Capítulo 13

Vale, la situación era un poco dramática.

Un poco.

La verdad es que nunca me habían detenido, no sabía cuál era el procedimiento, así que me dejé llevar la mayor parte del tiempo. Me esperaba cosas malas, eso sí. Por eso me pareció tan aburrido que me quitaran la cartera, me hicieran firmar una hoja y procedieran con dos o tres preguntas.

Mi única conclusión fue que nada de eso eso quedaría bien en mi expediente... y que mi foto criminal era muy fea.

Bueno, ya sabíamos que acabarías por este camino.

Quizá no fue tan intenso como pensé, pero sí que me pareció fue eterno. Entre una cosa y otra transcurrió lo que me pareció una vida entera, y no tenía con quien hablar. Ni siquiera volví a ver a Livvie, con quien había compartido un muy silencioso viaje en el asiento trasero del coche patrulla.

Debían ser ya las dos de la madrugada cuando por fin me metieron en una celda y me dejaron tranquilita. Estaba sola, así que me senté en el banquito del fondo y empecé a replantearme todas las decisiones que había tomado hasta ese momento.

Bueno, papá y mamá iban a matarme, eso estaba claro. La duda era cómo lo harían.

Lento y recreándose.

Y yo preocupada por lo que pudiera decir Ty de mí... Iba a ganarme el peor castigo de nuestra historia familiar. Y encima habría sido para nada, porque iba a pasar toda la noche ahí encerrada de brazos cruzados.

Pasada media hora, más o menos, me acerqué a los barrotes y me asomé como pude, en busca de algún agente. Encontré uno en la mesa del fondo, junto a la salida.

—¡Eh! —chille, agitando un brazo para llamarle la atención—. ¡Eh, tú, tú!

El policía, que estaba mirando unos papeles, suspiró y levantó la vista hacia mí con cansancio.

—Si tienes sed, haberlo pensado antes de delinquir.

—No es eso. ¿Cuándo podré hacer mi llamada?

—¿Llamada?

—Esa que se deja hacer en las películas. Alguien tendrá que pagar mi fianza, ¿no?

El señor no debía estar mucho por la labor, porque puso los ojos en blanco y volvió a lo suyo.

—¡Oye! —insistí, pero pasó de mí.

Genial.

Volví a mi banquito, ahora de brazos cruzados, y me pregunté si había visto algún teléfono de camino a la celda. Tendría que avisar a mis padres de que no solo estaba arrestada, sino que encima eran muy antipáticos conmigo.

Inadmisible.

Como no tenía el móvil encima, no sabía qué hora era. Mi única referencia era la oscuridad que se percibía tras los barrotes y el cristal tintado de las ventanas, pero no era un gran indicativo de nada. Eché la cabeza hacia atrás, moví una pierna de arriba a abajo y empecé a contar los minutos mentalmente. Duré unos dos o tres, porque luego me aburrí y volví a salir a chistarle al policía, que seguía pasando totalmente de mí.

Llevaba un rato ignorándome cuando de pronto se volvió hacia la puerta. Yo también lo hice, esperanzada, pero toda ilusión se fue en cuanto vi que traían a Livvie.

Tenía un aspecto lamentable, lo que me hizo preguntarme cómo sería el mío. Livvie tenía manchas de sangre seca bajo la nariz y por la camiseta, una marca de golpe en la mandíbula... Yo, por mi parte, solo notaba el sabor metálico de mi labio inferior y tenía un ojo que no dejaba de palpitar como si tuviera vida propia.

Livvie parecía tan cansada como yo, y cuando la metieron en mi celda ni siquiera levantó la cabeza. Se limitó a sentarse en el banquito opuesto al mío y a hundir los hombros.

Bueno, por si necesitaba un poco de alegría, por lo menos tenía una compañera contentísima.

—¿Te han dicho cuándo nos van a sacar? —pregunté directamente.

Ella sacudió la cabeza. Tenía la mirada clavada en el suelo.

—¿Y no has preguntado? —insistí, indignada.

—Me van a matar —murmuró ella en voz bajita.

—¡¿Los polis?!

—Mis padres...

—Ah. Pues bienvenida al club de los padres asesinos.

