Capítulo 15
Último capítulo, pero no entréis en pánico, pequeños saltamontes... todavía queda un epílogo ;)
Vale, esta vez no iba a romper una ventana.
Eso.
Como ya había anochecido, no tuve que preocuparme de que nadie me viera salir de casa y cruzar hasta llegar a la de Víctor. Me detuve en el lateral, donde solo veía la ventana del salón y, justo encima, la de su habitación.
Recogí una piedrecita inofensiva. Hora de ser suave.
Hice un primer intento y, aunque conseguí darle al cristal, no se oyó demasiado. Mierda. Volví a intentarlo, y le di a la pared. Mierda otra vez. Hice un último intento y di un pequeño salto cuando, de pronto, la luz de la habitación se encendió.
Objetivo: cumplido.
Víctor abrió la ventana y se asomó, frotándose los ojos.
—Pero ¿qué haces ahí? —preguntó con voz adormilada.
—¿No está claro?
—Lo único que tengo claro es que son las tres de la mañana.
—Estoy en medio de una crisis existencial.
Él suspiró, como intentando serenarse.
—¿Quieres que baje?
—Puedo subir yo.
—¿Sin matarte?
—Preferiblemente.
Víctor consideró sus posibilidades y, entonces, se apartó un poco para dejarme espacio.
Apoyé torpemente un pie en la ventana del salón y me agarré con fuerza al saliente de la otra. Después, me impulsé hacia arriba. El destino fue bueno conmigo e hizo que consiguiera agarrarme a la ventana de Víctor, que tiró de mi mano libre para ayudarme a subir. Tuvo la suficiente fuerza como para dejarme sentada en el alféizar.
—Uf, vale. —Ya estaba hiperventilando cuando soplé un mechón de pelo lejos de mi cara—. Podrías haber bajado tú, maleducado.
—¡Si te lo he ofrecido!
Pasé las piernas por encima del alféizar y aterricé al otro lado de la ventana. En su habitación, concretamente.
A ver, había estado ahí dentro alguna vez. La única diferencia era que antes éramos pequeños y no sabíamos cuál era la implicación de estar a solas en un dormitorio. Ahora ya habíamos crecido, pero aun así no hice ningún comentario. Me limité a carraspear para librarme del nudo de nervios que se me había formado en la garganta.
Víctor contaba con una cama individual bastante grande, una pared con una estantería y un escritorio, y un montón de ropa sin ordenar en el sillón del fondo. Por lo demás, había algún que otro poster sobre equipos de baloncesto que le gustaban. Nunca le había entusiasmado eso de decorar.
—Bonita habitación —comenté.
—Bonito pijama.
No entendí a qué se refería hasta que me di cuenta de que estaba conteniendo una sonrisa. Mi súper pijama, que consistía en unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas, destacaba por sus ilustraciones de unicornios en patines.
—Lo tengo desde hace varios años, ¿vale? No me juzgues.
—He dicho que es bonito.
Solté un sonidito de desaprobación y, con toda la confianza del mundo, fui a sentarme en su cama. Crucé las piernas y empecé a balancearlas. Pensé que él se uniría a mí, pero se quedó un poco parado al verme. En lugar de acercarse, se metió las manos en los bolsillos y carraspeó.
Oh, el niño se nos pone nervioso.
Víctor iba con su pijama habitual, que eran simple y llanamente unos pantalones de algodón que le llegaban por las rodillas. Había estado con más de un chico semidesnudo —y otras cosas, incluso—, pero nunca me había quedado mirándolo de esa forma. No estaba especialmente musculado, pero sí que se notaba el entrenamiento. Eso, y que tenía pecas esparcidas por los hombros y parte del pecho. No sé por qué, pero no pude evitar sonreír.
—¿Qué te hace gracia? —preguntó, un poco a la defensiva.
—Nada.
—No, ahora lo dices.
—Es que... no pensé que te pondrías tan nervioso —admití.
—¿Nervioso? Yo no estoy nervioso.
—Ya.
