Capítulo 11

Con la cabeza apoyada en el cristal del autobús, me quedé mirando el paisaje de forma distraída. Iba escuchando una canción a la que no prestaba atención, y las dos personas que tenía delante iban manteniendo una conversación que no me interesaba en lo más mínimo. Y, aun así, prefería estar ahí dentro que en el entrenamiento.

Porque, vamos, ¿quién querría entrenar después de la paliza del otro día?

Yo no.

Llegué al gimnasio a la hora que tenía planeada, por lo menos, y bajé del autobús sin mucho ánimo. Los demás estaban ya en el vestuario, cambiándose; yo dejé la bolsa en uno de los banquillos y me metí en la cancha directamente.

Ventajas de llegar con el uniforme puesto.

El entrenador, para mi sorpresa, estaba presente. Se había sentado en las gradas y, básicamente, se dedicaba a quitarle los trozos de tomate y lechuga a un wrap de carne. Ni siquiera se dio cuenta de que estábamos llenando el gimnasio. Y, cuando estuvimos todos, no se molestó en levantar la cabeza.

Tal y como había esperado, por cierto, los ánimos estaban bastante por los suelos. Oscar se sentó a mi lado con un suspiro, y los demás no tardaron en hacer lo mismo. Al final, el único que quedó de pie fue Víctor, que iba dando vueltecitas con las manos en las caderas en modo desesperación.

Es una mamá pato frustrada.

—Lo del otro día fue un desastre —empezó entonces.

—Cuántos ánimos... —murmuró Eddie por ahí atrás.

—Tiene razón —opinó Marco sin inmutarse—. Sois pésimos.

—Inclúyete en el pack —mascullé sin mirarlo

—Cállate, Ally.

—No. —Víctor lo detuvo con un gesto y con el ceño fruncido—. Ellie tiene toda la razón. El problema no es de ninguno de nosotros, sino de todos. ¿Cómo puede ser que seamos tan buenos por separado y tan malos cuando jugamos juntos?

—¿Porque nos odiamos? —sugirió Oscar.

—Yo no odio a nadie —dijo Tad, confuso.

—Porque tú eres un amor —le expliqué—. Los demás, en cambio...

Todos empezaron a protestar a la vez, y Víctor se masajeó las sienes con impaciencia y desesperación. Estaba peligrosamente cerca de empezar a arrancarse los pelos a puñados.

Estuve a punto de abrir la boca y protestar para echarle una mano. A punto.

Y entonces él separó las manos y gritó:

—¡YA BASTA!

Todos nos callamos de golpe, incluso el cansino de Marco, y lo miramos con los ojos muy abiertos. Él pareció darse cuenta de lo mucho que había subido el tono y de lo agresivo que había sonado, porque suspiró con pesadez y trató de recuperar un poco de compostura.

—Está claro que el problema reside en la unión del grupo —dijo en un tono más calmado—. Así que, lógicamente, deberíamos intentar remediarlo por ese camino.

—¿Quieres que hagamos un pacto de sangre? —sugirió Oscar con media sonrisa.

—Es una opción, pero prefiero algo más sanitario: vamos a conocernos un poco mejor, ¿qué os parece?

Dudaba mucho que quisiera oír la respuesta a esa pregunta, porque las caras de los demás reflejaban bastante bien lo que les parecía.

Víctor pasó de nosotros y se acercó para sentarse entre Oscar y yo. Nos miró uno a uno y, cuando llegó a mi altura, me dio la sensación de que hacía especial hincapié en abrir mucho los ojos de forma significativa.

Apoya a tu marido, Ally.

—A mí no me parece tan mala idea —dije en voz automática, como un contestador programada.

—¿Veis? —Víctor me señaló, muy orgulloso—. Ellie piensa como yo.

—Se la ve entusiasmada —ironizó Eddie en voz baja.

—No es tan complicado —insistió Víctor—. Es solo... una forma de conocernos mejor los unos a los otros. ¿Por qué no empezamos diciendo algo que nadie del grupo sepa de nosotros?

—Yo soy un libro abierto —protestó Marco con aburrimiento—. Además, dudo que podáis decir nada interesante de vosotros mismos.

Era la primera vez que ni siquiera Oscar tenía ninguna réplica ante sus comentarios de mierda. Simplemente, se recostó sobre los codos e hizo un gesto cansino, a lo que Tad y Eddie se rieron entre dientes.