A mí me pareció un chiste genial, pero ella ni siquiera hizo un ademán de reírse. ¿Ves? Por esas cosas me caía mal.

Creía que ya habíamos superado lo de que te cayera mal.

Livvie no solo estaba ignorando mi presencia, sino que estaba tan ensimismada que no se dio cuenta de que me senté en el banquillo que había delante del suyo. La contemplé con curiosidad. Se había abrazado a sí misma y se balanceaba de forma inconsciente.

Oh, no. ¿Y si le había golpeado el cerebro o algo así y ya nunca volvía a ser la misma?

No quiero hundirte, pero tus chistes hoy son un poco lamentables.

—¿Has podido llamar a tus padres? —pregunté.

Livvie sacudió la cabeza, todavía agachada.

—No...

—¡Pues tienen que dejarnos llamar! Esto es ilegal. Es un secuestro. Hay que denunciarles. Seguro que hay otra comisaría a la que podamos ir a poner una queja.

Ella no respondió, sino que siguió abrazándose a sí misma. Y yo empezaba a quedarme sin chistes malos con los que romper la tensión del ambiente. No sabía cómo comportarme delante de ella ahora que ya nos habíamos pegado, porque volver a ello me parecía un poco innecesario. Y doloroso para mi ojo palpitante, también.

—¿Te han dado de comer? —pregunté, solo para decir algo.

—Sí.

—A mí tampoc... espera, ¿qué? ¿Te han dado de comer? ¡A mí no me han dado nada!

Otro día en el que ser antipática no servía ante la vida.

Livvie no hizo ningún comentario, sino que subió las piernas al banco y se abrazó a sí misma. Yo, mientras tanto, me incorporé para acercarme a los barrotes.

—¡Oye! —chisté de nuevo al de la puerta—. ¡Oye, sé que puedes oírme!

Llegué a pensar que pasaría de mí, pero levantó la mirada, de nuevo con poco interés.

—¿Se puede saber qué quieres ahora?

—¡Quiero comer!

—Haberlo pensado antes de delin...

—Antes de delinquir, sí, lo sé. Pero los criminales también tienen derecho a una alimentación básica, ¿no? Y a una llamadita, ya que estás.

—¿Es que quieres más cargos en tu expediente?

Abrí la boca para responder, pero entonces alguien apareció justo a mi lado. Me sorprendió ver a Livvie con una pequeña sonrisa dulce y simpática, de esas hechas para distraer a la dependienta mientras tú robas por detrás de la tienda. Y funcionaba. Vaya si funcionaba.

—Perdónela, señor, es que estamos muy nerviosas —aseguró en voz calmada.

Fruncí el ceño.

—Yo no estoy nerv...

Su pisotón hizo que diera un respingo, aunque ella fingió que no se había dado cuenta y siguió pendiente del hombre.

—Verá, todo esto ha sido un malentendido —siguió Livvie—. Mi amiga y yo estábamos...

—¿Amiga? ¿Qué...?

El segundo pisotón me hizo ponerle mala cara.

—...celebrando su cumpleaños —siguió como si nada hubiera pasado—. No todos los días se cumplen dieciocho años, ¿sabe? Queríamos que fuera algo especial, así que supongo que se nos fue de las manos. Pero estamos muy arrepentidas, ¿a que sí, Ellie?

—Sí, sí. Mucho.

—¿Lo ve? Si pudiéramos hacer una llamada a uno de nuestros padres, estoy segura de que las cosas serían mucho más fáciles para todos. ¿O no le gustaría quedarse solo y tranquilo en cuanto antes?

El hombre no respondió inmediatamente, sino que siguió mirándonos con una ceja enarcada. Por lo menos, ahora se había despegado de su estúpido papel y parecía prestarnos atención.

—¿Amigas? —repitió con retintín—. Yo no me pego con mis amigos.

—Pues yo me pego con todas mis amigas —aseguré—. Es lo que le da sentido a mi vida.

Livvie me dirigió una mirada fugaz, y me pareció que contenía una sonrisa divertida. Fuera lo que fuera, volvió a girarse hacia el policía a toda velocidad.

—Eso ha sido por otra cosa —dijo con convicción.

—¿Qué cosa?

—Oh, es que es muy largo de explicar.