Era lo que solía decirme él cuando sentía que le mentía, así que me gustó su media sonrisa cuando lo ataqué con ello.
—Pero no te quedes ahí de pie —protesté.
—Em... sí, vale.
De manera un poco cortada, Víctor miró a su alrededor y llegó a la conclusión de que no le quedaba otra opción que la cama, así que finalmente se acercó a mí. Se sentó cerca, pero no hizo un solo ademán de tocarme, sino que entrelazó los dedos y contempló la ventana como si fuera lo más interesante que había visto en su vida.
—¿Estás bien? —pregunté con una ceja enarcada.
—Muy bien, sí.
—Oye, que no he venido para hacer nada... de eso.
—Ah.
—¿Eso ha sido decepción, Víctor?
—No, no.
—¿Eso ha vuelto ser dec...?
—Oye —protestó.
—Vale, vale, no molesto más. —O eso iba a intentar, porque estaba resultando ser muy tentador. Me asomé un poco más cerca, lo suficiente como para que no le quedara otra que mirarme—. ¿Alguna vez has...?
No terminé la pregunta, aunque por lo menos ya no sonaba a burla. Él, que me miraba con los labios apretados, se encogió de hombros.
—No.
—Yo tampoco.
—Mentirosa.
—Era para que no te sintieras tan solito.
—No me siento solito —protestó—. No es para tanto.
Me mostré de acuerdo, cosa que pareció calmarle un poquito.
Ya más relajado, tomé aire con fuerza. Hora de hablar con él.
—Tengo que contarte una cosa. Iba a decírsela mañana también a los demás, pero... quería que te enteraras tú primero.
Aquello hizo que me observara con curiosidad y, si mi mente perturbada no me estaba engañando, un poquito de satisfacción. Vale, le gustaba que le priorizara.
¿A quién no?
—¿Tengo que preocuparme? —preguntó.
—Más o menos... Me han ofrecido una beca para estudiar mientras juego a baloncesto de forma profesional.
Silencio. Víctor parpadeó y, acto seguido, sonrió con amplitud.
—Pero ¡eso es genial!
—Sí...
—¿Por qué no estás dando saltos de alegría? No lo entiendo.
—Porque... bueno, ayer lo estuve viendo con mi hermano, y la universidad queda un poco lejos. No tanto como para no poder visitar a mis padres y eso, pero sí lo suficiente como para que no pueda hacerlo muy seguido.
El entendimiento hizo que asintiera. Honestamente, se lo estaba tomando mucho mejor de lo que había esperado.
—Ya veo —murmuró.
—Así que... voy a tener que dejar el equipo.
—Olvídate el equipo —dijo entonces, frunciendo el ceño—. Y de nosotros. Una cosa es jugar por pasárselo bien, y otra poder dedicarte a ello. ¿Cuánto llevas esperando algo así? No lo desaproveches.
—Ya, si tienes razón, pero...
De nuevo, no supe cómo terminar. Para mi sorpresa, tampoco hizo falta.
—¿Esto es por lo del equipo o por otra cosa? —preguntó en un tono un poco más suave.
—Bueno, un poco de cada...
—Ellie... no te ofendas, pero solo nos hemos dado un beso. No me debes nada.
—Vaya, dijo el romántico.
—Estoy intentando explicarme —replicó, divertido.
—Sí, lo entiendo. No es como si hubiéramos estado saliendo cuatro años.
—En mi cabeza, sí que hemos estado saliendo cuatro años.
Me reí sin poder evitarlo y le di un codazo sin muchas ganas. Él me sonrió de vuelta.
—Haz lo que creas conveniente. Pero, si yo fuera tú, lo intentaría.
—Podrías intentarlo tú también —comenté.
—Sí, pero no soy lo suficientemente bueno.
—Sí que lo eres.
—No, no lo soy. Pero no pasa nada. Hay cosas que se te dan mejor como hobby y otras que se te dan mejor como trabajo. Y yo siempre he considerado que el baloncesto es de las primeras. —Hizo una pausa, pensativo—. Tú no. Eres la mejor del equipo, Ellie.
