelo. Me giré para mirarlo y, cuando vi lo irritado que estaba, solté una risita malvada y le guiñé un ojo.

Sin embargo, no pude reírme mucho tiempo. Como me había despistado por culpa del golpe, no vi a tiempo a Tad, que todavía escapaba de Eddie.

Intenté girarme cuando escuché el chillido de advertencia, pero fue demasiado tarde. Y el golpe fue momentáneo.

No sabría decirte cómo chocamos exactamente, pero sí que Tad terminó boca abajo en el suelo y yo acabé estirada sobre él boca arriba.

Todo un cuadro.

Mientras miraba el techo y me sobaba las costillas doloridas, noté que algo se deslizaba por mi espalda. Por un momento temí que fuera sangre o algo parecido, pero no. Solo era el pañuelo. Eddie se había agachado para robárnoslo a ambos.

—¡Los tengo! —chilló, entusiasmado.

Al otro lado de la cancha, Marco se estiró en el suelo para quitarle el suyo a Oscar, que estaba demasiado ocupado mirándonos como para darse cuenta.

—¡Hemos ganado! —exclamó Eddie, entusiasmado, y empezó a correr alrededor del lugar con sus dos pañuelos en la mano.

Mientras tanto, el entrenador sacudía la cabeza desde las gradas.

—La partida más lamentable que he visto en mi vida.

○○○

Una bronca por habernos pasado el partido corriendo y una ducha más tarde, todos salíamos del gimnasio. O debería decir que ellos salían del gimnasio recién duchados, porque yo seguía sin tener un sitio en el que hacerlo.

Así que ahí seguía, con mi uniforme, mi bolsa de deporte y mi cara de mal humor.

No me apetecía volver andando a casa, y la perspectiva de volver a subirme al bus con el conductor amargado se me hacía muy deprimente, así que se me ocurrió la fantástica idea de llamar a Jane, a ver si podía pasarse un momento. Pero no me contestó. Debía estar ocupada.

Estaba mirando la pantalla sin respuesta cuando Víctor pasó por delante de mí sin decir nada. En cuanto lo vi subirse a su coche, tomé una decisión.

Agachada delante de la ventanilla, le di dos golpecitos al cristal con los nudillos. El muy idiota fingió que no me escuchaba.

—Sé que me has oído —recalqué.

—Mentira, no he oído nada.

—Pues me has contestado.

—Estoy hablando con mi coche.

Fruncí el ceño y volví a darle al cristal, esa vez con más fuerza. Él soltó un suspiro y terminó de bajar la ventanilla. Incluso se dignó a mirarme como si fuera lo más molesto que había visto en su vida.

—¿Qué? —preguntó.

—Llévame a casa.

—No.

—Pero...

—No.

Fruncí el ceño todavía más.

—¡Tú te ofreciste a llevarme!

—Me lo he pensado mejor.

Como iba a cerrar la ventanilla otra vez, metí una mano para impedírselo. Podría haber optado por aplastármela, pero por suerte prefirió ser un poquito más civilizado.

—Llévame a casa —exigí de nuevo.

—Pero ¿tú quién te crees que soy? ¿Tu chófer?

—¡Si no querías que te lo pidiera, no habérmelo ofrecido!

—¡Si quieres que te lleven a algún lado, intenta pedirlo con un poco de educación, al menos!

—No.

Como todavía tenía una mano dentro del coche, abrí la puerta desde el interior y me senté a su lado antes de que pudiera echarme de una patada. Incluso me puse el cinturón a toda velocidad.

Cuando me giré hacia él, tenía una ceja enarcada.

—¿No ibas en bus? —preguntó.

—Es que hoy no había.

—Está justo ahí.

—Es que no acepta a gente que vaya vestida con uniforme.

—¿Dónde pone eso?

—En la normativa.

—¿Me dejas verla?

—No seas cotilla. ¿Y si nos vamos?

Víctor me revisó con la mirada, claramente poco satisfecho con cómo se habían dado los hechos, pero por lo menos encendió el motor.

Nada más girar la llave, un pitido indicó que una de las puertas estaba mal cerrada. Claramente era la mía. Víctor soltó un suspiro y, sin siquiera pensárselo, se estiró sobre mí, la abrió de nuevo y la cerró de un golpe. Cuando volvió a su lugar, me rozó el torso con la manga de la camiseta y yo contuve la respiración.