—Tengo tiempo. Y vosotras todavía más.

Livvie me miró de reojo, casi como si me pidiera permiso. Yo me encogí de hombros. No necesitó mucha más convicción antes de respirar hondo.

—Ellie y yo nos conocemos desde pequeñas, y siempre nos hemos llevado genial. De hecho, siempre la he considerado mi mejor amiga. En el colegio, Ellie le tiraba de los pelos a quienes se metían conmigo y yo tomaba apuntes por ella, que no le gustaba mucho estudiar. Luego, en el instituto, la cosa cambió un poquito, y a los quince años dejamos de hablarnos. Se pensó que me gustaba el chico que le gustaba a ella, que también era mi amigo, y empezó a contar mis secretos por el instituto. Yo, enfadada, no fui capaz de decirle que quien me gustaba no era ese amigo, sino su hermana. Pero tampoco se lo habría dicho de haber sido amigas, porque resulta que a su hermana no le van las chicas, así que habrá que conformarse. La cosa es que el amigo nunca se enteró de nada y no nos quedó más remedio que separar a todo el grupo. Todo se ha ido haciendo peor con los años, y ahora resulta que Ellie se ha vuelto a juntar con nuestro amigo y yo estoy hablando más con su hermana, pero la sorpresa fue que, después de años enamorada de ella, cuando nos besamos por primera vez, me di cuenta de que en realidad no me gustaba tanto como pensaba y que sentía cosas por otra amiga, que es la prima de Ellie. En fin, la cosa es que con ella las cosas son complicadas, pero creo que me gusta, y llegué a la fiesta intentando hablar con ella porque malinterpretó lo que intentaba decirle, ¿sabe? Se cree que besé a la hermana de nuestro amigo, ese que le gustaba a Ellie, pero ¡solo lo hice por un juego! Y, claro, tenía que explicárselo a su prima, pero no conseguía encontrarla, y de pronto tuve una tarta encima y me di cuenta de que Ellie me la había lanzado, así que nos metimos en una pelea que nos ha llevado aquí. Y ya está. ¿Lo ve? Un malentendido.

Silencio.

Me quedé mirando a Livvie con las cejas enarcadas. El policía había empezado a fruncir el ceño a la mitad de la primera frase. Su mueca se había acentuado a cada palabra, y a esas alturas ya era una especie de paño arrugado. Se quedó contemplándonos, tratando de ubicarse, y tardó un buen rato en reaccionar.

Cuando lo hizo, no fue de forma muy positiva.

—Pero ¿cómo se supone que voy a entender eso?

—No lo he explicado tan mal —dijo Livvie, indignada.

—Yo lo he entendido —añadí.

—¿Lo ve?

—Bueno, me da igual —murmuró él—. Haced la llamadita y dejadme tranquilo. Pero solo una, ¿eh?

—¡Gracias! —exclamó Livvie. Yo solo gruñí.

Cinco minutos más tarde, nos plantaron en una mesa —todavía esposadas— con un teléfono delante. Era uno de esos antiguos, con cable y botoncitos. No había usado uno de esos en toda mi vida, y sospeché que Livvie, por la cara que puso, tampoco.

—Bueno... —dijo ella—. ¿A quién llamamos?

Buena pregunta.

—Llama a tus padres —ofrecí enseguida.

—¿Eh? No, no. Llama tú a los tuyos, que estarán preocupados.

—No, no. Los míos saben que estaba en una fiesta, los tuyos seguro que no.

—No, no. Los tuyos deben saber que la policía ha ido a tu casa y querrán explicaciones.

—No, no. Los tuyos se estarán preguntando por qué tardas tanto en volver.

—No, no. Los tuy...

—Vamos a ver —interrumpió el policía, impaciente—, ¿ahora ninguna quiere llamar?

Livvie agachó la cabeza, y yo fingí que no tenía nada que ver en la conversación. El señor, ya harto de nosotras, giró el teléfono hacia mí.

—Llama —ordenó.

—¿Yo?

—Sí.

—¿Y por qué tengo que ser yo?

—Porque es una orden. ¡Llama de una vez!

Miré de reojo a Livvie, que se había puesto tiesa con ese último grito, y solté un suspiro. Vale, me tocaba a mí. Qué remedio.