—Siempre dices eso...
—Será porque lo pienso, entonces.
No supe qué decir. Ante un cumplido, como siempre, me quedaba bloqueada. Así que, en lugar de hablar por hablar, me acerqué y le acuné la mejilla con la mano para atraerlo hacia mí. Víctor pareció un poco sorprendido, pero aun así no protestó cuando uní nuestros labios. Fue breve, y cuando me separé él seguía teniendo los ojos cerrados.
—Ahora son dos besos —comenté—. ¿Ya te debo algo?
—Ja, ja... muy graciosa.
Sonreí y fui a decir algo más, pero me sorprendió que fuera él quien me besara otra vez.
Me pilló tan desprevenida que me eché un poco hacia atrás, pero Víctor me siguió. Cerré los ojos, relajándome un poco más, y él me colocó una mano en la nuca. Con el pulgar, trazó una línea invisible por mi cuello hasta llegar justo debajo de mi oreja. Todo mi cuerpo reaccionó a ello y, sin pensarlo, me aferré a sus brazos con fuerza.
Fue su turno para separarse de mí, aunque se quedó con la frente apoyada en la mía. Me recordó al beso que me había dado en la fiesta. Y me hizo sentir igual de bien.
—Ya son tres —comentó entonces.
—Ja, ja... qué gracioso.
Nuestro cuarto beso fue justo después de una pausa silenciosa. Fue el menos controlado de todos, y me animé incluso a rodearle el cuello con los brazos. Víctor tanteó con las manos, algo dubitativo, hasta que las colocó en la parte baja de mi espalda. Las yemas de sus dedos acariciaron la piel que quedaba expuesta por la corta camiseta, y un escalofrío me recorrió desde los dedos de los pies hasta la raíz del pelo. Nunca me habían tocado así. Y, aunque su beso empezaba a ser hambriento, su tacto no dejaba de ser suave.
—¿De verdad no has estado nunca con nadie? —pregunté, separándome de forma un poco abrupta.
Creo que él ya estaba muy metido en la situación, porque le costó unos segundos ubicarse con la pregunta.
—Me he dado algún que otro beso —aclaró—. No tantos como para saber hacerlo muy bien, pero...
—Víctor, te aseguro que yo me he dado muchos, pero ninguno se ha sentido como estos.
No sé qué me sorprendió más, si el hecho de que yo lo dijera en voz alta, o su sonrisita orgullosa.
—¿Quieres que vuelva a mi habitación? —pregunté entonces.
La sonrisa se le borró de golpe.
—¿Qué? Claro que no.
—Es que no quiero que te sientas obligado a...
—¿Me ves cara de estar obligado a alguna cosa?
—No, pero...
No supe cómo continuar, y su expresión cambió a una preocupada.
—Es decir, que si quieres irte, no hay problema.
—No es eso, Víctor.
—Entonces, ¿qué es?
Me tomé unos segundos para pensármelo. Se me hacía extraño pensar que estuviéramos en esa postura tan íntima —mis brazos alrededor de su cuello y los suyos alrededor de mi cintura— y aun así me sintiera cómoda, que no sabía cómo reaccionar. Todo aquello, para mí, era muy novedoso.
Levanté la mirada. Sus ojos dorados reflejaban preocupación, y me di cuenta de que, por primera vez, un chico no esperaba nada de mí. Si me marchaba, estaría bien. Si me quedaba, también. Por primera vez, no había respuestas correctas, solo respuestas.
Más decidida, me lancé y le besé otra vez. Víctor, que me estaba esperando, sonrió bajo mis labios.
Cualquier tipo de contención que hubiéramos tenido hasta ese momento se esfumó al instante; el beso se volvió más intenso, mis manos más rápidas y las suyas más firmes. Lo único que podía oír era el sonido de nuestras bocas y el de nuestra respiración cada vez que hacíamos una pausa. Me gustaba cómo me tocaba. Me hacía sentir querida, de alguna forma. Y me gustaba la forma en que, cuando yo trazaba líneas invisibles por su cuerpo, sus respuestas eran inmediatas.