—¿No sabes ni cerrar una puerta? —protestó en voz baja.

Eso hizo que soltara todo el aire de golpe, como un globo pinchado, y le pusiera mala cara.

—¿Qué pasa? ¿Que tú eres perfecto?

—Sí.

—No.

—Pues bájate del coche y que te lleve a casa alguien más perfecto.

Entrecerré los ojos, pero no se me ocurrió ninguna respuesta ingeniosa.

Como no había nada más que decir, Víctor apoyó un brazo en mi asiento para mirar atrás y sacó el coche del aparcamiento. Mientras nos alejábamos del gimnasio, aproveché para volver a subir la ventanilla. Ya estaba oscureciendo y, aunque la temperatura era de verano, el viento era bastante frío. Pero me había dejado la chaqueta dentro de la bolsa de deporte que había lanzado al asiento de atrás, y por algún motivo me negué a girarme para recogerla. Quizá era porque Víctor también iba en manga corta y no quería ser menos que él.

¿Es que tienes que competir con todo el mundo?

Quizá me habría fijado en eso en otro momento, pero en ese me despistó el hecho de que mi compañero zanahorio girara hacia la derecha y no hacia la izquierda.

—¿Dónde vas? —pregunté desconfiada—. Nuestra casa es por el otro lado.

—Lo sé.

—¿Me estás secuestrando?

—¿Y tener que aguantarte las veinticuatro horas del día? No, gracias.

Miré con curiosidad por la ventanilla. En lugar de salir de la ciudad para entrar en la carretera que dirigía a casa, estaba entrando en la zona urbanística. El sol poniente iluminaba todo con una tenue luz anaranjada, y alcancé a ver las casas particulares, los jardines con flores, la gente cruzando el patio delantero de sus hogares... ¿Qué estábamos haciendo en un lugar como ese?

—Te he dicho que no te subieras porque tengo cosas que hacer antes de volver a casa —aclaró Víctor.

—Así que no era porque no quisieras verme.

—Eso tampoco quería hacerlo.

—Sí, seguro. ¿Y dónde vamos?

—A casa de una amiga.

¿Amiga?

Intenté no hacerlo. Sabía que era muy irracional de mi parte. Y, aún así, no pude evitar activar todas y cada una de las alarmas de mi cerebro. Fue como si todas me gritaran a la vez la palabra ¡PELIGRO!, y lo único que yo podía hacer era mirar fijamente a Víctor.

—Ah —me limité a decir en tono indiferente.

Él me echó una ojeada.

—¿Ah? —repitió—. ¿A qué viene ese tono?

—A nada, no sé de qué me hablas.

Lo peor no era estar teniendo esa conversación con un chico que no me debía una sola explicación, sino haberlo vivido muchas otras veces. Cuando éramos amigos, se lo hacía constantemente. Y podía ver lo irritado que se ponía por mi culpa, pero era incapaz de controlarme.

O simplemente no lo intentabas.

En esos momentos, por cierto, estaba empezando a desquiciarse justo como cuando teníamos quince años.

—Tú eres la que ha querido subirse —me recordó.

—Y me da igual donde vayas.

—Ya.

Tras esa palabra, los dos nos quedamos en silencio absoluto.

Por suerte, la casa de su amiga no quedaba muy lejos del gimnasio. En cuestión de cinco minutos ya estaba aparcando el coche en la calle de enfrente. No era el único que lo estaba haciendo; varios vehículos estaban estacionados de forma torpe alrededor de esa casa en particular, y había grupos de jóvenes bebiendo en el patio trasero. Estaba segura de que, de haber bajado la ventanilla, habría escuchado la música que tenían puesta a todo volumen.

Una fiesta.

—¿Has venido a emborracharte? —pregunté confusa.

—No. Espera aquí.

Y, sin decir nada más, salió del coche y me dejó sola.

Seguí a Víctor con la mirada. Había cruzado la carretera y avanzaba por el patio de la casa como si todo lo que pisaba fuera suyo. Vi varias cabezas girándose en su dirección y saludándolo, aunque no se detuvo a hablar con nadie. Simplemente, entró en la casa y desapareció entre la gente.