Descolgué el teléfono y me quedé con la mano suspendida sobre las teclitas, dudando. A ver, me sabía el número de mamá, de papá, de mis hermanos e incluso de Daniel, el conductor. Podía llamar a cualquiera de ellos. Jay era una opción, aunque si seguía enfadado conmigo dudaba mucho que fuera a ayudarnos. Tío Mike era otra, pero... no estaba en condiciones de conducir. Tía Sue nunca miraba el móvil, y no quería arriesgarme a que no me respondiera. Jane quizá me respondería, pero no sabía qué había sucedido con Livvie y el potencial peligro de meterlas a ambas en el mismo coche. Y luego estaban mis tíos, los padres de Jane, pero no quería despertarles en medio de la noche y, además, iban a contárselo enseguida a papá y a mamá.

Supuse que solo me quedaba una opción: suplicar que Jay dejara de lado su enfado y viniera a buscarnos.

Marqué su número con los hombros tensos. Livvie y el agente me miraban, una con ansiedad y el otro con indiferencia. El primer pitido me pareció una condena de muerte. Si Jay no me respondía, no iba a tener otra oportunidad y seguramente acabarían llamando a mis padres. Mierda. Segundo pitido. Qué tensión, joder.

Y, justo cuando iba a sonar el tercer pitido, descolgó la llamada.

—¡Jay! —exclamé antes de que pudiera decir nada.

—¿Quién eres?

—¡¿Quién voy a ser?! ¡Tu hermana!

—Ah, sí.

—Estoy en la cárcel.

—Lo he visto.

—Técnicamente, no es la cárcel —comentó el guardia con aburrimiento—. Es solo la comisaría.

—Es que le quita dramatismo a la historia —susurró Livvie.

—Ah.

Ignorándolos, volví a centrarme en la llamada. Mi hermano sonaba aburrido, y eso no era buena señal.

—Necesito pedirte un favor —comenté.

—Me lo imaginaba.

—Oye, que es una urgencia, ¡olvídate por un momento de que estamos enfadados!

—¿Y por qué no llamas a papá y a mamá?

—¡Porque me castigarían!

—Ya, bueno, quizá te lo merezcas.

Suspiré y me pellizqué el puente de la nariz, tratando de controlarme. Mi primer impulso era gritarle, pero eso no iba a servir de nada. Además, era yo quien estaba pidiéndole un favor a él. Debía ser simpática.

—Sí, me lo merezco —admití—. Y también me merezco que seas un borde conmigo porque fui una idiota insensible que no te escuchó cuando te abriste conmigo.

—Ajá.

—Lo siento, ¿vale?

—¿Cuánto lo sientes?

—¡Jay, ya habrá tiempo para que me arrastre! —dije, ya medio desesperada—. Y lo haré, ¿vale? Te prometo que me arrastraré y humillaré para reclamar tu noble perdón. Pero ahora no hay tiempo. ¿Puedes venir a buscarnos de una vez?

No respondió inmediatamente, sino que me dejó colgada y sufriendo durante unos segundos que me parecieron eternos. Livvie me observaba con los ojos muy abiertos, casi igual de tensa que yo.

—Ahora voy —dijo mi hermano finalmente.

—¡Gracias, gracias, gracias!

Me colgó antes de que pudiera decir nada más, por lo que yo hice lo mismo. Miré al policía con una sonrisa triunfal.

—Ahora viene —expliqué.

—Sí, eso lo había deducido yo solito, gracias.

Mi hermano mayor tardó unos veinte minutos en llegar a comisaría, otros diez en ocuparse de pagar nuestras fianzas y otros diez más en que los policías se dignaran a avisarnos de que ya podíamos marcharnos a casa. Tanto Livvie como yo tuvimos que esperar en una salita horrorosa que olía a comida recalentada.

Cuando me devolvieron la cartera y el móvil, miré a Livvie de reojo.

—Creo que se me cayeron en tu casa durante la pelea —explicó en voz baja, casi avergonzada.

Vaya, pues este tour por la ciudad las dos juntitas no iba a terminar tan pronto.