Tomé la iniciativa de quitarme la camiseta, y me gustó cómo sus manos, aunque inexpertas, me tocaron con dulzura. Como si quisiera cuidarme. Cuando me quité los pantalones, él intentó quitarse los suyos con una mano y se quedaron torpemente enredados en sus rodillas. Soltó una maldición en voz baja y yo, riendo, se los saqué de un tirón. Aproveché el momento para pasar una rodilla por encima de él y sentarme en su regazo. Después, apoyé las manos en sus hombros. Víctor tragó saliva y contempló mi cuerpo sobre el suyo. Justo cuando iba a tocarme, le empujé hasta dejarlo tumbado de espaldas sobre el colchón. Ascendí un poquito, lo justo para sentarme justo donde quería, y lo miré con una ceja enarcada.
—No es mal momento para decirme si eres previsor y tienes condones —comenté.
—¿Eh?
—Condones, Víctor. ¿Sabes lo que son?
—Ah, ejem... sí, sí.
Se estiró debajo de mí para alcanzar el segundo cajón de su mesita auxiliar. Le robé el envoltorio de la mano y me incliné para besarlo de nuevo. Una de sus manos me acunó la mejilla, mientras que la otra bajó por mi espalda.
—¿Estás bien? —pregunté al separarme un poquito.
—Joder, no podría estar mejor.
—Creo que puedes estar un poquito mejor —insinué, divertida—. Si quieres, te lo enseño.
—Sí, sí. Enséñame lo que quieras.
Se me escapó una risa divertida que él imitó. Aunque se le borró en cuanto volví a besarlo y atrapé su muñeca para guiar su mano justo donde me interesaba.
No era la primera vez que me acostaba con alguien. De hecho, me había acostado con un número de personas... elevado. Llegado a cierto punto, había empezado a aburrirme del sexo. Me parecía lo mismo, repetitivo y lleno de hastío posterior. Pero esa ocasión fue distinta.
Supongo que se debía a que nunca había sonreído al acostarme con alguien. Nunca me había reído por la torpeza de la otra persona, ni me había muerto de ternura al ver cómo se sonrojaba. Nunca, siquiera, había mirado a los ojos a nadie mientras me acostaba con él. Con Víctor fue distinto. Y no solo porque físicamente me sintiera mejor, sino porque la parte emocional estaba implicada. Y no solo por la parte del sexo, sino por lo que implicaba en mi relación con él. Supuse que, por fin, entendía por qué la gente diferenciaba tanto el tener sexo de hacer el amor. En ese aspecto, también era mi primera vez.
Me quedé a dormir con él, claro, y eso también fue una primera vez para ambos. Me pasó un brazo por encima y noté su respiración contra mi hombro. Estaba muy confusa, sin entender por qué me sentía tan bien conmigo misma.
Una vez empezó a amanecer, abrí los ojos y vi que él seguía exactamente en la misma postura. Me hubiera gustado quedarme hasta que se despertara, pero lo cierto era que no me apetecía darle explicaciones a toda su familia. Por eso, le desperté suavemente del hombro.
—¿Tienes que irte? —preguntó, medio dormido—. Podrías quedarte.
—Creo que será mejor que me vaya.
Pude ver la ligera decepción en su rostro, pero no protestó. En su lugar, me pasó mi ropa para que pudiera ponérmela y se puso sus pantalones otra vez. En esa ocasión, me tomó de la mano y me guio escaleras abajo, sin hacer ruido. Eso de salir por la puerta estaba bien, aunque tuviera un poco más de riesgo de ser pillados.
Me acompañó a casa pese a que los dos íbamos descalzos y se detuvo en mi portal. Yo, tras asegurarme de que no había nadie a la vista, me di la vuelta para despedirme. El hecho de que me sujetara de la cintura para darme un beso en la boca me pilló totalmente desprevenida.