Víctor fingió que no se había dado cuenta de nada y cruzó las piernas. Después, se colocó un poco más atrás para que todos formáramos una especie de círculo raro.

—Puedo empezar yo —sugirió—. Os puedo contar una cosa que nadie más sepa de mí.

—Ilumínanos —murmuró Eddie.

Lo cierto es que tanta expectación ya me había causado curiosidad y todo. Apoyé la mejilla en un puño y miré a Víctor, que soltó todo el aire de sus pulmones.

—Después del verano, no seguiré jugando al baloncesto —dijo finalmente—. Me gusta jugar, me lo paso genial y todo eso... pero no me veo toda mi vida enfocado a eso. De hecho, estoy pensando en estudiar algo de empresariales. Mi hermana también quiere meterse, así que seguramente iremos a la misma universidad. Mis padres lo saben y se alegran. De hecho, mi padre me dijo que no me obligara a hacer algo que no me entusiasma del todo, que no pierda el tiempo con algo a lo que sé que no me quiero dedicar. Así que, bueno... No sé si alguien de aquí quiere seguir en el equipo dentro de un año, pero tendréis que buscar a un capitán nuevo.

Transcurrió lo que pareció una eternidad sin que nadie dijera nada. Víctor parecía haberse quitado un peso de encima, pero nadie le quitaba la tensión que paseaba al ver que nadie se atrevía a responder.

—¿Es tu forma de decir que dimites? —preguntó Oscar entonces—. ¿Y después de un solo partido?

—Esperemos haber ganado algo de aquí a que dimita de verdad...

—Pues yo tampoco quiero seguir jugando —dijo Eddie de repente—. A ver, es divertido, pero no soy tan bueno como para dedicarle mi vida entera. Además, lo que de veras me gusta es la carpintería. Voy a hacer una formación profesional.

—¿Carpin... tería? —repitió Marco, como si se le hubiera cortocircuitado el cerebro—. ¿Desde cuándo te gusta eso?

—¡Desde siempre! Si te arreglo las cosas cuando se te estropean, idiota.

—Yo pensaba que las llevabas a un carpintero de verdad...

—¡Algún día yo también seré uno de verdad! —protestó Eddie, muy airado—. Un respeto, ¿vale?

Sospeché que el experimento no estaba yendo exactamente como Víctor quería, porque tenía cara de querer morirse. Aun así no dijo nada y dejó que la cosa siguiera fluyendo.

Bueno..., hora de ayudar al prójimo.

—Yo también tengo una cosa que nunca le he contado a nadie —dije.

—Ilumínanos —dijo Oscar, aunque parecía bastante aburrido.

Dudé un momento, miré a mi derecha y vi que Víctor me estaba mirando. En cuanto se dio cuenta de mi expresión, pareció que su interés aumentaba.

A ver, estaba a tiempo de cambiar de secreto, pero ya daba un poco igual.

—Pues... —empecé, dudando—, a veces, creo que no me quiero lo suficiente a mí misma.

—Bienvenida al club —murmuró Tad entre dientes.

—Me refiero a que, a veces, me cuesta mucho asumir que puedo gustarle a alguien. Y no me refiero solo a interés romántico, sino a... todo. Incluso a mis amigos. Me resulta muy complicado pensar que yo puedo gustarle a la gente, porque en el fondo no me gusto a mí misma. De hecho... —Otra miradita a Víctor, que parecía un poco perdido, pero no me importó y me volví de nuevo hacia el grupo—. Me pasé un montón de años enamorada de un chico, pero, siempre que este intentaba declararse, me sentía tan incómoda que lo rechazaba de forma automática. Me daba miedo que empezáramos a salir y nuestra amistad se fuera a la mierda porque se aburriría de mí, así que le daba lo suficiente para que se pensara que lo correspondía, pero luego se lo quitaba de golpe para que no se aburriera de mí. Y pensaba que esa era la mejor forma de que nunca se apartara de mi lado.

Dudé visiblemente. Nadie estaba diciendo nada, pero todo el mundo me prestaba atención con interés. Me removí un poco en mi lugar, apretando las manos en las rodillas, y me di cuenta de que decirlo no estaba siendo tan malo como había pensado que sería.