Al pisar la acera de la calle, me sentí como a una presa a la que dejan salir después de veinte años en prisión. Solo que en mi caso habían sido dos horas y mi hermano nos esperaba apoyado en su coche. Al vernos las caras golpeadas, enarcó las cejas con sorpresa, pero no dijo nada. Se limitó a subirse al coche y esperarnos.

Livvie fue a la parte de atrás sin decir nada. Cuando yo entré en el asiento del copiloto, oí que le estaba dando las gracias a Jay por sacarnos de ahí. Supuse que mi obligación era hacerlo, también.

—Em... gracias otra vez —dije de manera un poco torpe.

Mi hermano me miró de reojo, y luego arrancó sin decir nada.

El silencio de esos primeros diez minutos en coche fue horrible. La tensión del ambiente era tal que Livvie se había puesto colorada por la incomodidad y yo movía la pierna de arriba a abajo. Jay mantenía la vista al frente, como si no existiéramos, y yo no me atrevía a poner música por si me mordía el brazo al intentarlo.

Pasado ese intervalo de tiempo, decidí que ya no podía más.

—Bueeeeno —murmuré, frotando las manos—, por lo menos ha sido una fiesta entretenida.

Silencio.

—Sí, entretenida ha sido —opinó Livvie por ahí atrás.

Jay, de nuevo, no dijo nada. Ni siquiera reaccionó. Parecía el hombre de mármol, ahí plantado sin ningún tipo de expresión. Y era tan poco habitual en mi hermano que me puso profundamente nerviosa que no dijera nada. Casi prefería que me gritara, o que me regañara, o que me dijera que me merecía exactamente lo que me había pasado... Pero ese silencio me estaba matando.

De todas formas, no insistí. Livvie tampoco. Y al cabo de un rato vi aparecer las puertas de nuestra urbanización. Tras tantas horas de tortura —bueno, dos o tres—, me parecieron las puertas del cielo.

Al menos, hasta que las cruzamos y vi que papá y mamá estaban sentados en la puerta de casa. Y no solo eso, sino que los padres de Livvie estaban justo a su lado.

Mierda.

Me volví hacia mi hermano, que seguía sin reaccionar.

—¡¿Los has avisado?! —casi grité.

—¿Eh? —Livvie se removió por los asientos de atrás, y luego se quedó muy quieta—. Oh, no, no, no...

—¡Jay! —insistí, furiosa.

—¿Qué querías que hiciera? De algún lado tenía que sacar el dinero de la fianza.

Que eso fuera lo primero que me decía desde que habíamos salido me puso, de nuevo, muy nerviosa. Apreté los puños de forma inconsciente pero, a la vez, no fui capaz de echarle en cara lo que había hecho. En parte porque no me apetecía discutir con él, en parte porque sabía que no iba a ganar esa guerra.

Y porque os lo merecéis por meteros en una pelea.

Vaaaaaale, quizá un poco por eso también.

Ya nos habían visto, pero cuando Jay detuvo el coche no quise ser la primera en bajarse. En mi cabeza, el primero en pisar tierra iba a ser emboscado por los trolls. Pero no fue así, porque el primero terminó siendo Jay y dejaron que entrara en casa sin decirle absolutamente nada. Miré a Livvie por encima del hombro. Ella parecía tan asustada como yo.

—¿Quién va primero? —pregunté con vocecilla temblorosa.

—Em... puedo ir yo. A no ser que a ti te haga ilusión, claro.

—No, no. Todo tuyo.

—Vale, pues ahora salgo.

No se movió.

—Ahora mismo —insistió, sin moverse.

Permanecimos unos segundos en silencio, conscientes de que nuestros padres nos contemplaban desde la puerta. La cara de espanto de Livvie imitaba muy bien la mía.

Y entonces, sin saber muy bien por qué, me salió una risotada nerviosa. Una de esas que son terriblemente incómodas e inapropiadas. Estuve a punto de taparme la boca, avergonzada, cuando de pronto ella hizo exactamente lo mismo: empezó a reírse.

Y así empezamos a reírnos como desquiciadas.

Vuestros padres deben tener tantas preguntas.

Si las tenían no lo supe, porque estaba ocupada limpiándome una lágrima de risa.

—Es todo tan absurdo —murmuré.