Vale, hay que acostumbrarse a las muestras de amor espontáneas.
Dejé que me besara unos segundos y, aunque se apartó antes de lo que me hubiera gustado, mantuvo los brazos a mi alrededor.
—Ha estado bien, ¿no? —murmuró entonces—. No vuelves a casa porque te haya disgustado o...
—Cállate, idiota. Ha estado genial.
—Si hay que mejorar la técnica o algo así, estoy libre para todos los intentos que quieras.
Se me escapó una risita que, en otra ocasión, habría hecho que me pusiera cara de asco a mí misma. En ese momento, sin embargo, no pudo importarme menos.
—Nos vemos mañana —le dije.
—Sí, nos vem...
El sonido de una moto hizo que nos diéramos la vuelta, todavía medio agarrados, para verla acercándose a una velocidad un poco preocupante. No sé qué me sorprendió más, si eso o ver que el que iba detrás —¡sin casco! — era mi hermano mayor.
Cada día más confundida.
—¿Qué...? —empecé, pasmada.
Jay se bajó de un salto y, al vernos, pareció igual de confuso como nosotros. Le dijo algo al chico de la moto, que nos dijo adiós con la mano con toda la confianza del mundo y se marchó.
No entendía nada.
Jay se detuvo a nuestro lado y nos miró con sospecha. Tardó muy poquito en sacar conclusiones.
—Si tú no dices nada —murmuró—, yo no digo nada.
—Trato hecho.
○○○
Llegué al entrenamiento con mucho mejor humor del que había esperado tener ese día, y quizá tuvo que ver que Víctor me recibió con una sonrisa. Esa vez, cuando me dio un beso en la mejilla, ya nadie se escandalizó demasiado.
—¡Ganamos! —gritaba el entrenador, de mientras—. ¡Ganamos un partido, no me lo puedo creer!
Nadie se atrevió a decirle que no había sido gracias a él.
Hay que elegir nuestras batallas.
Mientras nos daba un eterno discurso sobre la importancia de entrenar y jugar bien, nosotros fuimos calentando desde el suelo. Por lo menos, el resto del equipo parecía de buen humor. Ni siquiera Oscar se estaba durmiendo, y me pareció ver que Marco sonreía con algún que otro comentario de Eddie.
Oh, era un mal día para decirles que seguramente iba a marcharme, ¿verdad?
Tú dale con todo.
No me atreví a comentarlo hasta que dejamos de calentar. El entrenador salió a por un bocadillo y, aunque teníamos que hacer unos pases para entrenar, yo me quedé quieta con la pelota. Tad, que me esperaba con las manos preparadas, frunció el ceño con confusión.
—¿Va todo bien?
—Sí, sí... es que... tenemos que hablar.
Marco dejó de tirar al instante.
—¿Vas a cortar con nosotros, Ally?
—Parece que sí. —Oscar se llevó una mano al corazón con dramatismo.
—No es eso, idiotas. Es que...
No entendí por qué me costaba tanto decírselo. Después de todo, no iba a afectarles demasiado. No nos llevábamos tan bien. Y, aun así, me rompía el corazón tener que romper el suyo.
Válgame la redundancia.
Miré a Víctor como si le estuviera pidiendo su opinión, y él asintió con una sonrisa que me proporcionó la seguridad que me faltaba en ese momento.
—El día del partido, me ofrecieron una beca —murmuré, sin mirar a nadie en concreto—. Básicamente, es para estudiar mientras juego al baloncesto de forma profesional. La cosa es... que tendría que irme de la ciudad. Tendría que dejar el equipo.
Todo el mundo se quedó en silencio.
Oh, oh.
La verdad es que pensaba que la reacción sería negativa, y estaría dirigida especialmente al enfado de sentirse abandonados. Y, sin embargo, lo primero que vi fue una enorme sonrisa en la cara de Tad.
—¡Enhorabuena! —chilló, entusiasmado, y se lanzó para abrazarme.