—Y entonces se cansó de mí —añadí en voz baja—. Para sorpresa de nadie, supongo, porque se veía venir. La cosa es... que yo no sabía qué hacer, y una amiga que teníamos en común me dijo que quizá era el momento de ser sincera conmigo misma y decirle lo que sentía en realidad. Así que hice una carta confesando todo lo que sentía, se la dejé en la taquilla y esperé... y entonces me enteré de que todo el mundo había visto esa carta. Pensé que él la había enseñado y lo culpé sin darle la oportunidad de hablar, y también empecé a contar cosas de mi otra amiga, como si tuviera la culpa, y todo el grupo se separó... y, bueno, yo dejé de hablar con todos, mi amigo incluido. De hecho, hasta hace poco no había vuelto a verlo más que de forma casual. Y, ahora que hemos vuelto a hablar, me he dado cuenta de que estoy intentando volver a hacer lo que hacía cuando éramos más pequeños: dar lo justo y retirar de golpe, a ver si no se cansa de mí. Pero... creo que no es la mejor forma de tratar a la gente. Así que, em... digamos que estoy intentando mejorar en eso. Y que me perdone. Así, en general. Y... ese es mi secreto.

Silencio.

Por lo menos, parecía que el grupo entero se había quedado prendado de la historia, porque todos me miraban sin parpadear. Bueno, todos menos Víctor, que tenía la mirada clavada en algún punto del suelo, pero que sospechaba que en realidad no estaba viendo nada.

—Joder —dijo Oscar entonces—. De haber sabido que esto era una excusa para desahogarse gratis, habría empezado yo.

—Todavía estás a tiempo —respondió Tad con media sonrisa.

—Ay, es que si me miráis todos no se me ocurre nada interesante...

—Pues voy yo —intervino Marco, a lo que todo el mundo soltó un gruñido de protesta y él frunció el ceño—. ¡Oye!

—Mejor voy yo —aseguró Oscar—. Pues mi súper secreto es... que soy rico.

Lo dijo con una gran sonrisa. Los demás, en cambio, nos quedamos mirándolo con una ceja enarcada.

—Se supone que no puedes hacer bromas —comentó Víctor.

—Y no lo es. Va en serio. Mi familia tiene una empresa de inmobiliarias y se dedica a gestionar los bienes de las grandes cuentas... o algo así. La cuestión es que, por descarte y como soy su único hijo, va a terminar siendo mía. Así que técnicamente no soy rico, pero algún día voy a serlo. Y es un secreto porque, si le vas diciendo esas cosas por el mundo, terminas gustándole más a la gente por eso que por cómo eres, así que prefiero no decirlo nunca. Hasta que me dan una excusa para soltarlo, al menos.

Parecía muy orgulloso de sí mismo, así que cuando me miró me apresuré a asentir con la cabeza como si le diera la aprobación a su secreto. Él sonrió con solemnidad.

—Pues... —empezó Tad, tras dudar unos segundos—. Si los secretos como ese valen, yo creo que tengo uno.

—Más te vale que sea interesante —murmuró Marco.

Tad abrió la boca y volvió a cerrarla. Se había vuelto hacia él y tenía el ceño fruncido por el enfado. Nos pilló a todos tan desprevenidos que incluso Marco se echó un poco para atrás.

—¿Qué? —preguntó este, confuso.

—¡Que te calles! —saltó Tad con voz chillona.

—¿E-eh...?

—¿Se puede saber qué te pasa conmigo? ¿Te he hecho algo malo sin darme cuenta? ¿Hay algún motivo por el que eres tan pesado conmigo o es, simplemente, que eres un idiota?

—Es porque es un idiota —susurró Oscar a su lado.

Marco no respondió. Se había quedado pasmado en su lugar. Eddie soltó una risita al ver su cara.

—Estoy cansado —prosiguió Tad, de mientras— de que.... ¡de que siempre tengas cosas malas que decir de mí! Yo no te hago nada, ni para bien ni para mal, y al principio quería que nos lleváramos bien, pero visto lo visto creo que ya no me interesa. No me merezco que me trates así, da igual la excusa que le quieras poner, así que ya no me interesa ser tu amigo... ¡en ningún aspecto!

Honestamente, una parte de mí esperaba que Marco empezara a reírse en su cara, pero no. Simplemente, había apretado los labios y lo miraba fijamente. No estaba mal que, de vez en cuando, se quedara en blanco.