Durante un buen rato —o quizá no tanto, pero se me hizo largo—, esperé a que volviera. No quería entrar yo sola en una fiesta, y mucho menos en una donde no conocía a nadie. Miré el móvil, donde nadie me había hablado a parte de unos cuantos pesados por los mensajes privados de Omega a los que ni siquiera respondí, y volví a girarme hacia la casa. Ya habían pasado casi cinco minutos.

A la mierda. ¿Qué hacía ahí dentro durante tanto rato?

Son cinco minutos, no cinco horas.

Me seguía pareciendo excesivo.

O simplemente quieres una excusa para ir a chismear.

Bajé del coche con bastante más decisión de la que sentía e hice el mismo recorrido que él había hecho unos minutos antes. A mí nadie me saludó, claro, y eso que los revisé a todos con la mirada. Quería saber si conocía a alguien que pudiera decirme de quién era aquella casa, o al menos a qué se debía aquella fiesta. Pero no había un solo conocido.

El interior de la casa era un verdadero caos. La gente gritaba, bailaba, levantaba vasos de plástico y las botellas de alcohol pasaban de mano en mano como si no estuvieran hechas de cristal. Tuve que esquivar una de ellas que terminó estrellándose y haciéndose añicos contra el suelo. Las escaleras estaban repletas de parejitas dándose el lote y gente que las esquivaba para subir al piso de arriba. Los sofás del fondo tenían vasos vacíos y a un grupo que parecía esnifar algo de una bandeja. La lámpara del techo tenía un sujetador colgando de ella. La cocina estaba repleta de gritos de ánimo para dos chicos que competían entre sí para ver quién bebía más cerveza. El patio trasero tenía a gente semidesnuda corriendo y riendo. La piscina estaba llena de gente bebiendo y nadando...

Tardé unos segundos en procesarlo, pero entonces me di cuenta de que esa gente no tenía mi edad. Eran mayores. Y aquella no era una casa cualquiera, era una fraternidad.

Una fiesta de universitarios.

Oh, oh...

Nunca había estado en una fiesta con ese nivel de locura, y una oleada de pánico me invadió al mirar atrás. La puerta parecía mucho más lejana de lo que recordaba y, aunque hubiera intentado alcanzarla, recibí un empujón justo en ese momento que me metió en uno de los pasillos de la casa. Choqué de lleno con una pareja que estaba enrollándose contra una pared, y soltaron un gruñido de protesta cuando el chico me empujó de vuelta con la multitud, solo que por el otro lado del pasillo. Ya no sabía en qué sala estaba, ni tampoco dónde había quedado la salida.

No tardé en darme cuenta de que, pese al caos que reinaba en el lugar, la gente me seguía con la mirada. El uniforme de baloncesto les llamaba la atención, y no porque fuera un uniforme, sino porque me cubría muchísimo. No había visto una sola chica que llevara puesto nada más que un bikini. Era la única completamente vestida.

La cosa era... ¿dónde coño se había metido Víctor?

Busqué a mi alrededor una cabeza pelirroja, pero era imposible encontrar a nadie con esa cantidad de gente, y menos con la luz que no dejaba de parpadear. Me froté los ojos, molesta, y traté de avanzar entre la gente. No había forma de que dejara de chocar contra los demás, y estaba empezando a agobiarme.

Al menos, hasta que choqué de frente con alguien que me sujetó de los hombros y me separó un poco para mirarme.

—¡¿Ellie?! —preguntó una voz chillona muy conocida.

Rebeca, la hermana de Víctor, me miraba con una gran sonrisa.

Ella sí que estaba completamente integrada en la fiesta. Con su top minúsculo y sus bragas de bikini, la melena pelirroja recogida y el maquillaje perfecto... Parecía una más del grupo de universitarios, y eso que tenía mi edad.

No la había visto desde el día que nuestro grupo se separó y, pese a que había cotilleado su perfil un millón de veces, creo que no estaba preparada para volver a verla. En mi cabeza, seguía siendo una niña bajita y delgaducha, pero la niña había crecido. Seguía estando delgada y guapísima, pero en el cuerpo de toda una mujer. Y sabía sacarle partido. La gente que pasaba por nuestro lado no despegaba la mirada de su generoso escote.