Me pilló tan desprevenida que casi me tiró de culo al suelo. Lo sostuve como pude, y de pronto otro par de brazos me estaban apretujando. Oscar nos estrujó y nos levantó a ambos del suelo como si no pesáramos nada. En cuanto nuestros pies empezaron a flotar, ambos chillamos con terror.
—¡Nuestra pequeña campeona! —decía él, ignorando nuestros chillidos de protesta.
—Joder, qué genial. —Eddie asentía con aprobación, aunque no vino a abrazarnos, por suerte—. ¡Deberías estar dando saltos de alegría!
—Y lo estoy —aseguré, una vez en el seguro suelo—. Es que... me da un poco de lástima dejar el equipo.
—¿A quién le importa este equipo de mierda? —preguntó Marco con el ceño fruncido.
—A mí me importa.
—Venga ya, Ally, ni siquiera es un equipo de verdad. Es algo a lo que hemos dedicado el verano. Ahora, cada uno seguirá su propio camino. El tuyo es ese, ¿no? Pues no puedes sentirte culpable por recorrerlo. Es lo que hay. Aunque te quedaras, ya no habría equipo. Piénsalo así, y quizá no te sientas tan culpable.
Todo el mundo se volvió hacia él, que enrojeció un poco.
—¿Qué? —protestó—. Yo también tengo un lado sensible...
—No me puedo creer que esté diciendo esto —comentó Víctor—, pero estoy de acuerdo con Marco.
—¿Veis? Si, al final, todos me adoráis. Debería haber sido el capitán del equipo.
—No te pases, niñito rico.
—Entonces, ¿ya es oficial? —intervino Tad—. ¿Cuándo te marchas?
Negué con la cabeza.
—Todavía no he llamado para aceptar la beca.
—¡¿Qué?! —saltó Eddie—. ¿Y a qué estás esperando?, ¿a que se la den a otra persona?
—Bueno, no sé, quería avisaros y...
—¡Llama ahora mismo!
—Pero...
—¡Llama! —me chillaron todos a la vez.
—¡VALE, VALE!
Irritada, fui a por mi móvil y volví con ellos, que me esperaban con los brazos en jarras. Parecían una comunidad de padres enfadados. Me sentí muy observada mientras buscaba el contacto.
—¿Ahora? —pregunté.
—Sí —respondieron al unísono.
—Qué miedo dais ahora mismo...
—¡Llama! —insistieron al unísono.
Suspiré y, nerviosa, decidí darle al botón sin pensarlo mucho más. Me llevé el móvil a la oreja.
Y, en cuanto se oyó el primer pitido, entré en pánico.
—No puedo —susurré.
—¿Eh? —Víctor se acercó enseguida.
—Que no puedo. ¿Y si se arrepiente?, ¿y si...?
De pronto, el señor respondió al teléfono. Me quedé totalmente bloqueada.
Oh, no.
Y entonces, justo cuando pensé que lo estaba tirando todo por la borda, Víctor me quitó el móvil y se lo llevó a la oreja. Observé la escena con horror, pero él enseguida puso su expresión más relajada.
—¿Hola? —preguntó—. Sí, soy el manager de la señorita Ross.
—¿Qué haces? —susurré con horror.
—Entiendo —iba diciendo—, ¿qué fechas tienen disponibles?
Todo el mundo lo observaba con interés. Yo, en cambio, estaba a punto de combustionar en mis propios nervios.
—Ajá... —Víctor asintió con toda la seguridad del mundo—. Sí, podríamos estar interesados. Aunque hay otra universidad que se ha interesado y cuya oferta es mucho más alta.
—¡Cállate! —susurré, y empecé a tirar de su brazo para que me devolviera el móvil.
Todos los demás se coordinaron para apartarme a la vez, a lo que Víctor siguió hablando como si nada.
—Por supuesto. —Esbozó una gran sonrisa—. Sí, estaremos pendientes. Gracias por su tiempo.
En cuanto colgó, todos nos quedamos congelados. Él nos guiñó un ojo.