—Ya... No pensé que mi noche fuera a terminar aquí, la verdad. No te ofendas, pero no eres mi cita ideal.

—Ni tú la mía. Antes de hablar contigo, estaba besuqueándome con Víctor.

—Aleluya.

Le dirigí una mirada de advertencia, pero pareció darle bastante igual. Estaba acomodada en su asiento con una pequeña sonrisa divertida.

—Yo he ido a terapia —comentó.

—Aleluya.

—¡Oye! Que tú también necesitas terapia.

—Ya lo sé. No niego mi desquiciamiento.

Livvie mantuvo su sonrisa cuando se inclinó hacia delante, ahora dispuesta a salir del coche. La detuve sin saber muy bien por qué, tomándola de la muñeca. Me pareció un gesto extrañamente familiar, y ella no se sorprendió en absoluto, solo me miró como si me preguntara qué sucedía.

—Em... —Empecé a entrar en pánico. Mierda. No había planeado llegar tan lejos—. Sobre lo que hemos dicho al policía...

—¿Qué parte, exactamente?

—Esa en la que le contabas nuestras vidas.

—Ah, esa. ¿Qué pasa?

—Nada, que... em... has dicho que me considerabas tu mejor amiga.

Livvie siguió contemplándome, como si le faltara información para adivinar dónde quería llegar. Suspiré. Qué difícil era hablar, madre mía.

—Yo también te consideraba algo así como mi mejor amiga —dije finalmente.

—Ah, ya lo sé.

—Ah.

Vaya, ya sabía cómo se sentía Víctor siempre que le obligaba a terminar de decir las cosas por los dos.

—Quiero decir que...

—Podemos enterrar el hacha de guerra, sí —finalizó por mí—. Al menos, esta noche. Vamos a tener que aliarnos para que no nos coman.

—Sí... eso parece.

—Mañana ya veremos si nos seguimos odiando.

—Me parece un buen plan.

—Bien, pues vamos a ello.

Sin más que añadir, Livvie abrió la puerta del coche y se plantó ante nuestros padres. Mi plan inicial había sido dejarla sola ante el peligro, pero no me pareció bien y terminé saliendo con ella. Y ahí me quedé, justo a su lado, viendo la cara de enfado de papá y mamá. Y de sus padres, también.

—Bueno —dije, rompiendo el incómodo silencio—, ahora es cuando gritáis ¡¡¡sorpresaaa!!! Y me felicitáis por mi cumpleaños, ¿no?

Mi gran broma no hizo que nadie se riera. De hecho, el ceño fruncido de mi madre se acentuó todavía más.

—¿Te parece que estamos para bromas, Elisabeth?

Nombre completo significa peligro.

—Lo que habéis hecho hoy ha sido muy peligroso —añadió al madre de Livvie, muy seria, y luego me sonrió—. Y feliz cumpleaños, querida. Estás crecidísima, madre mía, hacía años que no te veía. Como me alegro de que todo te vaya tan bien. —Dicho esto, volvió a la mala cara—. ¡Habéis sido unas irresponsables!

—¿Sabéis cuánta gente se muere al año por peleas tontas? —añadió mamá, con una mano en el corazón.

—¡Y el daño que podrían haberse hecho!

—Exacto, ¡y mirad vuestro aspecto! ¡Parece que volvéis de una guerra!

—Ya somos mayorcitas para andarnos con peleas, ¿no creéis?

—Exacto. Si hay algún problema, se puede hablar sin recurrir a golpear a nadie.

—¡Sois dos chicas encantadoras que seguro que, si hablarais un momento, os llevaríais genial!

—¡Eso mismo! No puede ser que sigamos con esta guerra fría y absurda.

—Con lo bien que os llevabais cuando erais pequeñitas...

—¡Seguro que ahora podéis llevaros igual de bien!

—¡O incluso mejor!

Teniendo en cuenta que me esperaba la bronca del siglo, ese desfile de comprensión me pilló un poco desprevenida. Miré a Livvie de reojo, y ella se encogió de hombros, tan confusa como yo.

Nuestros padres seguían sin decir nada, pero de formas muy distintas: el mío asentía fervientemente, como la compañera inseparable de la chica mala del colegio, y el de Livvie mantenía un semblante serio y fijo que, honestamente, daba un poco de miedo.