—Dicho esto —añadió Tad, respirando hondo—, mi secreto es un poquito distinto. Cuando era pequeño, vivía en una caravana con un grupo de personas sin hogar. Mi familia no tenía dinero para pagar nada mejor, así que nos apañábamos de esa forma. Hasta que un día a mi hermano mayor le regalaron un libro de reparaciones de vehículos y empezó a aficionarse a ello. A papá se le ocurrió que podrían sacarle provecho y, una cosa tras otra, terminamos con un desguace. Vivimos en una casita diminuta que está al final de todo. No es gran cosa, pero... es mi casa. Por eso la última vez no os invité a entrar; no sabía si os gustaría y no quería arriesgarme a que... bueno, a que alguien se burlara.

No necesitó señalar a Marco para que todo el mundo lo mirara fijamente. Y, por primera vez en la historia, él enrojeció un poquito y agachó la mirada.

—¿Qué? —masculló entre dientes.

—Que reflexiones sobre tus pecados —le indicó Oscar.

Marco clavó la mirada en sus zapatillas, airado.

—Te toca a ti —le dije.

—¿Para qué voy a decir nada? Diga lo que diga, vais a pensar que no está a la altura de vuestros estúpidos secretos dramáticos.

—¿No puedes ser simpático por una vez en tu vida? —sugirió Eddie.

—No.

—Pues no digas nada —concluyó Víctor—. Pero nadie ha juzgado el secreto de nadie, ¿por qué íbamos a hacerlo contigo?

Marco dudó visiblemente. Su cara seguía un poco roja. Pensé que no diría nada, pero entonces se encogió de hombros como si le restara importancia a su secreto antes incluso de hablar y murmuró:

—Pues yo hace unos días que vivo en casa de Eddie —dijo finalmente.

Su amigo lo miró con sorpresa, como si no se esperara que fuera por ese camino. Marco no le devolvió la mirada.

Ahora que lo mencionaba... sí que tenía un aspecto un poco más desaliñado de lo habitual. No apestaba a colonia y aftershave, no paseaba con sus chaquetas de marca, no iba con una sonrisa petulante por todo el gimnasio... De hecho, si no estaba equivocada, ese día todavía no se había burlado de mí. Era la primera vez.

—¿Por qué? —preguntó Víctor entonces.

—Mis padres se enteraron de que estoy jugando a baloncesto —explicó de forma vaga—. Y de que me han rechazado en la universidad a la que fueron ellos porque mis notas de este año han sido un poco... digamos que no han sido las mejores de la clase. Así que están enfadados conmigo. Según ellos, no sé lo complicado que es el mundo y lo difícil que es ganar dinero, así que van a dejar de dármelo para que aprenda a gestionarme yo solo. Así que... en fin, estoy en casa de Eddie hasta que se les pase. Tampoco es la primera vez. La última, me pasé dos meses fuera de casa.

¡¿Dos meses?! Pensé en mis padres y en el infarto que les daría al no saber de mí durante tanto tiempo. Incluso mis hermanos, aunque a veces no tuviéramos la mejor relación del mundo, terminarían preocupándose y tratando de buscarme. No quería ni imaginarme lo que era que tu propia familia fuera capaz de dejarte tirado durante tanto tiempo sin siquiera preocuparse por tu bienestar.

Tal y como había predicho Víctor, nadie tuvo nada malo que decirle; todo lo contrario. Oscar se estiró y le dio una palmadita en la rodilla, a lo que Marco murmuró un agradecimiento tan bajo que apenas pude entenderlo. Tad no se movió. Eddie suspiró.

—Gracias por contárnoslo —dijo Víctor entonces.

—¿Ahora ya podemos hacer el pacto de sangre? —preguntó Oscar.

Todo el mundo empezó a reírse menos él.

Y entonces el entrenador apareció al lado del círculo. Había ido a tirar la verdura a la basura, y nos miraba con confusión.

—¿Se puede saber qué es esto?

—Estamos hablando —explicó Víctor.

—Pero ¿dónde os creéis que estáis? ¡Si queréis terapia, contratad a un psicólogo! ¡¡¡Venga, a correr!!!