—¡No sabía que estuvieras por aquí! —exclamó, devolviéndome a la realidad.

Su grupo de amigos me observaba con curiosidad. Estaba claro que yo no encajaba, y no dudaban en hacérmelo saber.

Justo cuando vi a una de sus amigas escabulléndose a toda velocidad, Beca me hizo mirarla otra vez al preguntar:

—¿Qué haces con el uniforme de baloncesto?

Ah, eso...

—Vengo del entrenamiento —expliqué torpemente.

Ella me soltó, algo confusa, pero hizo un esfuerzo por mantener la sonrisa.

—Oh, claro —fingió que era lo más normal del mundo—. ¿Quieres que te dejemos un bikini o algo así?

—No, no... En realidad, no creo que me quede mucho tiempo.

Nunca me había parado a pensar cómo sería un reencuentro con Beca, pero no lo esperaba tan frío. Ella parecía algo incómoda y yo no sabía qué decirle. No hubo un solo te he echado de menos, ni siquiera un ¡cuánto tiempo!, no. Simplemente, nos miramos la una a la otra esperando que alguien rompiera el silencio incómodo.

—Claro —dijo al final, carraspeando—. Bueno..., si quieres quedarte, hay alcohol gratis ahí, al fondo. ¡Seguro que te lo pasas muy bien!

Que me lo pasara bien, pero no con ella. Eso sentí que me gritaba. Di un paso atrás, algo dolida.

—¿Has visto a tu hermano?

—Oh, ¿buscas a Víctor? Seguro que está por el patio trasero con Jane.

Ya estaba dando media vuelta, pero me detuve de golpe al escuchar eso último.

—¿Jane está aquí? —pregunté, incrédula.

¿Por eso no me contestaba a las llamadas o a los mensajes? ¿Porque estaba ocupada en una fiesta de la que ni siquiera me había hablado?

Vale, no estaba obligada a invitarme, pero ¿no podría haberla mencionado, al menos? Quizá me hubiera apetecido ir con ella.

Vale, no habría ido ni en broma. Pero ¡podría haber dicho algo!

—Sí, claro —me dijo Rebeca, sorprendida por el tono que había usado—. Ha venido con Livvie, en realidad.

En mi cabeza, fue como si acabara de pronunciar las palabras que daban la entrada al infierno.

No solo estaba en la fiesta... ¡sino que estaba con Olivia!

Me sentí como si me acabaran de clavar una puñalada en la espalda, y no supe muy bien si era por Jane o por Víctor, porque en mi cabeza estaba segura de que la amiga de la que me había hablado en el coche era Livvie. Me había traído hasta aquí solo para verla a ella.

Ni siquiera recordé que estaba en medio de una conversación con Beca. La dejé con la palabra en la boca, me giré y empecé a avanzar entre la gente para llegar al patio trasero que había visto poco antes. Tardé casi diez minutos más, pero entonces conseguí alcanzar la puerta y abrirme paso entre la masa de gente para ver la piscina y la zona del césped.

Encontrar a Víctor fue relativamente fácil. Después de todo, un chico altísimo y pelirrojo era difícil de obviar.

Se encontraba cerca de la piscina, aunque no parecía tener ninguna intención de nadar. De hecho, estaba hablando con dos personas, y conocía a ambas. Una era mi prima Jane, que llevaba puesto un bañador de color morado y blanco y se estaba riendo a carcajadas con él. La otra era Livvie. Iba con un bikini de color verde y tenía los brazos cruzados, como si no estuviera del todo cómoda vistiendo tan poca ropa. No se estaba riendo con ellos, pero tenía una pequeña sonrisa tensa en los labios.

Me irritó mucho que adoptara esa actitud. ¡Estaba fingiendo que era insegura! ¡No lo era! Lo sabía perfectamente. Podía ver debajo de esa fachada de niña buena que no dejaba de mostrar a los demás, y era de todo menos eso. Sabía que estaba haciéndose la inocente para impresionar a Víctor, ¡pero no era verdad! ¿Cómo podían estar tan ciegos como para no verlo?