—No es por presumir, pero tu manager acaba de conseguirte una muy suculenta beca.
—¿Eh? —musité como una idiota.
Víctor empezó a reírse de mi cara de horror, mientras que todos los demás empezaron a chillar de alegría. Oscar, fuera de sí, me levantó y me lanzó por los aires. Floté un momento, chillando de horror, y aterricé en sus brazos como si no pesara nada.
—¡Tienes que dejar de hacer eso! —le exigió Tad.
—¡Así celebro los logros de mi perro! —protestó él—. Pensé que sería lo mismo.
En cuanto aterricé en el suelo, me llevé una mano al corazón solo para comprobar que lo seguía teniendo. Al levantar la cabeza, me encontré con Víctor de pie justo delante de mí. Sonreí y acepté su mano para ponerme de pie.
—¡Muchas gracias! —exclamé, y me lancé a darle un beso en la boca.
Por un momento, casi se me olvidó que los demás estaban por ahí. Volví a acordarme en cuanto me di la vuelta y vi que todos estaban fingiendo arcadas, los muy cabrones. Todos menos Tad, que nos observaba con una mueca de ternura y una mano en el corazón.
—Qué bonito —comentó.
—Es lo que tú nunca tendrás —le dijo Marco.
—Ni tú tampoco, porque pasé de ti.
Oscar soltó un uuuuuuuuh mientras Marco enrojecía y Eddie se reía y aplaudía como una foca borracha.
Ay, iba a echarlos de menos.
Ese día, volví a casa en el coche de Víctor. Ninguno dijo gran cosa en todo el rato, aunque había algo bonito en aquel silencio, como si no hiciera falta hablar para comunicarnos. Me gustó lo tranquila que me sentía con él, y me pregunté por qué me había pasado tanto tiempo enfadada como para negarme a eso.
En cuanto aparcó el coche, respiré hondo.
—Pues toca decírselo a mi familia —murmuré.
Víctor sonrió.
—Seguro que te montan una fiesta o algo así.
—Sí, seguro... Especialmente papá.
No sabía si quería algo más, así que me estiré para salir del coche. Me detuvo por la muñeca, por lo que me volví de nuevo.
—Oye, Ellie... He estado pensando en todo esto. En lo nuestro. Si es que hay algo nuestro —añadió rápidamente, un poco avergonzado.
—Lo hay —aseguré.
—Bien. Gracias.
—No me des las gracias por eso, idiota.
—Perdón, me he puesto nervioso. No sé qué iba a decirte.
No pude ocultar la sonrisa divertida, cosa que pareció confundirle todavía más. Aun así, se envalentonó y volvió a lo que iba a decir.
—No tenemos por qué decidirlo ahora —murmuró finalmente—. Es decir, sé que pronto te irás y todo eso, pero... podemos ver qué sucede este primer año, por ejemplo. O hasta que vuelvas a casa. Y entonces sabremos lo que queremos hacer.
Lo consideré unos instantes.
—Volveré en febrero. El cumpleaños de mi madre coincide con lo de las lucecitas y... bueno, nos gusta celebrarlo.
—Sí, a mis padres también —aseguró con una sonrisa.
—Entonces, ¿ese es el plan? ¿Nos vemos en febrero y tomamos una decisión?
—Haces que suene muy serio.
—Lo es —murmuré.
Nos quedamos un momento en silencio y, de pronto, todo aquello me entristeció mucho.
—Ellie... —empezó.
—Ni se te ocurra despedirte —advertí—. Todavía no me he marchado.
—Vaya, hacía mucho que no sonabas como la Ellie de siempre —bromeó.
—La he invocado para que no se te olvide mientras no esté.
—No se me olvidará. No se me olvidaría nada de lo nuestro.
Intenté no sonreír, pero no pude evitarlo.
Envalentonada, me lancé hacia delante y le tomé el rostro con las manos. Víctor sonrió en cuanto le besé.
Al separarme, lo miré a los ojos.
—En febrero —dije, convencida.
Él asintió.
—En febrero.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top