○○○

Salí de la ducha envuelta en una toalla. Desde la ventana del baño, podía ver a papá sentado con Ty en el césped de atrás. Ty intentaba enseñarle movimientos de yoga, pero él se limitaba a estar sentado sobre la esterilla y a contemplarlo. Supuse que ese día Ty iba a descubrir que no estaba hecho para la docencia, porque la impaciencia casi provocó que empezara a arrancar el césped a puñados.

Nada más llegar al pasillo, vi que Jay estaba pasando por delante de mí con el móvil en la mano. Levantó la cabeza, nos miramos el uno al otro y él terminó encerrándose en su cuarto sin decirme nada, por lo que yo hice lo mismo y me metí en el mío.

Ese día todavía me quedaban diez minutitos libres antes de tener que empezar con la cena, así que me puse el pijama y me dejé caer en la cama. Fuera ya estaba empezando a anochecer, pero no me molesté en encender la luz, porque no me apetecía ponerme de pie. Me asomé un poco más y me fijé en la habitación de Víctor, que sí que tenía la luz encendida.

La idea de escribirle se me pasó por la cabeza, pero luego me di cuenta de que, realmente, no sabía qué quería decirle. Así que me limité a abrir el grupo donde estábamos todos. Oscar se había dedicado a pasar vídeos graciosos y Tad y Eddie a reírse de ellos. Marco no había respondido a ninguno, y Víctor tampoco. Supuse que Marco no lo necesitaba porque Eddie debía estar con él y respondía por los dos, pero el caso de Víctor era distinto, porque él sí que solía estar bastante involucrado en todas las cosas del grupo.

Bueno, parecía que sí que tenía algo que decirle, después de todo.

Abrí su chat privado y, tras quedarme mirando la pantalla unos instantes, me animé a escribirle.

Ellie: Te noto muy callado

Ellie: Debería preocuparme??

Oh, no. Ese último lo borré al momento. No quería sonar tan dramática o involucrada. Al final, solo mandé el primero.

Víctor tardó unos dos minutos en responder.

Víctor: No estoy leyendo lo del grupo

Vaaaale, ahora sí que tenía pretexto para preocuparme un poco. Aunque no fuera a demostrarlo, claro.

Siempre igual.

Ellie: Puedo hacerte un resumen de lo que han dicho, si quieres

Víctor: Una generosa oferta, pero no hace falta

Ellie: ...

Víctor: ??

Ellie: No quiero meterme donde no me llaman, peeeeeero...

Ellie: ¿está todo ok?

Víctor:

Ellie: Estás enfadado??

Víctor: ??

Ellie: Normalmente, no hablas tan seco

Víctor: Estás pidiendo que te mande un emoji?

Ellie: Déjalo

Víctor: :)

Ellie: Wow, ahora el emoji parece un poco tenebroso

Víctor: No estoy entendiendo esta conversación

Víctor: Pero sí, está todo bien

Vale, ya lo había intentado, él se había negado y pasaba de seguir insistiendo y ser esa persona insoportable que no admite que los demás se nieguen a...

Me quedé mirando la pantalla, en shock, cuando de repente su foto de perfil apareció de la nada. Llamada entrante.

Me estaba... ¿llamando?

Vale, calma.

¿Por qué estaba nerviosa? ¡¡Lo veía cada puñetero día!!

Tardé tanto en responder que empecé a pensar que iba a colgarme o algo así y, presa del pánico, respondí a la llamada antes de tener muy claro lo que iba a decirle. Aunque, pensándolo mejor, era él quien había llamado y quien probablemente tenía algo que decirme a mí.

Así que, al descolgar, me quedé con las palabras atrancadas en la garganta y, simplemente, miré la pantalla. Di gracias a que, por lo menos, no fuera una videollamada.

—Hola —dijo él entonces.

—Hola...

—Estaba pensando en tu confesión de hoy.

Bueno, a eso le llamo yo ir directo al grano.

A ver, sabía que íbamos a tener esa conversación en un momento u otro. Lo que no esperaba era que fuera a ser al mismo día de hacer la terapia rara en el gimnasio. Tragué saliva de forma bastante ruidosa y él, a modo de respuesta, suspiró.

—Podemos hablar de otra cosa —añadió.

—No, no... está bien.

—Es que te has quedado callada y...

—No esperaba que me lo dijeras. Y menos en una llamada.

—He pensado que así sería más fácil.