Justo cuando iba a darme la vuelta, la mirada de Livvie fue directa hacia mí. Y coincidió con el momento en que Víctor, riendo, le ponía una mano en el hombro.

Se acabó. Me iba de ese sitio.

Volví a entrar en la casa, pero no logré encontrar la salida. Estaba tan enfadada, me sentía tan humillada... En realidad, me daba igual encontrarla o no. Solo quería alejarme del foco de mi desprecio, que estaba justo en el jardín y llevaba un bikini verde.

De alguna forma, terminé en la cocina, donde varias personas me ofrecieron algo de beber. Después de todo, era la única con las manos vacías. Le dije que no a todos ellos. Lo que me faltaba ya, emborracharme para no controlar lo que hacía e ir al patio trasero a liarla con esos tres.

Pero, como he dicho, no acepté ninguna bebida alcohólica. De hecho, conseguí un refresco sin nada raro y me senté en un rincón de la cocina para sacar el móvil. La música seguía estando muy alta y me resultaba complicado pensar con claridad, pero logré encontrar el contacto de mi hermano.

Ellie: ¿Puedes pasar a buscarme?

Ellie: Es urgente.

Ellie: Te paso la ubicación.

Después de pasarle el link, esperé unos minutos a que lo viera, pero parecía que no tenía el móvil en la mano.

Ya casi había empezado a desesperarme cuando noté que alguien se me acercaba. Me tensé de pies a cabeza ante la perspectiva de que pudiera ser Víctor. O, peor, que fuese Livvie. Pero no era ninguno de los dos.

Se trataba de un chico bajito, rubio y con un tatuaje en el brazo que ya había visto antes. Concretamente, en los mensajes privados de mi Omega. No recordaba su nombre —ni me importaba, si te soy sincera—, pero habíamos coincidido en otra fiesta y, reto tras reto, habíamos terminado haciéndolo en una de las habitaciones de la casa.

Mierda, ¿cómo se llamaba? Rápido, rápido...

—¡Hola, Ellie! —saludó alegremente.

Vaya, él sí que se acordaba de mi nombre. Qué desastre. Tenía que acordarme rápido.

—Hola —respondí, no muy metida en la conversación.

—No sabía que fueras a venir.

—Sinceramente, yo tampoco.

—Ah.

Silencio incómodo.

El chico se balanceó sobre sus pies de forma un poco nerviosa, como si no supiera qué más decirme, y yo lo miré de reojo. Mi hermano seguía sin responder, me había quedado sola y me aburría.

Supuse que ya había encontrado una actividad para entretenerme.

—¿Por qué no pides directamente lo que quieres pedir? —le solté.

Él se ruborizó un poco, pero no perdió la oportunidad.

—¿Te apetece... eh... ir a dar una vuelta? Tengo una botella de alcohol.

—¿Qué tal si cambias el alcohol por un condón y vamos directamente al piso de arriba? Quiero irme a casa temprano.

Quizá fui demasiado directa, porque se quedó mirándome, pasmado.

—¿O no quieres? —añadí.

—¡Sí, sí! ¡Sí que quiero!

—Pues venga.

Sin más dilación, me puse de pie, lo agarré de la muñeca y me metí en la muchedumbre con él.

Al final, no saber su nombre no fue un factor demasiado decisivo.

Después del rato que pasamos en el baño, me di cuenta de que hubiera sido mejor mantener su recuerdo que intentar repetirlo. Quizá fuera porque esa noche yo estaba muy distraída, pero no había sido ni la mitad de bueno de lo que recordaba.

Mientras me colocaba el pelo frente al espejo y él se subía el bañador, noté que no dejaba de mirarme. Estaba claro que quería decir algo, pero no se atrevía a hacerlo. Y yo no estaba de humor para sonsacarle.

Además, mi hermano por fin me había contestado. Si no había calculado mal, ya debía estar abajo.

—Bueno, ha sido un placer —murmuré, haciéndole un gesto de despedida—. Ya nos veremos.

—Pero...

No me quedé para escucharlo. Seamos sinceros, ni a él le interesaba una relación conmigo ni a mí me interesaba una conversación con él. El único intercambio que podía interesarnos a ambos había tenido lugar unos minutos antes contra la pared de ese baño, y dudaba que ninguno quisiera repetir.