—Creo que hablo por las dos cuando digo que lo sentimos —dijo Livvie entonces, con la cabeza agachada—. Se nos fue de las manos. Ninguna pretendía llegar a una pelea. De hecho, en comisaría hemos podido hablar un poco y nos arrepentimos muchísimo. Ojalá no hubiéramos tenido que llegar a esto para darnos cuenta de lo absurda que es esta situación. Lo sentimos mucho.

—¿Y tú no tienes nada que decir? —me preguntó mamá.

—Em... exactamente lo que ha dicho Livvie. La apoyo en todo.

Mi respuesta no fue muy convincente, pero por lo menos pareció que la de Livvie había convencido a nuestros padres. Especialmente a su madre, que tenía una mueca de ternura y mi padre, que sonreía con aprobación. Mi madre y su padre serían un poquito más difíciles de convencer.

—Bueno —dijo mamá entonces, suspirando—, creo que será mejor que a partir de aquí cada una se vaya a casa y reflexione sobre lo que ha sucedido. Y mañana ya veremos qué castigo os toca por todo esto. A parte de pagar la fianza, claro.

—Desde luego —murmuró el padre de Livvie, que la miraba fijamente. Ella se encogió un poquito.

—Tú. —Papá me señaló, y luego señaló la puerta de casa. No necesitó decir nada más para dejar claras las instrucciones.

Miré a Livvie, que me dedicó una pequeña sonrisa de ánimos.

—Buenas noches —murmuró.

—Buenas noches.

Avancé hacia casa mientras que sus padres se acercaban a ella. Vi que su madre le pasaba un brazo por los hombros y la dirigía hacia el coche, mientras que su padre iba directo al asiento delantero. En mi caso, papá y mamá se quedaron hablando en la entrada. En cuanto vieron que los contemplaba, entrecerraron los ojos y yo me apresuré a subir a mi habitación.

No había rastro de mis hermanos, así que me encerré sin más preámbulos y, por supuesto, lo primero que hice fue ir a mirarme al espejo. Tal y como había sospechado, tenía un corte en el labio y la zona del ojo se me estaba poniendo entre el rojo y el morado. Probé de tocarme el pómulo, y casi me agarré al techo del dolor punzante que se extendió por toda mi cabeza. Auch.

Consecuencias de una noche loca.

Cansada, me tiré en la cama tras comprobar que la luz de la habitación de Víctor estaba apagada. Saqué el móvil por primera vez en unas cuantas horas y, sorpresa, me encontré con mil menciones en Omega. Las primeras estaban relacionadas con la fiesta y mi cumpleaños, pero todo el resto eran vídeos y fotos de la pelea. Solté un gruñido de frustración y estuve a punto de salir.

Y entonces vi el mensaje de Víctor. Me lo había mandado dos horas antes. Era el enlace a un videoclip de Lady Gaga y Beyoncé. Sonreí al ver que era uno en el que se retorcían sobre las barras de una celda carcelaria.

Víctor: No sé a qué hora llegarás a casa, pero espero que mientras tanto estés haciendo esto

Había otros mensajes. Esos habían sido poco después de las dos de la mañana.

Víctor: Me voy a dormir. Tu hermano me ha dicho que te irá a buscar él

Víctor: Debería decirte que lo que has hecho hoy ha estado muy mal, pero sospecho que ya te lo ha dicho medio mundo

Víctor: Así que me limitaré a darte las buenas noches

Víctor: Buenas noches, Ally

Víctor: *sticker de perrito diciendo adiós*

Y el último grupo de mensajes era de casi las tres de la madrugada. Sonreí al verlos.

Víctor: He pensado en colarme en tu habitación para esperarte, pero me daba miedo que me metieras una puñalada pensando que era un ladrón

Víctor: Así que me voy a dormir

Víctor: Estoy hablando solo

Víctor: Ahora sí, buenas noches

Víctor: *sticker de gatito marchándose de la habitación*

Víctor: *sticker del mismo gatito cerrando la puerta*

Víctor: *sticker del mismo gatito asomándose una última vez para decir bye bye*

Víctor: *sticker del mismo gatito cerrando la puerta*


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