—¿Por?

—Porque cuando estamos juntos y en persona parece que los dos fingimos demencia y que no nos acordamos de todo lo que hablamos por aquí, así que... mejor llamada, ¿no?

Es una lógica aplastante.

—Sí, quizá es mejor así —admití.

—Bien. —Víctor hizo una pausa. Una muy larga. No sabía si quería que yo hablara o estaba buscando las palabras para hacerlo él, pero no pude ayudarle, porque de repente me había puesto un poco nerviosa—. Bueno, quería... darte las gracias por participar en lo de hoy. Si no hubieras dado el primer paso para ayudarme, los demás no se habrían animado a abrirse.

—Oh, bueno...

—Así que... eso, gracias.

—No es nada. —Esta vez, fue mi turno para hacer una pausa—. Ha sido una buena iniciativa.

—No sé... Quizá he forzado un poco las cosas.

—No, no. Ha estado bien. He empatizado incluso con el pesado de Marco, así que imagínate.

Víctor se rio. No lo tenía delante y no podía verlo, pero sí que podía imaginármelo. De hecho, puse el altavoz del móvil, lo dejé sobre la cama y descolgué la cabeza del colchón. Desde esa postura, podía ver la luz encendida de su habitación. No vi mucho movimiento, así que supuse que estaba tirado en su colchón, igual que yo.

—Me alegra que te haya gustado la idea —concluyó.

—Yo no habría podido hacerlo. Me alegra que te quedaras tú con el puesto de capitán.

Él dudó unos instantes.

—Tú también lo habrías hecho genial.

—Sí, pero no en ese sentido. Tú eres bueno juntando a la gente, a mí se me da mejor hacerlos trabajar.

—Pues formamos un buen equipo, entonces.

No lo dijo de manera insinuadora ni nada parecido, pero aun así yo repiqueteé los dedos sobre mi abdomen.

Era la primera vez en muchos años que tenía una conversación con él sin bromas o mal rollo de por medio, y temía que, en algún momento, uno de los dos la cagara y empezara con las discusiones otra vez.

Más miedo me daba que esa persona fuera yo.

—Entonces... —empecé, sin saber cómo terminar la frase—, ¿el año que viene ya no quieres seguir jugando?

—No de forma profesional, pero sí en mis ratos libres.

—Oh, bueno...

—¿Y tú?

—A mí sí que me gustaría, pero no sé si soy lo suficientemente buena como para siquiera pensarlo.

—Eres buena, Ellie. Eres la mejor del equipo.

Como siempre que me lanzaban un piropo, solté un sonidito de burla para quitarle peso.

—Venga ya...

—No hagas eso.

—¿El qué?

—No te menosprecies. Te lo estoy diciendo en serio.

—Ya, bueno...

—Si alguien tiene la oportunidad de seguir en esto, eres tú.

Quise soltar otro sonido de burla, pero me callé. No sabía si darle las gracias o pedirle que parara, pero de pronto tenía la cara encendida. Cerré los ojos con fuerza y me pegué las manos frías a las mejillas, agradeciendo de nuevo que estuviera a solas y no pudiera verme.

—Ya veremos —dije al final—. A principios de verano pedí un puesto en varios equipos profesionales, pero por ahora nadie me ha contestado.

—Dales tiempo. Quizá no respondan hasta septiembre.

—Quizá, sí...

Ambos nos quedamos en silencio. Sabía por qué me había llamado y que estábamos evitando el tema, así que me lancé y lo saqué yo.

—Respecto a lo que he contado delante de todo el grupo.... Quizá no te hayas dado cuenta, pero era sobre ti.

—Nooooo, ¿en serio?

—¡Oye!

Víctor suspiró.

—Nunca me habías contado tu versión de la historia —dijo finalmente, ya en tono serio otra vez.

—Honestamente, nunca tuve el valor.

—Estuve meses detrás de ti pidiéndote que habláramos, ¿por qué no me lo dijiste entonces?

—Creo... creo que me daba miedo.

—¿Qué parte?

—Oh, vamos, Víctor... La primera vez que me permití ser vulnerable fue cuando te escribí esa nota, y cuando vi que todo el mundo la había leído...

—No era mi intención que todo el mundo la leyera...