Vaya desastre de día.

Justo cuando pensaba que no podía ir a peor, me encaminé hacia las escaleras y me encontré de frente con la última persona con la que querría encontrarme en una situación así. Livvie.

Ella pareció sorprendida al verme, y más todavía cuando el rubio salió del mismo cuarto de baño que yo acababa de abandonar. Intercambió una mirada entre ambos, pasmada, hasta que el chico se marchó y su atención volvió a mí.

No estoy muy segura de cómo la miré, pero sí que estoy convencida de que la estaba retando con la mirada. Casi como si quisiera que dijera algo malo de mí, algún comentario despectivo, y así confirmara mis sospechas de que no era tan buena como parecía.

Y, finalmente, su expresión cambió. Lo que no me esperaba era que pareciera tan decepcionada.

—Víctor te ha estado buscando por todas partes, ¿sabes?

Aquello me pilló un poco desprevenida, pero enseguida me crucé de brazos.

—¿Y por qué lo dices como si fuera problema tuyo?

Livvie apartó la mirada. De nuevo, parecía decepcionada. Me dio mucha rabia. ¿Por qué no decía lo que quería oír?

La pregunta es, ¿por qué quieres oír un insulto de su parte?

Cállate.

—Métete en tus asuntos —concluí, casi escupiendo las palabras, y pasé por su lado.

Livvie no dijo nada. De hecho, se limitó a observarme mientras me alejaba. Al menos, hasta que alcancé el inicio de las escaleras.

—Tres años y no has cambiado nada... —murmuró, más para sí misma que para mí.

Tuvo suerte de que un grupo de gente se metiera entre nosotras, porque ya me había dado la vuelta para responderle de una forma muy poco cordial.

No. No se merecía mi tiempo. Era una... una... Mejor no decía ni qué era. No se merecía que ocupara mis pensamientos con ella.

Por fortuna, encontrar la salida no fue una tarea tan complicada. El coche de Víctor seguía ahí, pero también el de mi hermano mayor. Me esperaba de brazos cruzados no muy lejos de él.

—¿Me vas a decir qué ha pasado? —preguntó directamente.

—Créeme, no quieres saberlo.

—¿Y tus cosas?

Mierda, en el coche de Víctor.

Estuve tentada a esperarlo, pero no quería verle la cara. Jay debió darse cuenta, porque soltó un suspiro y me hizo un gesto hacia el coche.

Ninguno de los dos dijo nada durante el trayecto, y se lo agradecí enormemente. Solo interrumpimos el silencio una vez llegamos a casa, cuando él murmuró un:

—¿Puedo decirte una cosa, Ellie?

Lo miré con aire inquisitivo, pero no me devolvió la mirada. Estaba repiqueteando un dedo sobre el volante. Parecía pensativo.

—Tío Mike, Tía Naya... algunas veces me han hablado de cómo era papá cuando tenía nuestra edad. De hecho, me han hablado de ello con muchos detalles. —Hizo una pausa sin mirarme—. Algunas veces, me recuerdas a él.

No supe qué decirle.

—Gracias, supongo.

—No, Ellie... No era un cumplido.

Me dejó un poco descolocada cuando se giró hacia mí y me miró con tanta seriedad. Estaba acostumbrada a pelearme con él, a criticarnos, a reírnos el uno del otro... pero no solía ver a mi hermano tomándose tan en serio una de nuestras conversaciones.

—A veces, te dejas llevar tanto por tu cabeza que no te paras a pensar en lo que haces. O en lo que haces a los demás.

—Porque soy así.

—Eso no es excusa.

—¿Ahora vas a darme consejos baratos de psicología?

—Estoy intentando ayudarte.

—¿Y se puede saber quién te ha dicho que necesito tu ayuda? Métete en tus asuntos.

Ahí estaba. Lo mismo que le había soltado a Livvie, solo que en esa ocasión iba contra mi hermano.

Hubo algo en su expresión que hizo que me arrepintiera de mis palabras, pero no me dio tiempo a retirarlas y, honestamente, dudo que lo hubiera hecho. Sin dejarme margen de respuesta, salió del coche y me dejó sola.


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