—Lo sé, pero lo hicieron. Y creo que enfoqué todo mi enfado en ti, y a raíz de eso empecé a montarme películas mentales contigo, con Livvie, con Rebeca, con... con todo el mundo. Y me dije a mí misma que no quería que volvieran a burlarse de mí de esa forma.

Víctor permaneció en silencio unos instantes.

—Yo nunca me burlaría de ti. Es decir..., sé que suelo burlarme de ciertas cosas, pero nunca lo haría por tu parte vulnerable. De hecho, me gusta cuando bajas un poco las defensas. Y me gusta más cuando lo haces solo conmigo.

—¿Te hago sentir especial? —bromeé en voz baja.

—Sí. —Su tono no fue burlón para nada—. Puede que en su momento no te lo pareciera, pero siempre has sido una de las personas más importantes de mi vida. Y, cuando dejamos de hablar, no dejaba de pensar en ti.

—Víctor...

—Nunca he dejado de pensar en ti.

Estuve a punto de soltar algo burlón, pero luego me di cuenta de que no quería hacerlo. En absoluto.

—Yo tampoco —admití.

Él inspiró con fuerza.

—Creo que echo de menos tenerte como amigo —añadí después, y luego dudé—. O... em... la amistad rara que teníamos, ya me entiendes...

—Sí —dijo, divertido—, creo que te entiendo. Yo... yo también lo echo de menos.

—¿Crees que podríamos...? ¿Em...?

—¿Enterrar el hacha de guerra y volver a como estábamos antes de todo esto? Lo estoy deseando.

—Oh, no finjas que no echarías de menos mis ocurrencias irónicas.

—Creo que echaría de menos no poder hablar contigo como lo estamos haciendo ahora.

No me di cuenta de que estaba sonriendo hasta ese momento. Borré la sonrisa, sintiéndome un poco idiota, y fruncí un poco el ceño.

—Oye, Víctor... respecto a lo de las fotos del otro día...

—¿Sí?

—Lo siento. No fue una buena idea.

—A ver, no es que no me gustaran —empezó.

—No por eso, idiota.

—¿Ya hemos vuelto a los insultos?

—No es un insulto, es un recordatorio de que eres idiota y aun así me gust... me caes bien.

—¿Qué ibas a decir, Ellie?

—Nada.

—Has dejado una palabra a medias.

—No sé de qué me hablas.

—¿Ahora también fingimos demencia por llamada?

—Sigo sin saber de qué me hablas.

—Bueno —decidió perdonarme el mal rato—, ¿y qué ibas a decir antes de eso?

—Ah, sí... que siento lo de las fotos. No porque te gustaran o no, sino porque... creo que tenías razón. Es lo que hago con todos los chicos que me interesan en lo más mínimo.

—No sé si quiero oír las cosas que haces con otra gente, la verdad. Hace que me entren ganas de darme un cabezazo contra la pared.

—Que te estoy dando la razón —insistí—. Toda mi vida he estado con chicos que solo buscaban una cosa conmigo... y creo que he terminado asumiendo que es para lo único que valgo. Y no me gusta. Creo... creo que me merezco algo mejor que eso.

—Bueno, veo que vamos avanzando. —Pese a que su tono pretendía ser burlón, noté un cierto matiz más suave que no puede ocultar muy bien.

De nuevo, nos quedamos en silencio. Yo seguía mirando la ventana de su habitación, ahora iluminada con luz tenue. Era lo único que destacaba ahora que finalmente había oscurecido del todo. Y me di cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, me había saltado mi horario. Quizá debería agobiarme, pero... estaba bien.

—Creo que mi madre me está llamando —dijo él entonces. Sonaba un poco molesto, y la perspectiva de que quisiera seguir hablando conmigo hizo que me ilusionara un poco más de lo que debería—. Gracias por... esta charla, Ellie. Me ha gustado mucho.

—Y a mí.

—Ojalá pudiéramos hablar así en persona.

—Si no fuéramos dos idiotas, quizá lo conseguiríamos.

—Quizá —admitió, y supe que está sonriendo.

Entonces, su cabeza apareció en el marco de su ventana. Cuando vio que lo estaba mirando, me dijo adiós con la mano.

—Buenas noches, Ellie.

Yo le correspondí al gesto. No me di cuenta de que estaba sonriendo.

—Buenas noches, Víctor.

Y, finalmente, colgamos a la vez.


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